viernes, 19 de junio de 2020

La brizna de hierba de Alberto Manzi




Se trata de una de esas pequeñas obras destinadas a hacernos pensar sobre el mundo en el que vivimos, sin llegar a ser un libro doctrinal ni moralizante.

Por los primeros años de la década de los 80, me compré una novelita que se llamaba La brizna de hierba de  Alberto Manzi, autor de la novela en la que estaba basada aquella serie televisiva de un niño que se criaba en plena selva y que se llamaba Orzowei. Tengo que confesarles que me compré el libro, atraída por la ilustración de la portada, en la que se ve lo que parece un soldado romano, junto a un puerto, con unas barquichuelas llenas de mercadería. También me atraía el comentario de la contraportada: “Esta es la extraña historia de un hombre de nuestra época que, imprevistamente, se encuentra en Pompeya el 23 de agosto del año 79 d. de C., el día antes de la erupción que sepultaría la ciudad

Buenos reclamos para alguien que pensaba estudiar clásicas.
La novela resultó ser todo un mensaje ecológico, destinado a adolescentes, con un vocabulario bastante asequible y con una historia contada de forma muy atrayente. Como suele suceder, el libro se perdió y nadie sabía decir dónde podría estar. Nunca más apareció.

Cuando terminé la carrera, ya como profesora, se me ocurrió que La brizna de hierba sería una estupenda lectura para mis alumnos. Cuando pregunté en las librerías por ella, me miraron como si estuviera pidiendo un dedo de Cristo. En primer lugar, la editorial ni existía ya. ¡Cuánto se perdió con Bruguera! Algunas de las obras de Bruguera fueron reeditadas por otras empresas editoriales, pero no La brizna de hierba. No hubo librería andaluza que no fuera registrada buscando el libro. Encontré un montón de obras de la colección Todolibro (todavía encuentro en las librerías que venden libros usados, los que se desprenden de ellas, no saben qué hacen).

También busqué en Internet en librerías online, pero nada. Curiosamente, había muchos colegios en los que aparecía esta obra como parte de la biblioteca, y eso quería decir que no lo había soñado, que la obra existía.
Ya la daba por perdida definitivamente. Sin embargo, hace unos dos años, en uno de nuestros paseos bibliográficos por la avenida Corrientes, miré de reojo en una librería a la que normalmente no le presto gran atención y de pronto, casi me desmayo, allí, en primer término sobre la mesa de libros viejos, había cinco ejemplares de La brizna de hierba, ¡¡¡cinco ejemplares!!! Sólo el que ha estado buscando durante años un libro, sabe la inmensa alegría que sentí cuando vi aquello, no me lo podía creer, todos en excelente estado, luego me dijo la librera que habían salido del fondo de la librería, no eran ni siquiera libros usados. De los cinco, compré cuatro ejemplares, le dejé uno por si alguien venía detrás. Hay que tener cuidado con este libro, se distrae con facilidad.
Y ahora, veamos el libro en sí.

Les anticipo que no es una lectura para adultos descreídos e incrédulos, es una lectura “para todos, sobre todo a partir de 13 años” dice el comentario de la contraportada, yo añadiría que es para aquellos que piensan que todavía hay cosas que se pueden cambiar para que el mundo sea mejor, para que el hombre no pierda la noción de que forma parte de la naturaleza. “Es un canto del amor, de la fe en el hombre y en la vida” dice el comentarista anónimo. Y Manzi encabeza la historia con estas palabras “Sólo el hombre es capaz de frenar al hombre”, que viene a ser algo así como el clasiquísimo y negativísimo homo homini lupus est, (‘el hombre es un lobo para el hombre’), pero la frase de Manzi también tiene un significado positivo, si el hombre que frena al hombre, es el hombre ‘bueno’ y el hombre frenado ‘el malvado’. Y lo digo así, con términos sencillos, porque es así como está escrito el libro, de forma sencilla y clara, de manera que la forma no haga desaparecer al mensaje.

Un periodista que hace una investigación sobre la energía atómica se encuentra sin saber cómo ni por qué con un pedazo de lo que, a simple vista, parece una piedra coloreada y unos signos grabados. Llega a obsesionarle el significado de aquello, hasta que descubre que no es precisamente una piedra, sino que, probablemente, sea un trozo de revoque de una casa pompeyana construida hace unos 20 siglos. Los gráficos que el trozo tiene grabados llegan a perturbar a nuestro periodista, hasta que decide ir a las ruinas de la ciudad sepultada por la erupción del Vesubio. Llega a Pompeya una calurosa y bochornosa mañana, el 23 de agosto de 1979, dispuesto a recorrer las ruinas hasta encontrar algo que le diera la respuesta a los dibujos del revoque (medio círculo o medio sol, la silueta de lo que parece un pie y una línea que parecía truncada).




En medio de la visita, el cielo se rompe en una de esas tormentas de verano tan propias del clima mediterráneo, busca refugio en una de las casas en ruinas, y para su sorpresa, se topa con una hermosa y pesada puerta. Al empujarla se ve en una casa que parecía totalmente restaurada, tal como aparecía en “la clásica ilustración de la casa romana”, pero si esto le causa impresión, no es nada más que el principio, porque enseguida se verá superada por la aparición de un individuo, con la guisa de un romano auténtico, tal como también lo dibujan en las ‘clásicas ilustraciones’, y la perplejidad irá en aumento, porque este individuo se presentará como Demetrio, un liberto, y se inicia una conversación algo peculiar, ¿de dónde vienes? Preguntará el antiguo esclavo, ‘De Roma’, dirá Alberto (el periodista), ¿y qué se dice en la capital?, dirá el liberto. Claro que Alberto habla de la Roma de 1979 y no sabemos aún a qué Roma hace referencia Demetrio. Luego conocerá al amo, Cecilio, y a algunos de los hombres más influyentes y ricos de la población, también paseará por sus calles, porque, al salir a la calle, ya no está en una ciudad en ruinas, sino en una floreciente y rica Pompeya, justo un día antes de la erupción del Vesubio. Cuando pregunte por el origen de la piedra, recibirá informaciones a medias, confusas, misteriosas y le hablan de otro extranjero que llegó después de un gran terremoto, el que hablaba del ‘hombre de oro’ y de la ‘luz que destruye’ y cuya carne ‘se caía a pedazos’.

Su paseo lo va a hacer conocer a actores, a comerciantes, a viejos mendigos, a prostitutas y va a contemplar una danza de iniciación que tiene muchas connotaciones, quizás mucho más clara para el hombre moderno que para los pompeyanos, y siempre con el fragmento como llave para penetrar en los misterios que encierra la ciudad.

Como conocemos la historia, es inevitable la erupción del Vesubio, pero después de ésta, como esperanza, queda una brizna de hierba.

Hay varios puntos interesantes en la obra, por una parte, ya lo hemos comentado, la sencillez con la que está escrita, con un estilo llano, sin rasgos estereotipados, con personajes más o menos creíbles, es literatura y la literatura es ficción. También, por supuesto, hay que destacar ese mensaje de paz y esperanza que subyace en toda la historia y que no deja de ser actual y, por último, pero no menos significativo, se debe marcar lo bien recreada que está Pompeya y los diferentes tipos que por ella se mueven.
¿Por qué hacer una reseña de un libro que no es precisamente uno de los más vendidos? Por varias razones, porque el mensaje aún está vigente, porque es un buen libro para adolescentes que están formándose y sería una excelente lectura para tratar ciertos temas transversales, porque quizás alguien lo tenga en alguna caja en el trastero de casa y ahora que sepa de qué va le dé algo de vida leyéndolo o porque alguien vaya a Italia y encuentre una edición italiana y le apetezca leerlo, por si es el caso, tendrían que buscar Il filo d’erba o ¿quién sabe? Quizás alguna editorial subsane el error de no haberlo editado hasta ahora en español y lo vuelva a poner en su catálogo.
Al fin y al cabo, “la brizna de hierba quiere ser, sólo ser

                     

I. Manzanares
Este artículo apareció publicado en areaslibros.com


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