En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

jueves, 4 de junio de 2020

Hay un tiburón en mi bañera, por Silvina Flamini



Hay un tiburón en mi bañera 
Por Silvina Flamini



Berta no quiere bañarse. ¡No quiere y no quiere! El padre insiste pero ella se niega, mientras abre bien grande la boca:
 —¡Hay un tiburón en la bañera! 
—¿Un qué? ¿Un tiburón? Un tiburón no entra en la bañera, Berta, es enorme —explica el padre para tranquilizar a la jovencita.
 —Papá, te digo que hay un tiburón, yo lo vi.
 —A ver, amorcito, ¿cómo es el tiburón? 
—Como todos los tiburones: tiene nariz larga y puntiaguda como la tuya, dientes filosos como los de Tobi y una aleta gris que se asoma por la rejilla. Yo lo vi. 
—Me parece que hay alguien que quiere evitar el jabón, eso es lo que yo estoy viendo—replica el hombre, con una ligera sonrisa en su boca. 
—¡Nooo, por favor, no quiero bañarme! —implora la niña. 
El padre de Berta, contra todos los pronósticos, abre la llave de agua caliente, comienza a llenar la bañadera, le agrega un poco de jabón para que haga espuma, vuelca algunos juguetes y luego introduce a la resistente criatura, a la vez que esquiva algunas patadas voladoras. 
Mientras papá la enjabona, Berta mira fijamente el desagüe de la bañadera (que ahora tiene tapón), no deja de mirarlo. Espera que, en cualquier momento, suceda lo inevitable: el tapón se descorra y… El padre interrumpe sus pensamientos:
 —¿Viste, corazón, que no hay nada dentro? —y le da un beso en la frente húmeda y jabonosa. Berta sonríe y se relaja, ya no hay peligro. Quizás papi tenga razón y todo sea producto de sus fantasías. Cuando el baño termina, el padre suelta el tapón, envuelve a la niña con una enorme toalla y se la lleva en brazos. A sus espaldas, un remolino de agua turbia disimula una nariz larga y puntiaguda, unos dientes filosos y una aleta gris que asoman por la rejilla.





Silvina Flamini
Nací en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, allá por el año ‘74. Estudié el Profesorado en Letras en mi ciudad y hace años que ejerzo la docencia en distintos colegios.
Colaboré en la organización de las “Jornadas de Poéticas de la literatura argentina para niños”, que se desarrollaron durante varios años en La Plata. Asisto con regularidad a jornadas, congresos, charlas sobre la LIJ, y tomo talleres para perfeccionar mi escritura. En 2019 cursé la Diplomatura en Literatura infantil para docentes, dictada por la UCALP.
He publicado dos libros de cuentos: Crónicas mininas y otros relatos  y ¿Érase una vez? Tal vez…, recientemente lanzado.
Me dedico, además, a difundir la literatura infantil y juvenil porque es algo que, verdaderamente, me apasiona.


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