Hace ya varios meses convocamos a varias amigas que, como nosotras, despuntan el vicio de la pluma a escribir un cuento en postas para este espacio del Mono de la Tinta. Esta experiencia nos ha hecho comprender que para tejer palabras, no hay espacio ni tiempo que importen. ¡Gracias a todas, chicas!
Las escritoras por orden de aparición en el cuento:
Mónica Dias Leal
Gabi Casalins
Inmaculada Manzanares Ruiz
Belén de Larrañaga
Fabiana Obispo
Vicky Colantoni Posse
Papalardo Hazmeunncaso era
un hombre longilíneo, de ojos grandes, soñadores. Se pasaba el día pensando en
escribir un cuento. Pero, las ideas, según él, nunca crecían.
Hazmeuncaso, todas las
noches ponía en funcionamiento la alarma de su despertador. A las seis de la
mañana y cuando el sol comenzaba a despuntar, la campanilla del despertador
sonaba: “Papá, papá, papalaaardoooohazmeuncaaaaso”. Y así luego de higienizarse y desayunar, se
sentaba en la silla del escritorio a escribir palabras con las que pudiera
armar una historia. Pero... no le salía nada...
Una mañana de esas tantas, cansado de querer y no poder, decidió...preguntar a alguien realmente autorizado en dicha problemática qué hacer con su problema.
Llamó por teléfono a su
estimadísima amiga, Milagrosa Charlatana, que, según todos decían, era
versadísima en versos, cuenterísima de cuentos y teatrera de teatros.
Le dijo, dramático: “¡Sos
la única que me puede sacar de este lío! ¡Solicito ya mismo, mismísimo tu
ayuda!”
Milagrosa Charlatana
respiró, respirando hondísimo, buscando calma en la calma y contestó: "Hacer
un cuento es como enhebrar un collar, una palabra va detrás de otra unidas
todas por el mismo hilo...
Ah, pues no parecía tan
complicado... Es más, iba a intentarlo en ese preciso momento. Y ahí tenemos al
bueno de Papalardo sentado en su escritorio dispuesto a unir palabras como si
enhebrara un collar. Pero no le venía ninguna palabra que le pareciera
interesante. "Locomotora... ¡no! ¡es muy larga... ¡Tren!... ¡No! Es muy
corta..." Ninguna era buena para iniciar el collar, perdón, el cuento.
"Debe ser este lápiz,
no tiene suficiente punta, tengo que afilarla". Recordaba que tenía uno en
su caja de Cosas imprescindibles para empezar a escribir. Pero no, ni uno había
y era imposibilísimo empezar a escribir, mejor, ni pensar a empezar a escribir,
sin ese sacapuntas. Tendría que ir a comprarse uno inmediatamente. Se puso su
sombrero y salió a la calle…
Cuando entró a la
librería, el corazón de Hazmeuncaso dio un vuelco. De repente, sintió que la
locomotora que había tratado de enhebrar más temprano le recorría las tripas.
Respiro hondo, hondísimo, y, aunque lo intentó, no pudo dejar de estar
apabullado. Había demasiadas cosas para elegir.
Lápices rojos de punta
blanda, azules de punta amable y verdes de punta punzante. Sacapuntas con forma
de auto, de hamburguesa y de dinosaurio, ¿cuál sería más eficaz? Él podía
encontrar argumentos para todos. El auto por veloz, el dinosaurio por voraz y
la hamburguesa... se veía deliciosa. Antes de tomar una decisión apurada y
equivocarse, Hazmeuncaso decidió consultar con el vendedor:
-Buenos días, ¿podría
usted decirme qué sacapuntas es más apropiado para un lápiz que tiene que
enhebrar un cuento?
El vendedor lo miró con
desagrado por arriba del marco de sus anteojos delgados y dijo al inquieto
Hazmeuncaso:
-Eso depende de la trama que usted quiera
enhebrar. Si afila su lápiz con este Sacapuntas (le indicó con su dedo índice
el del auto), tiene que estar dispuesto a viajar por rápidas rutas
desconocidas... Si, en cambio, su elección es éste (allí estaba el verde
dinosaurio), se transportará a tiempos en los que convivirá con mágicas y
gigantes criaturas.
Hazmeuncaso hacía un gran
esfuerzo, grande grandísimo, por mantener cerrada su boca...
-Y finalmente si elige
éste, (y allí estaba la hamburguesa), debe estar dispuesto a saborear delicias
de diferentes lugares del mundo.
El vendedor volvió a mirar
por arriba del marco de sus anteojos delgados y le dijo:
- ¿Cuál lleva entonces? ¿Qué
trama quiere enhebrar?
- Es que aún no sé por dónde
empezar...ni me decido por dónde quiero ir...ni qué trama quiero tramar... -gemía
desconsolado, desorientado y, hasta podríamos decir, apabullado. Eran muchas
las opciones, los vértices, vórtices, y los costados.
- ¡Pues hombre, que no
tengo todo el día y que en minutos se llenará de niños que vienen a comprar
mapas y ojalillos! ¡Basta ya de cháchara y de complicarse la existencia! Deje
de buscar palabras y viva las historias con un poco menos de inocencia. ¡¡Y
basta!! Afuera. Me quedé sin paciencia. –
y de un empujoncito ligero, el vendedor lo sacó de detrás del mostrador, donde
el soñador soñaba con encontrar sus respuestas.
Ni tren, ni locomotora ni
ocho cuartos...ni aviones, ni barcos, ni simples canoas, ni bicicletas, ni
caballos...
Es que el tal Papalardo Hazmeuncaso no había vivido nada de nada en todos estos años...
Quería enhebrar palabras cuyos sabores no conocía...
¿A quién recurriría?
Compungido caminó en la
soledad de sus palabras ausentes...
¿Habría algún Santo que
oyera sus plegarias?
Él era muy devoto y
creyente.
¡Y era Domingo de Ramos!
Y allá fue... Caminando,
caminando, pasó por delante de un parque y unos niños que jugaban le distrajeron; siguió su camino y una abuela haciéndole mimitos a su nieto le hizo sonreír; luego, una pareja de novios agarrados de la mano le recordó a su
primer amor; unos ancianos que se miraban con embeleso le trajeron a la memoria
a sus papás...
Por fin, entró en la
primera iglesia que encontró y se sentó en un banco delante de un Santo
santísimo y pensó repensó y sobrepensó dónde estaría su trama tramosa. De pronto
se dio cuenta, quizás fuera el santo o quizás el paseo o quizás la reflexión...
Salió de la iglesia y, sin
darse cuenta, como sonámbulo, volvió a la plaza. Cerrando los ojos bien fuerte, apretadísimo,
para ver mismísimo por dentro todos sus sueños, entendió que primero
debía tener deseos; y amarrándose de todas las penas, de las pocas alegrías y
de las muchas ilusiones devenidas,
comenzó a subir por la escalera del silencio y a devanar la madeja del olvido; y recordó que
al nacer, junto al soplo de vida y a su primer respiro, su madre le había
vestido con aquellas prendas invisibles que son las palabras y convertido en un
bello niño con un tesoro, como todos, en el alma escondido.
Y comenzó a destejerse su chaleco amarillo; y vio que la lana brillaba como el sol de la tarde y la plaza se cubrió de vuelos naranjas y de trinos azules azulados.
¿Es que nunca los había
visto? Se preguntaba intrigado.
El hilo dorado de su
chaleco flotó frente a sus ojos iniciando una danza inesperada.
Al hilo, que se hilaba
solo frente a sus ojos, le dijo con fe de súplica, como siempre les decía a las
palabras escurridizas:" ¡Hazme un caso, hilo salvador, hazme un solo caso
aunque sea hoy!".
Y cerrando fuerte los ojos
se dejó envolver por aquella red que se iba tejiendo a su alrededor.
"¡Es un
capullo!", pensó, y se dejó ir en la tibieza del abrazo que la trama le
devolvía.
Y allí, acurrucado en
crisálida, musitó nuevamente su oración de fe y, por fin, permitió que las
palabras salieran de su corazón como perlas preciosas que flotaron en el aire. Y vio que estaban hechas con la materia de su corazón
que tanto tiempo había estado acorazado.
Entonces fue que
comprendió: las palabras de una historia no son siempre ideas, o, mejor dicho,
sí lo son, pero son vacías y esquivas si no pasan primero por el hogar del
corazón. Y supo, que dejarlas salir a veces duele, como le duele al gusano
convertirse en mariposa.
Y así, con esta revelación
tan, pero tan revelada, fue que rompió su capullo y salió por el mundo a contar
cuentos, mientras le sacaba punta a todas las ideas que estaban acurrucadas en
su interior.
Mientras él doblaba la
esquina y la dejaba ir, su primera historia voló hecha collar de perlas
preciosas, preciosamente por los aires más aireados para llegar a ser leída por
todos aquellos que tienen ojos y corazón abiertos para las historias, los
poemas, en fin, para las palabras que nos apalabran para que creamos que en
este mundo todavía ellas tienen sustancia, corazón y valor...
Al final, como le dijera
su querida amiga, Milagrosa Charlatana, armar un cuento era, nada más y nada
menos que enhebrar las palabras como las cuentas de un collar de dinosaurios,
trenes, autos, vampiros o amapolas, lo mismo da. Todo está en sacarle punta al
lápiz y destejer la propia trama del corazón para tejer una historia nueva que
nos duerme en crisálida dentro del alma y está luchando por desplegar las alas,
¿no es así?
¿Entonces, qué nuevas
historias estarían por hacerle caso a Papalardo Hazmeuncaso? Habrá que seguir
el hilo amarillo que amarillea doblando la esquina, ¿verdad?