Para todos los peques en cuarentena, vaya ente cuento amasado en mi jardín. (Maestras,papás y mamás tienen mi permiso para llevárselo, si les gusta)
Aventurera
La vaquita
de San Antonio había nacido aventurera. Entre todos sus hermanos era la primera
en alejarse de la pilita de huevos que mamá había dejado preparada para que
comieran cuando ella no estaba.
Se alejaba
solita, intentando correr con ese cuerpo de gusanito peludo con patas que
tienen las vaquitas de San Antonio bebés. Recorría la corteza del tronco del
árbol de ciruelas que era su casa, se trepaba por las ramas y se columpiaba en
el borde afilado de las hojas. ¡Era tan feliz!
Desde el mar verde que era el ciruelo ese otoño, ella le
gritaba a sus hermanos:
-¡Vamos
chicos, vengan! ¡Vamos!
-¡No,
no!-decían-¡Mamá dijo que todavía no podemos!
Y seguían jugando a la escondida entre las
grietas del tronco, ahí nomás, cerca de los huevitos amarillos.
-¡Bobos!-pensaba
la aventurera y saltaba en una hoja como se salta en una cama elástica.
Una mañana,
la mamá los reunió a todos alrededor de la pila de huevos y les dijo:
-Mis amores
tenemos que estar muy atentos: desde ahora nadie, pero nadie, puede salir de
casa. Todos se me quedan juntitos y nadie se sale de la grieta de la corteza
porque es peligroso.
-¿No podemos
salir a caminar por el árbol?-dijo la vaquita aventurera preocupada.
-¡Ni se te
ocurra! ¡Es peligroso, muy peligroso! ¡Peligrosísimo!-dijo la mamá.
-¿Pero, por
qué?, ¿por qué?-insistió ella, porque si no hubiera insistido no hubiera sido
una vaquita aventurera.
-Bueno-dijo
la mamá con una voz extraña-, es que hay una amenaza terrible en el jardín. Hay
una invasión de... ¡Arañas!
-¡Oh! ¡Uy!
¡Noooo!-gritaron las vaquitas, porque como eran vaquitas sabían muy bien que
las arañas se comen a las vaquitas de
San Antonio como si fueran alfajores de chocolate.
-¿Tantas
hay?-preguntó la aventurera, no muy convencida.
-¡Tantas que
no me alcanzan las patas para contarlas!- dijo la mamá y añadió-: oAdemás se
reproducen de tal manera que te las podés encontrar en cualquier lado, debajo
de una hoja, sobre el césped, debajo de las baldosas. Lo único que podemos
hacer es quedarnos en casa y esperar a que se vayan.
-¿Pero,
cuánto tiempo quedarnos en casa?-preguntó la vaquita que ya se estaba poniendo
muy nerviosa.
-El que sea
necesario.-contestó la mamá, misteriosa.
Y desde
aquel día todas las vaquitas de San Antonio de ese tronco se agolparon en su
grieta y se quedaron allí, a esperar que
el peligro pasara. Y así hicieron otras familias de vaquitas. Cada una en su
hoja, en su corteza, o en su rama.
Jugaban
allí, comían allí, estudiaban allí cosas de vaquitas de San Antonio, en casa
todo el día. La mamá no salía, se quedaba con ellas y contaba cuentos,
recortaban pedacitos de hojas con sus trompas y hacían hileras de vaquitas de
San Antonio unidas por las patas que colgaban como guirnaldas en aquella grieta
que era su casa. La tarea les llegaba por la red del polen que viajaba en el
aire, y ellas la hacían con la mamá y después la soplaban en la brisa para que
le llegara a su maestra, que era otra vaquita que también estaba en su casa.
Pero, no era
fácil. Y a veces, se aburrían, o se cansaban. Sobre todo no le era fácil a la
vaquita aventurera. Dos o tres veces la mamá la pescó tratando de escapar,
trepada en la punta de una hoja que se
inclinaba sobre la grieta de la corteza.
-¡No te
podés escapar a jugar afuera! ¡Es muy peligroso!- la retó -. ¡Mirá si te quedás
atrapada en una tela de araña y no te podemos rescatar!
-¡Qué bichos
más malos y horribles que son las arañas! ¡Las odio! ¡Las odio!-gritó la última
vez que la mamá la arrastró para adentro de la casa.
-¡No, las
arañas no son malas, son arañas nada más!-dijo la mamá.
-¡Cómo que
no son malas! ¡Si no podemos salir afuera por ellas! ¡Tenemos que estar
cuidando que no entren telas de araña a la casa para que nadie quede atrapado y
hay que sacudirse las patas a cada rato! ¡Encima vienen creciendo como locas!
¡Eso no es normal!- opinó, enojada, la aventurera.
-Lo que
pasa, mi querida-respondió con paciencia de santa la mamá-, es que hay un
desequilibrio y la Madre Naturaleza lo está sanando así.
-¡¿Y quién
córcholis desequilibró a la Madre Naturaleza?!-preguntó la aventurera muy
enojada.
La mamá la
miró pensativa y después dijo:
-Creo que
fue el Jardinero, tratando de controlar a las avispas, que son las que se comen
a las arañas.
-¿Y
ahora?-dijo la aventurera.
-Ahora, a
esperar en casa a que vuelva el equilibrio.
-¡Ah!-dijo ella,
y se quedó pensando.
Y,
extrañamente, desde ese momento no intentó escaparse más. Poco a poco encontró
la manera de entretenerse. Se le ocurrieron varias cosas pero la que más le
gustó fue la de tejerse un capullo de baba transparente alrededor de su propio
cuerpo. Lo enganchó en un borde de la corteza y, escondidita allí adentro,
comenzó a vivir una aventura increíble: sintió que su cuerpo cambiaba al tiempo
que su rabia se iba volviendo de humo. Y adentro de su capullo soñó imaginando sus colores preferidos, soñó con la libertad y
soñó con todos los paseos que había dado por el jardín, cuando todavía la
naturaleza estaba en calma.
Pronto descubrió
que las aventuras que vivimos no se van nunca de nuestro corazón, como tampoco
se escapa la belleza que conocemos. Pronto descubrió que el adentro y el fuera
tienen que existir en cada vaquita de San Antonio para poder ser partes del
jardín. Y le creció en la espalda una coraza de guerrera roja, con siete
manchas negras como ojos para mirar el mundo.
La mamá la
vio, a través de la pared transparente del capullo y sonrió.
Paso un
tiempo largo, eso sí, pero un día, la mamá les dijo a todos:
-¡Ya podemos
salir! ¡La red del polen anuncia que las arañas ya se han ido!
Sí, así como
habían venido, se habían ido. Cosas de Madre Naturaleza.
La vaquita
aventurera se desperezó dentro del capullo y después, tomó la decisión: Con la
trompa rompió la punta, y por ese agujero, no sin trabajo, salió,
arrastrándose,
En la
corteza quedó aquella casa de filigrana transparente y el sol la atravesó. La
vaquita la miró y se miró: nada quedaba de aquel gusanito inquieto que había
sido. Ahora, en el filo de la rama, ella estaba vestida de fiesta con su traje
rojo y negro. Entonces, como si un milagro hubiera sucedido, desplegó su
maravilla: aquella coraza de su caparazón se abrió y mostró su fantástico
origami, y dos alas enormes se desplegaron. Llena de alegría se las miró y, por fin,
salió volando. A su alrededor también volaban sus hermanas y hermanos,
con alas de viento.
Y el jardín,
ahora era otro y distinto, pero también
era el mismo. Lo que pasaba era que ahora, esta aventurera lo miraba desde el
vuelo.
Gabi Casalins
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