En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

viernes, 8 de julio de 2022

Un cuento y un encuentro colectivo

 Hace ya varios meses convocamos a varias amigas que, como nosotras, despuntan el vicio de la pluma a escribir un cuento en postas para este espacio del Mono de la Tinta. Esta experiencia nos ha hecho comprender que para tejer palabras, no hay espacio ni tiempo que importen. ¡Gracias a todas, chicas!

Las escritoras por orden de aparición en el cuento:

Mónica Dias Leal

Gabi Casalins

Inmaculada Manzanares Ruiz

Belén de Larrañaga

Fabiana Obispo

Vicky Colantoni Posse




Papalardo Hazmeunncaso era un hombre longilíneo, de ojos grandes, soñadores. Se pasaba el día pensando en escribir un cuento. Pero, las ideas, según él, nunca crecían.

Hazmeuncaso, todas las noches ponía en funcionamiento la alarma de su despertador. A las seis de la mañana y cuando el sol comenzaba a despuntar, la campanilla del despertador sonaba: “Papá, papá, papalaaardoooohazmeuncaaaaso”.  Y así luego de higienizarse y desayunar, se sentaba en la silla del escritorio a escribir palabras con las que pudiera armar una historia. Pero... no le salía nada...

Una mañana de esas tantas, cansado de querer y no poder, decidió...preguntar a alguien realmente autorizado en dicha problemática qué hacer con su problema.

Llamó por teléfono a su estimadísima amiga, Milagrosa Charlatana, que, según todos decían, era versadísima en versos, cuenterísima de cuentos y teatrera de teatros.

Le dijo, dramático: “¡Sos la única que me puede sacar de este lío! ¡Solicito ya mismo, mismísimo tu ayuda!”

Milagrosa Charlatana respiró, respirando hondísimo, buscando calma en la calma y contestó: "Hacer un cuento es como enhebrar un collar, una palabra va detrás de otra unidas todas por el mismo hilo...

Ah, pues no parecía tan complicado... Es más, iba a intentarlo en ese preciso momento. Y ahí tenemos al bueno de Papalardo sentado en su escritorio dispuesto a unir palabras como si enhebrara un collar. Pero no le venía ninguna palabra que le pareciera interesante. "Locomotora... ¡no! ¡es muy larga... ¡Tren!... ¡No! Es muy corta..." Ninguna era buena para iniciar el collar, perdón, el cuento.

"Debe ser este lápiz, no tiene suficiente punta, tengo que afilarla". Recordaba que tenía uno en su caja de Cosas imprescindibles para empezar a escribir. Pero no, ni uno había y era imposibilísimo empezar a escribir, mejor, ni pensar a empezar a escribir, sin ese sacapuntas. Tendría que ir a comprarse uno inmediatamente. Se puso su sombrero y salió a la calle…

Cuando entró a la librería, el corazón de Hazmeuncaso dio un vuelco. De repente, sintió que la locomotora que había tratado de enhebrar más temprano le recorría las tripas. Respiro hondo, hondísimo, y, aunque lo intentó, no pudo dejar de estar apabullado. Había demasiadas cosas para elegir.

Lápices rojos de punta blanda, azules de punta amable y verdes de punta punzante. Sacapuntas con forma de auto, de hamburguesa y de dinosaurio, ¿cuál sería más eficaz? Él podía encontrar argumentos para todos. El auto por veloz, el dinosaurio por voraz y la hamburguesa... se veía deliciosa. Antes de tomar una decisión apurada y equivocarse, Hazmeuncaso decidió consultar con el vendedor:

-Buenos días, ¿podría usted decirme qué sacapuntas es más apropiado para un lápiz que tiene que enhebrar un cuento?

El vendedor lo miró con desagrado por arriba del marco de sus anteojos delgados y dijo al inquieto Hazmeuncaso:

 -Eso depende de la trama que usted quiera enhebrar. Si afila su lápiz con este Sacapuntas (le indicó con su dedo índice el del auto), tiene que estar dispuesto a viajar por rápidas rutas desconocidas... Si, en cambio, su elección es éste (allí estaba el verde dinosaurio), se transportará a tiempos en los que convivirá con mágicas y gigantes criaturas.

Hazmeuncaso hacía un gran esfuerzo, grande grandísimo, por mantener cerrada su boca...

-Y finalmente si elige éste, (y allí estaba la hamburguesa), debe estar dispuesto a saborear delicias de diferentes lugares del mundo.

El vendedor volvió a mirar por arriba del marco de sus anteojos delgados y le dijo:

- ¿Cuál lleva entonces? ¿Qué trama quiere enhebrar?

- Es que aún no sé por dónde empezar...ni me decido por dónde quiero ir...ni qué trama quiero tramar... -gemía desconsolado, desorientado y, hasta podríamos decir, apabullado. Eran muchas las opciones, los vértices, vórtices, y los costados.

- ¡Pues hombre, que no tengo todo el día y que en minutos se llenará de niños que vienen a comprar mapas y ojalillos! ¡Basta ya de cháchara y de complicarse la existencia! Deje de buscar palabras y viva las historias con un poco menos de inocencia. ¡¡Y basta!! Afuera.  Me quedé sin paciencia. – y de un empujoncito ligero, el vendedor lo sacó de detrás del mostrador, donde el soñador soñaba con encontrar sus respuestas.

Ni tren, ni locomotora ni ocho cuartos...ni aviones, ni barcos, ni simples canoas, ni bicicletas, ni caballos...

Es que el tal Papalardo Hazmeuncaso no había vivido nada de nada en todos estos años...

Quería enhebrar palabras cuyos sabores no conocía...

¿A quién recurriría?

Compungido caminó en la soledad de sus palabras ausentes...

¿Habría algún Santo que oyera sus plegarias?

Él era muy devoto y creyente.

¡Y era Domingo de Ramos!

Y allá fue... Caminando, caminando, pasó por delante de un parque y unos niños que jugaban le distrajeron; siguió su camino y una abuela haciéndole mimitos a su nieto le hizo sonreír; luego, una pareja de novios agarrados de la mano le recordó a su primer amor; unos ancianos que se miraban con embeleso le trajeron a la memoria a sus papás...

Por fin, entró en la primera iglesia que encontró y se sentó en un banco delante de un Santo santísimo y pensó repensó y sobrepensó dónde estaría su trama tramosa. De pronto se dio cuenta, quizás fuera el santo o quizás el paseo o quizás la reflexión...

Salió de la iglesia y, sin darse cuenta, como sonámbulo, volvió a la plaza. Cerrando los ojos bien fuerte,  apretadísimo,  para ver mismísimo por dentro todos sus sueños, entendió que primero debía tener deseos; y amarrándose de todas las penas, de las pocas alegrías y de las muchas ilusiones devenidas,  comenzó a subir por la escalera del silencio y a  devanar la madeja del olvido; y recordó que al nacer, junto al soplo de vida y a su primer respiro, su madre le había vestido con aquellas prendas invisibles que son las palabras y convertido en un bello niño con un tesoro, como todos, en el alma escondido.


Y comenzó a destejerse su chaleco amarillo; y vio que la lana brillaba como el sol de la tarde y la plaza se cubrió de vuelos naranjas y de trinos azules azulados.

¿Es que nunca los había visto? Se preguntaba intrigado.

El hilo dorado de su chaleco flotó frente a sus ojos iniciando una danza inesperada.

Al hilo, que se hilaba solo frente a sus ojos, le dijo con fe de súplica, como siempre les decía a las palabras escurridizas:" ¡Hazme un caso, hilo salvador, hazme un solo caso aunque sea hoy!".

Y cerrando fuerte los ojos se dejó envolver por aquella red que se iba tejiendo a su alrededor.

"¡Es un capullo!", pensó, y se dejó ir en la tibieza del abrazo que la trama le devolvía.

Y allí, acurrucado en crisálida, musitó nuevamente su oración de fe y, por fin, permitió que las palabras salieran de su corazón como perlas preciosas que flotaron en el aire. Y vio que estaban hechas con la materia de su corazón que tanto tiempo había estado acorazado.

Entonces fue que comprendió: las palabras de una historia no son siempre ideas, o, mejor dicho, sí lo son, pero son vacías y esquivas si no pasan primero por el hogar del corazón. Y supo, que dejarlas salir a veces duele, como le duele al gusano convertirse en mariposa.

Y así, con esta revelación tan, pero tan revelada, fue que rompió su capullo y salió por el mundo a contar cuentos, mientras le sacaba punta a todas las ideas que estaban acurrucadas en su interior.

Mientras él doblaba la esquina y la dejaba ir, su primera historia voló hecha collar de perlas preciosas, preciosamente por los aires más aireados para llegar a ser leída por todos aquellos que tienen ojos y corazón abiertos para las historias, los poemas, en fin, para las palabras que nos apalabran para que creamos que en este mundo todavía ellas tienen sustancia, corazón y valor...

Al final, como le dijera su querida amiga, Milagrosa Charlatana, armar un cuento era, nada más y nada menos que enhebrar las palabras como las cuentas de un collar de dinosaurios, trenes, autos, vampiros o amapolas, lo mismo da. Todo está en sacarle punta al lápiz y destejer la propia trama del corazón para tejer una historia nueva que nos duerme en crisálida dentro del alma y está luchando por desplegar las alas, ¿no es así?

¿Entonces, qué nuevas historias estarían por hacerle caso a Papalardo Hazmeuncaso? Habrá que seguir el hilo amarillo que amarillea doblando la esquina, ¿verdad?