En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

sábado, 27 de marzo de 2021

Girafa, por Adrián Ferrero

 Adrián Ferrero nos cuenta hoy la historia de una jirafa llamada "Girafa". ¿El nombre de este animal, se escribe con "j" o  con "g"? Si lo quieren descubrir, no tienen más que trepar por el largo cuello de este cuento y escuchar lo que tiene por decir.


 Adrián Ferrero


Girafa

Por Adrián Ferrero

Ilustra: Gabi Casalins

 

     Era larga por donde la miraran, salvo la cola, que era cortita como una lagartija.

     Era a manchas marrones y blancas y tenía un cuello tan largo que uno se podía trepar por él y después bajar como por un tobogán. Pues eso fue lo que  hizo Pericles cierta tarde. Él vivía en Nairobi, donde su padre era embajador de Argentina porque  integraba el servicio diplomático. Se trepó a la jirafa y se deslizó hasta su lomo. Luego quedó trepado, la montó, le puso un lacito en el cogote y anduvo un buen rato por la sabana.

     Lo cierto es que Pericles descubrió otra cosa. Mucho más desopilante. Ustedes se preguntarán dos cosas ¿qué quiere decir la palabra “desopilante”?  Y también se preguntarán qué fue lo otro que descubrió Pericles. Lo que descubrió Pericles fue que la jirafa giraba el cuello y podía mirarlo a la cara estando él sentado. Sentado o montado, como prefieran llamarlo. Y la palabra “desopilante” búsquenla en el diccionario.

     Dado que esta era una jirafa sin nombre (al menos que él lo supiera) se le ocurrió ponerle uno. ¿Y saben cuál se le ocurrió? “Girafa”. “Girafa de aquí”. “Girafa de allá”. Lo cierto es que la jirafa Girafa lo que no hacía era hablar, pero sí podía rotar su cuello 360 grados.

     ¿Para qué sirve semejante tontería? Se preguntarán ustedes con toda la razón del mundo.  Pero Girafa la usaba para algo FUNDAMENTAL.  La usaba para mirarse en el agua, porque era muy coqueta y vanidosa. Y aprovechaba para enterarse de ese modo si la nuca estaba limpia o sucia, sucia o limpia. Era su espejo.

      Pericles se hizo muy amigo de Girafa. Tan, tan amigos que salía a trotar por la sabana, se metían por entre los bañados, Girafa saludaba con la pezuña a los ñus pero ni bien sentía el olor de los chitas o de los leones salían disparando para la manada.

     Lo más difícil de todo para Girafa era tomar agua. Tenía que hacer todo un operativo complicadísimo. Incorporarse, abrir las patas delanteras, después bajar lentamente el cogote, el cuello hasta que por fin su hocico tocaba el agua y se ponía a beber. Para colmo de males, al tomar agua tan inclinada, costaba que el agua subiera porque todo lo que sube tiende a bajar, como es natural, siguiendo la ley de gravedad. Sus movimientos de deglución iban entonces en contra de la ley de gravedad.

     Ya comer era cosa más sencilla. Porque se acercaba a los árboles, estiraba el cuello, sacaba la lengua que se parecía a una culebra y se ponía, golosa, a masticar sus hojas favoritas, que eran las verde claro porque eran fresquitas. Mullidas como una almohada, las hojas verdes de los árboles la tentaban. Cada vez que Pericles montaba a Girafa por la sabana ella se desviaba hacia donde hubiera un grupo de árboles (por lo general cerca de donde hubiera agua) y se daba unos atracones de hojas color verde clarito que ni les cuento.

     La otra ventaja que tenía Girafa al poder girar todo su cuello era que cuando algún deprededor andaba más o menos cerca ella daba todo un giro con el cuello y lograba detectar de inmediato a la amenaza. Avisaba rápidamente al gran Jefe de la manada, un jirafo  que se llamaba Jitanjáforo y él las reunía a todas las jirafas, empezando por las jirafas más pequeñas hasta que toda la manada estuviera unida. Recién ahí emprendían la retirada rumbo a otras tierras más tranquilas, lejos de los agresores.

     Las jirafas, no sé si lo recordarán, tienen dos cuernitos diminutos. Nadie sabe ni supo nunca muy bien para qué sirven, salvo para adornar un poco esas cabezas que de otro modo quedarían lisitas como un bollo de pan. Esos cuernitos vienen a poner un poco de belleza, como si fueran adornos que las jirafas tienen y para que les luzcan en medio de la parte superior de la cabeza.

     Pero un día, sí, un buen día, Girafa se enojó mucho con otra jirafa porque había empujado de una patada a una jirafita porque quería comer primero. Era una jirafa egoísta con todas las letras. Entonces Girafa se enojó tanto, pero tanto que le pegó cuatro cornadas. Y una patada que la hizo mover la cola por un buen rato. Ustedes me dirán “¿Pero si los cuerno de las jirafas no tienen punta, qué daño se pueden hacer unas a otras?”. Yo creo que sí se pueden hacer daño. Y mucho. Un daño que no es exactamente el físico sino un daño que tiene que ver con romper los lazos que las unían como manada y ahora las convertía en enemigas. En enemigas hasta que alguna decidiera hacer las paces, cosa que efectivamente sucedió. Porque Girafa, una tarde, se le acercó a Soledad, la jirafa malvada, y le dijo que lo que había hecho no se hacía.  Pero que tampoco lo que ella hacía. De modo que apartar a una cría para comer uno primero y atacar a otra jirafa, no estaban bien ninguna de las dos cosas.

     ¿Y saben lo que pasó un día en que se desató un viento huracanado en medio de la sabana? Resulta que la tierra volaba descontroladamente, formando remolinos. Entonces Girafa, como no quería perderse nada y verlo todo, se puso a girar la cabeza para todos lados como un trompo. Le faltaban solamente los colores. Así fue que vio a las corridas de los ñus, el modo como se enroscaban las serpientes, la manera en que los leones se reunían en círculo parapetándose para evitar que el viento hiciera volarse a las crías y hasta pudo ver cómo los flamencos se apichonaban detrás de un grupo de árboles para que no se los llevara volando (a ellos que eran los que solían volar) el ventarrón terrible que azotaba a la sabana.

     Girafa pudo ver todo eso pero antes llevó al trotecito a Pericles montado sobre su lomo a su hogar en la Embajada de Argentina en Kenia.  “Kenia, Kenia cara de reina”, pensó Girafa cuando vio el cartelito de la embajada bien pintado con letras mayúsculas sobre la pared de la entrada del edificio (porque Girafa sabía leer, era una jirafa culta, nadie sabe muy bien cómo había aprendido tantas cosas, pero la cosa es que las sabía).

     Se agachó, Pericles descendió de su lomo y le dio un besito en la frente. Les confieso que Pericles le sintió mal aliento porque claro, Girafa no comía menta en la llanura. Tampoco, como los humanos, tenía posibilidades ni el hábito de lavárselos. Entonces lo que tenía era un terrible mal aliento. Cuando Pericles quedó sano y salvo de la terrible tormenta, Girafa regresó junto a los suyos. Probablemente por un largo rato. Probablemente por todo un día. Probablemente para siempre y no volvió a ver a Pericles.  ¿Se habría marchado el padre de Pericles, el Embajador de Kenia rumbo a otro país de África? ¿Rumbo a Argelia, su país de origen? ¿O habrían regresado a Argentina? Eso. Eso si les parece bien, lo dejamos para otro cuento. Y ahora nos vamos a cepillarle los dientes a Girafa ¿Les parece bien? Así le damos una mano con el mal aliento.  


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