En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

viernes, 27 de noviembre de 2020

"Liliana Bodoc: la imaginación insumisa" por Adrián Ferrero

 Hoy les acercamos una artículo de Adrián Ferrero, nuestro generoso columnista, sobre una gloria de la LIJ nacional de la Argentina, Liliana Bodoc, de querida memoria.


"Liliana Bodoc: la imaginación insumisa”



por Adrián Ferrero

 

     A lo libros de la narradora argentina Liliana Bodoc, incluso los que estaban destinados al público adulto, los puede leer un niño. Esto no nos habla de un simplismo sino de una ductilidad y de una prosa de una capacidad comunicativa excepcional que sin hacer concesiones, sin privarse de lo exquisito, estaba rigurosamente pensada para una accesibilidad del discurso literario de notable capacidad plástica. Esto es, que entre los lectores y el discurso literario no interfiriera ninguna clase de obstáculo innecesario desde lo estrictamente discursivo y desde la concepción del receptor. La narrativa tiene poesía, denota exploración, pero también juega con compartir una mirada totalizadora del lector. Liliana Bodoc no piensa en los lectores en términos de edades sino en términos, en todo caso, de una economía desafiante de los lugares comunes, de los estereotipos, de esas lagunas que llaman a la pereza en las que suele incurrir la narrativa cuando se detiene, ostentosa de sus recursos o bien haciendo alarde de un léxico que la vuelve hermética.

     Muy por el contrario, Bodoc se manifestaba humilde (en la acepción del lugar asignado al narrador) en el orden de lo expresivo porque buscaba el virtuosismo, no su exhibición. La terminación es perfecta, la  combinación entre historia y discurso o trama y economía de la representación no es complicada. Es, cambio, amable con el lector. Es invitante, es radicalmente poética pero al mismo tiempo no carece de vértigo. Es vigorosa, es contestaria y no hace concesiones al autoritarismo sin incurrir en paupérrimos esquemas binarios. En su narrativa siempre hay presente matices, variantes, infinita riqueza. Y, al mismo tiempo, pluralismo, miradas prismáticas que hacen ver el mundo desde perspectivas múltiples, tan variadas como complejas desde el punto de vista de no hacer concesiones a la pedagogía unívoca.

     Esta combinación convengamos que no suele ser frecuente entre los narradores y las narradoras orientados a ninguna clase de público.  Porque la convención quiere que en las estanterías de una librería las distintas obras de Bodoc estén ubicadas en sectores diferentes. Pues yo propongo a cambio que en verdad deberían estar todas en el mismo. De esta hipótesis, si me lo permiten entonces, voy a partir para hacer un desarrollo mayor de su frondosa poética. 



Entre aquel comienzo de la Saga de los confines, una trilogía en la que se alimentó (sobre todo mediante lecturas informativas y explicativas) del sustrato aborigen y los relatos de la conquista americana en documentos y libros de Historia y los últimos en los que los dragones regresan sin solución de continuidad inspirados en dibujos fabulosos, hay una incuestionable noción de coherencia. En efecto, estamos hablando de una personalidad que no es tornadiza sino que responde a convicciones profundas, acentuadas en su acepción crítica y no complaciente con los poderes.

     La referencia a los pueblos originarios va de la mano de otro  referente, que ella me confesó en una entrevista la preocupaba con recurrencia. Era el lugar de la mujer en la sociedad, esto es, la diferencia desigual de poder de orden atributivo entre varones y mujeres. Entre ese referente histórico que a esta altura quien pretenda negarlo incurriría en mala fe y estas lecturas de la feminidad que la ubican en posiciones de intervención poderosa, Liliana Bodoc sentaba las bases de ese otro referente nítido al cual no estaba dispuesta a renunciar. Tampoco a rendirse de modo condescendiente. Muy por el contrario, sembraba la semilla de un desacuerdo, concibió tramas en las que una posición de decisión y con poder de determinación era llevada adelante por las mujeres de sus sagas, cuentos y novelas. También en su ficción infantil. En la gran tradición de las narradoras  críticas argentinas que revisaba los roles de género desde la narrativa de imaginación, su posición estaba clara y su decisión estaba tomada. Había una apuesta a la equidad, una respuesta a una memoria de agravio y había otra apuesta a un futuro que llamaba a una acción que estuviera a la avanzada para que la sociedad escuchara ese llamado como mínimo desde la ficción. Era un paso. Otro de entre tantos que habían dado y seguirían dando las mujeres. Pero en lo que a Bodoc respecta su opción era ejecutada con firmeza de carácter que se volcaba a la ficción con la representación de roles de género que se salieran de los estereotipos, por un lado. Y que, por el otro, desataran la maquinaria de la iniciativa en el territorio de la acción con vistas a un cambio en el estado de cosas vigente. También, por qué no decirlo, había una recuperación de ese pasado inmemorial de atropello que ella aspiraba no fuera ni olvidado ni repetido. Las consecuencias eran entonces claras. La lectura residual producto de atravesar sus ficcional era la de dejar el producto de un desacuerdo, la propuesta de un nuevo pacto y el llamado a la salir de la trampa de una dominación que aún hoy puede observarse no solo en ciertos espacios sino también en ideologías de inverosímil recurrencia.

          El otro punto que sí acentuaría en el marco de la ficción de Bodoc es el respeto por la diversidad y por la diferencia. Hay libertad y hay una ideología libertaria. Pero también hay una ideología de la tolerancia y del pluralismo. Si hay guerras es para mostrar o que son inevitables para lograr la paz porque ha sido ilegítimo el avance arrollador que ha  sembrado un bando en la sociedad y en el territorio de esclavismo o bien de sujeción a fuerzas poderosos que avasallan irrespetuosamente culturas y sociedades que en verdad por dignidad y por derechos corresponde mantengan su identidad y su integridad. Si hay batallas, entonces, es para defender ideales que no es otra forma que un enfrentamiento irremediable entre principios ideológicos éticos por defender la dignidad. En estos términos entonces definiría la diferencia entre una apología de la guerra (que fue lo que ella no hizo) y una defensa legítima y encendida de la vida de pueblos o espacios que habían sido invadidos sin derecho alguno. La guerra no era ni un tema para cautivar de modo estratégico a los lectores ávidos por la confrontación (esto es, oportunista) ni una encendida defensa del belicismo gratuito. Era la acción inevitable que cuando las palabras no alcanzaban porque no se condescendía al diálogo se afrontaba para evitar el vasallaje, el esclavismo o la indignidad.

     Las ficciones infantiles naturalmente no son previsibles. Denotan juegos con el lenguaje, con los códigos visuales y verbales, las artes del tiempo y las  del espacio, las de una sabiduría en la escritura siempre llamado a sembrar la semilla en el alma de los niños de un amoroso vínculo entre pares, con adultos inspiradores de conductas que desordenan las rutinas pero también de adultos que frente a determinados peligros son amparadores. Adultos que les proponen que hacer teatro puede ser una invitación, por ejemplo, a ser otros, es decir, a que una alteridad positiva también puede ser posible para crear y creer en un mundo alternativo de una naturaleza en la que sea posible la realización. Están por supuesto los inescrupulosos, frente a los cuales tanto los animales como otros adultos o los mismos niños organizados de común acuerdo logran neutralizar.

    


Hay personificaciones en una de las líneas de la gran tradición de la literatura infantil. Espantapájaros que piensan y hablan, que exteriorizan sus deseos y manifiestan su impotencia. O bien pájaros que con sentido colaborativo están dispuestos a asistirlo para cumplir su anhelado deseo de conocer un río cuyo sonido no ha cesado de escuchar. Este es tan solo un ejemplo extraído de un cuento conmovedor que pone en escena, como puede apreciarse, la diferencia entre la esclavitud y la circularidad paralizante de un ser producto del uso que el hombre de él hace. Paradójicamente (y rompiendo una vez más los lugares comunes y estereotipos) los supuestos enemigos, a quienes debe ahuyentar, terminan siendo quienes en verdad lo asisten para que cumpla su mayor anhelo. En este planteo en el que se percibe inversión de la norma estabilizada en creencia cristalizada mediante el cual la lógica natural es puesta en cuestión, Liliana Bodoc desnaturaliza comportamientos que el niño comienza, espontáneamente, a problematizar a partir de lecturas como esta ya y desde edades tempranas. Esto lo conduce espontáneamente a revisar la cultura en la que vive, los patrones que se le pretenden imponer como verdades inamovibles. A repensarse como sujeto de cultura para quien todo lo que se le ha impartido sin embargo es problematizado. Del mismo modo, esas opciones lo conducen a pensar que otro orden no solo es posible sino hasta probable. Y comprenden sin demasiada consciencia de ello desde pequeños que los libros alimentan la avidez por revisar lo arbitrario.

     Ese será una de las grandes operaciones complejas de la ficción de Bodoc. A lo natural volverlo problema. Los formalistas rusos, una corriente de pensadores de la teoría literaria de principios del siglo XX de ese país, planteaban que la buena literatura, la literatura que ponía en cuestión la lógica comunicativa y desmecanizaba las formas de percepción del fenómeno literario, introducía en el lector un efecto de extrañamiento o  efecto de incertidumbre. La ficción entonces sacude, provoca la ocurrencia de que el mundo puede ser de otra manera, postulando salidas más o menos exitosas a este otro universo, de este lado de acá del libro, desde el que estamos leyendo gracias a que del otro lado, el del que salen las historias, esa incertidumbre nos sacude, pero también nos involucra con ideales. La literatura lo pone todo en cuestión. Esta es la otra hipótesis fuerte que manejaré respecto de las operaciones de la ficción de Bodoc sobre los lectores. Nada está dado de antemano. Todo es construido por la mano del poder porque un mundo diferente es habitable. Es más: un mundo diferente debe ser pensado, debe ser escrito y a partir de allí debe ser construido como alternativa al que de modo ilegítimo desmantela las subjetividad y los principios. Estamos hablando de un mundo traducido en las ficciones mediante imágenes, acciones y personajes que aparenta distancia respecto del orden de lo real y lo verosímil. Se trata de un mundo que dramatiza ese combate que se debe librar entre los dos polos de la ética (también cívica) para que de tal mundo el universo sea concebido en términos diversos del que está en vigencia, el habitual, el frecuente, el corriente, el cotidiano. Mediante la intervención potente de la ficción, se persigue de modo obstinado que sea distinto. Sea distinto en todos los  planos. Y Liliana Bodoc en este punto fue muy clara. No lo declamó. No aleccionó mediante un discurso. Lo plasmó en narrativas libertarias. En el plano de los roles de género al que ya me referí.


En el plano de la equidad que corresponde a las etnias (como por ejemplo claramente en El espejo africano), en el plano de clase social y en el plano de los roles de poder según rangos. Entre los poderosos que no tienen escrúpulos, que son arbitrarios, que no admiten réplica ni reproches porque son profundamente autoritarios, Bodoc responde con una ficción de la revuelta. De una revuelta que desde el plano de la representación literaria se proyecta de modo poderoso al orden de lo real sin demasiadas transiciones. Entre lo que el libro propone y la realidad que se aspira a modificar no existe una distancia infranqueable. La mecha de la libertad está encendida porque una vez conocido en el seno de una historia cómo funciona la posibilidad de expresarse y de ser uno mismo difícil resulta admitir que sea prohibido en el orden de lo real.

     La relación entre mundos fabulosos y universo referencial a mí me queda más que claro. Bodoc se sirve de un referente imaginario de fantasía épica pero esa es la transposición más  perfecta  para hablar en  un lenguaje que disfraza a los ojos de poder combates reales con los que los humanos lidiamos todos los días. Con solo abrir un diario uno ya se topa con algunos de los asuntos dramáticos que en un presente indefinido y vigente sus ficciones ponen en escena. La escena puede ser de naturaleza agresiva, violenta, brutal o bien puede tratarse de un imaginario bélico en el marco del cual dos o más bandos pulsean por territorios o por la dominación del gobierno de un bando, de una nación o de un pueblo. Es nada más y nada menos que a lo que venimos asistiendo desde tiempos inmemoriales en nuestro planeta. De modo que, sigo con otra hipótesis, postulando un universo ficcional vinculado a lo atemporal, o lo que está en un futuro fabuloso protagonizado por razas o bandos ahora inexistentes, en un doble movimiento progresivo/regresivo Bodoc de modo insurgente apunta a la Historia. Sus ficciones, de modo perenne, se ponen en contacto con el orden de lo inmemorial pero se proyectan potenciándose hacia un horizonte futuro que ya, como podemos apreciarlo hoy en día, las cosas son y serán igualmente aguerridas.

     La guerra, como dije, no es en Bodoc un ideal que por sí mismo se busca por deseo o  del que se goza. No beneficia a la especie humana como una práctica que ella  promueve. Es la escena en la que se dirimen los principios y los valores, los ideales y las ansias ilimitadas de especular con un mundo que podría, efectivamente, de modo contrario, ser absolutamente pacifista. Como la contracara, la faz indeseable de lo constructivo, Bodoc exhibe esta otra que le resulta épica, es cierto, pero que no le resulta la más deseable como arquetipo para la convivencia entre semejantes.  

     Por otra parte, las narrativas de Bodoc, enojada con las dictaduras militares argentinas, como lo dejó en claro en cada intervención pública, en estas guerras no hacía sino, una vez más situar la narración del combate por la justicia en el teatro de la guerra, que fue en el que se jugó y tuvo lugar según  un referente nítido en  nuestro país. Bodoc había vivido la dictadura, había conocido lo que significaba el silencio y las mordazas, las persecuciones y las tramas del dolor social. ¿Cómo no reconocer en las guerras un principio de vitalidad según el cual una  pulseada connotada axiológicamente de modo positivo o negativo había tenido lugar, estaba teniendo lugar y seguiría teniendo lugar? La presencia de los enfrentamientos militarizados en Bodoc  también deben ser leídos en esa clave. Constituye un cuestionamiento, un reproche que desde la acción concreta se realiza en contra de la hegemonía. En efecto, desde los puntos de vista de una persona disidente la guerra se justifica por el solo principio de sea la antesala cuyas puertas abran sus corredores a la paz.

     Las matrices textuales de Bodoc en la escena de las confrontaciones como un espejo desordenaban un mundo en el que el mal está triunfando pero compensativamente ella no estaba dispuesta a, sojuzgada, admitir sino a afrontar desde quien mediante un acto de rebelión se niega a la sujeción y dice no al poder absolutista.

     De modo que leo, como puede apreciarse, toda la  poética de Liliana Bodoc en primer lugar como un llamado de atención reprensivo contra un avasallamiento inadmisible de la dignidad. En segundo lugar como un llamado a la acción mediante una economía de la revisión de puntos de vista y la insurgencia que modeliza una agencia sin la cual el estado de cosas que está instalado difícil resulta que sea modificado. En tercer lugar, como una economía de la reparación de siglos de dominación continentales no solo americanos que llegaron a ser asesinos al extremo sanguinario de comunidades enteras además de colectivos o minorías de todo tipo.

     En este mapa complejo, entonces, leo la prosa lírica de Bodoc que sin prisas a la vez ruge y no se deja amedrentar por la prepotencia de nada ni nadie. Porque sabe que defiende la libertad, la dignidad y el respeto. Acudiendo de modo elocuente a una imaginación que mediante la perspectiva de la creación innova, amplifica, rompe con la convención instalada de los clichés, los lugres comunes y todo lo que hace que una sociedad se repita pero no progrese en todas sus dimensiones, Bodoc da un paso adelante. En el presente de su escritura que una muerte precoz nos ha arrebatado, la capacidad intacta dinámica del cambio, inmarcesiblemente muestra y demuestra su rango indiscutible, de clásico contemporáneo. Pero daría un paso más allá: es una ficción que siempre abrirá en el tiempo histórico en que sea leída, ayer, hoy o mañana, senderos nuevos. Es esa ficción que de modo impetuoso pero sin prepotencias señala un camino, evita el obstáculo, conduce a la estrategia para que el ideal sea por fin victorioso.