En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

sábado, 20 de junio de 2020

El mono que va a Ángola... sin cola



Este es un cuento popular peruano, cuando yo lo oí, por primera vez, me lo presentaron como El mono sin cola. En redec.com aparece una adaptación con el título El mono viajero. Mi adaptación se llama El mono que va a Ángola... sin cola. Es mucho más descriptivo que los otros dos nombres, pero el cuento va destinado a niños pequeños y ellos buscan en la historia lo que le promete el título.

Por supuesto lo que yo narro aquí es también una adaptación, porque eso tienen los cuentos populares: el original se perdió en el tiempo, cada voz que lo cuenta, le añadirá o le quitará alguna cosa, pero, la esencia, el mono, su deseo de llegar a Angola y el problema de su cola, aparece en todas las adaptaciones.
Por otro lado, ¿dónde va a estar este cuento mejor que en el Mono de la tinta?


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