A mis amigas escritoras:
Gabi e Inma.
“¿Y si las historias
para niños fueran de lectura obligatoria para los adultos? ¿Seríamos realmente
capaces de aprender lo que, desde hace tanto tiempo venimos enseñando?”
José
Saramago, “La flor más grande del mundo”.
Las palabras que esbozo aquí, solo son una humilde
introducción al cuento que quiero compartir con ustedes que han
recibido un don preciado que es, el de poder componer historias para niños. Ese
regalo, me ha sido vedado por el destino. No obstante, sí recorro y comparto
las historias contadas por otros, sufro las mismas desventuras de los
personajes y cuando cierro el libro, tengo la misma desazón e incertidumbre por
acceder a otro título que me haga vibrar como en la lectura anterior. En fin,
estamos en el mundo de las palabras, en el universo de las imágenes que se
generan a partir del sonido del vocablo dicho y ya estamos ahí, y caemos
rendidos a los pies de alguna promesa que nos embarque en un mar infinito, y
que por un rato, por unos minutos seamos los arquitectos de ese cuento, que se
cierra con un final en el que hemos puesto el cuerpo y la mente al servicio de
un narrador que hace las veces de un hacedor de esa historia.
Solo me resta compartir y acompañar el camino de literatura
a través de la lectura. Como dice el Maestro Jorge Luis Borges: "Que
otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he
leído".
Aquí me animo a compartir La flor más grande,
un cuento del escritor José Saramago. Una gran lección de literatura y de vida. Este
cuento se inicia bajo la excusa del premio nobel de literatura sobre la
imposibilidad de escribir un cuento para niños. Y así sin querer o queriendo,
el cuento se va tejiendo, la figura del niño se agranda porque su destino es
grande. Es parte de la historia y como tal se convierte en el héroe, en el que
ofrece vida frente a un páramo, a una tierra seca y muerte; sus pies descalzos
y ensangrentados de tanto subir y bajar la montaña en busca de agua para su
flor, para dar vida a la vida, son el símbolo de este renacimiento.
Qué más se puede decir de este modelo de escritura y de
escritor. Solo cerrar los ojos y dejarse llevar por esta historia que dicen que
es para niños, yo, lo dudo, porque ya no soy una niña y me encantó:
“En el cuento que quise escribir, pero que no escribí,
hay una aldea. (Ahora comienzan a aparecer algunas palabras difíciles, pero,
quien no las sepa, que consulte en un diccionario o que le pregunte al
profesor.)
Que no se preocupen los que no conciben historias
fuera de las ciudades, ni siquiera las infantiles; a mí niño héroe sus
aventuras le esperan fuera del tranquilo lugar donde viven los padres, supongo
que también una hermana, tal vez algún abuelo, y una parentela contusa de la
que no hay noticia.
Nada más empezar la primera página, sale el niño por el fondo del huerto va, de
árbol en árbol, como un jilguero, baja hasta el río y luego sigue su curso,
entretenido en aquel perezoso juego que el tiempo alto, ancho y profundo de la
infancia a todos nos ha permitido...
Hasta que de pronto llegó al límite del campo que se atrevía a recorrer solo.
Desde allí en adelante comenzaba el planeta Marte, efecto literario del que el
niño no tiene responsabilidad pero que la libertad del autor considera
conveniente para redondear la frase. Desde allí en adelante, para nuestro niño,
hay sólo una pregunta sin literatura: «¿Voy o no voy?» Y fue.”
Como esta historia tiene principio pero no tiene un final, los invitamos a disfrutar del video de La Flor más grande del mundo, compuesto y dirigido por Emilio Aragón.
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