Sin duda le crecerá la nariz a quien diga que no ha leído
jamás nada sobre este muchachito maleducado, travieso, mentiroso, bueno
para nada, que, no obstante, acaba teniendo una pizca de generosidad y acude a
salvar a su papá. Pero cuántos de los que hemos leído el cuento, hemos leído el
original. Aquí ya son menos. Y es precisamente la más interesante de todas
las versiones, de la que se pueden extraer más lecciones y donde las aventuras
y las travesuras de este trozo de pino convertido en muñeco son más colosales,
donde el hada buena es más buena y, a veces, más humana (y ¿por qué no? más
azul).
Les invito a leer, no ese pinocho reinventado de los cuentos
troquelados, ni aquel otro, de la factoría Disney que bailaba con un gato y
trabajaba como marioneta, sino el otro, el que escribió
Carlo Collodi y fue
publicado por entregas en el Giornale per i Bambini, a partir de 1881 y hasta
enero de 1883. Hay grandes diferencias entre unos y otros, quizás la más
llamativa sea el hecho de que el
Pinocho de Collodi nunca
trabaja de marioneta, aunque como veremos, a veces, se comporta como una
marioneta en manos de gente malvadas y sin escrúpulos. Y el dueño del teatro de
marionetas en el cuento de Collodi es un hombre que, pareciendo rudo, en el
fondo es un buenazo que se apiada del pobre niño de madera y de su padre que lo
espera en su casa y le da unas monedas que luego provocarán otras aventuras o
desventuras…
Pero mejor será no empezar a adelantar nada, e ir,
directamente, al cuento, que todos creemos conocer hasta que leemos el de
Collodi.
Nuestra historia empieza en el taller de carpintero de maese
Antonio o maese Cereza (sobrenombre que le viene por el color moráceo de
su nariz). El viejo carpintero encuentra un trozo de madera, idóneo para
terminar una mesa, pero justo cuando le iba a dar el primer golpe, oye una
vocecita que lo recrimina por querer golpearlo. Por supuesto, cuando se da
cuenta de que quien le habla es el tronco, ve el cielo abierto al poder
desprenderse de él, cosa que ocurre en seguida: un vecino de maese Cereza,
su amigo Geppetto va a pedirle un trozo de madera, dentro de su hambruna y
miseria ha ideado una forma de ganarse la vida, dar la vuelta al mundo y
conseguir un trozo de pan y un vaso de vino. Todo ello, gracias a que va a
hacer un muñeco de madera que baile, practique esgrima y dé saltos mortales.
Geppetto, una vez en su casa, en la que hasta el humo de la
cazuela era decoración pictórica de la pared, le pone nombre a su futuro
muñeco, lo va a llamar Pinocho, pero no porque sea madera de pino, sino porque
conoció a una familia con ese nombre, en el que ‘el más rico de ellos pedía
limosna’, por eso supone que le va a traer suerte.
Collodi no para de sorprendernos con salidas de este tipo,
entre irónicas, burlonas y algo esperpénticas, en las que ya apunta cierto
surrealismo.
Después de mucho luchar, Geppetto consigue terminar el
muñeco, bueno, casi terminarlo, porque, al pobre, entre tanta travesura de
Pinocho, se le olvida ponerle las orejas.
Las tropelías de Pinocho provocarán, desde el principio,
una serie de desventuras, que dejarán al pobre Geppetto en prisión, sin culpa
alguna y al muñeco solo en casa, sin nada que comer, y con un grillo
parlante que acabará aplastado contra la pared, por querer leerle la cartilla a
la díscola criatura.
No se preocupen, el Grillo volverá a aparecer, no
siempre con forma de grillo, pero eso sí, siempre dispuesto a cantarle las
cuarenta a este desobediente Pinocho.
Pero no sólo el Grillo se va a metamorfosear a lo largo
del cuento, el mismo Pinocho pasa de ser un tronco de madera a ser un muñeco,
va a ser confundido con un ladrón y lo van a tratar como a un perro
guardián, lo van a creer un extraño pez y casi va a morir frito en la sartén,
luego será un burro (nada de tener sólo orejas y rabo de burro, se
convierte en un burro auténtico), de nuevo muñeco de madera, para trabajar
como un burro, ahora sin serlo, y terminar, finalmente, como un niño de
carne y hueso, en premio a su buen corazón hacia su padre y hacia su amada
Hada, claro que para eso, tenemos que llegar a los últimos capítulos.
También el hada va a sufrir mutaciones, primero será una niña
de cabellos azules que vive rodeada de extraños y asombrosos seres (entre
ellos un Caracol que volverá a aparecer en otros momentos y un perro de lanas
que sirve como cochero) en una casita junto al bosque donde Pinocho va a ser
colgado de una encina, esta niña lo cuidará y curará, le advertirá sobre su
nariz que crece al decir mentiras. La niña morirá por las penas que le hace
pasar Pinocho, pero reaparecerá en la Isla de la Abeja
Hacendosa, convertida en una señora respetable (eso sí, con su pelo azul
identificativo), que lo intentará llevar por el buen camino como una buena
mamá. Más tarde, cuando Pinocho ha escapado de la isla, se ha ido al País
de los Juguetes, se ha convertido en burro, ha conseguido escapar y ha
encontrado a su padre en el vientre del Gran Tiburón, del que también escapa,
ve, triscando sobre la ladera de la costa una cabrita ¡con pelaje azul!, que
llora y está triste porque Pinocho ha muerto en el mar.
Una vez que Pinocho y Geppetto se han instalado en casa del
Grillo, que, según el bichito, antes había sido de una cabra azul que se fue
triste y abatida sin rumbo, penando la pérdida de su amigo Pinocho, reaparecerá
el Caracol, uno de los personajes que rodean al Hada, y que le dirá que el
Hada está enferma y que necesita unas monedas para curarse, o al menos, para
poder comer un último trozo de pan. Es la prueba definitiva, pero Pinocho
no lo sabe.
Geppetto, sin embargo, va a ser siempre el mismo, no sufre
ningún cambio a lo largo de toda la historia. Viene a representar la madurez y
la sensatez, al final, también la decrepitud que necesita de la ayuda del
joven para salir adelante.
En Pinocho hay muchas lecturas, los más jóvenes
quedarán admirados de cuántas aventuras vive el niño de madera, se asombrará de
que pueda hablar con un Grillo, se reirán al verle arder los pies (los
niños son así, se ríen de estas cosas), quizás hasta lleguen a envidiar su
decisión de dejar de ir al colegio para acudir a ver los títeres o para ir al
País de los Juguetes, pero, como Pinocho recibe el castigo que se merece,
y sufre continuos descalabros, y sinsabores, cabe una segunda lectura, una
lectura quizás menos festiva y más seria, casi transversal: es preferible
ser pobre de bolsillo que de corazón, la miseria económica se puede soportar, y
el que es pobre de corazón, el cobarde, el vago, el que busca malas compañías y
huye de sus responsabilidades, ése, recibirá su merecido. Pero, y aquí, hay
otra lectura, hasta el más cabeza dura, el que aparenta que no tiene corazón,
puede un día encontrar un motivo para esforzarse en ser bueno y caritativo.
Y no crean con esto que Pinocho es un cuento de esos
aburridos, lleno de mensajes morales, porque estas dobles lecturas, están
tan entretejidas con las otras lecturas más infantiles, que no nos aburren ni
hacen del libro un manual de buenas costumbres. Quizás, si es que queremos
sacarle algún defecto a las aventuras de Pinocho sean las idas y las vueltas, los
enredos, a veces, excesivos, en los que se ve envuelto nuestro héroe (o
antihéroe, que tiene más de lo segundo que de lo primero), pero éste es un
problema bastante frecuente en las obras escritas por entregas. Tengan en
cuenta que las Aventuras de Pinocho, como ya dijimos más arriba, fue publicada
por episodios y eso hace siempre que la trama se alargue un poco más.
Sin embargo, Las aventuras de Pinocho es un buen libro,
bastante entretenido, con buen uso de la ironía y de recursos humorísticos, que
no nos aburre y que, bien leído, enseña al que quiere oír.
Inmaculada Manzanares
(Publicado originalmente en http://www.arealibros.es/)
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