En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

domingo, 25 de octubre de 2020

La Gramática de la Fantasía de Gianni Rodari o la máquina de hacer crisálidas, por Gabi Casalins

 El 23 de octubre se cumplieron cien años del nacimiento de  Gianni Rodari y cuarenta de su muerte. En homenaje a este "Maestro" de la escritura y de literatura para niños, desde El Mono de la Tinta nos asomamos a una obra que lo representa como ninguna: La Gramática de la fantasía.



La Gramática de la Fantasía de Gianni Rodari o la máquina de hacer crisálidas

Por Gabi Casalins







                Este difícil año 2020, que nos encuentra inmersos en una pandemia tan compleja,  se cumplen los cien años del nacimiento del periodista, escritor, maestro y  pedagogo italiano Gianni Rodari y cuarenta de su fallecimiento (Omegna, Piamonte, 23 de octubre de 1920 - Roma, 14 de abril de 1980). Por eso, en tiempos tan difíciles, qué mejor que volver la mirada a una de las obras que, según me parece, explica todo el “fenómeno Rodari”: La Gramática de la Fantasía, introducción al arte de inventar historias.

                La Gramática fue publicada por Einaudi en 1973  y está compuesta  por una serie de anotaciones del escritor compiladas por una de sus ayudantes, quien las pasó a máquina, dando origen así, a la idea de publicarlas como una obra.





                Sin dudas, estos apuntes se forjaron en las escuelas de Reggio Emilia,  en Italia, las cuales siempre acogieron las ideas de Gianni Rodari en cuanto al aprendizaje de la lengua como herramienta creativa para los niños. De hecho,  en el prefacio de la obra, Rodari comenta que, todas aquellas técnicas que él tomara del Surrealismo y utilizara luego en su práctica como maestro e incluso compilara en una libreta personal a la que había llamado “Quaderno di Fantástica”, fueron practicadas por él con los niños de las escuelas de Reggio Emilia en variados encuentros  que dio entre el 6 y el 10 de marzo de 1972, como él mismo señala en dicho prefacio.



                El mismo Rodari considera que estos encuentros fueron para él una gran alegría y le permitieron, no sólo explayarse sobre la generación de una “Fantástica” para el aula, sino, y cito al Prefacio de la Gramática de la Fantasía: “…sobre la forma de comunicar a todos aquellas técnicas y cómo, por ejemplo, convertirlas en un instrumento para la educación lingüística (aunque no sólo eso…) de los niños…”

                 Así pues, la Gramática está dirigida a los padres, a los docentes y creo yo, más ampliamente, a todos los mediadores de escritura o lectura con los que pueda un niño toparse a lo largo su desarrollo personal. Porque es bien cierto que esta obra, este “aparente manual” de técnicas y consignas de escritura, esconde una idea rectora, que va mucho más allá de la consecución de logros en los alumnos en cuanto a un manejo satisfactorio de la lengua escrita. Según lo veo, esta obra ahonda en un concepto que el mismo Rodari plantea en el prefacio cuando dice que, al leer a Novalis, una frase lo hizo reflexionar: “(…) Un día, en los Fragmentos de Novalis (1772-1801) encontré la frase que dice: ‘Si tuviéramos también una Fantástica, como hay una Lógica, se habría descubierto el arte de inventar’. Era muy bello (…)”.

                Entonces, lo que sucede es que, para Rodari, así como la Lógica tiene sus reglas y pautas, la Fantástica puede y debería tenerlas. Y, entonces,  emprende la tarea de la formulación de las mismas - si bien en un principio de manera asistemática-  partiendo de su conocimiento del Surrealismo y su aplicación en el aula y en la propia escritura.

Por eso es que se aboca a sistematizarlas luego de haberlas comprobado en campo: la escuela es para este escritor el lugar ideal para probar una  teoría auto-aplicada: un niño (o, en su caso y el de los escritores surrealistas) adquiere las habilidades lingüísticas para la escritura siempre que éstas aparezcan mostradas en cuanto a juego y a asociación libre.

Rodari parte de esta premisa, la única diferencia entre el camino de la escritura del niño con respecto al del adulto, es que este último ya tiene, se supone, adquirida la lectoescritura, en tanto que el niño está en pleno proceso de dicha adquisición. Por lo demás, el proceso creativo es muy similar.  

Como sabemos el proceso de la lecto-escritura es diferente en cada niño, y, para algunos, puede resultar todo un desafío. Lo maravilloso de este trabajo de Rodari es que propicia la  investigación del niño, al tiempo que desestructura porque propone disparadores de imaginación que hasta su época, rara vez se hacían presentes en las escuelas. La escritura era muy normativizada y había muy poco espacio para el desarrollo de la creatividad.

Así, lo lúdico, hace su entrada triunfal en las escuelas, y con bombos y platillos, Rodari se permite como maestro jugar a la par del niño y observar el proceso creativo de la imaginación así estimulada y las consecuencias que dicho proceso acarrea: una adquisición notoria de habilidades expresivas que se da espontáneamente acompañada por el entorno afectivo conformado por el maestro y  los pares a la escucha del texto construido, lo cual propicia la aceptación de su producción escrita y lo estimula a búsqueda de la mejora y la superación personal. Esto, indudablemente, ayudará a consolidar su autoestima y su capacidad de expresarse.



                Pero hagamos algo de historia personal para iluminar lo antedicho: En mi práctica docente, mi experiencia con la Gramática de la Fantasía se inició en un curso de escritura creativa  que organizara el Colegio Nacional de La Plata, en el cual yo ejercía como docente entre la década del 80 y del 90. En ese curso, se nos presentaron dos herramientas de la escritura creativa: los ejercicios del grupo Grafein, en Buenos Aires y la Gramática de la fantasía.

                Confieso que sí conocía las andanzas de Grafein, por una amiga y colega. Grafein era un grupo coordinado por Mario Tobelem. Yo, que había asistido  a talleres de escritura en mis años de estudiante universitaria y a posteriori, supe allí también de ellos y de sus experimentaciones en el área de la escritura creativa. Pero desconocía a Rodari totalmente. Y confrontarlo por primera vez, debo confesarlo, me generó un impacto interior que aún perdura.  

                Como profesora novel de Lengua y Literatura era inquieta y ávida de experimentar en mis clases lo que sirviera para atraer al aula a la imaginación, esa proscripta del sistema escolar, según yo lo veía entonces. Pero, lo aún que ignoraba era lo que la Gramática de la fantasía y su lectura le harían a mi camino como escritora.

                En esta dualidad que siempre ha conformado mi camino profesional, la escritura y la enseñanza han ido de  la mano, y en eso, la identificación con Rodari fue inmediata. Para colmo de males, su obra estaba dirigida a los niños. Y yo ya coqueteaba con la idea de dedicarme a ellos a nivel literario en ese momento. De hecho había escrito mi primera novela, que nunca edité, pero por la que guardo un amor primogénito.

                Si menciono lo autobiográfico, es sólo para adentrarme al nudo de esta obra y a las consecuencias que ha traído no sólo para los niños, maestros, padres, mediadores, sino para los escritores.

                Porque La Gramática de la Fantasía es sin dudas, y aunque suene a lugar común, “un viaje de ida”.

                Rodari abre la puerta y se despliega un mundo alucinante que puede estar escondido en los cajones de un armario, en un zapato o bien en las ondas concéntricas de una piedra que tiramos al estanque.




           ¿Cómo lo hace? ¿Cómo se realiza este conjuro? Creo, después de muchos años de transitar la gramática de la Fantasía en las aulas o en los talleres de escritura para adultos y adolescentes, que su proceder compositivo está ligado a la estructura de la metáfora: hay un elemento real que se liga o une a otro evocado o irreal. Y, como en cuña, la fusión se realiza por la introducción de lo disparatado, de lo inesperado, de lo prohibido, en conclusión, de todo aquello que pueda generar una activación de esa operación del pensamiento que es la imaginación.

                O sea que lo que se cuece en ese caldero rodariano es, nada más y nada menos, que una receta infalible para abrir mundos, pensar lo impensado, alejarse de los prejuicios de escritura, liberar la pluma y escribir con libertad aunque no sin un sistema que ayude en los primeros pasos.

               Para un escritor, sea o no de Literatura infantil, estos ejercicios de Rodari son fundantes para ejercitar la propia imaginación y para descubrir hasta dónde puede llegar la propia creatividad.

                Ni qué decir de los niños y adolescentes en el aula: cualquier ejercicio de la Gramática de la Fantasía se erige en una fiesta y los alumnos los abrazan con delectación, una vez que se dan cuenta de que han sido invitados a jugar con la lengua.  Me baso para afirmar lo antedicho en lo experiencial, en lo que he vivido en el aula. Siempre recuerdo con cariño un relato de cinco alumnos de secundaria de dieciséis años, todos varones, que escribieron bajo la consigna de Rodari  “Caperucita roja en helicóptero”, una saga completa y picante sobre una Caperucita verde casi devenida super-heroína y sus aventuras libertarias, por no decir libertinas. Habían exorcizado, a través de ese relato, todas las frustraciones y todos los impulsos de su adolescencia encajonada en las pautas escolares y familiares. Fue un relato “sanador” y sin censuras, y ahora que lo pienso, muy adelantado a cuestiones sobre el empoderamiento de las mujeres en la sociedad. Lo único que lamento, es no haberlo conservado.

                Ese es el efecto que Rodari genera: abre la posibilidad de liberar la imaginación, y la creatividad crece y se va gestando como en crisálida. Al cabo de un tiempo, si se ha trabajado con el corazón, sale de la pupa una mariposa increíble que es capaz de expresarse por escrito con fluidez, porque todos los procederes de la escritura están presentes en este juego al que nos invita Gianni Rodari con esta obra.

                Ni qué decir de la maravillosa herramienta en que deviene para cualquier docente de Lengua y Literatura, coordinador de talleres de escritura o para nosotros, los que amamos la escritura y nos dedicamos a ella.

                Desde la resonancia que  una palabra tiene en nuestra mente y corazón cuando es  lanzada  al azar como una piedra en un estanque y todas las asociaciones que conlleva, hasta la fusión de dos vocablos a primera vista incompatibles que nos propone con su “Binomio Fantástico”,  o la utilización de la tergiversación de la historia conocida, como nos propone en “A equivocar historias” , “La fábula al revés” o “Caperucita roja en helicóptero”, todos son procederes de la creatividad que pueden ser utilizados, manipulados en el aula y también en la propia escritura.

                Hago mención especial a una consigna de esta obra que considero fundacional y es “El error creativo”, básicamente porque el error, esa cualidad humana, ha sido proscripto de la escuela y ni qué decir de la vida del hombre. No nos es posible equivocarnos, el error suele ser visto como algo penoso, intransitable o bochornoso. Rodari propone usar el error para crear: “(…) Una vez sugerí a un niño que había escrito-error insólito-“caja” por “casa” que inventara la historia de un hombre que vivía en una caja. Otros niños se lanzaron sobre el tema. Salieron muchas historias: había una vez un hombre que vivía en una caja de muertos, otro era tan pequeño que para dormir le bastaba un cajón de verduras, terminaba en el mercado entre coles y zanahorias, y alguien pretendía comprarlo a tanto el kilo (…)”

                En este sentido, su acierto pedagógico asombra: porque, ¿ qué mejor manera de reparación del error que su utilización creativa? Aquel niño seguramente no confundió nunca más la ortografía de dichas palabras y ciertamente atesoró más que la historia generada, la manera en que su maestro le enseñó a volver sobre sus pasos y mirar su producción con creatividad. Lo señala el mismo Rodari: “(…) Entre otras cosas, reír de los errores es ya una manera de desprenderse de ellos (…)”.

                La Gramática de la fantasía se erige así en una obra generosa y pródiga que al mismo tiempo aporta una plataforma metodológica sistemática y muy didáctica.

             Es una obra de lectura apasionante porque está escrita por un gran artista y el contenido, entones, está traspuesto con gran belleza, plagado de experiencias e historias inolvidables. ¿Quién puede olvidar la historia de la “bistierra” en la que vivimos en dos tierras al mismo tiempo, desdoblados, lo que es derecho en una, es revés en la otra, como si nos miráramos en un espejo sin reconocernos del todo, porque del otro lado tenemos un doble que se nos asemeja? Un simple prefijo, añadido al sustantivo, lo trastorna todo.

                Entrañables historias como la del perro que vive en el armario o las recetas para construir limericks, adivinanzas, falsas adivinanzas o historias tradicionales equivocadas adrede son algunos de los recorridos que Rodari propone.

                Los objetos utilizados como disparadores para la escritura, los títeres, los muñecos y el mismo niño como protagonista, todos estos se convierten en disparadores de escritura par este mago.

                Dirán algunos que todos sus procederes en cuanto a la escritura se basan en terrenos muy conocidos: relatos tradicionales, poemas, rimas , limericks, etc. Sin embargo, la piedra de toque está no en los contenidos sino en el método que utiliza para transponerlos y en su combinatoria creativa.

                Creo que, a partir de esta obra de Rodari, no se podrá decir que el aburrimiento es parte del aprendizaje inexorablemente arduo de la escritura en la  lengua madre. Señoras y señores, maestros, padres y niños, la puerta del alquimista ha sido abierta para todos con infinita generosidad: vea cada uno si se anima a ser crisálida y mariposa luego.

 







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