En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

domingo, 2 de agosto de 2020

Alicia entra al País de las Maravillas


Un conejo blanco que llega tarde a tomar el té, raro ¿no? Depende desde donde lo leas, porque será muy raro en nuestra época o para cualquier señora de la Inglaterra victoriana, siempre y cuando no seas una niña intrépida e ingeniosa como cierta pequeña que un día se aburría junto a la orilla de un río y no llegaba a entender cómo su hermana podía leer, durante horas, libros sin una sola ilustración.
Gracias a Dios que apareció aquel conejo y animó la tarde de Alicia (y la nuestra de paso y sin querer, o… queriendo)
Alicia, sin dudarlo, sin pensar qué podría suceder, se cuela en la madriguera en post del blanco y raudo conejito. Desde luego que no es el ejemplo más loable para que los niños lo sigan, pero, claro, ¿cuántos niños han visto a un conejo con chaleco y con reloj, preocupado porque llega con retraso?
¿Y a dónde la lleva esa profunda y extraña madriguera, toda amueblada con estantes, mapas, cuadros…? Sólo a un sitio podría ser: Al País de las Maravillas.
Allí, en el País de las Maravillas, Alicia crecerá y disminuirá sólo al comer o al beber; tendrá que nadar en sus propias lágrimas; hará amistad con un ratón; oirá los consejos de una oruga; soportará a una Duquesa bastante extravagante; asistirá a una merienda algo peculiar; tendrá que discurrir el significado de acertijos que no tienen solución; pintará, de rojos, rosales blancos; jugará un partido de croquet con un flamenco como mazo y un erizo como bola; lidiará con la megalomanía de una reina que decapita a todo el que le cae antipático; hablará y verá la cabeza de un gato, que, a veces, sólo tiene sonrisa; vivirá, en fin, mil y una locura más.
Y, en realidad, quizás no sean tantas locuras, quizás todo responda a un juego con reglas que impuso el autor y que, por desgracia, en muchas ocasiones, se nos escapan.
Desde la misma firma del autor, Lewis Carroll, hasta el nombre de la protagonista, todo es juego.
La cosa empezó, como en el cuento, una tarde, algo aburrida, también junto a un río: el profesor Charles Dodgson le relata a tres de sus pupilas un cuento titulado algo así como Las aventuras subterráneas de Alicia, cada una de las niñas tendrá un papel en el cuento (Lorina es Lory o Loro; Edith es Eaglet, el Aguilucho; Alice es fácilmente reconocible), incluso el profesor será Dodo. La narración oral, pasó luego a manuscrito que fue regalado a la pequeña Alice. Al publicarlo, años más tarde, le añadió algunos capítulos más.
Carroll no ideó un cuento de hadas, su país maravilloso no está repleto de hadas ni de princesas, de ogros o de gigantes. Su protagonista es una niña, modosa, recatada, educada, un poco sabihonda que se introduce en un mundo al revés, donde lo que ha aprendido en el colegio no le sirve para mucho, al contrario, la confunde. Tiene que dejar toda esa enseñanza estereotipada de la Inglaterra victoriana, para jugar con la lógica, con el ingenio, que es el único modo de salir indemne de ese mundo maravilloso donde ha caído. 
Alicia afronta con total sencillez, como si fuera lo más natural del mundo, todo lo que le acontece, incluso parece divertirse con la idea de crecer, decrecer, perseguir al conejo blanco, discutir con el ingenioso Sombrerero Loco, pasar del sentido figurado al literal, jugar con las palabras… le molesta, eso sí, que le quieran cortar la cabeza, pero, claro, ¿a quién no le molestaría?
El País de las Maravillas no es suficiente para todo el ingenio de Carroll y Alicia se lanza A través del espejo de su casa para ir a dar al tablero de ajedrez más grande que jamás haya visto y todo empieza de nuevo, quizás mucho más marcado lo simbólico, los juegos de ingenio se suceden vertiginosamente. No en vano, Carroll fue un maestro en lógica simbólica.
Alicia es una de esas obras que parecen para niños pero que pueden (y casi deben) leerse en todas las edades, porque para cada edad hay una lectura.
Al fin y al cabo, “La vida, dime, ¿es algo más que un sueño?

(Las ilustraciones empleadas en este artículo son parte del proyecto de Dalí sobre Alicia y han sido extraídas de https://codigoespagueti.com/noticias/cultura/las-alucinantes-ilustraciones-que-salvador-dali-hizo-para-alicia-en-el-pais-de-las-maravillas/)



Inmaculada Manzanares

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