Adrián Ferrero nos cuenta hoy la historia de una jirafa llamada "Girafa". ¿El nombre de este animal, se escribe con "j" o con "g"? Si lo quieren descubrir, no tienen más que trepar por el largo cuello de este cuento y escuchar lo que tiene por decir.
Girafa
Por Adrián Ferrero
Ilustra: Gabi Casalins
Era larga por donde la miraran, salvo la
cola, que era cortita como una lagartija.
Era a manchas marrones y blancas y tenía
un cuello tan largo que uno se podía trepar por él y después bajar como por un tobogán.
Pues eso fue lo que hizo Pericles cierta
tarde. Él vivía en Nairobi, donde su padre era embajador de Argentina
porque integraba el servicio
diplomático. Se trepó a la jirafa y se deslizó hasta su lomo. Luego quedó
trepado, la montó, le puso un lacito en el cogote y anduvo un buen rato por la
sabana.
Lo cierto es que Pericles descubrió otra
cosa. Mucho más desopilante. Ustedes se preguntarán dos cosas ¿qué quiere decir
la palabra “desopilante”? Y también se
preguntarán qué fue lo otro que descubrió Pericles. Lo que descubrió Pericles
fue que la jirafa giraba el cuello y podía mirarlo a la cara estando él
sentado. Sentado o montado, como prefieran llamarlo. Y la palabra “desopilante”
búsquenla en el diccionario.
Dado que esta era una jirafa sin nombre
(al menos que él lo supiera) se le ocurrió ponerle uno. ¿Y saben cuál se le
ocurrió? “Girafa”. “Girafa de aquí”. “Girafa de allá”. Lo cierto es que la
jirafa Girafa lo que no hacía era hablar, pero sí podía rotar su cuello 360
grados.
¿Para
qué sirve semejante tontería? Se preguntarán ustedes con toda la razón del
mundo. Pero Girafa la usaba para algo
FUNDAMENTAL. La usaba para mirarse en el
agua, porque era muy coqueta y vanidosa. Y aprovechaba para enterarse de ese
modo si la nuca estaba limpia o sucia, sucia o limpia. Era su espejo.
Pericles
se hizo muy amigo de Girafa. Tan, tan amigos que salía a trotar por la sabana,
se metían por entre los bañados, Girafa saludaba con la pezuña a los ñus pero
ni bien sentía el olor de los chitas o de los leones salían disparando para la
manada.
Lo más difícil de todo para Girafa era
tomar agua. Tenía que hacer todo un operativo complicadísimo. Incorporarse,
abrir las patas delanteras, después bajar lentamente el cogote, el cuello hasta
que por fin su hocico tocaba el agua y se ponía a beber. Para colmo de males,
al tomar agua tan inclinada, costaba que el agua subiera porque todo lo que
sube tiende a bajar, como es natural, siguiendo la ley de gravedad. Sus
movimientos de deglución iban entonces en contra de la ley de gravedad.
Ya comer era cosa más sencilla. Porque se
acercaba a los árboles, estiraba el cuello, sacaba la lengua que se parecía a
una culebra y se ponía, golosa, a masticar sus hojas favoritas, que eran las
verde claro porque eran fresquitas. Mullidas como una almohada, las hojas
verdes de los árboles la tentaban. Cada vez que Pericles montaba a Girafa por
la sabana ella se desviaba hacia donde hubiera un grupo de árboles (por lo
general cerca de donde hubiera agua) y se daba unos atracones de hojas color
verde clarito que ni les cuento.
La otra ventaja que tenía Girafa al poder
girar todo su cuello era que cuando algún deprededor andaba más o menos cerca
ella daba todo un giro con el cuello y lograba detectar de inmediato a la
amenaza. Avisaba rápidamente al gran Jefe de la manada, un jirafo que se llamaba Jitanjáforo y él las reunía a
todas las jirafas, empezando por las jirafas más pequeñas hasta que toda la
manada estuviera unida. Recién ahí emprendían la retirada rumbo a otras tierras
más tranquilas, lejos de los agresores.
Las jirafas, no sé si lo recordarán,
tienen dos cuernitos diminutos. Nadie sabe ni supo nunca muy bien para qué
sirven, salvo para adornar un poco esas cabezas que de otro modo quedarían
lisitas como un bollo de pan. Esos cuernitos vienen a poner un poco de belleza,
como si fueran adornos que las jirafas tienen y para que les luzcan en medio de
la parte superior de la cabeza.
Pero un día, sí, un buen día, Girafa se enojó
mucho con otra jirafa porque había empujado de una patada a una jirafita porque
quería comer primero. Era una jirafa egoísta con todas las letras. Entonces
Girafa se enojó tanto, pero tanto que le pegó cuatro cornadas. Y una patada que
la hizo mover la cola por un buen rato. Ustedes me dirán “¿Pero si los cuerno
de las jirafas no tienen punta, qué daño se pueden hacer unas a otras?”. Yo
creo que sí se pueden hacer daño. Y mucho. Un daño que no es exactamente el
físico sino un daño que tiene que ver con romper los lazos que las unían como
manada y ahora las convertía en enemigas. En enemigas hasta que alguna decidiera
hacer las paces, cosa que efectivamente sucedió. Porque Girafa, una tarde, se
le acercó a Soledad, la jirafa malvada, y le dijo que lo que había hecho no se hacía. Pero que tampoco lo que ella hacía. De modo
que apartar a una cría para comer uno primero y atacar a otra jirafa, no
estaban bien ninguna de las dos cosas.
¿Y saben lo que pasó un día en que se
desató un viento huracanado en medio de la sabana? Resulta que la tierra volaba
descontroladamente, formando remolinos. Entonces Girafa, como no quería
perderse nada y verlo todo, se puso a girar la cabeza para todos lados como un
trompo. Le faltaban solamente los colores. Así fue que vio a las corridas de
los ñus, el modo como se enroscaban las serpientes, la manera en que los leones
se reunían en círculo parapetándose para evitar que el viento hiciera volarse a
las crías y hasta pudo ver cómo los flamencos se apichonaban detrás de un grupo
de árboles para que no se los llevara volando (a ellos que eran los que solían
volar) el ventarrón terrible que azotaba a la sabana.
Girafa pudo ver todo eso pero antes llevó
al trotecito a Pericles montado sobre su lomo a su hogar en la Embajada de
Argentina en Kenia. “Kenia, Kenia cara
de reina”, pensó Girafa cuando vio el cartelito de la embajada bien pintado con
letras mayúsculas sobre la pared de la entrada del edificio (porque Girafa
sabía leer, era una jirafa culta, nadie sabe muy bien cómo había aprendido
tantas cosas, pero la cosa es que las sabía).
Se agachó, Pericles descendió de su lomo y
le dio un besito en la frente. Les confieso que Pericles le sintió mal aliento
porque claro, Girafa no comía menta en la llanura. Tampoco, como los humanos,
tenía posibilidades ni el hábito de lavárselos. Entonces lo que tenía era un
terrible mal aliento. Cuando Pericles quedó sano y salvo de la terrible
tormenta, Girafa regresó junto a los suyos. Probablemente por un largo rato. Probablemente
por todo un día. Probablemente para siempre y no volvió a ver a Pericles. ¿Se habría marchado el padre de Pericles, el
Embajador de Kenia rumbo a otro país de África? ¿Rumbo a Argelia, su país de
origen? ¿O habrían regresado a Argentina? Eso. Eso si les parece bien, lo
dejamos para otro cuento. Y ahora nos vamos a cepillarle los dientes a Girafa
¿Les parece bien? Así le damos una mano con el mal aliento.
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