En la biblioteca vive el Mono de la Tinta. Se esconde entre mis libros y acecha mis tinteros. Cuando cree que no lo veo, olisquea mis lapiceras. Se trepa a una pila de libros y, por sobre mi hombro, trata de adivinar qué escribo. Escucho su respiración acompasada, anhelante, mientras lee. Lo sospecho en puntas de pie, haciendo equilibrio, pero, cuando me doy vuelta, siempre desaparece.

Dos cosas le gustan sobremanera: La tinta y las historias.

El otro día, al caer el sol, me acerqué silenciosamente. Me escondí en las sombras, detrás de las cortinas. La noche avanzaba lenta como el río espeso de mis sueños.

Entonces, cuando ya casi se me cerraban los párpados, lo vi: se acercó canturreando una cancioncita pegadiza y destapó todos los tinteros en un bailecito alegre. Después, sentado sobre sus patas sacó una historia del tintero con sus dedos largos.

“Había una vez…”. Y la tinta, sangre del cuento, se deshizo en gotas negras sobre el piso, desmigajándose en mil historias de dragones, de caballeros, de batallas, y en la historia de un mono que bebe tinta, una tinta negra y brillante, como los ojos negros del Mono de la Tinta

Gabi Casalins, septiembre de 2013

domingo, 4 de julio de 2021

Bobby de Mélanie Baillairgé

Bobby es un osezno con apariencia de un dibujo de trazos simples, infantiles, pero es mucho más. Es un niño con los miedos de los niños, pero también con los miedos de los adultos, porque un agujero debajo de una cama con un cocrodrilo, perdón, con un cocodrilo en el fondo puede hacer referencia a cualquier otro temor.

Bobby nos presenta a sí mismo cada vez que inicia un nuevo relato (todos comienzan con una palabra ‘YO’), porque es así como fija su ser, es una forma de autoafirmarse y de que el niño lector u oyente también se autoafirme, porque este osito deja abierta la pregunta para que su interlocutor, tú mismo, conteste. La interacción es muy importante cuando nos comunicamos, especialmente cuando el otro es un bebé.

“Yo soy un osezno ¿y tú?, yo tengo garras en los dedos ¿y tú?” Ni qué decir tiene que también Bobby cuenta con nariz, boca, ojos, rabito, ombligo…

Una vez que cada cual sabe quién es, entonces, hay que presentar a la familia: Papá, mamá, el pececito Kiki y sus muñecos. Hay que hablar del agujero negro que se encuentra bajo su cama, al que teme, pero del que siempre sale. No se olvida de su baño, de sus aventuras bajo el agua con Kiki, a pesar de que no le gusta el agua, porque ¿a qué niño le gusta bañarse así a la primera? Tampoco es que le guste mucho ir a la guardería, no es nada agradable encontrarse con cosas que no son suyas, aunque luego, no está mal del todo. En cambio, el parque es especial, puede vivirse en él grandes aventuras, persiguiendo hormigas hasta sus escondites y descubriendo secretos debajo de las piedras.

Más allá de la historia, quizás no, quizás deberíamos decir que formando parte de la historia están las ilustraciones. Ya hablamos al principio que son dibujos simples, podríamos decir infantiles. Trazos rápidos en negro y con un único color, el naranja. Todo lo que ama Bobby, incluso él mismo, es naranja en un mundo en blanco y negro.

La autora de este libro álbum es Mélanie Baillairgé. Artista canadiense, diseñadora gráfica, dibujante, ilustradora, escultora. Bobby, sin embargo, no fue creado por encargo ni por requerimiento editorial, fue engendrado por el simple placer de hacerlo, y se nota.

Lo podemos disfrutar, en español, en la editorial Kraken.

Es el momento de terminar la reseña, porque Bobby ya está, de nuevo, bostezando.



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