sábado, 20 de marzo de 2021

Dicho y hecho, por Adrián Ferrero

Va de nuevo este cuento de nuestro amigo Adrián, que, quién sabe por qué  había desaparecido de nuestro blog. ¡Qué lo disfruten otra vez!


DICHO Y HECHO

     Estaba a punto de darle la última chupada a mi paleta gigante de cuatro colores cuando justo sonó el timbre. La maestra nos hizo formar fila, cosa que a mí me molesta mucho porque nos ponen de menor a mayor y como yo soy el más petiso siempre quedo primero. “Petiso, petiso, cara de chorizo”, me dicen mis compañeros cuando me cargan. A mí no me importa. Yo envuelvo mi chupetín en el papel celofán y lo guardo para el siguiente recreo. Lo bueno de las paletas es que algunas me duran toda una tarde, si las sé dosificar y no me pongo a morderlas como mi perra Enriqueta a sus huesos con carne. Además, tengo que comerlas con cuidado porque algunas me sacan unas terribles boqueras en las comisuras de la boca, esos bordes donde terminan los labios y empiezan los cachetes. Ahora aprendí y las chupo por partes, empezando por la punta.

     La maestra nos pidió que nos sentáramos en nuestros bancos. Qué aburrido. Nos mostró el globo terráqueo, lo hizo girar como una manzana verde y nos dijo que ese era el mundo. “¿El mundo?”, pensé yo. “Si el mundo es enorme como muchos mares y montañas. ¿Cómo va a ser como esa bolita cachuza?”. Lo cierto es que la señorita giró y giró el globo, fue señalando sus partes y nos fue contando que en el mundo había muchos países, como el nuestro, que se llama República Argentina. “¡Qué novedad!, pensé yo”. No importa. Ella siguió y siguió y de pronto siento un tirón de pelo que venía de atrás. Estaba por devolver la maldad con una patada cuando oigo que Lucho me dice:

-Andrés, Andrés. Escuchá bien. Hoy, mientras vos estabas en el recreo jugando con los chicos a la pelota yo me quedé en el salón y me pareció ver algo raro atrás del pizarrón.

Estaba a punto de contestarle cuando pasó a mi lado la señorita, nos miró con cara de “Eso no se hace” o “Cierren esa boca” y siguió con su verso de los países. Después pasó a los continentes. Le hice una seña a Lucho para seguirla después en el patio. Porque  si no nos mandaban a dirección.

     La clase duró una eternidad. Porque además de los países la señorita nos contó de los océanos: Pacífico, Atlántico, Índico, Ártico y todos los demás que no voy a nombrar para que ustedes no se aburran como me aburrí yo en ese momento. Sonó el timbre y salimos disparados rumbo al patio, dando zancadas  como avestruces en medio de la sabana africana.

-¿Pero de veras viste algo raro?

-Te digo que sí.

-¿Y qué era?

-Como una mancha toda color roja. El pizarrón estaba flojo, se movía y temblaba como una gelatina y pude ver que atrás, en la pared, había unas figuras.

-Tenemos que aprovechar que este es el recreo largo para inspeccionar.

-Dale, vamos.

    Y después de deliberar largo rato rumbeamos para el salón. Espiamos para ver si había quedado algún marmota de esos que nunca faltan: guardando los útiles, acomodando la mochila o, lo peor de lo peor de todo, borrando el pizarrón para chuparle las medias a la maestra. No, esta vez no había nadie. La señorita estaba tomando un té con leche en la Secretaría porque le dolía un poco la cabeza. Yo había escuchado eso al pasar.

     Cuando llegamos junto al pizarrón pudimos comprobar que los tornillos que lo sostenían estaban flojos. Buena señal. Lucho me ayudó y lo levantamos desde abajo para espiar. Y lo que vimos. ¡Dios mío! Ni se imaginan. Causaba terror. Causaba espanto. Había bisontes, manos, arcos, flechas, hombres y mujeres. Hasta fogatas había. Asustaban porque eran como monigotes malvados, de otra época. Yo lo miré a Lucho y le dije:

-Estamos fritos

-¿Por qué fritos?

-Porque acá alguien estuvo dibujando y hay mucha sangre. Fijate que todo es de color rojo y morado. Es más que naranja. Esto me huele a crimen.

-Puede ser una pintura de un artista-contestó Lucho, para tranquilizarme.

-O un hechizo-arriesgué yo.

Para calmarme, desenvolví la paleta de mi bolsillo y le di dos chupadas. Cuando me pongo nervioso termino los chupetines en un periquete.

-Lucho-le dije-hemos hecho un descubrimiento. Tenemos que denunciarlo a las autoridades del colegio. No te digo a la directora, que es una bruja con pelos y todo en la nariz, pero por lo menos a la señorita. Lucho me miró con cara de “acá no ha pasado nada”. Se dio media vuelta y me dejó con el chupetín en la boca, sin responder a mi preocupación.

     Yo pensé: “Mejor lo dejamos para el próximo recreo y lo charlamos antes de volver a entrar”.

      Dicho y hecho. La maestra siguió hablando de los países y los océanos y los mares. Ah, y agregó los terremotos, que a mí me hizo pensar que sería terrible si hubiera uno ahora y empezaran a temblar las paredes y a descolgarse los cuadros y a moverse las estatuas y lo árboles. Después mencionó al Mar de Mármara, que a mí me sonó divertido porque era todo con “A”, como “bárbara” o “malvada” o “cháchara” o “jacarandá”. Y entonces volvió a sonar el timbre. Salimos y esta vez fui al grano.

-Lucho. Esto lo tenemos que denunciar. Puede ser un maleficio de alguna bruja que quiere que nos vaya mal en los exámenes y en las pruebas de ortografía. Vos sabés lo que a mí me cuestan las reglas de acentuación. Distinguir una palabra aguda de una esdrújula puede ser mi perdición. También los verbos. El pretérito imperfecto de un gerundio. Es mi perdición.

-Sí, tenés razón. Mejor le contamos todo a la maestra.

     Dicho y hecho. La encaramos antes de entrar al aula. La maestra abrió los ojos como dos huevos fritos y fue con nosotros hacia el pizarrón. Lo levantó lentamente. Primero con desconfianza y después con seguridad. Y dio un grito. Un grito pelado. Un grito fuerte fuerte como un detergente. Después se desmayó.

     Vinieron las preceptoras, la directora, la vicedirectora, el sereno, la portera, el vigilante, las tías y un doctor que pasaba por la puerta del colegio que escuchó gritos. Todos abanicaron a la maestra hasta que reaccionó. La maestra tenía la mirada perdida y estaba seria como cuando viene la inspectora a ver sus clases. Tenía un susto bárbaro. Y no era para menos. Cuando pudo reaccionar señaló el pizarrón. Como el pizarrón estaba borrado, nadie entendía nada. Hasta que Lucho se acercó, pidió silencio y lo levantó. Todos se quedaron helados como un cucurucho de helado de limón. Debajo del pizarrón había toda una serie de dibujos de lo más exóticos. De pronto, de la boca de la directora salieron unas palabras raras:

-Rupestres. Pinturas rupestres. Pinturas rupestres.

     Como se podrán imaginar, a nosotros era como si nos hablaran en chino mandarín. Entonces hice lo que uno hace cuando no sabe. Pregunté.

-Son unas pinturas muy antiguas-me aclaró la directora- de cuando los hombres vivían en las cavernas vestidos con pieles, comían carne cruda y cazaban con arco, flechas y lanzas. Sobre todo bisontes. Vivían muchos de ellos en África. Pintaban con tierra colorada.

-Ah-dije yo más preocupado todavía que cuando había preguntado.

     Al día siguiente salimos en todos los diarios del país y vinieron a entrevistarnos dos periodistas de la televisión. Nos hicieron muchas preguntas. Y nosotros, mientras chupamos nuestras paletas, les contamos las cosas como fueron. Que todo sucedió en un recreo. Que no sabemos nada de nada. Que sólo es cuestión de saber mirar como nosotros, desde acá abajo y por otro poco por detrás de las cosas.

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