En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

sábado, 6 de junio de 2020

Aventurera por Gabi Casalins

Para todos los peques en cuarentena, vaya ente cuento amasado en mi jardín. (Maestras,papás y mamás tienen mi permiso para llevárselo, si les gusta)



Aventurera

La vaquita de San Antonio había nacido aventurera. Entre todos sus hermanos era la primera en alejarse de la pilita de huevos que mamá había dejado preparada para que comieran cuando ella no estaba.
Se alejaba solita, intentando correr con ese cuerpo de gusanito peludo con patas que tienen las vaquitas de San Antonio bebés. Recorría la corteza del tronco del árbol de ciruelas que era su casa, se trepaba por las ramas y se columpiaba en el borde afilado de las hojas. ¡Era tan feliz!
Desde el  mar verde que era el ciruelo ese otoño, ella le gritaba a sus hermanos:
-¡Vamos chicos, vengan! ¡Vamos!
-¡No, no!-decían-¡Mamá dijo que todavía no podemos!
 Y seguían jugando a la escondida entre las grietas del tronco, ahí nomás, cerca de los huevitos amarillos.
-¡Bobos!-pensaba la aventurera y saltaba en una hoja como se salta en una cama elástica.
Una mañana, la mamá los reunió a todos alrededor de la pila de huevos y les dijo:
-Mis amores tenemos que estar muy atentos: desde ahora nadie, pero nadie, puede salir de casa. Todos se me quedan juntitos y nadie se sale de la grieta de la corteza porque es peligroso.
-¿No podemos salir a caminar por el árbol?-dijo la vaquita aventurera preocupada.
-¡Ni se te ocurra! ¡Es peligroso, muy peligroso! ¡Peligrosísimo!-dijo la mamá.
-¿Pero, por qué?, ¿por qué?-insistió ella, porque si no hubiera insistido no hubiera sido una vaquita aventurera.
-Bueno-dijo la mamá con una voz extraña-, es que hay una amenaza terrible en el jardín. Hay una invasión de... ¡Arañas!
-¡Oh! ¡Uy! ¡Noooo!-gritaron las vaquitas, porque como eran vaquitas sabían muy bien que las arañas se comen  a las vaquitas de San Antonio como si fueran alfajores de chocolate.
-¿Tantas hay?-preguntó la aventurera, no muy convencida.
-¡Tantas que no me alcanzan las patas para contarlas!- dijo la mamá y añadió-: oAdemás se reproducen de tal manera que te las podés encontrar en cualquier lado, debajo de una hoja, sobre el césped, debajo de las baldosas. Lo único que podemos hacer es quedarnos en casa y esperar a que se vayan.
-¿Pero, cuánto tiempo quedarnos en casa?-preguntó la vaquita que ya se estaba poniendo muy nerviosa.
-El que sea necesario.-contestó la mamá, misteriosa.
Y desde aquel día todas las vaquitas de San Antonio de ese tronco se agolparon en su grieta  y se quedaron allí, a esperar que el peligro pasara. Y así hicieron otras familias de vaquitas. Cada una en su hoja, en su corteza, o en su rama.
Jugaban allí, comían allí, estudiaban allí cosas de vaquitas de San Antonio, en casa todo el día. La mamá no salía, se quedaba con ellas y contaba cuentos, recortaban pedacitos de hojas con sus trompas y hacían hileras de vaquitas de San Antonio unidas por las patas que colgaban como guirnaldas en aquella grieta que era su casa. La tarea les llegaba por la red del polen que viajaba en el aire, y ellas la hacían con la mamá y después la soplaban en la brisa para que le llegara a su maestra, que era otra vaquita que también estaba en su casa.
Pero, no era fácil. Y a veces, se aburrían, o se cansaban. Sobre todo no le era fácil a la vaquita aventurera. Dos o tres veces la mamá la pescó tratando de escapar, trepada  en la punta de una hoja que se inclinaba sobre la grieta de la corteza.
-¡No te podés escapar a jugar afuera! ¡Es muy peligroso!- la retó -. ¡Mirá si te quedás atrapada en una tela de araña y no te podemos rescatar!
-¡Qué bichos más malos y horribles que son las arañas! ¡Las odio! ¡Las odio!-gritó la última vez que la mamá la arrastró para adentro de la casa.
-¡No, las arañas no son malas, son arañas nada más!-dijo la mamá.
-¡Cómo que no son malas! ¡Si no podemos salir afuera por ellas! ¡Tenemos que estar cuidando que no entren telas de araña a la casa para que nadie quede atrapado y hay que sacudirse las patas a cada rato! ¡Encima vienen creciendo como locas! ¡Eso no es normal!- opinó, enojada, la aventurera.
-Lo que pasa, mi querida-respondió con paciencia de santa la mamá-, es que hay un desequilibrio y la Madre Naturaleza lo está sanando así.
-¡¿Y quién córcholis desequilibró a la Madre Naturaleza?!-preguntó la aventurera muy enojada.
La mamá la miró pensativa y después dijo:
-Creo que fue el Jardinero, tratando de controlar a las avispas, que son las que se comen a las arañas.
-¿Y ahora?-dijo la aventurera.
-Ahora, a esperar en casa a que vuelva el equilibrio.
-¡Ah!-dijo ella, y se quedó pensando.
Y, extrañamente, desde ese momento no intentó escaparse más. Poco a poco encontró la manera de entretenerse. Se le ocurrieron varias cosas pero la que más le gustó fue la de tejerse un capullo de baba transparente alrededor de su propio cuerpo. Lo enganchó en un borde de la corteza y, escondidita allí adentro, comenzó a vivir una aventura increíble: sintió que su cuerpo cambiaba al tiempo que su rabia se iba volviendo de humo. Y adentro de su capullo soñó imaginando  sus colores preferidos, soñó con la libertad y soñó con todos los paseos que había dado por el jardín, cuando todavía la naturaleza estaba en calma.
Pronto descubrió que las aventuras que vivimos no se van nunca de nuestro corazón, como tampoco se escapa la belleza que conocemos. Pronto descubrió que el adentro y el fuera tienen que existir en cada vaquita de San Antonio para poder ser partes del jardín. Y le creció en la espalda una coraza de guerrera roja, con siete manchas negras como ojos para mirar el mundo.
La mamá la vio, a través de la pared transparente del capullo y sonrió.
Paso un tiempo largo, eso sí, pero un día, la mamá les dijo a todos:
-¡Ya podemos salir! ¡La red del polen anuncia que las arañas ya se han ido!
Sí, así como habían venido, se habían ido. Cosas de Madre Naturaleza.
La vaquita aventurera se desperezó dentro del capullo y después, tomó la decisión: Con la trompa rompió la punta, y por ese agujero, no sin trabajo, salió, arrastrándose,
En la corteza quedó aquella casa de filigrana transparente y el sol la atravesó. La vaquita la miró y se miró: nada quedaba de aquel gusanito inquieto que había sido. Ahora, en el filo de la rama, ella estaba vestida de fiesta con su traje rojo y negro. Entonces, como si un milagro hubiera sucedido, desplegó su maravilla: aquella coraza de su caparazón se abrió y mostró su fantástico origami, y dos alas enormes se desplegaron. Llena de alegría se las miró  y, por fin,  salió volando. A su alrededor también volaban sus hermanas y hermanos, con alas de viento.
Y el jardín, ahora era otro y distinto,  pero también era el mismo. Lo que pasaba era que ahora, esta aventurera lo miraba desde el vuelo.

Gabi Casalins



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