En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

jueves, 1 de octubre de 2020

“Literatura infantil: sus aportes para escribir literatura para adultos” por Adrián Ferrero

 Con ojos de lector y escritor avezado, Adrián Ferrero nos asoma a este misterio. ¡Escritores, atención! 

“Literatura infantil: sus aportes para escribir literatura para adultos”

por Adrián Ferrero



 

     Se aprende mucho en el oficio de narrar para adultos de leer y pensar la literatura infantil. De poner ambas en diálogo. La literatura infantil, si bien es cierto que resulta más exigente en el tipo de condiciones para su recepción (el público infantil impone una cierta clase de demandas, restricciones para la comprensión lectora de textos que son rigurosamente estrictas), sí permite el despliegue de la imaginación creativa hasta límites incalculables. También es cierto que hay una literatura para adultos que sí trabaja con la imaginación de un modo descomunal, casi desaforado. Pienso en César Aira, Copi, Angélica Gorodischer, Alberto Laiseca (para seguir solamente una cierta tradición nacional), pero también Saki, a nivel universal, entre otros, hace lo propio. Pienso también, para remitirnos siempre a las producciones nacionales en el fantástico rioplatense (Silvina Ocampo, J. R. Wilcock), obras que cuestionan todo género literario hasta pulverizarlos (Macedonio Fernández, Santiago Dabove), pienso en la ciencia ficción, pienso en la ficción especulativa, en que los mundos alternativos que son propuestas abren el juego a la escritura para que libere sus temas y formas también libremente. Pero lo hacen en un sentido diferente. Me explicaré.

     Un ejemplo intermedio pero elocuente en Argentina sería el caso del escritor Julio Cortázar, quien “abrió literalmente la puerta para ir a jugar”. Entre el humor, la risa, la apertura hacia lo lúdico, el citado fantástico, las leyes del tiempo y del espacio trastocadas en sus ficciones, la invención de neologismos (al igual que el caso de Gorodischer), fundó una estirpe que, en Argentina, a mi juicio prosiguieron otros. Y naturalmente en el campo de la literatura infantil y juvenil propiamente dicha consagró a su debido tiempo María Elena Walsh, con un cambio copernicano mucho antes que esos creadores que cité al comienzo lo hicieran desde la literatura para adultos. Enseñó a generaciones de escritores y escritoras a hacer algo distinto con la literatura infantil y juvenil. Algo en lo que nadie había pensado ni reparado, al menos en Argentina. Y en lo que nadie había concretado en la línea de un proyecto sistemático, al mismo tiempo que sostenido y coherente. Un territorio en el que incursionar reflexivamente, profundizando hasta sus últimas consecuencias desde sus perfiles más complejos hasta los más accesibles. 

María Elena Walsh funda una estirpe de autores y autoras que no podrán sustraerse ya ni a su encanto creativo ni a su impacto emocionante en modo alguno. En ninguno de los géneros literarios. Nadie que escriba literatura infantil sale indemne de su lectura. En especial en los albores en que todos comenzaron a escribir. En que se comenzó a configurar una literatura infantil y juvenil bajo la forma de un campo de la producción nacional con autores y autoras profesionalizados.

     La imaginación desatada es salvaje. Nada puede atarla ni nada puede tenerla en cautiverio. Tampoco detenerla en sus efectos de aquello que permanecía adormecido. Es una literatura que no admite ninguna clase de límites que se le quieran imponer y es  precisamente eso: de un ilimitado alcance además de un ilimitado elenco de recursos porque permite esta idea “abrir la puerta para ir a jugar” a la que me referí, que invita, sugiere, promueve al acto de la lectura (y, por lo tanto, al de la escritura, al que de modo invitante convoca).

     También la literatura infantil aporta a la literatura para adultos ingredientes que tienen que ver, en Argentina concretamente, pero también en otras partes del mundo, con el desparpajo, el nonsense, lo maravilloso o fabuloso, el trabajo con el paisaje del humor, como dije. Y una fluidez encantadora en el oficio de narrar (que no es privativa de ella, es cierto) que transmite la idea de que los episodios referidos son transparentes. No hay opacidades, al menos en lo sustantivo. Porque si bien la literatura siempre las presenta, no menos cierto es que la literatura infantil está a la vanguardia en el territorio de pensar formas de narrar atractivas, que capturen el interés, la atención, la curiosidad, pero que a la vez eviten la distracción. Y en lo relativo a los temas, si bien la literatura infantil y juvenil no suele ser lo más frecuente que trabajen con lo extremadamente marginal o lo extremadamente sórdido, sí afirmaría que ello depende siempre de los abordajes y tratamientos que de ellos hagan los autores y autoras, no estrictamente de los contenidos. Alguien diestro, pero también arriesgado, se atreverá a hacer algo distinto y a jugar en la ficción con temas que antes podían permanecer vedados o considerarse impertinentes para tal edad. Lo marginal o sórdido no son sinónimos de que la literatura infantil no trabaje, por ejemplo, con algunas dimensiones del terror, lo siniestro o los desencuentros, incluso lo trágico. El adulto diera la impresión de que está dispuesto y hasta en ocasiones dialoga con lo siniestro o hasta lo perverso desde otra perspectiva. “Se lo toma en serio”. En tanto un niño, con una mirada más espontánea y sin tantos prejuicios, asistirá a ese espectáculo como un fenómeno a lo sumo que le provoque naturalmente emociones pero no lo impresione del mismo modo que un mayor de edad. Pienso que en este punto la recepción de unos y otros es claramente distinta, en términos generales. Ambos pueden gozar de ciertas escenas incluso perversas que, el menos en el caso de la literatura infantil argentina, no son las más frecuentes, sin embargo. En particular hay autores y autoras o instituciones (incluidas las editoriales), para los que resultan inadmisibles su inclusión en el marco de la literatura infantil en colecciones o contextos educativos.

     Al mismo tiempo, la literatura infantil y juvenil procura hacerlo con una prosa de claridad transparente. En todo caso, si el niño no comprende, debe acudir a la autoridad de la cual invisten a un adulto, a una lectura mediada, que el niño traduce a preguntas o consultas concretas, manifestando sus dudas, fragmentos o palabras para él incomprensibles. En ocasiones lo hacen porque necesitan de esa voz del adulto por otros motivos en función de cómo repercuta en ellos la ficción que están leyendo. El adulto lo hará mediante un lenguaje aclaratorio. Si bien, según los casos, por múltiples motivos esas preguntas pueden ser respondidas de modo más confuso que la inquietudes que habían inspirado esas preguntas del niño. Por ejemplo en razón de prejuicios o censura del adulto que no admite ciertos contenidos o formas de presentación de los mismos.

     De manera que la literatura infantil también aporta fascinación narrativa a otros géneros de la cual está necesitada el discurso literario para adultos. Frente a una cultura en la que los dispositivos narrativos se caracterizan por ser por lo general o muy abstractos, o lentos, o reflexivos, o autorreferenciales o intertextuales, o están plagados de teoría literaria o bien no se permiten ser todo lo que podrían en lo relativo a su expansión creativa sino que están atados a convenciones más rígidas, altamente codificados, la literatura infantil sí se las permite en grado superlativo. Es una forma de ingresar en la literatura para adultos o, en todo caso, de complementar con las lecturas para adultos, que definitivamente conquista a los lectores y lectoras (y a los autores y autoras en primer lugar, porque escribir podría devenir llegado el caso instancia de juego si antes no lo era). ¿Por qué? La pregunta propone un serie de hipótesis acerca de cuáles son los aportes de la literatura infantil que por alguna clase de mediación la literatura para adultos podría tomar como una forma de apropiación saludable para su desarrollo inventivo concreto.

     En la literatura infantil el público para el que está pensada esa ficción es de base  amplia pero, sobre todo,  es democrático. Y hay casos hasta de libros para bebés con bebetecas. Se puede acudir siempre en su caso a imágenes, a percepciones del orden de la plástica o el lenguaje icónico. Y en el caso concreto de obras infantiles que ofrezcan dificultad en la comprensión lectora, el adulto puede acudir para colaborar, para volver la ficción más accesible a formas que mediante la oralización realicen una adaptación en orden a una transposición didáctica acorde el nivel madurativo de la inteligencia del niño. Así, las formas que ofrezcan mayor resistencia al niño, podrán ser por fin salvadas. Esa llave que es la literatura infantil abre infinitos cofres mágicos hacia lugares encantados que refrescan a una ficción que dado el caso puede llegar a ser de naturaleza opresiva, o excesivamente seria, o acartonada, solemne o atada a una tradición convencional, que acude casi siempre a un mismo elenco de recursos, poco plástica y escasa de contenidos. Porque si bien la literatura para adultos es cierto que trabaja también a partir de la premisa de la libertad subjetiva, diera la impresión a mis ojos de que la literatura infantil está menos pendiente de ataduras, de acudir a paradigmas literarios previos, de apropiación intertextual o, en ocasiones, a la necesidad de inscribirse en una tradición, lo que resulta muy frecuente en la literatura para adultos, sino que es escribe desde un plano no tan pendiente de la literatura precedente. En la cual se busca de modo consciente la remisión a un canon de importancia, quizás con la necesidad de legitimarse o, también, de explorar en tal sentido el orden de la escritura y no la invención sin remisión al canon. La literatura infantil puede ser una relectura en clave crítica de esos contenidos canónicos o simplemente tomar de ellos la gratificación de escribir con desacato irreverente revisando el canon desde otro sitio, pero no exactamente el mismo que el de los adultos. Escribir bajo estas circunstancias nos permite sentir que estamos, en un momento en el que nos podemos lanzar a un precipicio o bien escalar los riscos de una montaña o bien zambullirnos por debajo del agua y encontrarnos con depredadores que eludamos exitosamente. Estos casos suponen formas de una apuesta riesgosa, pero también de un repertorio de temas que no aburran a un niño. La literatura infantil siempre supone afán y efecto cautivante (en los casos ideales). Los citados depredadores que conviene eludir son los prejuicios de la literatura para adultos. Que la literatura infantil suele demoler cuando no sortear tras las infinitas puertas abiertas de juego.

     Si bien también puede haber convenciones o repeticiones en la literatura infantil, la buena los salta en una pirueta maestra dando una exhibición cabal de sus gimnasias que quedan habilitadas para hacerlo literalmente todo. O con un repertorio sumamente abundante de recursos a los cuales apelar. En efecto, la literatura infantil, sin caer en lo ingenuo, lo naïve  o la tontería, suele ser proclive (¿por qué no?) a finales en los cuales las situaciones se resuelvan satisfactoriamente, alegremente, particularmente en la  argentina eso sucede, si bien no de modo excluyente ¿por qué la literatura habría de ser sinónimo sistemáticamente de conflicto con desenlaces dramáticos o trágicos? ¿o acaso ambiguos? Podrían ser de todos los modos posibles, pero también dichosos, como lo son muchos infantiles. Lo repito, ello no es sinónimo de literatura poco interesante. Como los finales trágicos, dramáticos o abiertos tampoco son sinónimo de buena literatura necesariamente. La literatura infantil cuenta con ambas variables. Pero al menos la que más conozco, que es la argentina contemporánea, trabaja mucho con la finalización de un juego que luego proseguirá. Indefinidamente. O bien con un final que resulta exitoso o que se resuelve satisfactoria en lo que atañe al conflicto. La literatura para adultos en Occidente desde sus zonas fundacionales, como las tragedias griegas, son una prueba contundente de la que literatura a la que más atención se le debe prestar es la de cierre trágico, como su nombre tradicional lo indica. Puede ser, también, muy melodramático, desde otro punto de vista.

     Escribir literatura infantil también nos permite nutrirnos mediante la lectura de alimento inteligente de historias que pueden ir variando sus poéticas.

Desde los cuentos de hadas de la autora ítalo brasileña Marina Colasanti, en una relectura exquisita narrada con un lenguaje de naturaleza poética, revisitados desde una perspectiva contemporánea.
Las obras teatrales de Adela Basch, en las que el humor, los sonidos y también ciertos recursos asociados al disparate (que no son privativos de ella) están presentes de forma musical. Una relectura de clásicos en clave paródica e irónica del teatro convencional en sus vertientes nacionales canónicas, también. La inclusión en un teatro de referente histórico en lugar de ser abordados en su modalidad seria más bien en un tono asociado al humor.
En el caso de Gustavo Roldán una literatura universalista que sin embargo parte de espacios y personajes típicos, propios del Alto Chaco, en el que se crió descalzo, a orillas del río Bermejo. O bien las historias de Graciela Montes, en las que el arte de narrar está puesto de manifiesto en un primer plano (en especial en algunas de sus ficciones más que en otras), o bien la parodia, el humor, el juego con los mitos, la política también, con su relato de la dictadura militar argentina para un público infantil.
En Perla Suez, una suerte de narraciones más morosas, equilibradas, sin agitación ni euforias, en las cuales un lenguaje pautado por una puntuación serena que se toma, paciente, su tiempo para narrar, refiere por lo general relatos del dolor transformadores que alcanzan por fin momentos de superación, no sin dejar marcas inolvidables. Otra de sus vertientes en lo relativo a los temas son las invasiones a tierras o ciudades de bandos o ejércitos siniestros de los cuales los protagonistas (varones o mujeres) logran escapar de manera exitosa mediante un recurso fantástico. La espera con resolución exitosa e inesperada es otra de sus vertientes. La narrativa memorable de Liliana Bodoc,


que trabaja el lenguaje poético pero sin desatender lo vertiginoso de las tramas. Una ficción de un alto grado de perfección, originalísima en sus planteos y cuidadosa de la prosa que utiliza. Articulando sus formas con sus temas de forma armoniosa y siempre equilibrada. La poesía de Guillermo Saavedra, que juega con sonidos y sentidos, muy en el estilo de la Gran Madre Textual de la literatura infantil argentina, María Elena Walsh, para usar un término feliz del crítico argentino Nicolás Rosa predicado de Borges.

 

Guillermo Saavedra acude al nonsense pero entonces acude a su propia lógica, que es otra. No es ilógica. Sino que estamos ante otra clase de leyes de la poesía y de la combinatoria de lenguaje: la gramática literaria. Por dentro de la cual el autor se presenta como un artífice de la rima que otorga a quienes escribimos para adultos la posibilidad de combinar sonidos con sentidos, tanto en la poesía como en la musicalidad de la prosa que podríamos escribir, buscando una melodía. En lo elemental el nonsense podríamos pensar en nuevas formas de los contenidos de la fábula, al servicio del disparate. Jugando con la incongruencia. Saavedra desordena los sentidos merced a desordenar la gramática pero también a partir de la sonoridad.

 

Y luego las ficciones de Patricia Suárez, con su relectura de los relatos tradicionales, sobre todo los maravillosos, dándoles la voz a los perdedores y malvados de esas historias, tan desacreditados por la mirada oficial, quienes tienen muy mala reputación. Ahora sí por fin tendrán derecho a réplica desde una perspectiva rodeada de recursos propios de la civilización actual. También una revisión en clave crítica de los cuentos de hadas. Otras son las protagonistas, otros son los personajes que las pretenden, otras son las metamorfosis que acontecen en estos cuentos, otras son las voces y lo que pronuncian, o narraciones de naturaleza maravillosa pero con fuertes anclajes en lo referencial, en particular acudiendo al detalle. En ellas los universales y los estereotipos son puestos deliberadamente en cuestión. Nadie podría pensar que de modo ingenuo sino que se percibe voluntad de revisión. Desde la codificación del género “cuento de hadas” hasta los atributos de sus protagonistas más frecuentes. En otro sentido, la pretensión de imitación de las adolescentes de sus ídolos y, por otro lado, todo su trabajo en torno de la realidad en el seno de la realidad escolar pero también de las fantasías propias de  edad tan atribulada, plagada de idealizaciones. 

     Estos son algunos ejemplos sumarios y solo en el campo de la literatura infantil y juvenil argentina. Hay muchos otros y podría haber otros tantos, probablemente en la literatura universal de los cuales estoy desinformado. Porque están los de una literatura infantil comprometida socialmente o bien que políticamente responde, replica, contesta a un referente histórico nítido, reconocible colectivamente o bien metaforizado un referente histórico. Permite identificar lo que ha tenido lugar pero al mismo tiempo sabe mediante qué herramientas hacerlo digerible a un grupo de lectores para que puedan leerlo de un modo no previsible ni tampoco obvio. Peor sí introductorio en ciertas problemáticas que hacia el futuro reconocerán. De modo que está este punto: la metaforización y la mediación de los conflictos, tanto sociales, personales, como políticos, que la literatura para adultos puede adoptar desde una nueva perspectiva ligada a una  prosa blanca, como afirma Roland Barthes respecto de El extranjero de Camus. Una prosa en grado cero. Carente de una retórica adornada o barroca. Se trata de un lenguaje entonces que transmite sin alambicar mediante otra clase de recursos. No carente de ellos. Y de una serie de operaciones complejas que la ficción para adultos, leyendo desde la literatura infantil o desde su perspectiva también crítica, desde su propia índole, puede comenzar a escribir o reescribir tomando de este otro corpus como una caja de herramientas nuevas formas de transgresión, desacralización, destrucción significante y revisión de los géneros literarios a partir de mediaciones concretas. La palabra clave me parece que es esa: “mediación”. La literatura infantil está, por naturaleza, llamada a mediar entre un público en estado madurativo más temprano y un lenguaje que ha sido concebido y circula entre adultos de naturaleza profana y por lo general pensado para una racionalización instrumental. Pero en el caso de la literatura para adultos ocurre todo lo contrario: se lo enrarece mediante diversas estrategias. Se limita o neutraliza su valor  instrumental. Estas operaciones que tornan lo difícil, simple, son también la función que históricamente vienen ejerciendo los familiares, las personas que cuidan de los niños y, naturalmente, los docentes de los distintos niveles. Por otro lado, rara vez nos encontramos con la lectura infantil o juvenil en niveles de formación educativa que no sean los iniciales o primarios. Pero si estuviera presente en los anteriores contextos citados, estoy seguro de que plantearía nuevos desafíos a la mediación y discusión de la mente adulta, incluidos los autores. Los sentaría frente a novedosos desafíos.

     La literatura infantil, también, al estar orientada a otro público, contiene las condiciones para complejizar el proceso y los mecanismos de recepción al mezclarse con la literatura para adultos creando un nuevo lector ideal según el cual ni los adultos son los destinatarios absolutos ni tampoco los niños lo son. Más bien, se trataría, en términos más o menos convencionales siguiendo esos cánones, de una literatura mestiza o híbrida dispuesta a la invención o recreación de un nuevo tipo de subtipo de discurso literario orientado a otra clase de lector no previsto con anterioridad en el mapa de la literatura universal. Un discurso que esté por fuera de públicos estrictamente netos. La combinación de lector ideal adulto y lector ideal infantil da por resultado un lector ideal ambiguo, artísticamente a mi juicio más connotado en la combinación de ambos lectorados en el mensaje. Este punto resulta interesantísimo. Genera un tipo lector imaginario al que se dirige el escritor que le puede resultar más plural y con más sentido de apertura. Abre también a una base amplia al de literatura para adultos hacia nuevos horizontes, para la recepción, punto que me resulta fundamental en literatura porque es fundamental a la hora de la producción. Así como para su análisis. De este modo, se ve enriquecido desde múltiples puntos de vista pero, sobre todo, se ve enriquecida en los mecanismos constructivos una ficción para ser recibida por un conjunto de receptores más diversos, más dispares, atentos a más matices, a los que hay que satisfacer sin concesiones a la calidad pero sí conscientes de que sus propuestas pueden ser más ricas o, en todo caso, distintas de las codificadas, de las que el sistema ha consagrado como las más consagradas como modelos paradigmáticos. Se trata entonces en este caso de un público que exige más demandas. También, en otro sentido, podría hablarse de una apropiación de los atributos del receptor de la literatura infantil para la elaboración de otro para el adulto que adopte otros matices.

    A partir de que comencé a leer literatura infantil argentina en forma sistemática para realizar estudios sobre ella, pero también a escribirla desde 1999,  y a estudiarla hace más de diez años, con el objeto de elaborar trabajos críticos, lentamente fui comprendiendo y aprendiendo a leer algunos de sus mecanismos constructivos, de sus temas, de sus tramas y de ciertos procedimientos desacralizadores, de su atrevimiento, del modo en que toma por asalto a ciertas normas, al discurso oficial. Aspira a ponerse en este sentido por delante del lector con el objeto de capturarlo. Y ese corpus de literatura infantil a mí me enseñó como lector primero, como estudioso después, y como escritor luego a que debía estar atento al fluir de las tramas, a cultivar el interés de los lectores y sostenerlo, a usar un lenguaje que no fuera excesivamente indescifrable, hermético ni críptico porque eso impedía la fluidez lectora. Que el humor a mí me interesaba, si bien no de modo excluyente. Pero resultaba siempre provechoso. De modo que la literatura infantil vino a traer aires nuevos a mi narrativa para adultos, a mi poesía. Fui capaz, luego de diez años de lecturas y relecturas, de estudios y de producir crítica en el ámbito académico o el independiente de formular teoría en torno de la literatura infantil, en particular la argentina, en la que me especialicé. La leí junto con la de Cortázar y las de otros autores que perfectamente pueden serlo por jóvenes, niños o preadolescentes. O como Liliana Bodoc en casi todo su corpus lo es por parte de casi todas las edades.

     Hay mayor ocurrencia, hay diálogos más vivos, más coloridos, la voz narrativa sostiene inflexiones cuya musicalidad vuelve a la obra narrativa con muchas zonas tonales, más teatrales, hay menos solemnidad, como dije. Subyuga de modo inmediato con una seducción tal que las historias se vuelven más atractivas, más apasionantes, más fascinantes. Si los escritores para adultos toman algunos de estos recursos resulta evidente que su trabajo literario y humanista se verá optimizado. Y será, sobre todo, una literatura más dúctil. Capturarán al lector introduciéndolo en sus ficciones sin demasiadas vueltas. Si bien hay una literatura para adultos que busca precisamente la resistencia del ingreso del lector a su legibilidad, procura conducirlo hacia una interrogación difícil, lo interpela desde el obstáculo a ingresar en ella, no menos cierto es que esa misma decisión puede ser lograda mediante los aportes de la literatura infantil desde otros ángulos. Quiero decir: hay muchos autores y autoras infantiles que buscan promover el efecto de incertidumbre mediante la posibilidad del enrarecimiento del discurso literario también. No es algo privativo de la literatura para adultos.

     Comienzos abruptos. Desenfadados. Finales inesperados. Expectativa. Juegos con lo onírico (si bien hay literatura para adultos que en otro sentido lo hace). Acontecimientos improvisados o bien que en el medio de una obra literaria despiertan al lector a un nuevo universo de significantes y significados al mismo tiempo que a un nuevo universo melódico. En estos términos cifraría tan solo algunos pocos de los aportes que observo en la literatura infantil de los que fácilmente puede apropiarse la literatura para adultos orientándolos hacia sus propios fines en orden a escribir no otra clase de ficción sino la misma bajo la posibilidad de nutrirse de otras fuentes. Y de lograr a partir del cruce con otras discursividades, una discursividad creadora conforme a una renovación mayor. ¿Un discurso mestizo? ¿una literatura inspirada en nuevas fuentes? Otras lecturas, para nuevos modos de leer, para leer lo que escribimos, también, de otro modo.

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