En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

viernes, 8 de julio de 2022

Un cuento y un encuentro colectivo

 Hace ya varios meses convocamos a varias amigas que, como nosotras, despuntan el vicio de la pluma a escribir un cuento en postas para este espacio del Mono de la Tinta. Esta experiencia nos ha hecho comprender que para tejer palabras, no hay espacio ni tiempo que importen. ¡Gracias a todas, chicas!

Las escritoras por orden de aparición en el cuento:

Mónica Dias Leal

Gabi Casalins

Inmaculada Manzanares Ruiz

Belén de Larrañaga

Fabiana Obispo

Vicky Colantoni Posse




Papalardo Hazmeunncaso era un hombre longilíneo, de ojos grandes, soñadores. Se pasaba el día pensando en escribir un cuento. Pero, las ideas, según él, nunca crecían.

Hazmeuncaso, todas las noches ponía en funcionamiento la alarma de su despertador. A las seis de la mañana y cuando el sol comenzaba a despuntar, la campanilla del despertador sonaba: “Papá, papá, papalaaardoooohazmeuncaaaaso”.  Y así luego de higienizarse y desayunar, se sentaba en la silla del escritorio a escribir palabras con las que pudiera armar una historia. Pero... no le salía nada...

Una mañana de esas tantas, cansado de querer y no poder, decidió...preguntar a alguien realmente autorizado en dicha problemática qué hacer con su problema.

Llamó por teléfono a su estimadísima amiga, Milagrosa Charlatana, que, según todos decían, era versadísima en versos, cuenterísima de cuentos y teatrera de teatros.

Le dijo, dramático: “¡Sos la única que me puede sacar de este lío! ¡Solicito ya mismo, mismísimo tu ayuda!”

Milagrosa Charlatana respiró, respirando hondísimo, buscando calma en la calma y contestó: "Hacer un cuento es como enhebrar un collar, una palabra va detrás de otra unidas todas por el mismo hilo...

Ah, pues no parecía tan complicado... Es más, iba a intentarlo en ese preciso momento. Y ahí tenemos al bueno de Papalardo sentado en su escritorio dispuesto a unir palabras como si enhebrara un collar. Pero no le venía ninguna palabra que le pareciera interesante. "Locomotora... ¡no! ¡es muy larga... ¡Tren!... ¡No! Es muy corta..." Ninguna era buena para iniciar el collar, perdón, el cuento.

"Debe ser este lápiz, no tiene suficiente punta, tengo que afilarla". Recordaba que tenía uno en su caja de Cosas imprescindibles para empezar a escribir. Pero no, ni uno había y era imposibilísimo empezar a escribir, mejor, ni pensar a empezar a escribir, sin ese sacapuntas. Tendría que ir a comprarse uno inmediatamente. Se puso su sombrero y salió a la calle…

Cuando entró a la librería, el corazón de Hazmeuncaso dio un vuelco. De repente, sintió que la locomotora que había tratado de enhebrar más temprano le recorría las tripas. Respiro hondo, hondísimo, y, aunque lo intentó, no pudo dejar de estar apabullado. Había demasiadas cosas para elegir.

Lápices rojos de punta blanda, azules de punta amable y verdes de punta punzante. Sacapuntas con forma de auto, de hamburguesa y de dinosaurio, ¿cuál sería más eficaz? Él podía encontrar argumentos para todos. El auto por veloz, el dinosaurio por voraz y la hamburguesa... se veía deliciosa. Antes de tomar una decisión apurada y equivocarse, Hazmeuncaso decidió consultar con el vendedor:

-Buenos días, ¿podría usted decirme qué sacapuntas es más apropiado para un lápiz que tiene que enhebrar un cuento?

El vendedor lo miró con desagrado por arriba del marco de sus anteojos delgados y dijo al inquieto Hazmeuncaso:

 -Eso depende de la trama que usted quiera enhebrar. Si afila su lápiz con este Sacapuntas (le indicó con su dedo índice el del auto), tiene que estar dispuesto a viajar por rápidas rutas desconocidas... Si, en cambio, su elección es éste (allí estaba el verde dinosaurio), se transportará a tiempos en los que convivirá con mágicas y gigantes criaturas.

Hazmeuncaso hacía un gran esfuerzo, grande grandísimo, por mantener cerrada su boca...

-Y finalmente si elige éste, (y allí estaba la hamburguesa), debe estar dispuesto a saborear delicias de diferentes lugares del mundo.

El vendedor volvió a mirar por arriba del marco de sus anteojos delgados y le dijo:

- ¿Cuál lleva entonces? ¿Qué trama quiere enhebrar?

- Es que aún no sé por dónde empezar...ni me decido por dónde quiero ir...ni qué trama quiero tramar... -gemía desconsolado, desorientado y, hasta podríamos decir, apabullado. Eran muchas las opciones, los vértices, vórtices, y los costados.

- ¡Pues hombre, que no tengo todo el día y que en minutos se llenará de niños que vienen a comprar mapas y ojalillos! ¡Basta ya de cháchara y de complicarse la existencia! Deje de buscar palabras y viva las historias con un poco menos de inocencia. ¡¡Y basta!! Afuera.  Me quedé sin paciencia. – y de un empujoncito ligero, el vendedor lo sacó de detrás del mostrador, donde el soñador soñaba con encontrar sus respuestas.

Ni tren, ni locomotora ni ocho cuartos...ni aviones, ni barcos, ni simples canoas, ni bicicletas, ni caballos...

Es que el tal Papalardo Hazmeuncaso no había vivido nada de nada en todos estos años...

Quería enhebrar palabras cuyos sabores no conocía...

¿A quién recurriría?

Compungido caminó en la soledad de sus palabras ausentes...

¿Habría algún Santo que oyera sus plegarias?

Él era muy devoto y creyente.

¡Y era Domingo de Ramos!

Y allá fue... Caminando, caminando, pasó por delante de un parque y unos niños que jugaban le distrajeron; siguió su camino y una abuela haciéndole mimitos a su nieto le hizo sonreír; luego, una pareja de novios agarrados de la mano le recordó a su primer amor; unos ancianos que se miraban con embeleso le trajeron a la memoria a sus papás...

Por fin, entró en la primera iglesia que encontró y se sentó en un banco delante de un Santo santísimo y pensó repensó y sobrepensó dónde estaría su trama tramosa. De pronto se dio cuenta, quizás fuera el santo o quizás el paseo o quizás la reflexión...

Salió de la iglesia y, sin darse cuenta, como sonámbulo, volvió a la plaza. Cerrando los ojos bien fuerte,  apretadísimo,  para ver mismísimo por dentro todos sus sueños, entendió que primero debía tener deseos; y amarrándose de todas las penas, de las pocas alegrías y de las muchas ilusiones devenidas,  comenzó a subir por la escalera del silencio y a  devanar la madeja del olvido; y recordó que al nacer, junto al soplo de vida y a su primer respiro, su madre le había vestido con aquellas prendas invisibles que son las palabras y convertido en un bello niño con un tesoro, como todos, en el alma escondido.


Y comenzó a destejerse su chaleco amarillo; y vio que la lana brillaba como el sol de la tarde y la plaza se cubrió de vuelos naranjas y de trinos azules azulados.

¿Es que nunca los había visto? Se preguntaba intrigado.

El hilo dorado de su chaleco flotó frente a sus ojos iniciando una danza inesperada.

Al hilo, que se hilaba solo frente a sus ojos, le dijo con fe de súplica, como siempre les decía a las palabras escurridizas:" ¡Hazme un caso, hilo salvador, hazme un solo caso aunque sea hoy!".

Y cerrando fuerte los ojos se dejó envolver por aquella red que se iba tejiendo a su alrededor.

"¡Es un capullo!", pensó, y se dejó ir en la tibieza del abrazo que la trama le devolvía.

Y allí, acurrucado en crisálida, musitó nuevamente su oración de fe y, por fin, permitió que las palabras salieran de su corazón como perlas preciosas que flotaron en el aire. Y vio que estaban hechas con la materia de su corazón que tanto tiempo había estado acorazado.

Entonces fue que comprendió: las palabras de una historia no son siempre ideas, o, mejor dicho, sí lo son, pero son vacías y esquivas si no pasan primero por el hogar del corazón. Y supo, que dejarlas salir a veces duele, como le duele al gusano convertirse en mariposa.

Y así, con esta revelación tan, pero tan revelada, fue que rompió su capullo y salió por el mundo a contar cuentos, mientras le sacaba punta a todas las ideas que estaban acurrucadas en su interior.

Mientras él doblaba la esquina y la dejaba ir, su primera historia voló hecha collar de perlas preciosas, preciosamente por los aires más aireados para llegar a ser leída por todos aquellos que tienen ojos y corazón abiertos para las historias, los poemas, en fin, para las palabras que nos apalabran para que creamos que en este mundo todavía ellas tienen sustancia, corazón y valor...

Al final, como le dijera su querida amiga, Milagrosa Charlatana, armar un cuento era, nada más y nada menos que enhebrar las palabras como las cuentas de un collar de dinosaurios, trenes, autos, vampiros o amapolas, lo mismo da. Todo está en sacarle punta al lápiz y destejer la propia trama del corazón para tejer una historia nueva que nos duerme en crisálida dentro del alma y está luchando por desplegar las alas, ¿no es así?

¿Entonces, qué nuevas historias estarían por hacerle caso a Papalardo Hazmeuncaso? Habrá que seguir el hilo amarillo que amarillea doblando la esquina, ¿verdad?


 


viernes, 18 de marzo de 2022

Marzo y la poesía. Caligramas

 Los poetas surrealistas jugaban con las palabras, hasta tal punto que la usaban para dibujar. El resultado eran caligramas. He aquí algunos de los caligramas compuestos por alumnos de Secundaria del Colegio Santo Domingo de Granada, jóvenes colaboradores de nuestra revista.

La bicicleta



El mar



El ratón y María Victoria (con mascarilla)





Marzo y la poesía. Dulce flor de pena

 El 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía. Con tal motivo publicamos una colaboración de una pequeña gran poeta, Helena (con H), estudiante de 6º de Primaria en el Colegio Santo Domingo de Granada (España). Ella misma ilustra su composición.



jueves, 6 de enero de 2022

“Liliana Bodoc: dragona indudable” , por Adrián Ferrero

 En este día de reyes, en el que sentimos la presencia de "Los Magos", nuestro amigo y colaborador, Adrián Ferrero nos dona su semblanza sobre una gran maga, Liliana Bodoc. ¡Hermoso regalo para encontrar esta mañana dentro de nuestros zapatos y salir con ellos dos a vuelo de dragón!



(Foto de Adriana Martinetti) 

“Liliana Bodoc: dragona indudable”

por Adrián Ferrero

 

     Es cierto. Había habido otras mundanzas. Los veranos en Santa Fe eran tórridos, por lo tanto, poco proclives para fomentar el esparcimiento. Uno parecía desvanecerse en medio de ese aire que quemaba literalmente el rostro, las pestañas se achicharraban cuando salía a hacer los mandados y cruzaba a la vereda del sol. Las verduras se echaban a perder tan pronto como un suspiro. Las flores se marchitaban como si uno las odiara. El mundo era una marmita cruel en la que uno se hervía para ser el caldo de un dragón hambriento. “Ah, los dragones. Los primeros dragones en los que he pensado en esta tierra de polvo y fuego. Se los debo a estas siestas de lava y azufre”.

“El calor acre de Santa Fe es el fuego”, se dijo. Y luego el pensamiento en torno de los cuatro elementos del globo: tierra, aire, agua, fuego”. “El fuego. El fuego es la sustancia primordial que ilumina pero también cuece las habas, abriga del frío, carga la punta de las flechas de la primera hilera de guerreros en una batalla, moldea los metales en una fragua (lo que permite tallar la espada y los cuchillos, las armas primordiales de la guerra), dar forma a las armaduras, a las herraduras de los caballos moros”. “El agua. Arrasa con la mugre. Refresca las cabelleras negras de una gitana que se ha extraviado y ha caminado mucho, cuando el calor aprieta. Permite que naveguen las naves que se marchan con rumbo al Reino de los Dragones”. Porque en efecto, el agua es cierto que puede apagar al fuego. Pero puede disponer las cosas para que quienes van conducir las naves se dirijan rumbo a la Tierra de los Dragones. Puede dar de beber a los Dragones sedientos. Puede ser la sustancia que sostenga a las barcas de doce remos que conduzcan al Reino de los Dragones. Ese lugar en el que se refugian de las torturas o las lastimaduras que les han ocasionado los flechazos de los hombres inescrupulosos. Del fuego con el que otros pretenden quemarlos en una gran hoguera en un Ritual Malvado. Porque el fuego, la gran arma de los Dragones, puede ser también lo que incinere sus vientres. El Universo del fuego es el universo de lo que se derrite pero también de lo que defiende al Bien y de lo que construye. Cada uno de los elementos es bueno o es malo según quién sea el que sirva de ellos. Según lo que haga con esas sustancias (pensó ella, mientras pasaba la plancha a un doblez a la camisa de su padre y se quemaba el dedo índice). En ese momento pensó en el fuego de los Dragones. Y no supo por qué en una de ellas en particular. Miró la leche sobre la mesa, en un gran vaso de vidrio de una transparencia inaudita.

     En Mendoza en las acequias fluía la materia líquida en la que acababa de pensar. Pero existen allí los templos del saber, los Monasterios gobernados por hombres instruidos, que en ocasiones generan en quienes se aventuran en sus confines, conflictivas relaciones porque comprenden que lo que leen no es lo que aspiran a escribir o lo que leen es lo que no les interesa escribir (si tienen una vocación tan intensa como la suya, a la medida del ópalo y el Fuego). Y allí, entre las notas que les dictan los hombres instruidos, ella escribió su propia profecía. “A ver…, a ver… CIELO LLENO RELÁMPAGOS QUE RAJAN EN CINCO PARTES EL UNIVERSO ¿qué me revelarás? Cierta noche veré una estrella blanca, que deberé desentrañar, señalará un rumbo que la veleta de la cabaña me indicará si debo poner rumbo al Sur, la tierra en la que habitamos los hombres y las mujeres elementales, como las cuatro sustancias que mencioné”.

     La Profecía que se había propuesto ella misma se cumplió. O se cumpliría, mejor sería decir. Pasados cinco años de consultar Bibliotecas llenas de polvorosos volúmenes, de escuchar a Maestros que le hablaban de cartografías que no eran a las que ella quería ir, ni las ciencias de la alquimia que tanto anhelaba, ni las que aspiraba a conocer, no las que quería atesorar en su memoria, el gran día del adiós llegó. Y de ese adiós (en el que no extrañó salvo a un maestro singular, que jamás le había mentido, y la había hecho confiar en su propia pluma, prometiéndole cumpliera una profecía que él le dictaba) llegó la bienvenida a este otro mundo. Un universo de vuelos de ruiseñores, astros, batallas, fantasía encantatoria que no tenía parangón con nada del Cielo ni la Tierra. Claro que luego llegaría ese libro… Un libro en el que ella narraría las hazañas de un hombre que no era un Hombre. Un hombre que era mitad hombre, mitad dios. Aquello no dejaba de ser un prodigio. Pudo por fin salir de aquel templo que tenía mucho de monasterio con aroma a pis de roedor. Ella empezó su camino. Un camino en el cual supo que su imaginación iba a crecer como de un sembradío crece un Bosque Eterno. Porque eterna es la imaginación. Queda guardada no solo en libros propios. Sino en actos ajenos. Era aquello por lo que sentiría tal Pasión que nada podría detener, eso que no haría detener su imaginación, que sería como el agua que fluye.  Tanta pasión la devoraría como un cometa devora la materia de un astro que envuelve con su Luz incandescente un cuerpo celeste. Ella obtuvo el Manuscrito que la convertía por fin en Mujer Letrada, al salir del monasterio. Cosa curiosa. No era ese el papel tras el que ella andaba. Su gran secreto (y su gran don), era encontrar un papel y una lapicera con tinta japonesa en la que escribir sus primeras fábulas sin moraleja. Historias que no dijeran la verdad ni mintieran. “Cosa difícil”, se dirán ustedes. En efecto, cosa difícil. Pero ella era mujer de arte. Y era mujer de retos y desafíos. Y lo conquistó. Fue a partir de abandonar el monasterio en que por fin pudo ser, en un momento trascendente, la Dama de los Dragones. Ella no se puso un título. Ese es el que le pongo yo, ahora, en este preciso momento. Porque ella  es Mujer de Fuego, Mujer de Vuelo, mujer que bebe agua de manantial o vertiente y se dirige a la tierra que ellos habitan, mujer de aire, porque respira un aire muy puro. Debía olvidar lo que había aprendido en aquel monasterio de polvo y tierra. De aroma a laucha. En esas bibliotecas en las que se hablaba un idioma que no era el propio sino el de los hombres que no conocen la Pasión salvaje del fulgor. Consultó entonces otras bibliotecas. Armó la propia. Conoció a un escritor. Sí. Solo uno. Un escritor que cambió su vida por completo. La sacudió. La despertó al leer sus gruesos Libros (era por lo menos cuatro, anchos como el mar), la despabiló rumbo a una tierra que ya nada detendría. Soñar por fin con alquimistas, druidas, Dragones, fraguas, ejércitos, monedas, denarios y ese universo que la vida de una mujer en medio de una ciudad apenas puede entrever. Supo (supieron con su marido Antonio y sus hijos), después de vivir en esa enorme Capital desangelada llena de miedos, una urdimbre de desencuentros, de personas egoístas que no se prestaban ni los cospeles en medio de una Tormenta, que no estaba hecha para vivir en ella. Sus hijos ya estaban grandes. Habían echado a volar como los Dragones sobre los que ella les narraba cuentos por las noches. Había escrito muchos Libros a esta altura de su vida. Era una mujer Letrada que había investigado acerca de muchos temas, entre ellos las batallas los antiguos habitantes de esa ciudad cuando aún no se se había siquiera edificado un mero cordón de vereda. Y había inventado Libros acerca de temas o argumentos sobre los que no se puede estudiar sino sobre los que solo cabe imaginar de modo desbordante, como un jarrito de oro en el que burbujea un huevo de ópalo. Había ahora en el mundo Libros imaginados por una Mujer que había creado mundos. Mundos para niños, mundos para adultos, Mundos para jóvenes, Mundos para las personas que ella más estimaba porque tenían mucha experiencia: los Ancianos. Muchos de ellos eran muy sabios. Ahora sí sería la Señora de los Dragones. No lo decía por el Poder que confiere semejante título o semejante dominio sobre un conjunto de seres alados. Sino precisamente por ese motivo. Porque sería la Dueña de imaginar lo que se le antojara. Y ella sentía especial inclinación por las Batallas y los Dragones. También las Mujeres que usan cascos. Por el choque de las corazas, el entrechocar de armar, los golpes de las armaduras. Especialmente los Dragones que vuelan tan alto que no se distingue que son Dragones. O si son en la imaginación de un niño un relámpago que ha irrumpido en el mundo dejando el rastro de su estallido. Y si descubren que son Dragones que de pronto descienden en vuelo rasante, salvan a alguien en problemas, y siguen de largo. Porque los Dragones de la Señora de la Dragones no eran depredadores sino tan solo seres alados, por lo general, es cierto, formaban Ejércitos, pero para colaborar con los Ejércitos de la tierra que peleaban por el bien.

     Ya con el deseo de partir de Buenos Aires varias dudas la asaltaban. Algunas indignaciones. El cavilar de algunas noches. El insomnio. Ciertos viajes que cada vez la hacían extrañar más a su familia. Hasta que un día le dijo a Antonio porque lo había visto en una revista al pasar. Un rincón del mundo en una revista de turismo en la sala de espera de su dentista:

-¿Y si nos vamos a El Trapiche? A la Provincia de San Luis. Argentina es tan pura ahí. Sabés perfectamente que soy capaz de imaginar lo que allí no exista.





Antonio asintió porque supo que ella era mujer de Profecías. Y si profetizaba que ese sería el refugio perfecto, la acompañaría. Porque sería el Destino indicado.

Y entonces fue que armaron las valijas (una guardaba los sobados Libros Mágicos de aquel primer Autor), se despidieron de sus hijos, no permitieron que nadie tocara la casa sino que quedara organizada tal cual estaba para cuando tuvieran que ir a la Gran Ciudad por trámites, gestiones, o trabajo. Incluso por conferencias o Ferias del libro. Ella, como Mujer Letrada podía decir “sí” como decir “no” a una invitación. Si bien también sabía guardar modales. No obstante, un par de ocasiones había perdido la paciencia, indignada frente a un hipócrita que conocía. Era un caradura que pretendía pasar por gozar de la virtud de la Bondad. Ella sabía que por detrás de la oreja sabía escuchar secretos ajenos. Y luego hacerlos circular por el mundo. Mientras juraba ser sincero estaba cruzando los dedos por detrás de su traje porque juraba en vano, mentía. Incapaz como era de hacer una sola escena, ella cierta vez se había levantado de la mesa cuadrada con cinco micrófonos en la que debatían acerca de literatura de autoras del siglo XX en Argentina que habían escrito libros con pájaros que cantaran al mismo tiempo que recogían la pata trasera para remontar vuelo. Y entonces había dejado plantado a ese lagarto de dos patas con la boca abierta como con los colmillos de un lobo mordiéndose a sí mismo. Hombre conspirador, ni bien ella se marchó, comenzó a hacer correr rumores acerca del motivo por el que había abandonado  Buenos Aires.

     El cielo fue ancho en la cabaña del Trapiche. Pero sobre todo por las noches. Era un cielo que parecía un Mar. ¿Oyeron hablar del Mar Negro? Sí oyeron. O algo parecido les habrá llegado de oídas. Quizás en alguna clase del secundario. O en alguna Carta de los Hombres Sabios que luego se imprimen y circulan por el mundo. En el Trapiche el Cielo esa noche era como el Lago Escondido. O como un Lago Nahuel Huapi, donde dicen habita o habitó un Gran Dragón de Agua.

     Antonio dormía. Los dos eran madrugadores. Antonio se había retirado a dormir más temprano de lo habitual. Pero estaba seguro de que ella estaría junto a él pronto. Muy pronto. Él también era hombre de Profecías. En particular se las había escuchado a ella. Y él había sido el primer depositario de tales palabras. Ella las había dejado caer en sus oídos. Como se dejan caer las monedas de oro. De modo que por ese mismo motivo no se preocupó de velar por ella. Por otra parte: ¿Quién puede contra una Dragona?

     Ella quedó por fuera de la cabaña. Sentada en el largo banco de madera cedro. El mate en la diestra (si bien sabía que no era conveniente tomar mate a esas horas). Tenía puesto un poncho color ladrillo porque sentía que ese día era de construcciones. Había escrito toda la tarde hasta recién. Un libro muy grueso. Le había dicho a Antonio: “Quisiera ser recordada por este libro”.

     Miró al cielo. Miró a la estrella. “¿No es blanca?”. “¿No es una estrella blanca?”. “¿No es pura?”, se repitió algo azorada. “Y parece agitarse”. Se preguntó y se dijo según lo que iba viendo. En primer lugar no solo miró. Sino que imaginó a partir de ese espectáculo. La estrella se desplazaba. Y luego, a continuación, le pareció entrever no que se trataba de una estrella. Sino una Dragona Blanca. La Dragona le susurró su nombre. Ella estaba llena de preguntas pero las calló. La Dragona, que parecía una estrella pero era una Dragona indudable. Brillaba por el fuego de su boca, lanzaba un fuego como una llamarada del color de la espuma del mar, dio un vuelo rasante junto a ella. La rozó con una de sus escamas, que cayó a sus pies. El percibió ese sonido como la caída de una pluma. Y la Dragona se marchó. Ella apretó muy fuerte entre sus manos esa escama. Luego la llevó a su pecho, contra el corazón. Su latidos se aceleraron al contacto con ella. Sintió cómo la dotaba de una nueva vida. Como si fuera un amuleto o un talismán. Y supo, definitivamente supo, así como hasta ese momento había tenido la seguridad de temperamento de lo que iba a escribir a continuación, que la Dragona Blanca sería la próxima protagonista de su historia. de flechas y tierra colorada. Una historia en cuatro Libros. Tan solo sería una temporada. Una larga Temporada. Sin embargo, esa temporada se prolongó en muchas jornadas. Hasta el infinito. Porque de la madrugada del pan, del mate por las mañanas, del vino de los mediodías, del caldo de por las noches, finalmente llegó la historia que ella sabía cómo debía seguir. Y también terminar antes de que terminara. Pero ella seguiría escribiendo esa historia en las manos de un hombre. Un hombre que no era tan menor que ella ni la superaba en edad. Un hombre que había leído sus libros. Casi todos sus libros. Y releído varios. Él no había escuchado su voz. Pero había leído una de sus profecías. En un diálogo por escrito. Habían, digamos, mantenido una correspondencia un solo día. Era un hombre que también era escritor. No solía escribir sobre Dragones. Pero sí sobre la Señora de los Dragones. Mucho. Pero él encontraba muchos sentidos a los Dragones de ella. Y le encontraba sentido a la personalidad coherente de ella. Y a sus principios. De modo que aunque escribiera sobre otros temas, nada le costaba disfrutar de escribir sobre la Señora de los Dragones. Hasta el hombre que era más joven pero había dejado de ser un joven, pensó cierta noche: “¿Y si escribiera sobre Dragones sin imitarla a ella?”. “¿Y si escribiera sobre Dragones sin imitar a Nadie?”. Un “Nadie” genérico. Un “Nadie” que abarcara a todos los que habían escrito sobre Dragones. Él no tenía en sus planes convertirse en un escritor cuya obra estuviera protagonizada por Dragones Sagrados o por Magos.

     Pero regresemos a ella, que es lo que cuenta en esta historia. Escribió de modo incesante hasta llegar a la conclusión de que debía hacer un Viaje. Y de que era un Viaje que ella ya no escribiría. Antonio dormía. Se sentó cierta noche sobre una montura (no les diré de qué, no les diré cómo, no les diré hacia dónde marchó, tan solo se trataba de una pausa, de un Paréntesis, digamos, como los que ella escribía en sus libros), y emprendió vuelo. Si miran hacia El Mar Negro la encontrarán, como cometa incandescente, dejando su estela marina en el medio de un cielo de fuego. La montura no vacila jamás. Ella es una mujer de batallas para la paz. Y solo se trata de esperar. Ella esperará. Nosotros esperaremos. Yo, al menos, soy capaz de aguardar, paciente, a que la Profecía que escribí en mi propio Monasterio (uno parecido al suyo pero en otra parte del Globo), me conduzca hacia ese tiempo y ese espacio que tiene un nombre que no pronunciaré porque cada uno lo bautiza a su manera. Yo sé cuál es el nombre que le doy. Eso me basta. Guardo la espada. No soy tan viejo ni tan joven. Probablemente como ella cuando subió a su montura. Envaino la espada. Subo a mi montura. Sé qué montura es pero no les diré cuál. Imagínenlo. No es tan difícil después de todo. Para eso existe la literatura. Para jugar. Ficción. Para pensar el mundo hecho a nuestra medida. Sé que en el Globo de la Tierra y en el Globo del Aire (dos sustancias elementales), se están librando batallas. Ahora me seguirá tocando librar la mía. Salgo a mi jardín. A mi propio jardín de verano. He dejado los asuntos en orden antes de marcharme. Estoy en mi montura, en la puerta de mi cabaña, tan, tan lejos de la que fue la suya. Y ella de pronto apoya su espada sobre mi hombro. Se me hiela la sangre ¿Una suerte de bautismo? Me dice algo al oído. No entiendo muy bien qué es. Es como una pequeña música nocturna. Una melodía de la noche. Pero confío en ella. No importa que no entienda. Sus Profecías siempre su cumplen. Yo no soy hombre de profecías. De pronto de su montura sale un fuego que le ilumina el rostro y la distingo con claridad por fin. Distingo sus facciones. Yo no soy viejo ni soy joven. Es una buena edad para echar a volar. Para echar a volar habiéndolo hecho todo a su debido tiempo. O habiéndolo escrito todo. (mi forma de haberlo hecho). Escribir es mi forma de vivir. Pego un soplido al velón que alumbra por fuera mi casa. Y remontamos vuelo.

 


Adrián Ferrero, La Plata, madrugada del 4 de enero de 2022

lunes, 6 de diciembre de 2021

“Admirar las maravillas: un encuentro imaginario con María Elena Walsh” Por Adrián Ferrero

  En este texto alegre y profundo Adrián Ferrero nos trae como regalo una charla imaginaria con María Elena Walsh. Si de delicias se trata, vaya este bocado dulcísimo para ustedes, queridos lectores de El mono de la Tinta

“Admirar las maravillas: un encuentro imaginario con María Elena Walsh”

Por Adrián Ferrero

 




-Buenas tardes, María Elena. Muchas gracias por recibirme en su casa-, pronuncio algo amedrentado por tanto talento guardado como en una cajita de nácar, delicada y sutil.

-Sí pasá. ¿Y si nos tuteamos?


-Sí, para mí sería un gusto. Pero usted es una figura tan enorme que diera la impresión de ser un monumento más que una mujer. Un monumento al talento, a la creatividad, a los principios éticos, a la ductilidad, a la plasticidad, a la capacidad de trabajo, a la vida aventurera.


-Eso son calumnias, diría Borges. Yo solo soy una mujer de la cultura. Eso sí, tenés razón, me he comprometido con ciertos derechos que considero importantes. Uno de ellos es el del reconocimiento mujeres para que sean respetadas. Y estén a la par del varón. Eso he intentado hacer toda la vida. Pero me ha salido solito. No lo busqué. Simplemente un día me puse curiosa. Creativa. Me dieron ganas de viajar. Conocí gente maravillosa con quienes compartir la vida. Amigos, amigas, músicos, músicas, musicólogas, como Leda Valladares, con quien durante más o menos diez años consolidamos el dúo “Leda y María”.
Y esa parte de mi vida fue decisiva. Porque si bien yo venía de la poesía, este nuevo ingrediente que me proporcionaba la música, era una herramienta novedosa. Recursos renovados para seguir interpretando primero, más tarde, cuando me convertí en compositora para adultos y niños, tomé de allí muchos ritmos, géneros, mezclé la harina con el agua, como quien dice. Un poco de sal. Por mi parte, si me lo permitís, un toque de queso sardo rallado. El queso me encanta. Es una de mis comidas favoritas. Me gustan las picadas ¿Te gustan las picadas, Adrián?

-Sí, muchísimo. Pero las como muy de vez en cuando. No tengo la costumbre de comprar o encargar para que me traigan a casa. Soy de comer más verduras, frutas. Pueden parecer comidas más insulsas. Pero intento que mi dieta sea lo más sana posible. Si bien, bueno, de vez en cuando, soy capaz de devorarme una milanesa a caballo, de esas con huevos fritos y papas fritas. Las comidas insulsas tuve que empezar a consumirlas regularmente con motivo de una operación seria que tuve de intestinos que me obligó a llevar una dieta estricta, con mucha fibra.

-Comprendo. Yo ando perfectamente de mis intestinos. Entonces me puedo dar estos lujos de comer picadas. Es graciosísimo porque cuando viene alguien a cenar compro una picada y a la gente le da vergüenza comer. Y a mí para nada. ¿Por qué a la gente le da vergüenza comer cuando va de visita a una casa? ¿temen pasar por maleducados? ¿qué más quiere el dueño de casa? Yo, en cambio, todo lo contrario. Entonces pico, y pico, y pico. Eso es una picada. Y de tanto picar parezco una avispa o un tábano. Me gusta el cantimpalo también”

-Estamos hablando de palabras mayores, María Elena. Pero yendo al motivo por el cual la visitaba, que en verdad tenía que ver con conocerla personalmente, en primer lugar. En segundo lugar, contarle algunas cosas que usted escribió, compuso o realizó y que a mí me resultan magnéticas, le quería decir que fue papá quien nos introdujo en su obra. Nos hizo escuchar las canciones como yo después se las hice escuchar a mi hija, alrededor del año 2001. Ella había nacido ese año y yo ya le ponía sus canciones. Para que se le fuera acostumbrando el oído a tanta maravilla. Porque las maravillas empiezan por entran por los oídos en forma de canción.

-Bueno, bueno. No exageres. Hay muchos compositores excelentes. También para niños. Yo porque trabajé en Argentina. Pero hay antecedentes en el mundo. Y hay músicos posteriores incluso en Argentina que son estupendos. Ya en la música para adultos, cambio bruscamente el rumbo de nuestro campo de discusión, a mí me gustan muchos los Les Luthiers.

-Yo me quedo con vos, con tus canciones y tus cuentos grabados. Me acuerdo de uno que tenía a un personaje que se llamaba Don Fresquete. Era fabuloso ese cuento. Encima yo lo escuchaba en invierno, cerca de la estufa de living, donde estaba el tocadiscos, porque la verdad es que hasta me daba frío escucharlo.

-Comprendo. Sí. Es cierto. Cuando uno es chico le impactan mucho más las cosas. Sobre todo porque tiende a vivirlas de un modo tan subjetivo, las empapa de grandeza, tiende a idealizarlas, a exagerarlas, al punto en ocasiones las deforma para bien y en ocasiones las deforma para para mal. Son cuestiones de la subjetividad infantil, de la maduración.

-Sí. Y de la personalidad. Hay gente más temerosa que otra. Hay gente más valiente (bueno, o más inconsciente, quién puede saberlo). Y hay gente muy influyente en otros. Así como hay gente que se deja influir por otros más poderosos o con más poder de determinación.

- ¿Usted se dejó influir por gente más poderosa?

- El embrujo del amor.

-Sí. Hay ocasiones en que o nos enamoramos de alguien ciegamente. O bien el mundo parece girar en torno solamente de una persona. Como un eje gravitatorio. Yo, por ejemplo, no estuve tantas veces enamorado. Quiero decir, sí, me han gustado muchas personas a veces. Pero no había reciprocidad o bien eran amores imposibles. De modo que renunciaba a ellos. Con desazón.

-Eso pasa, Adrián. Es muy frecuente. Es muy difícil enamorarse. Se tienen que dar un montón de factores que confluyan en un lugar y un momento. Los adecuados. Por ejemplo, en mis cuentos. No suele haber tantos casos de amores. Se trata más bien de situaciones o exóticas, o disparatas, o con sinsentidos (nonsense, como les dicen los ingleses) o bien absurdas. ¿Te gusta jugar con el absurdo?

-Muchísimo. Está, como todos sabemos, esa línea del teatro, como Eugene Ionesco, del teatro del absurdo. A veces Samuel Beckett, si bien Beckett no es exactamente absurdista. Pero tiene, por ejemplo, momentos o una vertiente en esa línea. Momentos de desconcierto. Y a una le parece tan sorprendente la pluma de Beckett. También leí de él “Final de partida”. Me encantó esa obra de teatro. “Esperando a Godot” también. Pero no sé. “Final de partida” tiene algo especial en mi vida.

-Veo que sos una persona culta.
-No se crea. Sé de algunos autores, porque los he estudiado. A otros por la Universidad Nacional de La Plata, donde estudié Letras, como es obvio. He sido un lector ferozmente voraz.

-Lo supuse.
-Pero yo me agarraba cada chinche. Porque no nos daban para leer literatura para niños ni juvenil. Hasta que un buen día, cierto día, mejor dicho, era de noche, lo recuerdo, yo ya había terminado la Universidad, me dije: “¿Y si escribo yo cuentos infantiles?”. En realidad, no me lo propuse deliberadamente, ahora que lo pienso. Simplemente tuvo lugar. Aconteció. Y me animé, en 1999 a escribir uno a partir de una entrevista que de una revista frívola que le hacían al actor Alfredo Alcón. A mi juicio el mejor actor argentino de todos los tiempos. Fue un lindo homenaje, dicho sea de paso. Si bien él no es el protagonista. Pero sí la anécdota que se cuenta es real. Él de chiquito le pedía a su papá que la bajara la luna. Y leí ese: “Le pedía a su papá que le bajara la luna”. Y me dije: “Esta es la mía”.

-Yo he leído mucha literatura para niños, por supuesto. He tenido la fortuna de conocer a algunas de sus autoras y autores más recientes porque se han acercado a mí para pedirme consejos. O simplemente para saludarme. Los cuentos y poemas para niños han sido fundamentales en mi vida. Me han alimentado. Le han dado vuelo a mi imaginación y mi fantasía. De allí que yo pudiera escribir tantos cuentos y novelas. A mí, de todo lo que escribí lo que más me gusta es Dailan Kifki.


- ¡María Elena! ¡La primera novela completa que leí! ¡Y es suya! Estoy tan agradecido. Me introdujo en el universo de la novela. Es de 1966. Yo la leí alrededor de 1976 o 1977. Recuerdo que no podía parar de leerla. Me resultó deliciosa. Yo estaba completamente obnubilado. No podía creer la cantidad de cosas fabulosas que iban pasando. ¿Un elefante en un zaguán con un cartelito de que lo habían dejado abandonado? No hay derecho. Abandonar a un pobre elefante que ocupa mucho espacio. Y también había un personaje que decía siempre “Estamos fritos”. Yo no sé por qué pensaba en papas fritas. De todo lo frito que se puede comer, junto con los pastelitos, o las empanadas, o los buñuelos.

-A mí de las frituras,Adrián, la verdad es que me gustan las tortas fritas y las empanadas de carne bien condimentadas. ¿Qué opinás de eso?

-Sí, opino que tenés toda la razón del mundo. Es que en realidad del universo culinario lo más rico me parece que son las cosas fritas. ¡Me olvidaba de las las tortillas de papas!

-Sí, también. Por supuesto. Y todavía te estás olvidando de algo mucho más importante: las rabas o los cornalitos. El pescado frito tiene lo suyo.

-Uy, María Elena. Eso directamente es imperdonable ¿cómo iba a olvidarme de esa comida tan irresistible?”

- ¿Te gustó algún libro mío además de Dailan Kifki?

-En realidad me gusta todo. No puedo elegir. Me gustan los poemas para adultos. Me gustan las canciones para adultos. Este año escribí un artículo analizando las letras de tu cancionero para adultos. Fue un deleite. Y también un desafío. Eran poemas/canciones. Así las definió un experto.

-Es posible. Yo ponía al escribirlas el mismo cuidado que cuando escribía mis poemas. Y te confieso que hasta me servía de los mismos recursos. Las letras para mí, como bien dijo este experto, son otra forma del poema. Por eso requieren ser trabajadas, cinceladas, pulidas, urdidas con cuidado. Y cuando una las canta, las desovilla como a una media que tiene una hilacha suelta, esa hilacha no debe estar. Es por ese motivo que el perfeccionismo es importante.

-Cuando mi hija era bebé también con su madre escuchábamos todas las canciones para adultos que vos misma cantabas. Me gusta tu timbre. Tu registro de voz. Era, yo no sé de estas cosas, pero parecía algo grave.

- ¿Grave? ¿urgente? ¿preocupante? ¿Qué, te daba dolores de cabeza?
- ¡Pero no! Usted me está haciendo un chiste y yo le estoy hablando en serio. - También escribí un trabajo sobre su poesía para adultos. Nuevamente crítica literaria. En fin, estoy un poco resignado a que me salga eso, a ser crítico mal que me pese. Me gustaría escribir más cuentos. Sobre todo cuentos infantiles. Escribir cuentos es lo mejor del mundo. Uno se siente el creador de un universo. Del que teje y desteje los hilos. Pero solo si son buenos. Si a uno le salen bien. Esos redonditos como una bola de billar. De otro modo los borro y los mando a la Papelera de reciclaje.

- ¡Pero vos estás loco! ¡Se guarda todo porque uno nunca sabe qué puede salir de un cuento que ha quedado chueco! Mal cosido.

-No sé, a mí me da la impresión de que es su destino quedar chueco de por vida. Me da la impresión de que son irrecuperables. Irremediables.

- Pero no seas tan pesimista. Yo he reescrito cuentos que estaban para tirar y han quedado bastante bien. Con una buena terminación. No te diré que eran lo más inspirados. Pero por lo menos no se les veía el dobladillo. Vos me entendés qué quiero decir con “no se le ve el dobladillo”. Como a los delantales para ir al colegio de antes.

-Creo que entiendo. Algo así como que no se le ven las imperfecciones. O las costuras con las que uno los mejoró. No sé. A mí me da la impresión de que cuando un cuento llega malogrado tiene ese destino para siempre. Está confinado al olvido. Y resulta muy difícil revertirlo.

-Yo no estoy de acuerdo con esa idea. Hay que dejarlo descansar. Ahora que lo pienso ¡Es cierto! Los cuentos se cansan de que uno les ande zumbando alrededor. ¡Uy! ¡No me di cuenta de que no te había ofrecido ni siquiera un té! ¿Querés un té?

-Gracias, María Elena, así estoy bien. Pero un vaso de agua te acepto.

María Elena se retiró a la cocina, abrió la canilla del Dispenser y llenó un vaso. O por lo menos eso creí escuchar. Yo estaba en living. El Dispenser sobre la mesada de la cocina. Estaba tan fría por suerte.

-Está riquísima. Debe de ser de esos Dispensers que tienen agua fría y agua caliente en bajas o altas temperaturas.
-Exacto.

-Debe de ser fabuloso para hacer un té, por ejemplo. O un café instantáneo. En un periquete se hace el café.

-En efecto. “Estamos invitados a tomar el té”. ¿Te acordás de esa canción?

- ¿Cómo no me voy a acordar? Pero mi favorita es una muy melancólica. Yo soy de temperamento muy triste, muy melancólico, mejor. Me gustaba una que decía “Los castillos se quedaron solos. Sin princesas ni caballeros…”. Y me imaginaba construcciones, una arquitectura desolada. Sin personas. Sin ninguna clase de habitante. Y un rayo de sol que entraba por la ventana. Iluminaba una habitación en la que no había nadie. Y en un rincón se formaba una sombra.

-Sí. Pero a mí también me gusta mucho esa canción que compuse. Yo también soy melancólica. Nadie me puede creer porque escribo cuentos y compongo e interpreto canciones con mucho humor. Pero en el fondo. Muy en el fondo, en ese lugar en el que el corazón se vuelve semilla, brote, yema, canto, soy melancólica. Esa zona recóndita del alma, que nadie conoce salvo uno mismo. Porque es intransferible. Bueno, yo te puedo contar esto. Pero sentir, lo que se dice sentir, esa melancolía, solo yo misma puedo hacerlo.

-Estamos a mano entonces. Somos parecidos en algo.

-Pero también en que los dos escribimos.
-Bueno, eso es una forma de decir. A mí jamás se me pasaría por la cabeza en una charla mano a mano con usted decirle que soy escritor porque usted es superlativa.

- ¿Super qué? ¿Superman?


- Es una forma de decir, una hipérbole. Quiero decir que usted es la máxima. Es lo más a lo que un escritor puede aspirar. Incluso para adultos. A mí me gustan sus novelas para adultos. Novios de antaño y Fantasmas en el parque. Creo que me gusta más la primera. Tiene mucho humor. En verdad las dos tienen humor. Pero la última es más autobiográfica. Y es más seria. Es cierto que es de las más recientes que recientes que escribió. Transcurre en ese parque. Esa plaza a la que usted o alguien muy parecido a usted va a tomar sol todas las tardes. Y los perros hacen necesidades y usted y todos sus vecinos del barrio se quejan. Vos no debés tolerar los edificios de departamentos.

-Para serte franca, Adrián, vivo en uno y no los tolero. En el verano nos fuimos con una amiga a una quinta y yo me leí entero, bajo el sol de la mañana, la saga de En busca del tiempo perdido del autor francés Marcel Proust. Es larguísima. Casi perpetua. Pero en verdad fue tiempo ganado. Imaginate todo el tiempo que estuve leyendo. Pero estaba el pastito recién cortado porque venía el jardinero. El olor a césped. Estaba el sol, como te digo. Había una pileta, por si quería tomar un baño o nadar (yo nado poco, pero bien, si bien no me gusta el agua me muevo bien en ella).

- ¿Te gustó París, María Elena?

-Me pareció de oro. No de plata. Una bandeja de oro. Como si estuviera metida en una novela de Liliana Bodoc. Me gustó siempre Liliana Bodoc. Y no nos conocimos jamás personalmente. Pero la leo mucho. Es una grande. ¡Y cuánto escribió!
-Sí, la verdad que sí. Yo escribí dos encuentros imaginarios con ella, en su cabaña de El Trapiche, en la Provincia de San Luis. Pero también mucha crítica literaria. Muchísima. Ya ve. Esto de la crítica literaria en mi vida parece algo irremediable. Soy incorregible. Pero me sale solita.

- ¿Y qué te decía en esos encuentros que deben de haber sido maravillosos?
-Bueno. En realidad, mucho no puedo contar. Son dos secretos entre ella y yo. Pero te cuento que dibujaba un círculo de fuego en aire y me regalaba un libro de mar.

-Veo que te gusta el agua. El vaso de agua. Ahora el libro de agua.

-Sí, el agua el fundamental en mi escritura. Está siempre. Jamás se marcha. Es una dulce, amable compañía, presente compañía. ¿Y cuáles son sus compañías?

-Me gustan mucho los animales y las sirenas.
-Lo imaginaba. Había leído varios cuentos suyos sobre animales. Y “La sirena y el capitán”.

-Ese. Sí. Ese mismo. Es un capitán malvado porque la quiere capturar. Es un español que llega a conquistar América. Pero se rebelan los pájaros, los monos y otros animales de la selva y lo echan. No le queda otra más que salir disparando. No disparando el arcabuz. Literalmente rajando. A él y todos los conquistadores. Si habrán hecho barbaridades acá. No tienen perdón de Dios.
-Sí. Justamente Liliana Bodoc trabajó bastante con el sustrato aborigen y las culturas precolombinas para su épica fantástica.

-Sí. La he leído. Es fascinante. Me gustaría ser su amiga. ¿A vos no?

-Bueno, de tanto escribir sobre ella ya me siento un poco amigo. Pero seguro que me encontraría defectos. Como si conociera los entresijos de su alma. Como si hubiera penetrado en los secretos creativos de su vida. Hasta incluso he llegado a conocer que he alcanzado a rozar alguno de sus misterios de tan profunda que ha sido la comunicación. Yo soy bastante imperfecto. Me encuentro algunos manchones de plasticola de color en la camisa.
- ¿Y qué más querés? Es lo mejor del mundo jugar con plasticola de colores. Pintar. Dibujar. Hacer la flor redonda del país de la geometría. ¿Te acordás de ese cuento mío?

- ¡Pero cómo no me voy a acordar, si es el que más me gusta!

- ¿En serio? A mí también es el que más me gusta. Bueno, y la canción “Manuelita”.

-Tengo una amiga que escribe para niños. Sus novelas son sobre tortugas. La tortuga Antigua Pasolento. No Manuelita. Pero uno siempre encuentra ecos en los maestros ¿no te parece?

-Sí. Yo no me considero maestra de nadie. Pienso que cada cual hace su camino. A lo sumo se alimenta, se nutre de la literatura de otros u otras. Esta una especie de posta. Uno se la pasa a otro. Como en ciertos deportes.

-Sí, yo creo lo mismo. Pero hay creadores muy influyentes que nos impactan tanto pero tanto que nos quedados patitiesos.

-Sí. Ya sé. Sospecho que la tortuga de tu amiga, Antigua Pasolento, por todo lo que me contás, debe ser una creadora que se inspira en otros creadores de modo permanente. Pero en creadores que ella considera afines a sus principios.
Y…Yo la verdad es que no soy demasiado objetivo.
-Te mando solamente un mensaje para tu a amiga.
-Sí, dale María Elena.

-En primer lugar, le decís que le dé de comer pepinos a Antigua. Y a continuación le decís: Querida amiga de Adrián: Manuelita le manda saludos a Antigua Pasolento.

- María Elena. Se va a poner super contenta. Y yo le mando el mensaje que seguro si ella estuviera acá te diría vos: “Vos encontraste tu maravilla”. Eso es todo.

- ¿Eso es todo? ¡Es una barbaridad! ¡Es muchísimo para una persona encontrar su maravilla! Hay gente que no encuentra su maravilla jamás. Viven tristes y enjutos.

- Bueno, pero ella es experta en enseñar a que la encuentren con sus libros. En sus libros, en sus clases, en sus talleres, en sus charlas, en sus Zooms.

-Bueno, Adrián. Espero que un día vengas de visita con ella.

- ¡Por supuesto! Ella también encontró su maravilla. Y me dice que yo también tengo una. Salvo que no me doy cuenta. Yo sin embargo creo que todavía la estoy buscando. Prendo la linterna de noche. Abro las cortinas bien de mañana. Reviso la casa. Miro en el patio. Barro los zócalos. Hurgo en los zaguanes. Me interno en los sótanos. Miro por entre las cortinas de la cocina.

-Las maravillas no se buscan. Se encuentran, Adrián. Y jamás en los lugares que me acabás de mencionar. Por otra parte. A veces hace falta toda una vida para encontrar nuestra maravilla. O ya la tenemos delante de las narices y esa maravilla es invisible a los ojos. Porque es una virtud. No un reloj de lujo.

-Bueno, María Elena. Será cuestión de escucharlas a las dos. A usted y a mi amiga. A través de la tortuga Manuelita y de la tortuga Antigua Pasolento. A ver si por fin mi maravilla se hace ver. Por lo pronto, disfruto muchísimo de ver las de los demás.

-Eso me encanta. Es muy bueno conmoverse con las maravillas de otros. Y admirarlas ni te digo. Y disfrutarlas mucho más. Admirar las maravillas de otros a mi juicio es un sentimiento de grandeza. Ahora que lo pienso. Tal vez esa sea tu maravilla. Admirar la maravilla de otras personas sin envidias.

Le doy un beso en la mejilla porque hemos intercambiado las palabras primordiales. Ni una de más. Ni una de menos. Me acompaña hasta la puerta, que no hace ruido. Los pasos son silenciosos porque hay una alfombra toda verde en su casa. Pero, aunque no hubiera una alfombra, estoy seguro de que ella tampoco haría ruido. María Elena no es ruidosa. Ni para hablar ni para moverse.

     Y me despido. Con todas las esperanzas que me acaba de aconsejar. Con toda esta otra maravilla de nuestro encuentro, no dejará de resultarme sorprendente por el resto de mi vida.  



 

 

 

lunes, 23 de agosto de 2021

Reseña: "La oscuridad de los colores" de Martín Blasco, por Silvina Flamini


 Silvina Flamini nos acerca esta reseña que invita a la lectura de adolescentes y adultos sobre "La oscuridad de los colores" de Martín Blasco. 




LA OSCURIDAD DE LOS COLORES, Martín Blasco. Editorial Norma, 248 páginas (a partir de 13 años).

 

Esta es una novela oscura y siniestra, como lo anuncia el título, y la primera duda que surge es: ¿los colores tienen oscuridad? Pregunta inquietante que motiva al lector a sumergirse en la lectura.

Los capítulos se van alternando entre el diario personal de J.F. Andrew  y la historia de Alejandro, un periodista, a quien le encomiendan investigar la desaparición de cinco bebés durante el primer Centenario de Bs As. Esos niños reaparecen veinticinco años después en sus hogares: han sido sometidos a un plan macabro de Andrew, con fines "científicos".


Estos niños serán rebautizados (y la incógnita, develada) con nombres de colores y criados bajo distintos estímulos para demostrar a lo que es capaz de llegar el ser humano.


En la investigación, Alejandro descubrirá no solo las verdaderas identidades de los jóvenes y quiénes se esconden detrás de esta aberración, sino también algunos secretos.


Salvando las distancias argumentales, la obra puede ser leída como un intertexto de La isla del doctor Moreau, de H. G. Wells ya que en ambas hay una experimentación con el ser humano producto de los deseos más egoístas e inescrupulosos del hombre.

 

El contexto en el que se desarrolla la historia es el de fines del siglo XIX y comienzos del XX, pleno auge del positivismo, de la hipnosis y de experimentación científica; un mundo cambiante, de olas inmigratorias generadas por el estallido de la Primera Guerra Mundial. La Buenos Aires de 1910 será el telón de fondo que acompañe a los personajes en su propia búsqueda de la identidad.

 

La oscuridad de los colores es una novela llevadera, de ritmo ágil para el público juvenil o adulto que guste de lo intrincado; es diferente a otras novelas del autor y, por ello, muy atractiva. 

 

 Silvina Flamini

Nací en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, allá por el año ‘74. Estudié el Profesorado en Letras en mi ciudad y hace años que ejerzo la docencia en distintos colegios.
Colaboré en la organización de las “Jornadas de Poéticas de la literatura argentina para niños”, que se desarrollaron durante varios años en La Plata. Asisto con regularidad a jornadas, congresos, charlas sobre la LIJ, y tomo talleres para perfeccionar mi escritura. En 2019 cursé la Diplomatura en Literatura infantil para docentes, dictada por la UCALP.
He publicado dos libros de cuentos: Crónicas mininas y otros relatos  y ¿Érase una vez? Tal vez…, recientemente lanzado.
Me dedico, además, a difundir la literatura infantil y juvenil porque es algo que, verdaderamente, me apasiona.

lunes, 2 de agosto de 2021

“Gabriela Casalins: una poética de la imaginación salvaje” por Adrián Ferrero

 Nuestro colaborador Adrián Ferrero hace una semblanza de la trayectoria literaria de nuestra Gabriela Casalins. Sin obviar su amistad con ella, no cae en lo tendencioso. Nos muestra que nadie mejor que él para hablar de la conexión entre la vida y la literatura de esta escritora platense. No nos extendamos más, sólo les queda ahora leer el artículo.



     Como premisa, esto es, como primer paso en el marco de un trabajo crítico, en el presente artículo no ocultaré que mantengo una relación de amistad con su autora de ya largos años. De compartir experiencias vitales, existenciales, metafísicas, expresivas y afectivas que desde esa misma amistad franca nos mantiene en continuo intercambio fecundo. Ello no es sinónimo bajo ningún punto de vista de que este artículo carezca en el abordaje de su corpus de rigor u exigencia críticos. O acaso busque el panegírico. Más bien, muy por el contrario, se sirve de esa cercanía para reconstruir una trayectoria, la consolidación de una voz, la detección de ciertos núcleos recurrentes en su poética, un cierto modo de trabajo, el sistema de lecturas de la autora, servirme de los trayectos formativos compartidos para recuperar esos aprendizajes y ver de qué modo los hemos procesado cada uno de modo diferente. Diálogos llenos de franqueza y honestidad conducen, inexorablemente, a que la amistad no precisamente interfiera en el trabajo crítico, sino que me brinde más recursos para interrogar sus textos con idoneidad. Por otra parte, compartir la vida durante largos años permite conocer a fondo el sentido de la ética de una persona en los hechos, no ya de palabra. En la acción, en la interacción cotidiana y  en la intervención en el mundo. Asistir al modo como realiza aportes a la comunidad, cómo es su socialización y de qué modo cuida de sus afectos y de sus semejantes. En tal sentido, y aquí sí seré enfático, Gabriela Casalins escribe como vive y vive como escribe. Esto es: hay una congruencia tan absoluta entre su sentido de la libertad y su sentido de la libertad subjetiva en directa relación con la creatividad, la seriedad con la que encara el trabajo de sus propios textos o supervisa los ajenos, ofrendando su tiempo generoso para colaborar, que su responsabilidad y su compromiso resultan elocuentes. Hasta aquí entonces mi definición de Gabriela  Casalins como amiga, como ser humano completo y, ahora sí, vamos a las cosas.

     Rosemary Jackson, la investigadora norteamericana, ha estudiado los alcances de la literatura fantástica o lo que ella ha dado en llamar “fantasy”, en su libro Fantasy. Literatura  y subversión (versión original en inglés de 1986) que, en un sentido amplio, comprende a todo campo de la producción literaria que transgreda las leyes de verosimilitud propias de la literatura realista. En esta categoría ingresarían naturalmente obras fantásticas en primer lugar, pero también el cuento extraño, la ciencia ficción, el gótico, entre otros géneros desde lo temático afines. En tal sentido, habría toda una serie de unidades que el fantasy y su construcción tanto desde lo semántico como desde lo formal pondría en cuestión. La unidad de personaje (adoptando formas, tipos, figuras, encarnaciones, figuraciones) que rompen con el estereotipo de la literatura realista. En efecto, se trata de una literatura que a la noción de personaje entendida en los términos más estereotípicos y tradicionales la desarticula. Existen personalidades múltiples. Los personajes cambian de identidades. Las identidades nos son fijas, estables, hay metamorfosis, entre otras variantes. Igualmente ocurre con la unidad de tiempo y la unidad de espacio, que por ejemplo en la ciencia ficción se ven fuertemente comprometidas. En estos géneros son frecuentes la discronías y las ucronías. Y, en el orden de las relaciones humanas, las distopías, entre otras formas de la transgresión también del universo social, lo que genera confusión, destrato, caos o bien violencia, tal como lo apreciamos en su dimensión de la realidad empírica, constatable. Estas son algunas notas que plantea el fantasy (no todas) muy a grandes rasgos. Por otro lado, sí diría que la hipótesis de Jackson es que el fantasy lo que sí hace es plantear (en sus palabras) “imposibles semánticos”, esto es, circunstancias, episodios, hechos, acontecimientos, relaciones, vínculos, sucesos, climas, atmósferas, que según las leyes del convencional discurso realista, más lineal, más naturalizado, más unívoco, en lo relativo al referente no solo imaginario, no tendrían cabida bajo ningún punto de vista. A la luz de estos atributos, dibujados muy a grandes trazos sí diría que la escritora de La Plata (Argentina) Gabriela Casalins (La Plata, 1961), autora de literatura para niños y para adultos, de poesía, narrativa, obras para títeres, entre toda una amplia diversidad y variedad de registros por dentro del orden de la producción literaria, en ocasiones manteniendo la unidad de sentido, es un ejemplo cabal de este tipo de literatura. De una poética que desde la representación literaria plantea una fuerte oposición a la cultura represiva imperante y dominante que impide la libertad subjetiva, el desenfreno de la imaginación, la posibilidad sensible de sentirnos comunicados mediante formas alternativas al dibujo de lo que proponen fórmulas convencionales que no aportan sustantivamente nada al panorama de la biografía de un sujeto en la sociedad contemporánea que pueda eludir la prohibición de crear, de recrear por dentro de la cultura y su, diría Freud, malestar. Pero, por sobre todo, a partir de una poderosa intervención en el orden de lo simbólico que se proyecta hacia el orden de lo material o físico, afectándolo notablemente. Y modificándolo. Gabriela Casalins publica cuentos en antologías colectivas, forma parte de un libro cuya Editora es nada menos que la Dra. en Ciencias de la Comunicación y escritora Graciela Falbo (quieran estuviera muy ligada a la literatura infantil durante una buena etapa de su vida; luego se volcó, en una singular e importante producción de la lírica). Esta antología institucional, porque fue publicada por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social dependiente de la Universidad Nacional de La Plata, social (el marco institucional dentro del cual había tenido lugar el taller de escritura del que ambos participamos junto con otros asistentes, muchos de ellos escritores), dio por resultado en 2002 el libro Cara y ceca de la escritura. Cuentos y procesos creativos. Allí de un lado del libro figuraba una selección de relatos a partir de la misma consigna impartida a todo el grupo. Y del otro, en una cara invertida, la reconstrucción de los procesos creativos a partir de los cuales habían tenido lugar.




     Llega luego un libro con el que obtiene un premio importante, el Primer Premio Internacional Hespérides con su libro Historias familiares (2005). Este punto ya nos sitúa frente a un sujeto mujer en primer lugar, diría yo, con poder de iniciativa, atento a reconstruir sus propias tramas identitarias, las de sus mayores y lega a su descendencia toda una riquísima memoria que, transmutada en relato, deviene un capital difícilmente olvidable para ella y para los suyos. También para quienes somos sus amigos o participamos de su entorno afectivo, atentos y ávidos por conocer estas historias que siempre dejan abiertos los sentidos en lugar de cerrarlos. Suelen ser fuente entrañable y, naturalmente, como no podía ser de otra manera ponen el acento en un cierto tipo de educación (y no otra). Sientan las bases de una ética hacia el semejante. Y de la construcción de la concepción de ese semejante en función fue formado este sujeto mujer de lo que es capaz de brindarle, de aportarle, de darse tanto intrafamiliarme como por fuera de ella como exogámicamente. Asimismo, de qué modo las generaciones mayores trazan un puente hacia las que están comenzando a florecer para ponerlas al tanto de dónde vienen. Y de dónde vino su madre. Sienta las bases de un pacto, también, con sus ancestros. Gabriela Casalins ya demarca, eso queda claro, un territorio sagrado. Lo hace adoptando la forma de un corpus de historias interesantes, bien escritas, con trama y argumento que cautivan (como toda su literatura, que jamás pierde de vista el interés y la atención del lector, no perder a ese lector al que aspira a conquistar con las armas de la seducción del relato bien escrito, no solo con emociones o contenidos que sean fuertes y atractivos, en libros donde pasen cosas que son apasionantes, si bien pueden ser dolorosas (como en su cuento “Desagelada”, a propósito de una chica de la calle, en plena orfandad), con emociones, que conmuevan, que movilicen pero sin efectismos, sin moralejas ni didactismos simplistas, sino por una poética, a secas. Por lo tanto, que atraen porque constituyen una tipología de discurso literario altamente atenta a estar pendiente del receptor. Una poética que no es partidaria de la codificación del discurso literario sino de su liberación hacia todas sus dimensiones creativas posibles. También es la escritura de factura trabajada, urdida cuidadosamente, la que le interesa a Casalins (sin llegar al extremo del adorno o la escritura ornamental, plagada de florituras, prácticamente vacía o falta de toda intensidad emotiva o de ideas, axiológicamente connotada sin clase alguna de valores). El libro clave de toda su producción (lo que por supuesto puede ser objetable por parte de otros especialistas) es a mi juicio Animalia (2009). Un bestiario medieval para el cual se documentó, estudió, leyó, pero también para el cual fue tremendamente original en lo relativo a sus tramas, argumentos y atribución de fisonomías a estos seres fabulosos que, una vez más, venían como proponía Rosemary Jackson a romper con una tipología de personajes y protagonistas habituales, instalados en la ficción según el sentido común, una estereotipia que nada venía a aportar a la poética (y al mundo, en un sentido mucho más amplio, agregaría yo). Casalins, en cambio, será desafiante. Organizará un conjunto de tramas que no serán concesivas con lo que la literatura propone en su normalización sino en la “subversión” (palabra de Jackson). Sus personajes adoptarán la forma que ella desea y no la que la sociedad impone. Y el universo poético de Casalins será el de personajes fabulosos en diálogo sin embargo con el universo humano. No elimina a los humanos de ese cosmos sino que integra ambas dimensiones. Criaturas fabulosas con criaturas humanas, con seres humanos. Así, introduce un contrapunto riquísimo. No hay agresión ni hay ataques  ni hay violencia. No hay antagonismo (al menos que yo recuerde en lo primordial) sino que más bien hay extrañamiento, para usar un término propio de los formalistas rusos. Pero tampoco hay una suerte de perplejidad asustadiza que conduzca ni al trauma ni al terror. Se trata de figuras claramente distintas del humano pero que no han llegado para depredarlo. Esta es la zona de la imaginación que más finamente a mi juicio Casalins desata, pone en estado de libertad subjetiva. Y de rebelión contra los límites de la ficción realista.

Finalmente, llegarán dos libros para niños: un díptico. Lo que Teo no dice (2014) y Lo que Teo descubre (2018). Es aquí donde la tortuga Antigua Pasolento será la protagonista que vaya al rescate de un niño (Teo) que padece la discriminación en el ámbito escolar (universo que la autora conoce a la perfección, como veremos más adelante por qué y de qué  modo), a lo que se suma la trágica inundación de nuestra ciudad de La Plata en la cual hubo incluso (como se recordará) numerosos muertos, casas devastadas y miles de libros arruinados (ya que nos estamos refiriendo a datos de la poética, sin querer por ello homologar en modo alguno pérdida de vidas humanas con pérdida de libros). Entre este universo escolar y esta tortuga poco convencional, que por ejemplo habla y entabla diálogos con el protagonista, se producirá una interacción a mi juicio interesante. La tortuga Antigua le permitirá a Teo encontrar “la maravilla” que hay dentro de él, que ya está, pero él ignora que la posee. “La maravilla” se oculta. Solo se trata de buscarla, de sacarla a la luz. La segunda novela trabaja con una trama relativa más a un afán aventurero en el que interviene la salvación de animales que corren peligro y, por otro lado, la introducción al universo de la ficción de un tortugo. Esta novela, publicada por la Editorial La Brujita de papel, de Buenos Aires, será lo que permita a Casalins salir al ruedo, salir del ghetto de la literatura platense y sumirse en el campo literario de Buenos Aires. Lo que importa un salto cualitativo sumamente importante para una autora “de provincias” (así nos denominan los porteños o bien "del interior", con despectiva contracción a desprestigiar poéticas de portento como la de Gabriela Casalins, perfectamente a la altura de cualquiera de las de Buenos Aires) que sin ser una ambiciosa seguramente se habrá sentido indudablemente gratificada y reconfortada de encontrar eco, tal como de hecho sí ocurrió, en Argentina en general, no solo en Buenos Aires o La Plata. También el Gobierno de Chile, la distinguió y su primera novela fue distribuida en colegios para la enseñanza primaria. De modo que este libro adquirió una proyección potente ya en términos internacionales. Se realizaron numerosos trabajos fundamentalmente en escuelas en torno de esta novela. Y ella misma fue agente de cambio trasladándose a esos ámbitos escolares, llevando la voz de una autora para que los niños supieran y conocieran que por detrás de la voz de las historias se agazapa un ser de carne y hueso. Alguien quien es la artífice de esos milagros que quedaban plasmados por escrito pero por detrás de los cuales había una imaginación que ponía en movimiento una creación así como un trabajo de un alto nivel reflexivo porque estaba interesada en focalizar su atención no en cualquier dimensión de la invención. Hay en Casalins una urdimbre entre preocupación por las prácticas de la enseñanza y el sistema educativo en general que se articula en su ficción y ello resulta tangible. Resulta legible, mejor. Resulta un trabajo, en definitiva, noble, porque pone en directa relación prácticas sociales con discursos literarios que los integra. Lo que en las circunstancias por las que atraviesa la educación requieren de un profundo sentido crítico pero también propositivo.

     En la etapa de su blog infantil “El Mono de la tinta” que modera junto con otras dos responsables con una alta calidad de producciones publicadas, por un lado. Por el otro, con una pluralidad de géneros literarios, mantiene una zona de la producción que permite dar a conocer, incluso, la escritura literaria de los propios niños, "El Mono de la tinta" se vuelve un ámbito de discusión de ideas, de debate, un  foro de exposición de trabajos de especialistas, de difusión de propuestas sensibles, de la inteligencia lúcida, del trabajo colectivo, de una literatura, lo sabemos, en términos generales puesta al margen, entre paréntesis del corpus de las poéticas nacionales. Esta me parece tarea encomiable por parte de “El Mono de la tinta” que difunde, promueve, interroga a un tipo de discurso literario completamente desjerarquizado que, esta vez sí, se debe manejar en ghettos: editoriales específicas, Ferias del Libro Infantiles y Juveniles, Jornadas y Congresos específicos en lugar de integrarse al gran concierto del corpus de una literatura nacional. Esta penosa circunstancia, sobre la que ya he hecho singular hincapié en numerosos trabajos preliminares, me exime de todo desarrollo que, por otra parte, para las personas interesadas en este campo de la producción (no solo como estudiosas o productoras literarias), resulta a ojos vista una obviedad porque salta a los ojos.



     Vale agregar que aproximadamente entre 2000 y 2008 participé en un colectivo de literatura con la escritura Gabriela Casalins, la escritora Adriana Coscarelli y el escritor Luis Edgardo Soule de Diagonautas, una experiencia virtual que consistió en el Primer Portal Literario de la ciudad de La Plata, en formato digital, dando a conocer desde entrevistas hasta poesía, relatos, entre otros corpus de autores y autoras de Buenos Aire y La Plata, destacados profesionales.

     ¿Y qué decir del presente histórico? Dado que mantengo una relación de amistad con la autora no me atrevería a hacer ninguna clase de declaración en el sentido de revelación acerca de lo que está escribiendo en este momento. Sí diría que se encuentra profundamente cautivada y comprometida por el universo mágico de los títeres, desde su factura material hasta la escritura de obras cortas. Lo que importa ya sumergirse en una nueva dimensión de la creación: la escénica. He tenido acceso a registros audiovisuales de dichas creaciones y me han parecido de excelencia, me han impresionado vivamente, además de resultarme profundamente conmovedoras. Remueven los entresijos del alma en el mejor sentido de la palabra. Nada queda por fuera de esta palabra tan viva como vivaz, que se mueve grácilmente por el universo de los significados sociales y del discurso estético.


      Entre su larga trayectoria de un pasado como docente de Lengua y literatura graduada en la Universidad Nacional de La Plata, en colegios de ese misma Universidad Nacional de La Plata u otras instituciones educativas privadas, en su trabajo como docente en institutos terciarios, Gabriela Casalins ha llevado adelante en esta ciudad de La Plata un movimiento impetuoso que ha impulsado una renovación desde la docencia, desde cargos directivos en escuelas  secundarias, desde planes de estudio de innovación, desde la investigación, desde la edición virtual y desde la producción creativa en el formato libro una promoción destacable de la cultura literaria y, con ella, enriquecido el patrimonio de nuestra ciudad de La Plata. En tal sentido, su foco ha estado puesto siempre en la lectoescritura creativa desde múltiples foros. De la educación a los talleres de escritura que ha dictado. De las charlas públicas con alumnos hasta el trabajo con docentes o su trabajo en institutos de educación por el pensamiento de naturaleza experimental. Merece a mi juicio un reconocimiento unánime y definitivo por su trabajo sostenido que ha debido ser compatible (esto sí quisiera dejarlo asentado, porque lo considero tarea noble y encomiable) con responsabilidades con una familia numerosa en lo referente a una maternidad que, me consta, ha sido de una maternidad responsable y amorosa. Todo me resulta destacable. No escribo estas líneas con motivo de una amistad, esto es, producto de un compromiso adquirido de antemano, de hecho ella no sabía que yo iba a hacerlo y fue la primera sorprendida (o, en todo caso, no solo por ello, en todo caso porque es eso lo que me ha permitido tener acceso a la cocina de su producción y a su trayectoria, a la recuperación y conocimiento de sus procesos creativos, a sus cavilaciones en un intercambio frecuente y fecundo con diferencias pero también de mucha afinidad, de mutuos consensos, de comprensión, porque si algo la caracteriza es el pluralismo y la tolerancia). Señalaría en ella un profundo sentido de la ética que se pone de manifiesto, naturalmente, por transposición natural y espontánea, como sucedía, por citar un caso paradigmático, con Liliana Bodoc, nuestro faro para todos los que escribimos con ese mismo sentido, al universo de los textos literarios de imaginación con vistas a principios humanistas. A concebir a la alteridad como semejante. Los principios le importan tanto como los comienzos de las historias. Y los conflictos la preocupan, la desasosiegan. Y los desenlaces hace lo imposible porque sean lo más descarnados posibles en ocasiones tanto como lo más dichosos posibles en otros casos. Dependerá del público, de la historia que esté narrando, de su intención al narrar (si la tiene). No pretende ni idealizar ni tampoco escandalizar ni incomodar innecesariamente al lector. Cada historia demanda una cierta clase de tratamiento, de abordaje, se señalamiento social que no siempre resulta grato ni tampoco resulta ejemplar en lo relativo a la felicidad. Es una escritora que apunta a ser, ante todo veraz, pertinente y coherente con lo que ha escrito. Una preocupada por la realidad empírica pero también atenta a la capacidad infinita por el vuelo imaginativo. Por lo tanto, experiencia vital y experiencia estética tendrán la misma argamasa. El mismo potente poder de convicción porque hay ideas, hay ideales y hay un credo. Pero en toda ella hay un principio de coherencia y afán de libertad. La imaginación furiosa, desatada es la que, por fin, gana la partida.





 

La Plata, 31 de julio de 2021