En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

martes, 30 de junio de 2020

"Boda en el fondo del mar" por Graciela Carretto. Teatro de Títeres.

Hoy Graciela Carretto nos acerca su obra de títeres "Boda en el fondo del mar". ¡Con ustedes...los intérpretes!



GRACIELA CARRETTO argentina–italiana

Poeta, escritora y docente nació en San Nicolás de los Arroyos, reside en La Plata. Secretaria de SADE filial La Plata - Tribuno de Honor S.E.P - Presidenta Fundadora de Academia Latinoamericana de Literatura Moderna filial La Plata Méjico 2018. Embajadora de la Palabra y del Idioma del Museo de la Palabra Fundación César Egido Serrano de España 2014. Miembro de Honor del Instituto Almafuerteano de la Provincia de Bs As 2011 y  del Instituto Horacio Rega Molina 2012. Dama Sanmartiniana del Instituto Sanmartiniano de Pcia de Bs.As. 2018. SER de TEXTOS 2019-  Publicaciones: 2019 NUDOS minificción y relatos - Servicop-  2016 ESE FUEGO Poesía y cantar poético Lemo Montún ediciones: Faja Dorada de la Sociedad de Escritores Regionales 2016 y Semifinalista en Faja de Honor de La Soc. de Escritores de la Provincia de Buenos Aires 2017.  2014 MARIDAJE cuentos y relatos (igual editor). 2012 Audio-libro ORQUÍDEAS. Edición propia CD y en YouTube- 2010 LA BOCA DEL CHI Poesía Dei Genetrix. Seleccionada publica en Antologías y Revistas del país, de España, Italia, Francia, Rumania, República Dominicana y Méjico. Proyectos varios de literatura y arte. Crea y coordina durante siete años el grupo literario Encuentros de Papel. 





BODA EN FONDO DEL MAR

PERSONAJES
Títeres: Pupo el pulpito. | Sirenita.
Manoplas: Tiburón. | Ostra.
De palo: Pececito rojo | Pececito amarillo | Estrella Langosta | Espadón.

                El Relator es un personaje más, se colocará en un banquito alto a un lado de la escena y atraerá la atención del público con una escafandra o unas anteojeras invitándolos a entrar hasta el fondo del mar.
ESCENOGRAFÍA
Telón de fondo (en 3er plano) dáctilo pintura y collage del fondo del mar. Olas en papel tipo celofán o celuloide: se mueven hacia ambos lados y se colocan en dos planos (esto puede hacerse con 2 palos donde se insertan)
 MÚSICA ELECTRÓNICA
Sonido del agua y la voz asemeja el hundimiento permanente hasta anunciar la música de los delfines en escena 2.
MÚSICA EN C.D
 La Marcha Nupcial.

ESCENA I



RELATOR: (aparece el Relator tal como se indica en primera didascalia):
 ¡Hola pececito rojo ¿qué estás buscando? …

PECECITO ROJO (el pececito rojo busca algo entre las olas: aparece y desaparece hasta que se acerca el relator) (se mueve nervioso): No encuentro mi invitación Y no sé cómo entraré.
RELATOR: ¿Invitación? ¿A qué, a dónde?

PECECITO ROJO: Pupo el pulpito se casará.

RELATOR: ¿Habrá una boda en el fondo del mar?

PECECITO ROJO: ¡Si, la más elegante!, la sin igual.

RELATOR: ¿Con quién?

PECECITO ROJO: Con La hermosa sirena cola de plata pelo azafrán.

RELATOR: (aplaude) ¡Qué lindo una boda en el fondo del mar. ¡Contame pececito!

PECECITO ROJO: (como haciendo una confidencia.) Pupo el pulpito se enamoró
Cuando la dulce sirena cantó.

RELATOR: Ahh el canto de las sirenas siempre supo enamorar.

PECECITO ROJO: Shhhh escucha bien que se oye su canción de amor. Presta, mucha atención.

(Aparece Sirenita tarareando una canción y el pececito se retira)
 Una vez frente al público canta:

SIRENITA:
 ¡Quisiera vivir contigo,
Pupo de mi corazón.
Toda todita mi vida
para cantarte mi amor.
Cuando despiertes oirás
una canción muy alegre
y si te quieres dormir
no habrá nada que te moleste.
Para que puedas comer
y no te rompas los dientes
miles de algas marinas
prepararé en la vertiente.
Pupo, Pupito mi vida.
Te cuidaré con amor.
 Y si te duelen los brazos
te arrullará mi canción.

(Pupo aparece lentamente se le acerca y le recita con voz apasionada)
PUPO:
Mi dulce y preciosa sirena
Sirenita de mi ilusión.
Te llevaré entre mis brazos
 como en mullido almohadón.
Y por las aguas azules
 danzaremos juntos tú y yo.
(La Sirenita se le acerca y lo acaricia y él la levanta entre los brazos. Mientras salen de la escena con suspiros y caricias y se va apagando la luz.

ESCENA II
PECECITO AMARILLO: (aparece y busca al relator)Ehhh dónde te metiste ¿Estás buscando corales?

RELATOR: ¡Sí! Debo pensar en el regalo.

PECECITO AMARILLO: (gritando) Tengo un secreto…

RELATOR: Si es un secreto no lo será por mucho tiempo.

PECECITO AMARILLO:(susurrando)
Se pondrá cola de novia.
Velo de madreperla
y a Medusa de flor.

PECECITO ROJO:(mueve todo su cuerpo mostrando su color rojo)
 Pupo se pondrá sombrero
y un nuevo bastón se compró
en tienda de bellos corales
Y será ¡de mi color!

(Aparece la Ostra abriendo la boca y mostrando una perla)
OSTRA: Esta es la perla preciosa
que para ella encargó
la estoy ya refinando.
Con baño multicolor.

(Aparece la langosta con largos bigotes y anuncia)
Langosta: ¡Ya está todo preparado
El gran día ya llegó!

(Se ilumina más la escena y aparecen los pececitos, y Espadón)
ESPADÓN: (dirigiéndose al relator) Pececitos de colores
fueron correo en acción
Llevaron participaciones
para esta gran boda Señor.

(Todos se mueven nerviosos)
ESPADÓN: Cuentan que Tiburón sonriendo
buscó dentro de su arcón
una galera brillosa, como pide la ocasión

LOS PECECITOS (a coro y como anunciando)
Y al gran baile de los novios
Ya llega el señor Tiburón
Muy sonriente y con galera
¡Miren que bello llegó!

(Todos los personajes lo rodean) Los Pececitos anuncian por turno:

PECECITO ROJO: Ya se acerca Doña Estrella. 

 PECECITO AMARILLO: Doña Frida la Ostra joyera.

PECECITO ROJO: ¡Don Calamar peluquero
que en peluquería Marina,
le recortó el bigotón a Doña Langosta!
Miren… de fiesta viene vestida
 con el color del Salmón

PECECITO AMARILLO: Está también en el baile,
la orquesta de los Delfines
(Cambia la música por sonido a Delfines).

OSTRA: ¡Qué bello el sombrero de Pupo!
¡Y qué bello su bastón!

CALAMAR: ¡Oh qué hermosa! es la Sirena
Con cola de novia ataviada.
Y su cabeza ¡divina!
 ¡Qué bien! ¡Qué bien coronada!

(Se escucha la marcha nupcial y aparecen los novios. Todos vivan).



RELATOR: Invita a los chicos a aplaudir la boda y cuando se calman:
Cuando el baile haya acabado
los novios irán a soñar
en su casa toda nueva.
Toda hechita de coral.
 En:  La boca del Chi

lunes, 29 de junio de 2020

La abuela Soni: Una basurita en el corazón


La abuela Soni, cuando el 14 de marzo de 2020, se inició la cuarentena en España, lo primero que pensó es que, durante un tiempo, no iba a poder abrazar a sus nietos. Y como hiciera el señor Bianchi de Gianni Rodari en su Cuentos por Teléfono, tuvo la feliz idea de mantener ese hilo con los pequeños de la familia a través de un cuento diario por teléfono. Si el abrazo no podía ser con los brazos, sería con la voz.
Es cierto que Soni no conocía al señor Bianchi, pero no es casualidad que piense en la palabra para mantener el contacto, pues ya antes había jugado con ella. En Armilla, pueblo cercano a Granada, donde ella vive, la conocen como la abuela cuentacuentos. Junto con varias maestras, y con el apoyo de la ONG Armilla Solidaria, había conformado el Baúl de las Historias, con el que viajaba de escuela en escuela, contando y haciendo reflexionar a los chicos. El resultado quedó plasmado en el libro Relatos Solidarios.




La abuela Soni es más cuentera que cuentacuentos, una Sherezade moderna que, cada uno de los 90 días que ha durado la cuarentena en España, ha tenido un cuento para sus oyentes.
Primero fueron sus nietos. Pero, pronto, se fueron difundiendo: los hijos y los nietos de sus amigas, los más pequeños de una asociación del pueblo, los chicos de los colegios, y, luego, la voz rompió la frontera y llegó a otras localidades de la zona.
Este que le dejamos aquí es el cuento 90 y los dibujos son algunos de los que le han hecho llegar. Su público la imagina así.

lunes, 22 de junio de 2020

Haikus y tankas del Jardín. Por Gabi Casalins

Hoy 21 de junio comienza el invierno en el hemisferio sur. Del otro lado del mundo brilla el sol y hace calor. Les comparto, entonces, parte de la rueda de las estaciones en este trabajo de 2016 que todavía no ha visto publicación. Los collages también son míos.
Gabi Casalins










sábado, 20 de junio de 2020

“Un final para empezar a escribir: El hombrecito verde y su pájaro” por Adrián Ferrero

Adrián Ferrero nos reseña esta obra ya clásica de Laura Devetach: ¡A Disfrutarla!




“Un final para empezar a escribir: El hombrecito verde y su pájaro
por Adrián Ferrero
                  
    
El hombrecito verde y su pájaro de la autora argentina Laura Devetach (Santa Fe, 1936) es un libro originariamente publicado en 1987 y ciertamente llamó mi atención su vigencia pese al tiempo histórico que ha transcurrido desde su primera fecha de edición. En una sociedad globalizada que precisamente aspira a uniformar puntos de vista, formas de concebir el mundo, comportamientos, de aceptar (o no) al prójimo considerándolo (o no) un semejante. Un mundo que tiende a discriminar, a perseguir y a combatir al distinto. Un mundo que tiende a ratificar de modo permanente modos de pensar y modos de actuar, sueños, aspiraciones, ensoñaciones nostálgicas, este libro viene a decir cosas necesarias. Y a ser disidente respecto de todas esas aspiraciones. En la cultura contemporánea historias como esta nos hacen reflexionar acerca de algunos de estos temas pero también hacen experimentar a los niños a partir de la experiencia lectora una perspectiva intelectual y emocional por la que tal vez estén atravesando u otros lo estén haciendo y ellos sean testigos sin saber cómo descifrarlo. Ello puede abrir insospechados caminos para la revisión de comportamientos o concepciones del mundo. Lo considero un libro ideal para discutir en las aulas en este momento.  

  
     Pero empecemos por el comienzo, como por toda buena historia. Claro que algunos buenos libros empiezan por el final y prosiguen por el principio. O comienzan por el medio y pasan al comienzo, como las de William Faulkner o como buena parte de la novela moderna. Sin embargo, nosotros estamos en Argentina. Un país cuya riquísima literatura ha seguido un curso completamente distinto. Un curso que conviene conocer a fondo, porque también esconde en sus raíces grandes sorpresas. Solo hace falta ponerse a escarbar,  tener olfato y meter la nariz en las bibliotecas con ímpetu curioso. En ocasiones ni eso. Solo parar la oreja.
     En una introducción paratextual, Laura Devetach narra historias superpuestas de su infancia en su pueblo natal de Reconquista, Provincia de Santa Fe, Argentina. En efecto, allí refiere cómo la disfrazaban de diablo siendo muy pequeña para la festividad de los carnavales. Y que cierta vez ganó un muñeco muy anhelado por ella, pero por esa época (explica), concretamente a las chicas de los años ’40, cada vez que querían cargar una muñeca de porcelana “aparecería en la oreja el ‘cuidado-que-se-rompe”. Este es el principio del señalamiento de un mandato. Y el de un desacuerdo con ese mandato. Esto es: la mirada de alguien que toma distancia de algo que considera injusto. Agrega también que en su pueblo no había televisores. De allí que fuera tan frecuente (y tan entretenido), “Eso de contar cuentos, leer historias, comentar sucedidos, era cómodo y divertido. Una podía tener mundos secretos, misteriosos, fantásticos y completamente usables” (p. 7). Y cierra estas palabras preliminares diciendo que “Por eso hoy invento historias y las pongo en libros como éste. Para que los chicos se metan adentro, salgan, suban y bajen. Los cuentos se vuelven más irrompibles cuando más se leen” (p. 8). Esta mirada sobre los cuentos como si tuvieran peso, forma, como si fueran manipulables, como si fueran un espacio dentro del cual desplazarse, resuena en la mente infantil con el brillo de que efectivamente una historia “es” algo y que no solo “cuenta” algo. Devetach habla de los cuentos como si se tratara de juguetes. Como si el lenguaje fuera fuente de entretenimiento inteligente pero también tuviera el peso de las cosas, no la volubilidad del viento.
     Esta “Carta a los chicos” establece un pacto. En primer lugar informa de un cambio generacional a partir del cual los pone al tanto de cómo el tiempo histórico cambia las costumbres y cambia también las relaciones que se establecen entre la literatura y los contextos de producción. Entre el tiempo histórico y los discursos. Por otro lado, al hablar en primera persona, en condición de autora por fuera del relato propiamente ficcional, el tono testimonial de tintes autobiográficos confiere poder persuasivo y un principio de veracidad que avala lo que se está contando. Desde el principio del juego la autora trabaja con la noción profunda de la literatura en su doble faz: desde la de quien escribe dirigiéndose a la de quien la leerá, adelantándose a esa situación comunicativa que a continuación tendrá lugar. Esto es, mediante una operación reversible, muestra el costado de la creación y el de la recepción de la literatura. La presente antesala de la historia, reviste una intervención de autora que francamente no me parece en modo alguno inofensiva en virtud del contenido que a continuación referirá. También aclara, hacia el final de este paratexto, que nadie se muere por no leer durante un año un cuento. Y de que nadie “se vuelve diablo por leer un libro de la forma que tenga ganas”. Traza una divisoria de aguas entre lectura y obligatoriedad. Y por lo tanto promueve lo permisivo y el deseo. Este “leer un libro de la forma que tenga ganas” puede ser interpretado en dos sentidos. Como leer en la posición física que así se lo desee. O bien los tiempos o la secuencia en que se quiera. Y que también, en un sentido distinto, la interpretación que una persona haga de ese libro corre completamente por su cuenta. En la medida en que estimula esta clase de lectura, lo hace también con el sentido no unívoco de la literatura o de otros discursos estéticos. De otras conductas incluso. Los recorridos múltiples por ella. Los itinerarios plurales a través de sus fronteras y la ilimitada libertad que propone el libro y el universo del arte. Este atributo se acentúa en virtud de la polisemia del discurso literario, dado que es el que facilita que una operación de estas características tenga lugar.
   
  El presente cuento consta de 10 partes o capítulos sin numerar, sin contar la “Carta a los chicos”. Pero si bien no están numerados, sí están titulados creativamente. Laura Devetach hace literatura incluso en esas zonas en las que aparentemente un libro jamás podría resultar innovador.
     Un narrador en tercera persona del singular de naturaleza omnisciente nos va poniendo al tanto de todo lo que sucede (o sucederá) en este cuento en donde el código icónico o visual resulta tan sustantivo como el propiamente verbal. De hecho se produce tal imbricación entre ambos, que uno es motor recíprocamente del otro. El título mismo del libro ya nos introduce sugestivamente en el juego de un imposible semántico. Un hombrecito que es verde. La propuesta de entrada resulta también provocadora. E invita a desentrañar su significado.
     El narrador en tercera persona será crucial, porque en un momento del cuento, durante el cual el protagonista está soñando, resulta primordial lo que acontece en su, digamos, inconsciente. Todo lo que tiene lugar dentro de él y que cuando despierte lo hará percibir el mundo con una perspectiva completamente novedosa.
     El cuento narra la historia de un hombrecito verde, que vive en una casa verde, en un país verde. Todo en ese país es verde. No solo las cosas verdes por naturaleza, como los yuyos o la yerba para el mate. Sino la pava, la mesa, las ventanas, el piso de la casa, su pájaro que también canta canciones verdes. ¿Qué cómo son las canciones verdes? Nuevamente aquí Laura Devetach mediante una operación subversiva atribuye a un discurso fónico un atributo visual. Y lo que irá sucediendo a medida que avanza la trama, es que ese mundo lleno de certezas que es el del hombrecito verde, luego de que haya soñado una variedad de colores, de brillos dorados y resplandecientes ya no verá el de antes. O no lo verá del mismo modo. Una grieta se abre de pronto en su pensamiento, en su sensibilidad, en su manera de concebir el mundo, empezando por la manera de captar su fisonomía. Y eso porque su pájaro, primero que nadie, había sentido “una alegría color naranja. Y cantó y su canto fue de otro color”. Nótese cómo Laura Devetach pone en juego todos los sentidos: el visual, el auditivo así como antes había jugado en las “Palabras a los chicos” con ese contrapunto entre pasado y presente, infancia y adultez, creación y recepción ahora su literatura despliega ampliamente todos los recursos a los que puede acudir la literatura en todo su magnífico esplendor.
     De un país y un hombre con una casa completamente verdes la historia progresará hacia otros plagados de colores, en el que tanto los pájaros, como las comunidades de personas venidas de otros países traerán objetos de distintos colores a la casa del hombrecito. Esto sin embargo suscitará algunas paradojas y contratiempos ¿cómo usar una yerba que no es verde? La propiedad inherente, esencial de la yerba es suplantada. Otro escándalo lógico. Es un verdadero mundo del revés. Ese orden establecido. Ese estado de cosas estipulado de una manera estable pronto da un giro y se llena de variantes. Pero me parece que para eso están un poco las historias. Para desordenar lo demasiado lo prolijo. Para poner en cuestión la credulidad. Para sembrar de incertidumbre a esas mentes que parecieran estar demasiado seguras de todo. O para improvisar. Para que ocurran cosas imprevisibles en la vida de las personas que tienen su futuro todo rigurosamente planeado. Para poner a prueba lo que se nos presentan como verdades. Esto mismo es lo que le sucedió al hombrecito verde, que vivía en un país también habitado por otros hombrecitos y mujeres verdes. Y que tenía un pájaro verde que un día cantó un color distinto.
     Pero en el país verde cuando todo parecía condenado a ese aburrimiento zonzo que a uno le hace dar bostezos porque asiste siempre a los mismos paisajes de la misma gente que hace las mismas cosas durante todos los días, algo da un vuelco. De pronto irrumpe una pincelada de color. Y un arco iris viene a iluminar la monotonía. Dudar resulta sumamente saludable, aunque incomode. Porque nos permite pensar que nuestras vidas, nuestras decisiones o nuestro futuro pueden ser radicalmente distintos de lo que la sociedad espera de nosotros. O cuya herencia nos pesa como un lastre del que ni siquiera estamos con deseos de continuar. La gran pregunta sería ¿por qué las certezas no pueden un día tambalearse? ¿Por qué una grieta no puede abrir la roca de la seguridad?
     Y Laura Devetach metaforiza esa crisis en la que entra el sujeto traduciéndola en la uniformidad de un color que lentamente comienza también a disolverse. O a combinarse con otros.
    
Todo comienza, como dije, por un pájaro, sigue por los sueños (función vital que suele darnos muchas claves), a continuación por el amor entre dos aves que arman sus nidos con lanas de colores. Prosigue con la hembra que pone tres pequeños huevos violeta. Los huevos son la señal de que un futuro renovador está a punto de irrumpir, de forma completamente intempestiva en el mundo verde. O en el mundo a secas. Y esos huevos color violeta darán a luz tres pichones heterodoxos. Porque “Un día tres chispas de distintos colores empezaron a saltar del nido, correteando por entre las ramas del limonero”.
     Así como se han resquebrajado los huevos de los pájaros se han resquebrajado las convicciones y las expectativas más firmes del hombrecito verde (como vemos un hombrecito que ni siquiera tiene nombre).
     El pueblo también comienza a revisar este común denominar de todos ellos de ser verdes. Y descubren que una tiza coloro rosa puede pintar un pizarrón verde. Y que eso puede ser hermoso. Y que en un telar se puede tejer con lanas multicolores.
     El pueblo es como todo pueblo. Un lugar lleno de habladurías y de chismes. De secretos y de mentiras. De misterios y de supersticiones. Pero también está cansado de ser tan verde como hasta ese momento lo fue el hombrecito. Y comienza a ser de otros colores. Se produce una suerte primero de propagación del fenómeno. Y luego de rebelión en contra de ese atributo que los vuelve a todos idénticos sin otorgarles una identidad que les confiera singularidad.
     Laura Devetach también juega en su relato con la poesía de Federico García Lorca: el célebre “verde que te quiero verde”. Con algunas composiciones folklóricas y con el tango. Con frases hechas y refranes. De modo que entre intertextos, tanto literarios como de la cultura popular, de otras fuentes, entre diálogos que ponen en coloquio el sonido, la música de los pájaros, la música de los bandoneones o la voz de los paisanos, el libro se termina por convertir en un complejo mosaico tonal, no solo cromático, como adelanté. Una delicada composición de cámara. Como un sutil bordado. Y esa polifonía le otorga una infinita riqueza de matices que nos permite recorrerlo desde todos los planos creativos según los cuales ha sido concebido. A partir de su arquitectura compositiva formal pero también de sus contenidos profundamente originales.
     Entre esa uniformidad y unicidad monolítica, de un sujeto que no concibe la diferencia y una realidad que comienza a desmentirla, se introducirán ciertos inevitables conflictos. Y una comunidad que comprende que puede vivir de muchos modos alternativos superadores del originario siendo su vida más completa, se juega este enfoque alternativo que propone Laura Devetach a la sociedad que describí al comienzo.
     Salir de esa monotonía en que nos sume la rutina, el tedio, las costumbres, la tradición, los lastres, lo aprendido sin haber ejercido un pensamiento crítico sobre lo impartido, muchas veces con arbitrariedad. Los colores, en este relato, metaforizan modos de ser y modos de pensar. Esto es: formas de la ideología. Que pueden a su vez compartirse con otros. Lo cierto es que a partir de que el hombrecito comienza a concebir su vida en colores, mediante una suerte de pacífica revolución otro tanto sucederá en el pueblo.
     Surgen así puntos de vistas renovadores respecto de otros que se tenían prácticamente como sagrados. Como verdades inamovibles que no podían ser cuestionadas. El cambio de colores en este libro es el procedimiento literario heterogéneo que pone sobre el tapete lo que somos y lo que podríamos llegar a ser si vemos mundo y si nos pensamos desde la alteridad. Y según otros modelos. Estos personajes son transgresores pero también no siempre lo hacen de modo espontáneo sino que experimentan vacilaciones y hasta miedos, como es perfectamente natural. El psicólogo ErichFromm, hablaba en uno de sus libros de “el miedo a la libertad”. El final de este cuento se resuelve de modo satisfactorio. Con un hombrecito verde que conoce el amor, sintiéndose “doradamente bien” y tomando mate con Marinés, su novia, en una pava roja.
     También el color de los habitantes del pueblo remite, naturalmente, al color de piel en sociedades fuertemente xenófobas de la actualidad que no admiten al distinto sino que según un sistema de expectativas de modo inclusivo respetan únicamente a sus  pares.
     El cierre el relato es en verdad otro comienzo. Porque la autora  invita a los lectores a la posibilidad de que prosigan la historia indefinidamente. Pero esta vez, por ejemplo, con un “hombrecito azul, que vivía en una casa azul, en un país azul”. Y su final son unos significativos puntos suspensivos de naturaleza expectante.
       “Otro mundo es posible porque otro mundo es visible”, pareciera decirnos El hombrecito verde y su pájaro. O: “Hay un mundo invisible”. Y en ocasiones ni siquiera en necesario ver para pensar distinto. Ese final con puntos suspensivos  deja una puerta abierta. La de saber que podemos volver a empezar aún cuando fallemos. Un final sin final. Un final para seguir escribiendo. O para comenzar a hacerlo.

El mono que va a Ángola... sin cola



Este es un cuento popular peruano, cuando yo lo oí, por primera vez, me lo presentaron como El mono sin cola. En redec.com aparece una adaptación con el título El mono viajero. Mi adaptación se llama El mono que va a Ángola... sin cola. Es mucho más descriptivo que los otros dos nombres, pero el cuento va destinado a niños pequeños y ellos buscan en la historia lo que le promete el título.

Por supuesto lo que yo narro aquí es también una adaptación, porque eso tienen los cuentos populares: el original se perdió en el tiempo, cada voz que lo cuenta, le añadirá o le quitará alguna cosa, pero, la esencia, el mono, su deseo de llegar a Angola y el problema de su cola, aparece en todas las adaptaciones.
Por otro lado, ¿dónde va a estar este cuento mejor que en el Mono de la tinta?


viernes, 19 de junio de 2020

La brizna de hierba de Alberto Manzi




Se trata de una de esas pequeñas obras destinadas a hacernos pensar sobre el mundo en el que vivimos, sin llegar a ser un libro doctrinal ni moralizante.

Por los primeros años de la década de los 80, me compré una novelita que se llamaba La brizna de hierba de  Alberto Manzi, autor de la novela en la que estaba basada aquella serie televisiva de un niño que se criaba en plena selva y que se llamaba Orzowei. Tengo que confesarles que me compré el libro, atraída por la ilustración de la portada, en la que se ve lo que parece un soldado romano, junto a un puerto, con unas barquichuelas llenas de mercadería. También me atraía el comentario de la contraportada: “Esta es la extraña historia de un hombre de nuestra época que, imprevistamente, se encuentra en Pompeya el 23 de agosto del año 79 d. de C., el día antes de la erupción que sepultaría la ciudad

Buenos reclamos para alguien que pensaba estudiar clásicas.
La novela resultó ser todo un mensaje ecológico, destinado a adolescentes, con un vocabulario bastante asequible y con una historia contada de forma muy atrayente. Como suele suceder, el libro se perdió y nadie sabía decir dónde podría estar. Nunca más apareció.

Cuando terminé la carrera, ya como profesora, se me ocurrió que La brizna de hierba sería una estupenda lectura para mis alumnos. Cuando pregunté en las librerías por ella, me miraron como si estuviera pidiendo un dedo de Cristo. En primer lugar, la editorial ni existía ya. ¡Cuánto se perdió con Bruguera! Algunas de las obras de Bruguera fueron reeditadas por otras empresas editoriales, pero no La brizna de hierba. No hubo librería andaluza que no fuera registrada buscando el libro. Encontré un montón de obras de la colección Todolibro (todavía encuentro en las librerías que venden libros usados, los que se desprenden de ellas, no saben qué hacen).

También busqué en Internet en librerías online, pero nada. Curiosamente, había muchos colegios en los que aparecía esta obra como parte de la biblioteca, y eso quería decir que no lo había soñado, que la obra existía.
Ya la daba por perdida definitivamente. Sin embargo, hace unos dos años, en uno de nuestros paseos bibliográficos por la avenida Corrientes, miré de reojo en una librería a la que normalmente no le presto gran atención y de pronto, casi me desmayo, allí, en primer término sobre la mesa de libros viejos, había cinco ejemplares de La brizna de hierba, ¡¡¡cinco ejemplares!!! Sólo el que ha estado buscando durante años un libro, sabe la inmensa alegría que sentí cuando vi aquello, no me lo podía creer, todos en excelente estado, luego me dijo la librera que habían salido del fondo de la librería, no eran ni siquiera libros usados. De los cinco, compré cuatro ejemplares, le dejé uno por si alguien venía detrás. Hay que tener cuidado con este libro, se distrae con facilidad.
Y ahora, veamos el libro en sí.

Les anticipo que no es una lectura para adultos descreídos e incrédulos, es una lectura “para todos, sobre todo a partir de 13 años” dice el comentario de la contraportada, yo añadiría que es para aquellos que piensan que todavía hay cosas que se pueden cambiar para que el mundo sea mejor, para que el hombre no pierda la noción de que forma parte de la naturaleza. “Es un canto del amor, de la fe en el hombre y en la vida” dice el comentarista anónimo. Y Manzi encabeza la historia con estas palabras “Sólo el hombre es capaz de frenar al hombre”, que viene a ser algo así como el clasiquísimo y negativísimo homo homini lupus est, (‘el hombre es un lobo para el hombre’), pero la frase de Manzi también tiene un significado positivo, si el hombre que frena al hombre, es el hombre ‘bueno’ y el hombre frenado ‘el malvado’. Y lo digo así, con términos sencillos, porque es así como está escrito el libro, de forma sencilla y clara, de manera que la forma no haga desaparecer al mensaje.

Un periodista que hace una investigación sobre la energía atómica se encuentra sin saber cómo ni por qué con un pedazo de lo que, a simple vista, parece una piedra coloreada y unos signos grabados. Llega a obsesionarle el significado de aquello, hasta que descubre que no es precisamente una piedra, sino que, probablemente, sea un trozo de revoque de una casa pompeyana construida hace unos 20 siglos. Los gráficos que el trozo tiene grabados llegan a perturbar a nuestro periodista, hasta que decide ir a las ruinas de la ciudad sepultada por la erupción del Vesubio. Llega a Pompeya una calurosa y bochornosa mañana, el 23 de agosto de 1979, dispuesto a recorrer las ruinas hasta encontrar algo que le diera la respuesta a los dibujos del revoque (medio círculo o medio sol, la silueta de lo que parece un pie y una línea que parecía truncada).


jueves, 18 de junio de 2020

El Perro y la Flor


Delfina es nuestra más joven colaboradora. Ella ha escrito, ilustrado y, ahora, nos narra este cuento sobre un niño, un perro y una flor.









Este cuento se llama: La Flor y el Perro

El nene plantó una planta que el perro miró y se la comió. 
El nene dijo: ¿Dónde está mi planta?












Y la cara del nene cambió por esta cara.


Y fin...



La ovejita gris (cuento popular inglés)


Noemí Blanca Rosas nos cuenta La ovejita gris, una historia popular inglesa, que también conocemos a través de la antología que Elsa Bornemann recopila para Loqueleo, Mini Antología de cuentos tradicionales.
Noemí es una abuela cuentacuentos, formada en el PEAM, el proyecto de extensión de la Universidad de Río Cuarto para adultos mayores. Desde 2004, uno de los talleres del PEAM es el de Narración oral, dirigido por Gloria García.

Alumnos del taller de Narración Oral del PEAM


miércoles, 17 de junio de 2020

Miedo de Graciela Cabal


Luisina Fontecoba nos cuenta una historia de Graciela Cabal: Miedo.
Un niño tiene miedo de todo, las cosas más cotidianas son, para él, motivo de temor. Tiene miedo a los demás niños, miedo a los ruidos, miedo a los abrazos, miedo a los doctores, miedo a los jarabes,... hasta que aparece la solución. Lleno de pulgas y con mucha hambre. Oye el cuento para saber cómo se soluciona este problema, y luego, búscalo y léelo, será un doble placer.

¿Por qué y para qué escribir literatura para niños? Por Gabi Casalins

¡Lo prometido es deuda! Acá va la segunda conferencia, esta vez la de Gabi Casalins, en la Feria del libro Infantil y Juvenil del año pasado.




¿Por qué y para qué escribir literatura para niños? 

Por Gabi Casalins

Inauguro esta charla con un tono confesional: estas dos preguntas que encabezan como título mi alocución son preguntas que, como escritora, como docente y como mujer entre niños me han desvelado y aún me desvelan. ¿Por qué? Porque siento que quien escribe para niños se pone en riesgo. Sería algo así como si me susurrara a mí misma aquí y ante ustedes esta certeza con algo de vergüenza. Me diría a mí misma: ¿para qué meterse en camisa de once varas? ¿Para qué empujar la roca hasta la cima, como Sísifo, si muchas veces esta se desbarrancará? Todos sabemos, y de esto hablará mi amigo Adrián Ferrero aquí presente, el lugar de incomodidad que implica escribir literatura para niños. Incomodidad para la comunidad literaria e incomodidad para uno mismo como escritor. Incomodidad también  cimentada en largas esperas que pueden tardar años para lograr ser leídos por alguna editorial, incomodidad ante la consideración de algunas personas que creen que escribimos una “literatura menor, que encima se apoya en la ilustración”.
 Es que la literatura infantil es un lugar de incomodidad no sólo porque no se le ha dado el espacio que merece en la comunidad literaria, sino porque, y aquí voy a detenerme porque para mí esto es el tuétano de la cuestión y no la opinión extranjera sobre el tema, la literatura  conocida como literatura para niños es un continuo espacio de interpelación personal.
Escribir para niños es salir de una zona de confort. Como adultos, estamos inmersos en un mundo de reglas bastante estrictas, pero a la vez tranquilizadoras por conocidas y transitadas.
Los invito a hipotetizar sobre la siguiente cuestión: ¿qué tal si sus trabajos cotidianos los confrontaran continuamente con lo que han perdido ustedes de lo que fueron como niños? ¿Qué tal si sus trabajos fueran, al mismo tiempo, un continuo ejercicio de rescate y de memoria y un abrevar en un mundo cuyas reglas no conocen del todo? Piensen por un segundo qué se sentiría contrastar con la pureza más extrema y la espontaneidad casi cruel del niño que exige sinceridad, exige atención, disponibilidad, energía y conocimiento de los supuestos de un mundo que uno ha perdido y que, por lo pronto, se aleja por momentos totalmente, por momentos parcialmente, de la propia experiencia de la infancia. Y sí: escribir para niños se torna entonces un ejercicio para el alma. Siempre pienso que reflotar en cada línea lo que queda de tu niño interior y dejarlo jugar con los niños de hoy es un desgarro y es un gozo al mismo tiempo.
Quienes escribimos para niños no cultivamos un mundo en diminutivo, como muchos creen. No transitamos campos de mariposas multicolores, unicornios tornasolados, y finales siempre felices.  
Esto sería pueril, y nuestros lectores, que son tan exigentes, nos darían vuelta la cara.
En realidad, quienes escribimos literatura para niños intentamos volver a atar los nudos de un puente colgante entre dos mundos que está siempre bastante desgastado y al borde de la quiebra: el mundo sin fronteras de los niños y la otra orilla, la nuestra, esa de los adultos con sus límites y normas, con sus desprecios y sus incapacidades. Ser un adulto escribiendo para niños, es, como ya dije,  un ejercicio del alma que busca comunicarse con su paraíso perdido. Ni más ni menos.
Podría decirse, por otra parte, que la literatura para niños no existe, que existe la Literatura a secas. Yo abono esa afirmación, pero siempre pienso que quienes escribimos para niños, salimos de nuestra zona de comodidad porque, además de las cuestiones antes mencionadas, nuestra literatura no se construye para un solo interlocutor/lector.
En la Literatura en general  quien habita la otra orilla del texto es el lector adulto. En  nuestra práctica de escritura para niños están presentes dos interlocutores/lectores: por un lado el niño, y por otro, el mediador de la lectura, entendiéndose éste por aquella persona que mediatiza la lectura para el niño: la familia que lee con él, los profesores y maestros que acercan nuestros textos, las políticas educativas de promoción de la lectura en la escuela, el mundo comercial y editorial con sus exigencias. Es decir, el mundo adulto, que también nos lee.
 También entramos muchas veces en el intercambio y en el equilibrio delicado que implica cohabitar en la misma obra de arte con la expresión plástica del ilustrador. Los escritores de literatura infantil, si no somos ilustradores, estamos obligados a entrar en diálogo con otro artista que no siempre podemos elegir. No es una tarea sencilla. Pero el resultado exterior, (el libro como objeto bello que comunica en esos dos planos), y el interior (aprender a dialogar con un  artista que maneja otro código y que nos interpreta a través de sus ilustraciones) es profundamente enriquecedor y es un ejercicio creativo magnífico y desafiante.
            A esto se le suma que, del otro lado de nuestras historias, obras de teatro o poemas, el niño nos está esperando con sus requerimientos de lectura, que están supeditados al propio proceso evolutivo de su abstracción. Porque no nos olvidemos que escribimos para niños adquiriendo la capacidad de la lecto-escritura. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué un niño no puede leer solo porque está en proceso de aprendizaje o porque no cuenta con las capacidades necesarias?
Por otra parte también podríamos preguntarnos si, por estas cuestiones, los escritores de literatura infantil estamos obligados a ceñirnos a una estratificación de lo que escribimos, o sea al hecho de que existan libros categorizados por edades o trayectos madurativos. La industria editorial del libro infantil suele usarlas: todos conocemos  leyendas tales como: “a partir de…”, “de 0 a tres años”, etc.
Ni una cosa ni la otra. Creo que todo escritor debe, al menos intuir, a su lector. Nosotros sabemos que hay libros que pueden ser leídos por adultos y niños y ser disfrutados del mismo modo por unos y por otros. También sabemos durante el proceso de escritura, que nos acucia un tema, una imagen, un poema o una historia que pugna por ser. Y creo que si bien parcialmente uno tiene en cuenta todas estas cuestiones de la mediatización de la lectura, o la psicología evolutiva de los niños y adolescentes, en mi caso, al menos, prima la historia o el poema y la configuración del posible lector que me habita cuando escribo para los niños.
Sé muy bien que ellos son lectores descomunales. ¿Qué lector lee, sin saber leer, por ejemplo? Cuestión mágica, por cierto.
Otra de sus características, sobre todo en la primera infancia es la posesión de memorias de
elefante: recuerdo no poder modificar ni un punto ni una coma del mito de Perseo, versionado por Graciela Montes: “Perseo, matador de monstruos” se llamaba, pertenecía a una colección que luego editó Colihue y que por entonces salía en el diario Página 12. Mi pequeño hijo de cinco años lo recordaba fotográficamente, palabra por palabra, aun cuando no sabía leer. Tampoco me permitía cambiar las inflexiones y tonos que había usado en la lectura en voz alta, es decir mi interpretación, del texto de Montes. Es decir, ya era un lector selectivo, sin estar alfabetizado. Y no fue ni es el único Funes memorioso en mi carrera de docente y escritora.
Entonces, como verán el tironeo es grande para el escritor de literatura infantil. Uno se siente, a veces, como Tupac Amaru, al borde del descuartizamiento. ¿Nos dejamos llevar por tantas consideraciones o sólo escribimos?  He aquí el dilema. Un poco y un poco, en un equilibrio circense de cuerda floja, según me parece.
Sigamos haciendo hipótesis, pues, sobre esta cuestión de escribir para niños y ahondemos en otras preguntas posibles que cualquier escritor de la llamada LIJ podría hacerse:
¿Debería escribir lo que me dice mi editor que el público lector necesita? ¿Tengo que ser “comercial” para encontrarme algún día en esa pequeña porción de los libros para niños en que se nos arrincona en el fondo de las librerías? ¿Debo usar un lenguaje carente de poesía porque los niños de hoy no tienen buena comprensión lectora? ¿Tengo que escribir pensando qué le es útil a maestros y escuelas?
La respuesta a tantos interrogantes, al menos en mi caso, sobrevino del contacto con los chicos. Porque todas las preguntas anteriores corresponden al mundo de “los grandes”, sin dudas.
Creo que para escribir para chicos y lograr que ellos estén interesados en lo que uno propone en los libros, es fundamental escucharlos.
Cuando se sabe escuchar a un niño, cuando se puede entablar un diálogo con él, uno puede observar de qué tipo de cuestiones están atravesados, cuáles son sus inquietudes, cuáles sus miedos, cómo miran al mundo adulto y por qué, hoy en día, les cuesta tanto leer y ni qué decir de escribir.
Es que creo que no se puede escribir para niños sin conocerlos, sin asomarse a su pureza o sin saber, por otra parte, qué tipo de intereses o terrores les ha inoculado el mundo adulto. Pero, innegablemente para eso hay que sentarse a escuchar y a recordarse, como dije al principio de esta charla.
No me caben dudas de que los grandes escritores de la Literatura infantil universal los han conocido en profundidad y los han escuchado. ¿Cómo lo sé? Es que como mediadora de lectura los he visto en acción: he visto en las   miradas de los niños y sus gritos de placer, que ellos reconocen el lenguaje de estos escritores y lo sienten como propio. Pienso en algunas reacciones frente a la literatura de Roald Dahl: manitos presionando mi brazo cuando leíamos “Las Brujas” y él los confrontaba con miedos que habitan su cotidianeidad. Complicidad, cuando este autor les muestra su mirada de interés por el mundo de la crueldad y de lo que “no se debe decir” por inconveniente, sucio o malvado. O Michael Ende y su búsqueda del ser interior hacia la superación, en novelas como “Momo” o la “Historia interminable”, hasta la maravillosa invitación al juego verbal que nos han regalado magníficas escritoras argentinas como María Elena Walsh o Adela Basch, pasando por las profundidades detectivescas de Pablo De Santis que implican un juego de estrategia para la mente infantil, o, nuestra querida Liliana Bodoc, rescatista de la magia y caminante de la tierra nuestra con su épica asombrosa. El catálogo de “los conocedores de niños”, como los llamo es interminable, como verán. Y Argentina puede preciarse de poseer un abanico en continua expansión de autores maravillosos.
Sin embargo, ser un conocedor de niños no es cosa sencilla. Son materia mutable, son lectores muy críticos y son, antes que nada, terriblemente sinceros en sus apreciaciones sobre lo que leen.
De hecho, y en el terreno de lo personal, muchas de las ideas de mis novelas provienen de niños. Han realizado una coautoría muy interesante de la que valdría la pena hablar alguna vez, largo y tendido. He tenido de ellos las devoluciones más implacables acerca de mi escritura que podría haber imaginado, y me han servido, sin dudas, para trabajar aspectos que no había tenido en cuenta.
Es que si los niños encuentran campo fértil en su interlocutor, son capaces de abrir un mundo de creatividad inexplorado  y de verdades sin tapujos.
Es innegable, por otra parte, que los niños son los reyes de la imaginación. Nadie le ha puesto coto a esta capacidad y realmente da mucha tristeza ver como el transitar por el sistema educativo la va minando y acotando, y, al llegar a la adolescencia, la mayoría refiere no ser una persona creativa. Esto duele profundamente: es como hacer todo lo posible por apagar una hoguera y luego quejarse de no tener luz ni calor. Así somos los adultos.
Por eso creo que en mis obras yo hablo de sus dichos, de sus vidas, procesos, emociones, pensamientos y preocupaciones. Es un pequeño intento por darles una voz. El proceso de escritura tiene que ver con tratar de lograr una trasposición al lenguaje literario de estas vivencias que reconozco también como mías y que son de ellos.
Porque la literatura para niños aborda casi todas las preocupaciones y alegrías que competen a cualquier ser humano: el dolor y la violencia conviven en ella con la risa y el disparate. La única diferencia es, si se quiere, técnica o de grado.
Entonces, si de técnica se trata, escribir para niños implica saber que el lenguaje es una elección importante, hasta, diría, y como me indicara hace años y tan sabiamente Graciela Falbo, una de nuestras pioneras en la LIJ de La Plata, al leer mi primera novela para niños, un trabajo de conciencia hasta con la selección de los tiempos verbales, las conexiones, la extensión de los textos.
Por ejemplo, en narrativa, el uso de períodos algo más breves, sobre todo para los niños de nuestra Argentina de hoy, no tan intrincadamente subordinados, de manera tal que logremos una prosa ágil y saltarina, que los ayude a focalizar la atención. La extensión en la lectura es hoy un problema para los niños en edad escolar tan expuestos a la inmediatez de pantallas, tablets y celulares (y no hago aquí distinción de origen social, ya que este fenómeno se ha extendido mucho).
He visitado en los últimos cuatro años, a propósito de la lectura de mis novelas, escuelas en las cuales  las maestras se quejan conmigo de la dificultad que encuentran con respecto  al problema de la comprensión lectora de los chicos de hoy. Mi pregunta es siempre la misma: ¿Leen ustedes para ellos en voz alta, de manera tal que las palabras escritas se metan en los cuerpos de sus niños y se hagan carne a través del ritmo, las inflexiones de la voz, la magia de la comunicación? ¿Cómo van a comprender si no pueden preguntar y se los obliga a una lectura solitaria? Sería como pedirle a alguien que nunca escaló un cerro,  que escalara solo el Aconcagua. Esa es la proporción.
La lectura en la escuela es un fenómeno social, no particular. No hay comprensión lectora posible para un niño si no se realiza el proceso de socializar una lectura y no se genera un ámbito propicio donde no hay miedo a preguntar, a cansarse ante un texto muy largo, a expresar el porqué de ese cansancio, a criticar lo que se lee y a escuchar las devoluciones de pares y maestros. Es decir, la lectura como ejercicio del diálogo.
Nadie aprende a leer y comprender solo. Nadie aprende a gustar de la Literatura si no se la muestran, al menos, con entusiasmo y delectación. Porque la atención es un músculo que se ejercita y es directamente proporcional a la pasión que los mediadores de lectura, ya sean, padres, ya abuelos, ya maestros, le pongan.
Como escritora de Literatura infantil y como docente, entiendo que somos los adultos los que como lazarillos debemos tomarlos de la mano y ayudarlos a entrar en este territorio donde se puedan encontrar a gusto, donde se sientan como peces en el agua. Recordemos que todas las operaciones del pensamiento se ejercitan cuando hacemos literatura con los niños.
Ojalá que la literatura sea para cada niño algo de dominio propio y público, porque fue hecha para eso. Que la Literatura sea en la vida de un niño tan importante como estar sano en su cuerpo. Porque las historias y las poesías son parte de la sanidad de nuestras almas, de la misma manera que lo es cualquier forma de arte. Sin embargo, no muchos quieren abrir la puerta para ir a jugar. ¿Por qué? Porque abrirla implica esto que he dicho antes: a veces es difícil transitar al propio niño, aquel que enterramos en el pasado. Algunas maestras me han confesado que a ellas tampoco se les leía en la escuela. Los mediadores de lectura han ido desapareciendo poco a poco, pero lentamente, estamos volviendo a ellos y recuperando este espacio fundacional de la cultura.
 Si no, uno no se explica por qué las maestras convocan a los escritores a hablar con los chicos una vez que han terminado de leer nuestros libros, básicamente es esa necesidad de tender puentes que habita en todo ser humano.
            Y si de puentes se trata, la literatura para niños se constituye en uno de los recorridos más desafiantes y bellos que un escritor puede transitar: la vuelta al hogar de la infancia donde habitan la luz y la sombra sin distingos, donde la emoción se vuelve monstruo o duerme escondida en una nuez, pequeñita y contenida. Porque todavía en ella  hay espacio para el asombro y la perplejidad o para la carcajada que se escapa, franca, cuando leemos juntos. Esa es la invitación que hacemos los escritores de literatura para niños, nuestro por qué y nuestro para qué.