sábado, 27 de marzo de 2021

Girafa, por Adrián Ferrero

 Adrián Ferrero nos cuenta hoy la historia de una jirafa llamada "Girafa". ¿El nombre de este animal, se escribe con "j" o  con "g"? Si lo quieren descubrir, no tienen más que trepar por el largo cuello de este cuento y escuchar lo que tiene por decir.


 Adrián Ferrero


Girafa

Por Adrián Ferrero

Ilustra: Gabi Casalins

 

     Era larga por donde la miraran, salvo la cola, que era cortita como una lagartija.

     Era a manchas marrones y blancas y tenía un cuello tan largo que uno se podía trepar por él y después bajar como por un tobogán. Pues eso fue lo que  hizo Pericles cierta tarde. Él vivía en Nairobi, donde su padre era embajador de Argentina porque  integraba el servicio diplomático. Se trepó a la jirafa y se deslizó hasta su lomo. Luego quedó trepado, la montó, le puso un lacito en el cogote y anduvo un buen rato por la sabana.

     Lo cierto es que Pericles descubrió otra cosa. Mucho más desopilante. Ustedes se preguntarán dos cosas ¿qué quiere decir la palabra “desopilante”?  Y también se preguntarán qué fue lo otro que descubrió Pericles. Lo que descubrió Pericles fue que la jirafa giraba el cuello y podía mirarlo a la cara estando él sentado. Sentado o montado, como prefieran llamarlo. Y la palabra “desopilante” búsquenla en el diccionario.

     Dado que esta era una jirafa sin nombre (al menos que él lo supiera) se le ocurrió ponerle uno. ¿Y saben cuál se le ocurrió? “Girafa”. “Girafa de aquí”. “Girafa de allá”. Lo cierto es que la jirafa Girafa lo que no hacía era hablar, pero sí podía rotar su cuello 360 grados.

     ¿Para qué sirve semejante tontería? Se preguntarán ustedes con toda la razón del mundo.  Pero Girafa la usaba para algo FUNDAMENTAL.  La usaba para mirarse en el agua, porque era muy coqueta y vanidosa. Y aprovechaba para enterarse de ese modo si la nuca estaba limpia o sucia, sucia o limpia. Era su espejo.

      Pericles se hizo muy amigo de Girafa. Tan, tan amigos que salía a trotar por la sabana, se metían por entre los bañados, Girafa saludaba con la pezuña a los ñus pero ni bien sentía el olor de los chitas o de los leones salían disparando para la manada.

     Lo más difícil de todo para Girafa era tomar agua. Tenía que hacer todo un operativo complicadísimo. Incorporarse, abrir las patas delanteras, después bajar lentamente el cogote, el cuello hasta que por fin su hocico tocaba el agua y se ponía a beber. Para colmo de males, al tomar agua tan inclinada, costaba que el agua subiera porque todo lo que sube tiende a bajar, como es natural, siguiendo la ley de gravedad. Sus movimientos de deglución iban entonces en contra de la ley de gravedad.

     Ya comer era cosa más sencilla. Porque se acercaba a los árboles, estiraba el cuello, sacaba la lengua que se parecía a una culebra y se ponía, golosa, a masticar sus hojas favoritas, que eran las verde claro porque eran fresquitas. Mullidas como una almohada, las hojas verdes de los árboles la tentaban. Cada vez que Pericles montaba a Girafa por la sabana ella se desviaba hacia donde hubiera un grupo de árboles (por lo general cerca de donde hubiera agua) y se daba unos atracones de hojas color verde clarito que ni les cuento.

     La otra ventaja que tenía Girafa al poder girar todo su cuello era que cuando algún deprededor andaba más o menos cerca ella daba todo un giro con el cuello y lograba detectar de inmediato a la amenaza. Avisaba rápidamente al gran Jefe de la manada, un jirafo  que se llamaba Jitanjáforo y él las reunía a todas las jirafas, empezando por las jirafas más pequeñas hasta que toda la manada estuviera unida. Recién ahí emprendían la retirada rumbo a otras tierras más tranquilas, lejos de los agresores.

     Las jirafas, no sé si lo recordarán, tienen dos cuernitos diminutos. Nadie sabe ni supo nunca muy bien para qué sirven, salvo para adornar un poco esas cabezas que de otro modo quedarían lisitas como un bollo de pan. Esos cuernitos vienen a poner un poco de belleza, como si fueran adornos que las jirafas tienen y para que les luzcan en medio de la parte superior de la cabeza.

     Pero un día, sí, un buen día, Girafa se enojó mucho con otra jirafa porque había empujado de una patada a una jirafita porque quería comer primero. Era una jirafa egoísta con todas las letras. Entonces Girafa se enojó tanto, pero tanto que le pegó cuatro cornadas. Y una patada que la hizo mover la cola por un buen rato. Ustedes me dirán “¿Pero si los cuerno de las jirafas no tienen punta, qué daño se pueden hacer unas a otras?”. Yo creo que sí se pueden hacer daño. Y mucho. Un daño que no es exactamente el físico sino un daño que tiene que ver con romper los lazos que las unían como manada y ahora las convertía en enemigas. En enemigas hasta que alguna decidiera hacer las paces, cosa que efectivamente sucedió. Porque Girafa, una tarde, se le acercó a Soledad, la jirafa malvada, y le dijo que lo que había hecho no se hacía.  Pero que tampoco lo que ella hacía. De modo que apartar a una cría para comer uno primero y atacar a otra jirafa, no estaban bien ninguna de las dos cosas.

     ¿Y saben lo que pasó un día en que se desató un viento huracanado en medio de la sabana? Resulta que la tierra volaba descontroladamente, formando remolinos. Entonces Girafa, como no quería perderse nada y verlo todo, se puso a girar la cabeza para todos lados como un trompo. Le faltaban solamente los colores. Así fue que vio a las corridas de los ñus, el modo como se enroscaban las serpientes, la manera en que los leones se reunían en círculo parapetándose para evitar que el viento hiciera volarse a las crías y hasta pudo ver cómo los flamencos se apichonaban detrás de un grupo de árboles para que no se los llevara volando (a ellos que eran los que solían volar) el ventarrón terrible que azotaba a la sabana.

     Girafa pudo ver todo eso pero antes llevó al trotecito a Pericles montado sobre su lomo a su hogar en la Embajada de Argentina en Kenia.  “Kenia, Kenia cara de reina”, pensó Girafa cuando vio el cartelito de la embajada bien pintado con letras mayúsculas sobre la pared de la entrada del edificio (porque Girafa sabía leer, era una jirafa culta, nadie sabe muy bien cómo había aprendido tantas cosas, pero la cosa es que las sabía).

     Se agachó, Pericles descendió de su lomo y le dio un besito en la frente. Les confieso que Pericles le sintió mal aliento porque claro, Girafa no comía menta en la llanura. Tampoco, como los humanos, tenía posibilidades ni el hábito de lavárselos. Entonces lo que tenía era un terrible mal aliento. Cuando Pericles quedó sano y salvo de la terrible tormenta, Girafa regresó junto a los suyos. Probablemente por un largo rato. Probablemente por todo un día. Probablemente para siempre y no volvió a ver a Pericles.  ¿Se habría marchado el padre de Pericles, el Embajador de Kenia rumbo a otro país de África? ¿Rumbo a Argelia, su país de origen? ¿O habrían regresado a Argentina? Eso. Eso si les parece bien, lo dejamos para otro cuento. Y ahora nos vamos a cepillarle los dientes a Girafa ¿Les parece bien? Así le damos una mano con el mal aliento.  


sábado, 20 de marzo de 2021

Dicho y hecho, por Adrián Ferrero

Va de nuevo este cuento de nuestro amigo Adrián, que, quién sabe por qué  había desaparecido de nuestro blog. ¡Qué lo disfruten otra vez!


DICHO Y HECHO

     Estaba a punto de darle la última chupada a mi paleta gigante de cuatro colores cuando justo sonó el timbre. La maestra nos hizo formar fila, cosa que a mí me molesta mucho porque nos ponen de menor a mayor y como yo soy el más petiso siempre quedo primero. “Petiso, petiso, cara de chorizo”, me dicen mis compañeros cuando me cargan. A mí no me importa. Yo envuelvo mi chupetín en el papel celofán y lo guardo para el siguiente recreo. Lo bueno de las paletas es que algunas me duran toda una tarde, si las sé dosificar y no me pongo a morderlas como mi perra Enriqueta a sus huesos con carne. Además, tengo que comerlas con cuidado porque algunas me sacan unas terribles boqueras en las comisuras de la boca, esos bordes donde terminan los labios y empiezan los cachetes. Ahora aprendí y las chupo por partes, empezando por la punta.

     La maestra nos pidió que nos sentáramos en nuestros bancos. Qué aburrido. Nos mostró el globo terráqueo, lo hizo girar como una manzana verde y nos dijo que ese era el mundo. “¿El mundo?”, pensé yo. “Si el mundo es enorme como muchos mares y montañas. ¿Cómo va a ser como esa bolita cachuza?”. Lo cierto es que la señorita giró y giró el globo, fue señalando sus partes y nos fue contando que en el mundo había muchos países, como el nuestro, que se llama República Argentina. “¡Qué novedad!, pensé yo”. No importa. Ella siguió y siguió y de pronto siento un tirón de pelo que venía de atrás. Estaba por devolver la maldad con una patada cuando oigo que Lucho me dice:

-Andrés, Andrés. Escuchá bien. Hoy, mientras vos estabas en el recreo jugando con los chicos a la pelota yo me quedé en el salón y me pareció ver algo raro atrás del pizarrón.

Estaba a punto de contestarle cuando pasó a mi lado la señorita, nos miró con cara de “Eso no se hace” o “Cierren esa boca” y siguió con su verso de los países. Después pasó a los continentes. Le hice una seña a Lucho para seguirla después en el patio. Porque  si no nos mandaban a dirección.

     La clase duró una eternidad. Porque además de los países la señorita nos contó de los océanos: Pacífico, Atlántico, Índico, Ártico y todos los demás que no voy a nombrar para que ustedes no se aburran como me aburrí yo en ese momento. Sonó el timbre y salimos disparados rumbo al patio, dando zancadas  como avestruces en medio de la sabana africana.

-¿Pero de veras viste algo raro?

-Te digo que sí.

-¿Y qué era?

-Como una mancha toda color roja. El pizarrón estaba flojo, se movía y temblaba como una gelatina y pude ver que atrás, en la pared, había unas figuras.

-Tenemos que aprovechar que este es el recreo largo para inspeccionar.

-Dale, vamos.

    Y después de deliberar largo rato rumbeamos para el salón. Espiamos para ver si había quedado algún marmota de esos que nunca faltan: guardando los útiles, acomodando la mochila o, lo peor de lo peor de todo, borrando el pizarrón para chuparle las medias a la maestra. No, esta vez no había nadie. La señorita estaba tomando un té con leche en la Secretaría porque le dolía un poco la cabeza. Yo había escuchado eso al pasar.

     Cuando llegamos junto al pizarrón pudimos comprobar que los tornillos que lo sostenían estaban flojos. Buena señal. Lucho me ayudó y lo levantamos desde abajo para espiar. Y lo que vimos. ¡Dios mío! Ni se imaginan. Causaba terror. Causaba espanto. Había bisontes, manos, arcos, flechas, hombres y mujeres. Hasta fogatas había. Asustaban porque eran como monigotes malvados, de otra época. Yo lo miré a Lucho y le dije:

-Estamos fritos

-¿Por qué fritos?

-Porque acá alguien estuvo dibujando y hay mucha sangre. Fijate que todo es de color rojo y morado. Es más que naranja. Esto me huele a crimen.

-Puede ser una pintura de un artista-contestó Lucho, para tranquilizarme.

-O un hechizo-arriesgué yo.

Para calmarme, desenvolví la paleta de mi bolsillo y le di dos chupadas. Cuando me pongo nervioso termino los chupetines en un periquete.

-Lucho-le dije-hemos hecho un descubrimiento. Tenemos que denunciarlo a las autoridades del colegio. No te digo a la directora, que es una bruja con pelos y todo en la nariz, pero por lo menos a la señorita. Lucho me miró con cara de “acá no ha pasado nada”. Se dio media vuelta y me dejó con el chupetín en la boca, sin responder a mi preocupación.

     Yo pensé: “Mejor lo dejamos para el próximo recreo y lo charlamos antes de volver a entrar”.

      Dicho y hecho. La maestra siguió hablando de los países y los océanos y los mares. Ah, y agregó los terremotos, que a mí me hizo pensar que sería terrible si hubiera uno ahora y empezaran a temblar las paredes y a descolgarse los cuadros y a moverse las estatuas y lo árboles. Después mencionó al Mar de Mármara, que a mí me sonó divertido porque era todo con “A”, como “bárbara” o “malvada” o “cháchara” o “jacarandá”. Y entonces volvió a sonar el timbre. Salimos y esta vez fui al grano.

-Lucho. Esto lo tenemos que denunciar. Puede ser un maleficio de alguna bruja que quiere que nos vaya mal en los exámenes y en las pruebas de ortografía. Vos sabés lo que a mí me cuestan las reglas de acentuación. Distinguir una palabra aguda de una esdrújula puede ser mi perdición. También los verbos. El pretérito imperfecto de un gerundio. Es mi perdición.

-Sí, tenés razón. Mejor le contamos todo a la maestra.

     Dicho y hecho. La encaramos antes de entrar al aula. La maestra abrió los ojos como dos huevos fritos y fue con nosotros hacia el pizarrón. Lo levantó lentamente. Primero con desconfianza y después con seguridad. Y dio un grito. Un grito pelado. Un grito fuerte fuerte como un detergente. Después se desmayó.

     Vinieron las preceptoras, la directora, la vicedirectora, el sereno, la portera, el vigilante, las tías y un doctor que pasaba por la puerta del colegio que escuchó gritos. Todos abanicaron a la maestra hasta que reaccionó. La maestra tenía la mirada perdida y estaba seria como cuando viene la inspectora a ver sus clases. Tenía un susto bárbaro. Y no era para menos. Cuando pudo reaccionar señaló el pizarrón. Como el pizarrón estaba borrado, nadie entendía nada. Hasta que Lucho se acercó, pidió silencio y lo levantó. Todos se quedaron helados como un cucurucho de helado de limón. Debajo del pizarrón había toda una serie de dibujos de lo más exóticos. De pronto, de la boca de la directora salieron unas palabras raras:

-Rupestres. Pinturas rupestres. Pinturas rupestres.

     Como se podrán imaginar, a nosotros era como si nos hablaran en chino mandarín. Entonces hice lo que uno hace cuando no sabe. Pregunté.

-Son unas pinturas muy antiguas-me aclaró la directora- de cuando los hombres vivían en las cavernas vestidos con pieles, comían carne cruda y cazaban con arco, flechas y lanzas. Sobre todo bisontes. Vivían muchos de ellos en África. Pintaban con tierra colorada.

-Ah-dije yo más preocupado todavía que cuando había preguntado.

     Al día siguiente salimos en todos los diarios del país y vinieron a entrevistarnos dos periodistas de la televisión. Nos hicieron muchas preguntas. Y nosotros, mientras chupamos nuestras paletas, les contamos las cosas como fueron. Que todo sucedió en un recreo. Que no sabemos nada de nada. Que sólo es cuestión de saber mirar como nosotros, desde acá abajo y por otro poco por detrás de las cosas.

lunes, 8 de marzo de 2021

Ser o no ser, esa es la cuestión... otro libro del Del Bonete Ediciones. Una reseña de Gabi Casalins.

         Les acercamos hoy conmemorando el  día de la mujer,  la reseña del nuevo libro de Del Bonete Ediciones, una editorial hecha por tres mujeres jóvenes de la ciudad de La Plata que trabajan por su sueño contra viento y marea. El título es "¿Es o no soy?, y se las trae. Lo reseña Gabi Casalins. 

Les presentamos a la autora y su ilustradora:


Sofía Ramacciotti nació en la ciudad de La Plata, en la primavera de 1987. 

Egresó del Bachillerato de Bellas Artes y luego se capacitó con ilustradores, escritores y artistas que le mostraron como transitar un camino profesional en el mundo del Arte y específicamente en la literatura infantil y juvenil.

Actualmente se desarrolla por completo en esta área, tanto en el aspecto de la ilustración, como en la creación de textos  y proyectos integrales. 

Forma parte del equipo de Del Bonete ediciones, donde realiza tareas de edición, dirección de Arte y curaduría de proyectos. Editorial de la cual es a su vez, una de sus fundadoras.

Sus libros publicados son: “Fábulas Enganchadas” Editorial Uranito, “Roque y Bigote” Editorial Elevé, “Planeta Diminuto” Editorial Malisia, “Moloso (Ser un villano no es fácil)” Editorial La Brujita de Papel, “Lo que no sabe un oso”, Del Bonete Ediciones, “¿Es o no soy?” Del Bonete Ediciones.



Rosario Triana es una ilustradora y diseñadora de 27 años. Nació y se crió en Pinamar. Se formó en la Universidad Nacional de La Plata y actualmente vive en su ciudad natal, cerca del mar, donde disfruta de la naturaleza. Su proyecto de vida es ser nómada digital, y así poder vivir viajando por el mundo. Actualmente tiene un estudio donde desarrolla identidad gráfica, branding, ilustración y animación. Es co-creadora de la Revista Voyager, una publicación de diseño, comics, videojuegos. 

 





Ser o no ser, esa es la cuestión...

Como era de esperarse, las chicas de editorial Del Bonete, vuelven a sorprender con su último título, “Es o no soy”. ¿Por qué razón sorprenden? No es una, sino que son varias las razones o motivos de la sorpresa.  En primer término, el título es meritorio desde el vamos, porque se publicó en plena pandemia y aislamiento en nuestro país, durante 2020, un año inolvidable y complejo para todos y más aún para la edición.

En segundo lugar el libro sorprende desde el formato y desde la paleta de colores elegida. La forma es alargada, el libro es tan longilíneo como su protagonista, de hecho hay una torre o edificio en la tapa, como si desde la imagen ya se relatara una necesidad ascensional, compleja y espiralada para desentrañar la historia, la cual comienza a colarse aquí, en cada ventana  en siluetas negras, contra un fondo gris, en cada ventana.



Por otra parte, alguien poco avezado en literatura infantil y juvenil de hoy, o en el formato del libro álbum, podría decir que esta paleta está muy alejada del supuesto gusto de los niños por las imágenes multicolores. Esta paleta se aleja de los estereotipos y ronda los blancos, grises, rojos y negros y algún acento de un amarillo revestido, eso sí, de significaciones metafóricas para quien bien sabe observar. Las formas se tornan geométricas y algo rígidas con un cometido muy claro que ya se intuye desde el epígrafe de Mark Twain, “Un yanqui en la corte del rey Arturo”, que reza: “No puedes confiar en tus ojos cuando tu imaginación está fuera de foco”. ¿Una tranquilizadora y aparente geometría? Podría ser. O no.

También desde el título se nos convoca a la desconfianza sobre la propia percepción. “¿Es o no soy?” propone un juego con la tercera persona del presente Indicativo del verbo ser y después dispara  hacia la  primera. Todo enmarcado en los signos de interrogación que, en la tapa tienen relieve y brillan, sobredimensionados. Entonces, desde el título, se propone el acertijo. “A buen entendedor, pocas palabras”, como dice el refrán. “Y bien sugerentes”, le agregaríamos desde El Mono de la Tinta. Es una invitación a navegar por dentro de esta historia donde lo supuesto terminará, o no, siendo realidad.

            Las solapas del libro nos introducen como lectores también al ser del protagonista, el hombre del gabán rojo. El término “solapa” se resignifica porque en las mismas, son las solapas del gabán del protagonista las que están ilustradas. Así, miraremos la historia desde su interioridad, o sea, embebidos de su perspectiva pero en plena desconfianza acerca de la misma. ¿Por qué desconfianza?  Básicamente porque una solapa es gris, pero la continuación en la portada nos muestra una solapa roja, integrando en esta persona dos tipos de gabanes. ¿Cuál es el verdadero, entonces? ¿Hay dos personas en una o es la misma? Y desde aquí la ambigüedad abre su juego. 


        Nada es excesivamente regular, desde una métrica que aparenta regularidad, hasta planos de imagen donde un bolsillo puede ser un lago en el que navega un ratón. Los versos de la historia, que ya se van entronizando como un sello de la editorial,  fluctúan entre aparentes regularidades de cuartetos octosilábicos con rima ABAB y versos que se permiten desde el eneasílabo hasta el verso alejandrino con rimas dispares y algo encaprichadas pero muy enigmáticas y musicales, sin duda.

Así desde el soporte de la imagen y la palabra deambulamos con el hombre del gabán rojo que es “un detective extravagante”, según está descripto en esta historia. ¿Pero, qué busca, o mejor dicho a quién busca entre la multitud? El mensaje es aparentemente muy claro, es un malhechor que tiene un diente de oro y lo ve en la vereda de enfrente, detentando, provocador, un  familiar bigote blanquecino. Entonces, se lanza hacia él, como era de esperar. La imagen de un águila roja surca el cielo metaforizando la agudeza de dicha visión certera. Depredador y presa. Queda claro. ¿Queda claro? Lo que ve en su encuentro con el malhechor lo dejamos para los lectores y nos detenemos en lo interesante de esta obra que permite tantos niveles de lectura y se puede adaptar a todas las edades lectoras.

            Apasionante libro para tratar el juego entre apariencia y la realidad, el juego perceptual que puede engañarnos, el mal dentro del bien y el bien dentro del mal, (lo elegiríamos como correlato de Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson , por ejemplo) en escuela secundaria.

Apasionante también para escuela primaria o última sala de jardín, en cuanto al juego de desambiguación y trabajo con la comprensión de la metáfora visual y literaria que proponen la ilustradora- escritora Sofía Ramacciotti y su ilustradora Rosario Triana.

Y, finalmente, lo elegiría como lector adulto dispuesto a una propuesta lúdica e inteligente.

Esta pequeña-gran editorial de La Plata, Argentina, nos viene acostumbrando a títulos a los que, ciertamente, desde el mero placer lector o el trabajo aúlico, se les puede sacar el jugo no sólo desde sus temáticas que invitan a la reflexión profunda y proponen temas actuales y temas universales que sesgan el pensamiento humano, sino por sus gráficas que metaforizan en el mismo tono. Joyitas de biblioteca, por lo bellos y profundos.

Si te interesa calzarte el bonete de estos títulos, los podés conseguir a través del Instagram de la editorial: delbonete.ediciones. Nosotros, desde El Mono de la Tinta, estamos esperando los títulos por venir.  


                                                                                                                                                Gabi Casalins


                                                                        Del Bonete Ediciones




sábado, 6 de marzo de 2021

Con la música a otra parte

 


La  música posee una gran influencia en la literatura. Mueve las piezas de la historia y provoca en los personajes que intervienen, distintas modificaciones en el carácter y en la toma de decisiones. Dice Ronel González Sánchez: Contar historias empleando ritmos y sonoridades, al igual que trazar figuras en el suelo en las paredes de las cavernas, parece ser uno de los entretenimientos  más antiguos del hombre. Música y palabra o tal vez,  la musicalidad de la palabra en un maridaje constante ofrece un tejido muy interesante para los lectores.

Así nos vamos acercando a ese mundo de la imaginación en el que se tejen acciones, palabras, deseos y en algún momento, igual que una partitura musical, una gotita de silencio. En los cuentos de hadas podemos revivir los momentos de los personajes que están atados o liberados a través de la música. Fernando Palacios[1] en CUENTO Y MÚSICA: UN IDILIO PERMANENTE señala que: “Uno de los temas eternos en los cuentos clásicos es el del éxtasis mágico que poseen ciertas músicas: "El flautista de Hamelin", "La historia del soldado", "El ruiseñor", de Andersen, "El músico prodigioso" de los Hermanos Grimm, "La  canción más bonita" de Bolliger…” entre otros tantos que aquí se podrían nombrar.

Vamos a centrar la mirada en la fascinación que ejerce la música en los animales y en este caso especialmente, en las ratas. Hoy nos vamos a ocupar del cuento El Flautista de Hamelin. Se dice que este cuento fue documentado por los Hermanos Grimm en 1816 con el título de “El cazador de ratas”. Su fuente original está enmarcada en una leyenda propia del lugar en la que se cuenta que en el año 1284 sufrieron una gran invasión de ratas. Los lugareños buscaron a través de modos diversos, erradicar esta plaga. Según la leyenda un flautista que pasaba por ahí, aceptó el reto ofrecido por el gobernante del lugar, -quien se comprometió a pagar el precio solicitado por el flautista- y liberó a Hamelin de este gran problema. Pero como suele suceder, aún en estos tiempos, luego de la liberación no se quiso realizar el pago prometido. Entonces, en venganza por esta traición a la buena fe, el flautista regresó  y en medio de la fiesta de San Juan y San Pablo, volvió a hacer sonar su pequeña flauta y uno a uno los niños abandonaron el pueblo y fueron transportados hasta una cueva de la que no regresaron jamás. Aquí aparece la figura musical del silencio y así pasamos a presentar otra versión de esta historia que tendrá otros condimentos, en otro formato con un delicado trabajo en cuanto a imágenes y texto que nos ofrece Calibroscopio.

 La propuesta viene de la mano de Mariana Fernández quien propone una versión de este cuento, focalizando en el accionar del alcalde del lugar, casi un Midas que lustra, mira y admira “sus” monedas de oro. El ritmo y la cadencia de la narración nos llevan a sentir la presencia de la música que es una de las protagonistas para la resolución del primer conflicto y que a la vez, generará la confrontación de las acciones del gobernante con los habitantes de Hamelin. Hay cosas que en la vida no tienen repuesto, y es la vida misma.  A través de estrofas de cuatro versos rimados, descubrimos la presencia de la magia en la que se conjuga la vida y la muerte de los personajes.  Un lenguaje poético,  crea y recrea nuevamente el cuento a través del uso de adjetivos que dan vida a la flauta como un  “instrumento fiel”;  describen al flautista como un mago y al alcalde como un miserable:

Pero en ese pueblo había un gobernante

que sólo en el oro encontraba paz,

pasaba sus tardes puliendo monedas,

celando tesoros y anhelando más.

 

En sintonía con el cuento, los ilustradores Aníbal Dalla Pozza y Pablo Kersevan, nos proponen adentrarnos en una  estética muy particular;  recorremos  sus páginas guiados por  pequeñas ratitas, el ambiente se construye con una variedad  de elementos propios de la herrería: tuercas, tornillos, cadenas, rulemanes, caños, en un tono ferroso dan la atmósfera de un tiempo pasado que se hace presente para que los lectores revivamos este cuento pero en este ocasión con un final diferente. Las imágenes en algunos casos se presentan como si fueran antiguas estampillas que van poblando las páginas y reconstruyendo la historia de un flautista, un gobernante avaro y un pueblo  en el que “los aldeanos vivían sin penas, en prosperidad”.  La tapa y la contratapa invitan a los lectores a asomarse al mundo de la creatividad y a dejarse llevar por la imaginación: llaves, recortes de madera, materiales con distintas texturas, imágenes de ratitas en paracaídas. El pasado y el presente de esta historia sigue cautivando a muchos lectores de todas las edades y hoy, se cierra con un gran mensaje: “ver las cosas desde otro lugar nos abre las puertas para jugar”.



 Agradecemos especialmente a Cecilia Haug por su asesoramiento en cuanto las versiones musicales que se han escrito para revivir este cuento.

 



[1] Palacios, Fernando (1997) www.agruparte.com/imgx/words/Revista MAP 4.pdf en REVISTA MÚSICA, ARTE Y PROCESO.