Se trata de una de
esas pequeñas obras destinadas a hacernos pensar sobre el mundo en el que
vivimos, sin llegar a ser un libro doctrinal ni moralizante.
Por los primeros años
de la década de los 80, me compré una novelita que se llamaba La brizna de
hierba de Alberto Manzi, autor de
la novela en la que estaba basada aquella serie televisiva de un niño que se
criaba en plena selva y que se llamaba Orzowei. Tengo que confesarles que me compré el libro, atraída
por la ilustración de la portada, en la que se ve lo que parece un soldado
romano, junto a un puerto, con unas barquichuelas llenas de mercadería. También
me atraía el comentario de la contraportada: “Esta es la extraña historia de
un hombre de nuestra época que, imprevistamente, se encuentra en Pompeya el 23
de agosto del año 79 d. de C., el día antes de la erupción que sepultaría la
ciudad”
Buenos reclamos para
alguien que pensaba estudiar clásicas.
La novela resultó ser
todo un mensaje ecológico, destinado a adolescentes, con un vocabulario
bastante asequible y con una historia contada de forma muy atrayente. Como
suele suceder, el libro se perdió y nadie sabía decir dónde podría estar. Nunca
más apareció.
Cuando terminé la
carrera, ya como profesora, se me ocurrió que La brizna de hierba sería una
estupenda lectura para mis alumnos. Cuando pregunté en las librerías por ella,
me miraron como si estuviera pidiendo un dedo de Cristo. En primer lugar, la
editorial ni existía ya. ¡Cuánto se perdió con Bruguera! Algunas de las obras
de Bruguera fueron reeditadas por otras empresas editoriales, pero no La brizna
de hierba. No hubo librería andaluza que no fuera registrada buscando el libro.
Encontré un montón de obras de la colección Todolibro (todavía encuentro en las
librerías que venden libros usados, los que se desprenden de ellas, no saben
qué hacen).
También busqué en
Internet en librerías online, pero nada. Curiosamente, había muchos colegios en
los que aparecía esta obra como parte de la biblioteca, y eso quería decir que
no lo había soñado, que la obra existía.
Ya la daba por perdida
definitivamente. Sin embargo, hace unos dos años, en uno de nuestros paseos
bibliográficos por la avenida Corrientes, miré
de reojo en una librería a la que normalmente no le presto gran atención y de
pronto, casi me desmayo, allí, en primer término sobre la mesa de libros
viejos, había cinco ejemplares de La brizna de hierba, ¡¡¡cinco ejemplares!!!
Sólo el que ha estado buscando durante años un libro, sabe la inmensa alegría
que sentí cuando vi aquello, no me lo podía creer, todos en excelente estado,
luego me dijo la librera que habían salido del fondo de la librería, no eran ni
siquiera libros usados. De los cinco, compré cuatro ejemplares, le dejé uno por
si alguien venía detrás. Hay que tener cuidado con este libro, se distrae con
facilidad.
Y ahora, veamos el
libro en sí.
Les anticipo que no es
una lectura para adultos descreídos e incrédulos, es una lectura “para
todos, sobre todo a partir de 13 años” dice el comentario de la
contraportada, yo añadiría que es para aquellos que piensan que todavía hay
cosas que se pueden cambiar para que el mundo sea mejor, para que el hombre no
pierda la noción de que forma parte de la naturaleza. “Es un canto del amor,
de la fe en el hombre y en la vida” dice el comentarista anónimo. Y Manzi
encabeza la historia con estas palabras “Sólo el hombre es capaz de frenar
al hombre”, que viene a ser algo así como el clasiquísimo y negativísimo homo
homini lupus est, (‘el hombre es un lobo para el hombre’), pero la frase de
Manzi también tiene un significado positivo, si el hombre que frena al hombre,
es el hombre ‘bueno’ y el hombre frenado ‘el malvado’. Y lo digo así, con
términos sencillos, porque es así como está escrito el libro, de forma sencilla
y clara, de manera que la forma no haga desaparecer al mensaje.
Un periodista que hace
una investigación sobre la energía atómica se encuentra sin saber cómo ni por
qué con un pedazo de lo que, a simple vista, parece una piedra coloreada y unos
signos grabados. Llega a obsesionarle el significado de aquello, hasta que descubre
que no es precisamente una piedra, sino que, probablemente, sea un trozo de
revoque de una casa pompeyana construida hace unos 20 siglos. Los gráficos que
el trozo tiene grabados llegan a perturbar a nuestro periodista, hasta que
decide ir a las ruinas de la ciudad sepultada por la erupción del Vesubio.
Llega a Pompeya una calurosa y
bochornosa mañana, el 23 de agosto de 1979, dispuesto a recorrer las ruinas
hasta encontrar algo que le diera la respuesta a los dibujos del revoque (medio
círculo o medio sol, la silueta de lo que parece un pie y una línea que parecía
truncada).
En medio de la visita,
el cielo se rompe en una de esas tormentas de verano tan propias del clima
mediterráneo, busca refugio en una de las casas en ruinas, y para su sorpresa,
se topa con una hermosa y pesada puerta. Al empujarla se ve en una casa que
parecía totalmente restaurada, tal como aparecía en “la clásica ilustración
de la casa romana”, pero si esto le causa impresión, no es nada más que el
principio, porque enseguida se verá superada por la aparición de un individuo,
con la guisa de un romano auténtico, tal como también lo dibujan en las
‘clásicas ilustraciones’, y la perplejidad irá en aumento, porque este individuo
se presentará como Demetrio, un liberto, y se inicia una conversación algo
peculiar, ¿de dónde vienes? Preguntará el antiguo esclavo, ‘De Roma’, dirá Alberto (el
periodista), ¿y qué se dice en la capital?, dirá el liberto. Claro que Alberto
habla de la Roma de 1979 y no sabemos aún a qué Roma hace referencia Demetrio.
Luego conocerá al amo, Cecilio, y a algunos de los hombres más influyentes y
ricos de la población, también paseará por sus calles, porque, al salir a la calle,
ya no está en una ciudad en ruinas, sino en una floreciente y rica Pompeya,
justo un día antes de la erupción del Vesubio. Cuando pregunte por el origen de
la piedra, recibirá informaciones a medias, confusas, misteriosas y le hablan
de otro extranjero que llegó después de un gran terremoto, el que hablaba del
‘hombre de oro’ y de la ‘luz que destruye’ y cuya carne ‘se caía a pedazos’.
Su paseo lo
va a hacer conocer a actores, a comerciantes, a viejos mendigos, a prostitutas
y va a contemplar una danza de iniciación que tiene muchas connotaciones,
quizás mucho más clara para el hombre moderno que para los pompeyanos, y
siempre con el fragmento como llave para penetrar en los misterios que encierra la ciudad.
Como conocemos la
historia, es inevitable la erupción del Vesubio, pero después de ésta, como
esperanza, queda una brizna de hierba.
Hay varios puntos
interesantes en la obra, por una parte, ya lo hemos comentado, la sencillez con
la que está escrita, con un estilo llano, sin rasgos estereotipados, con
personajes más o menos creíbles, es literatura y la
literatura es ficción. También, por supuesto, hay que destacar ese mensaje de
paz y esperanza que subyace en toda la historia y que no deja de ser actual y,
por último, pero no menos significativo, se debe marcar lo bien recreada que
está Pompeya y los diferentes tipos que por ella se mueven.
¿Por qué hacer una
reseña de un libro que no es precisamente uno de los más vendidos? Por varias
razones, porque el mensaje aún está vigente, porque es un buen libro para adolescentes
que están formándose y sería una excelente lectura para tratar ciertos temas
transversales, porque quizás alguien lo tenga en alguna caja en el trastero de
casa y ahora que sepa de qué va le dé algo de vida leyéndolo o porque alguien
vaya a Italia y encuentre una edición italiana y le apetezca leerlo, por si es
el caso, tendrían que buscar Il filo d’erba o ¿quién sabe? Quizás alguna
editorial subsane el error de no haberlo editado hasta ahora en español y lo
vuelva a poner en su catálogo.
Al fin y al cabo, “la
brizna de hierba quiere ser, sólo ser”
I. Manzanares
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