Hoy, un artículo de Adrián Ferrero en panorámica sobre la obra de Gustavo Roldán y su red de valores.
“Gustavo Roldán: evitar caer en las celadas”
por Adrián Ferrero
Gustavo Roldán (Argentina, 1935-2012) amó el monte chaqueño, su flora
y su fauna. Le gustó poner a conversar a los animales que lo habitaban, con la
escenografía del río Bermejo, de aguas marrones, los árboles y arbustos de ese paisaje.
En sus historias y poemas, indefectiblemente regresa, con inteligencia y sin
lugares comunes, a esta toponimia, encontrando el modo de narrar mediante
infinitas variantes, renovadoras siempre, este paisaje tan argentino como
olvidado por la literatura de nuestro país. En efecto, una literatura como la
argentina gobernada por la centralización de su producción pero también de su
representación geográfica, por lo general urbana, la de Roldán viene a señalar
un contrapunto. Resulta interesante verificar cómo alguien de pluma vigorosa, es
capaz de restituir significado cultural a espacios aparentemente marginales
respecto de lo que pareciera ser el de la hegemonía de nuestro país como
productor de ficciones infantiles, circunstancia feliz que permite poner a los
más pequeños en contacto con zonas de la considerada periferia. Desde esa
supuesta periferia, al igual que Héctor Tizón, pero sin residir en ella, sino
desde una evocación imaginaria que él evoca sobre todo desde Buenos Aires, una
transposición imaginaria y una ética del sujeto, Roldán construye su poética. También
su poética constituye la prueba más contundente de que desde la imaginación del
así llamado interior del país pueden surgir poéticas potentes, con sentido de
arraigo, pero también de universalismo. Y nada complacientes con el sistema en
vigencia, invitado a los niños a ejercer el pensamiento crítico.
Estuvo casado con la también escritora
infantil Laura Devetach. Tuvieron la iniciativa de realizar proyectos
literarios en coautoría, como Las
aventuras de Pinocho, una versión libremente inspirada en el clásico de
Carlo Collodi. Su hija es también escritora, con quien escribieron libros
juntos. Y su hijo, ilustrador, puso imágenes a varias de sus creaciones, al
igual que a las de su madre. Una familia signada por el arte, pero que al mismo
tiempo supo compartirlo y potenciarlo.
Se graduó como Lic. en Letras Modernas por la Universidad Nacional
de Córdoba, al igual que su mujer. Se desempeñó como director de colecciones
editoriales para niños, coordinó talleres de escritura, trabajó como periodista
para revistas y fue carpintero profesional durante épocas aciagas del país.
Pero también lo hizo como aficionado. Porque sostenía que un hombre debe ser, y,
además de saber usar la cabeza, saber usar las manos.
Obtuvo destacadas
distinciones. Entre otras, El Premio Concurso Internacional de Cuentos para
Niños, El Premio Periquillo (México, 1979), Lista de Honor de ALIJA (Asociación
de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina, 1991), Tercer Premio Nacional de
Literatura, Tercer Premio Bibliotecas de Literatura, Lista de Honor de ALIJA
(1994), Premio Konex en dos ocasiones (Diploma al Mérito, en 1994 y Diploma al mérito, 2004), Segundo Premio
Nacional de Literatura, Premio Fondo Nacional de las Artes. Algunos títulos
son: Prohibido el elefante, El monte era una fiesta, El diablo en la botella, El último dragón, Cuentos de Pedro Urdemales y Carnavales
eran los de antes, Poesía a la carta,
El vuelo del sapo (libro interesante
porque retoma otras ficciones previas) entre muchos otros.
Pese a que en sus
ficciones predominan los animales del Alto Chaco, acude en ocasiones a otros como
recurso desde el plano de la fábula, recuperando la fauna de otras zonas
geográficas del mundo. El elefante, por ejemplo, es un animal que suele
regresar a sus cuentos como una presencia que tanto por su tamaño como por su
fortaleza (también su memoria), contrasta con la de los animales del monte,
por lo general no tan robustos además de
vivir en libertad. Eso por un lado. Por el otro, es el animal que suele estar
cautivo y ser esclavo en zoológicos y circos, temas a los que la literatura de
Roldán, entre otros, es particularmente sensible. En efecto, alerta a la
esclavitud, la libertad, la rebelión, el poder indiscriminado, la insurgencia
frente a la prepotencia y lo depredatorio de los hombres sobre la naturaleza, habitualmente
en términos destructivos, resulta incluso hasta espontáneo atraer hacia la
órbita de su ficción a otros personajes que también suelen ser víctimas de
abusos por parte del hombre. En especial a su libre circulación por el mundo, a
quienes hacen objeto de maltratos, a llevarlos de su territorio originario a
otro que no guarda relación alguna con aquél. Los elefantes suelen afortunadamente
escaparse del cautiverio y retozar por el monte, que pese a no ser precisamente
la sabana, consiste en un espacio abierto que la naturaleza ofrece en el que
retozar y hasta criar a sus vástagos.
Roldán realizó una investigación de campo fundamental y de punta, entre las tribus del Alto Chaco, como los matacos, los guaraníes y los tobas, recopilando y luego transcribiendo en un libro, Los cuentos que cuentan los indios (1999), sus cuentos y leyendas. Un libro que permitió preservar un patrimonio que la voz de la conquista, primero, y luego la de la intervención en el desierto durante el siglo XIX habían pretendido silenciar. Acallar la voz de los pueblos originarios supone también eliminar una parte fundamental de la memoria de nuestro país, particularmente en sus zonas más menos atendidas. La cultura en Argentina pareciera ser sinónimo del prestigio de la cultura europea. O a lo sumo del resto de los países desarrollados. Pues Gustavo Roldán no se deja avasallar por esa premisa agresiva. Y recopila, adapta, reescriba una serie de materiales sumamente valiosos a los finales de preservar esa Historia sin una voz vigente de modo generalizado y que ha sido también desautorizada. Este trabajo supuso operaciones complejas de varios tipos. En primer lugar desplazamientos por un espacio que si bien él conocía porque era su zona nativa estaba en directa relación con las fuentes de las que se serviría para elaborar su libro, motivo por el cual suponía ciertas complicaciones en las búsquedas. En segundo lugar, identificar y seleccionar los materiales tanto escritos (fijados como versiones establecidas) como orales a partir de los cuales primero recogía y con los que luego debía reelaborar las distintas historias del el libro. En tercer lugar en el caso de las orales, organizar un material disperso, que del código oral debía pasar al código escrito (la mayoría de las veces), imponiendo una serie de intervenciones sobre esos relatos para estabilizarlos y plasmarlos en versiones definitivas con un cierto sentido de fiabilidad que brindaran garantía de veracidad en relación con los originarios. Por último, en el trabajo de escritura propiamente dicho, como podrá imaginarse el lector, surgen infinidad de dilemas éticos para un autor ¿ser fiel a una trama lo más transparente posible o trabajar literariamente las historias para volverlas más atractivas para el público infantil? ¿adaptarlas para determinadas edades y, en tal caso, de qué modo hacerlo de pareja manera? ¿cómo ser justo con las distintas voces que participan del relato, dado que son más de una, pese a que exista un narrador omnisciente o un narrador protagonista? ¿cómo reconstruir las voces de los personas narradas al haber sido referidos los cuentos por un narrador oral otorgándoles matices? Ya vemos, disyuntivas, cavilaciones, dicotomías, en virtud de una serie posiciones también respecto de la operación compleja que se estaba llevando adelante. Y, por el otro, en virtud de un mandato de lealtad hacia esas tribus exterminadas. Estas decisiones no han de haber sido fáciles de tomar, de resolver ni de sortear para un hombre comprometido con su país y su cultura prehispánica como Gustavo Roldán pese a su pericia y su experiencia en el oficio. También frente a sus convicciones. Dilemas éticos y estéticos que van de la mano para construir una poética justa, equilibrada pero también legítima que defienda una tradición acallada. Motivo por el cual resulta doblemente importante que esa voz sea legítima y sea escuchada con atención sin dogmatismo. Roldán no se propone ni hacer un panfleto ni jugar con un localismo simplista y pernicioso. Sino más bien, dar cuenta, en toda su riqueza y variedad, de un patrimonio manifestado en versiones acerca de historias vinculadas al nacimiento del mundo pero también a experiencias de sus habitantes, tanto animales como humanos, durante la etapa en que el país estaba habitado por los pueblos originarios, portadores de otra cosmogonía, otra lengua, otro universo de valores. Y si bien Roldán no es un antropólogo, sí sabe escuchar con oído atento, como buen narrador. Sí tiene una buena escucha. Y sí sabe realizar operaciones de transposición del código oral al escrito. Pero Gustavo Roldán tampoco transcribe, reproduce, sino que revuelve la elaboración de su poética sin traicionar a la cultura aborigen ni a sus fuentes. Roldán entonces desanda el camino de las historias. Si los aborígenes las habían creado y circulaban oralmente, regresaban ahora siendo respetuoso de su índole a nuevos receptores que también tenían el derecho y hasta el deber de conocer ese legado.
Respecto de su
poética hay algunas constantes y recurrencias que no tienen que ver solamente
con el tipo de personajes que elige. Es cierto que el elenco de protagonistas
de sus historias marca el sesgo que en cierta manera tendrán. Responderán a una
toponimia, a un universo no necesariamente temporal (sus ficciones tienden a
estar más condicionadas por lo espacial que por factores cronológicos) pero sí
a determinados principios éticos que atraviesan toda la poética de Roldán transversalmente
como un sugestivo leitmotiv. Ello vuelve su poética como un material ficcional
cuya experiencia de lectura resulta material de primera necesidad para que los
pequeños lectores se formen también en un determinado universo de valores
axiológicamente saludable.
En efecto, hay personajes mentirosos, fabuladores, como el sapo en Cada cual se divierte como puede o en El vuelo del sapo, libros en el que el tal sapo narra inverosímiles aventuras, fabulaciones o bien avatares, inventos o bien conquistas en cuyo tramposo relato el resto de los animales, de modo crédulo, cae creyéndoselas y pidiendo detalles que él descaradamente, y dando rienda suelta a una imaginación prodigiosa, concibe como explicaciones a su farsa. Salvo la lechuza, que encarna la figura histórica en la literatura del saber, la sabiduría, la inteligencia y lo desenmascara. Pero eso no suele bastar. Esta figura del mentiroso que encarna el sapo, también del pícaro será un cierto tipo de personalidad a la cual Roldán estará particularmente atento. Hay personajes que están habituados a una falta a la ética. Corresponde entonces no creer todo lo que se nos cuenta porque podemos estar ante sujetos tramposos.
En otros casos
Roldán gusta de poner en cuestión el sentido común que hace que la mayoría de
los niños e incluso de la gente caiga en la trampa de creer versiones del
mundo, del universo o explicaciones acerca de su forma o de su funcionamiento que
no son, una vez más, veraces, pero sí son verosímiles para una consciencia poco
lúcida, poco informada, poco experimentada o poco despabilada. Con ingenuidad,
o por confusión, estos personajes caen o bien en la trampa de otros animales
ladinos, o bien simplemente en su propia tontería que les impide distinguir
dónde está la verdad, dónde están los hechos constatables. Esos espacios ideológicos en los que acecha la celada
y la falta de escrúpulos. Pero, sobre todo, el improcedente engaño.
Se puede apreciar
en Roldán entonces un sistema de versiones deformantes según el cual el
universo parece patas arriba según algunas de ellas y según otras, en cambio,
regresan al orden a la verdad. Están quienes mienten y quienes ponen las cosas
en su sitio. Hay veces en que quienes orquestan estas confusiones no
necesariamente lo hacen con malicia sino simplemente por divertimento o para burlarse
del resto de sus congéneres. Pero el efecto que logran es el de sacar partido
de la ignorancia ajena.
Otro punto importante de su universo
narrativo es el del poder. Quiénes lo detentan, quiénes lo digitan, por qué se
arrogan ese derecho en lugar de aceptar que son como todos sus semejantes y no sus
superiores. En tal sentido, Roldán brinda una lección de civilidad democrática,
según la cual la igualdad entre semejantes impide instalarse al autoritarismo o
bien a la prepotencia. No obstante, en ocasiones la fuerza se impone por sobre
el inteligencia, porque esa inteligencia viene acompañada de valores intransigentes
con el mal. De modo que no está dispuesta a hacer trampas. También sobre la
justicia o las leyes, lo que introduce
conflictos que deben ser resueltos más o menos exitosamente.
Una vertiente
entre humorística y aleccionadora la constituyen ciertos animales pequeños que
se muestran desobedientes respecto de sus mayores. Por ejemplo, las pequeñas
pulgas que aspiran a treparse a un árbol
y sus madres se los prohíben. Mediante estrategias taimadas se treparán al lomo
de un gato, a quien un perro persigue. El gato se refugiará en lo alto de un
árbol y en ese momento la pequeña pulga
tendrá un panorama de conjunto desde las alturas acerca de cómo se ve el mundo.
Este es otro punto importante en Roldán: ver el mundo con precisión. No de
modos deformantes.
Si la ficción de Roldán pone en escena el poder y el dominio como esquema verticalista frente a las víctimas, no lo hace de modo patético, sino siempre desde el humor y la ternura, pero indudablemente con poder de determinación y con firmeza. Hay convicción en su literatura. A mi juicio subyace a su ficción la idea de que es misión del escritor instalar en la mente infantil desde edades tempranas un cierto sentido de la rebelión frente a todos los mandatos que a lo largo de la vida deberá obedecer sin plantearse más tarde o más temprano si son producto de su propia identidad y de su genuina elección o de un capricho social ajeno a sus convicciones sin argumentos atendibles. De modo que este afán de libertad subjetiva que promueve desde una emoción ligada a la realización del sujeto infantil, será un hito en su educación, como lo es en la de un adulto que también se acerque a su producción literaria prestando especial atención a estas claves que señalo. Roldán no hace propaganda. Pero deja en claro una posición firme respecto de asuntos graves de la condición humana, especialmente en lo relativo a las relaciones relativas a la injusticia y el poder. Lo hace desde el humor y desde la ocurrencia. Pero la conclusión a la que arriba es esa. De esta manera, el público infantil sí podrá gozar en su literatura de una ficción imaginativa y llena de divertimento pero con sentido de apertura hacia problemáticas éticas. Roldán, sin llamar a una posición ni intransigente ni belicosa sí le llama la atención al público infantil para que esté alerta acerca de la importancia de una vida independiente, producto de la libertad, de la curiosidad entusiasta y la solidaridad hacia el semejante por lo general más en desventaja. También a poner a prueba toda cosa que se le dice o se le dicta, a cuestionar certezas, paradigmas y puntos de vista unívocos. Acerca de todo lo heredado se reflexiona. La ficción de Gustavo Roldán no tolera la mentira. Regresar al monte es regresar a ese Edén en el que las relaciones humanas se dan en términos transparentes y limpios.
El Impenetrable, ese Monte del Chaco, semejante a la credulidad de la cual parece imposible desprenderse en este mundo lleno de tontería, es salvada por Roldán en una pirueta maestra con conocimiento y con honestidad.
Precisamente esta
mecanismo se pone de manifiesto de modo constante pero también elocuente con
los pícaros, los mentirosos y, como vimos, los fabuladores. Logran narrar una
versión de la realidad tanto relativa al pasado como al presente, persuasiva,
retóricamente convincente, tanto que explique como que consolide una mirada
sobre un episodio o acontecimiento que tuvo lugar o está teniendo lugar. Roldán
sugiere ser cautos. Protegernos de los inmorales que aspiran a sacar provecho
de nosotros y de nuestra buena fe. No todo tiempo ni todo mundo tienden al bien.
Explicaciones que no explican nada. Narradores que exageran tanto que violan el
principio de verdad, como dije. En fin, relatos deformantes como espejos
deformantes del semejante al que son capaces también de usar. Roldán apuesta a
una realidad más simple y más sana que la que se construye con esos espejismos.
Cumple un rol
importante en la ficción de Roldán el diálogo con la música. Hay un cuento
dedicado a la cantautora argentina Teresa Parodi, se cita una de sus canciones
como intertexto explícito y como paratexto se le dedica uno de los cuentos. Se habla
del chamamé y se la invoca como una de las voces populares cuyo rescate le
interesa traer a sus ficciones como un modelo de la canción popular. Otro
músico al que alude es al francés Georges Brassens. Precisamente a este punto
quería llegar. Si existe en la literatura infantil una ficción que remite a
intertextos del universo de la alta cultura o bien de la cultura oficial, la
ficción de Roldán, en cambio, se concentra en la cultura popular, en la cultura
rural, desde sus personajes mismos, la espacialidad, el tipo de lenguaje que
emplea, las historias cuya elaboración no tienen que ver con citas o
intertextos ajenos al espacio dentro del cual ha transcurrido su infancia, sino
la cultura dentro de la cual él sigue viviendo pese a haberse marchado. Roldán
lleva el Monte Chaqueño encima. En efecto, prácticamente uno tiene la sensación
de que esas siestas en que Roldán se trepaba a los árboles descalzo, en que
aprendió a andar a caballo de pequeño, iba al río Bermejo de aguas opacas o
bien durante las cuales observaba en detalle la fauna y la flora del lugar en
el que vivía, siguen presentes en él, de modo intacto. Enhorabuena. Esas
experiencias primordiales de las cuales nos hemos rodeado durante la etapa de
nuestra crianza, durante la conformación de nuestra subjetividad, pero más aún,
en las que nos hemos formado como sujetos de cultura, escuchando relatos
orales, en Gustavo Roldán evidentemente tuvieron lugar en estrecho contacto con
el medio ambiente. De allí que por extensión y no de modo impostado que sus
personajes sean los del Monte Chaqueño. Roldán imagina a partir de lo que vio
y, mejor, vivió. Esto es: imagina a partir de un referente nítido. E imagina a
través de lo que conoce de los hombres con la mirada de los animales del monte.
El monte chaqueño es la infancia anhelada pero a la que, desde la mirada del
adulto, se la tamiza. Se le añaden componentes en los cuales el sujeto está en
condiciones de pensar el mundo desde perspectivas más complejas sin perder esa
Arcadia originaria, de la que he hablado en otro artículo, de naturaleza tan
anhelada. Y en ese Paraíso perdido que es el Monte Chaqueño, también la
nostalgia de Roldán empapa a sus criaturas. Ninguna se quiere marchar de esa
toponimia. Sino permanecer en ese que consideran su hogar. Roldán encarna en
animales sus historias y no en seres humanos porque seguramente siente que impresionarán
más al alma infantil por su carácter de seres que viven pero no hablan. Aquí sí
tienen voz, como los aborígenes, siguiendo casi una premisa ecológica.
No existe en la
literatura de Roldán una presencia dominante del ser humano como protagonista
de sus ficciones, como lo vengo sugiriendo. Por algo será. Son los animales,
personificados, naturalmente, sobre los que se transponen virtudes o defectos
humanos. Como si Roldán metaforizara en esos animales los rasgos de carácter y
una ética del sujeto que se desprenderá, según los casos, de figuras virtuosas
o llenas de tramposos trucos para engañar o traicionar a sus congéneres. Doy
por descontado que la deslealtad es uno de los peores defectos que Roldán
contempla en el mundo como una acción de naturaleza inadmisible e intolerable.
Hay como siempre
en la ficción prototipos. El zorro suele ser el animal astuto, lleno de trucos,
mañas y trampas con las cuales logra capturar a sus víctimas. El elefante
encarna la fuerza bruta pero que al mismo tiempo no es agresivo, si bien es el memorioso
por excelencia, como dije. El piojo, la pulga y el bicho colorado suelen ser pese
a su tamaño los más curiosos y los que se formulan las preguntas más difíciles.
Las pulgas las que se proponen los objetivos más audaces incluso violando la
ley materna. Y en esta dialéctica entre tramposos y confiados, entre pícaros y
honestos, nuevamente la ética del sujeto se pone de manifiesto. Existe ese
eterno enfrentamiento entre quienes tienen escrúpulos y quienes, dispuestos
mediante cualquier recurso a cumplir con sus objetivos, tienden trampas. No
obstante, muchas veces los cazadores resultarán cazados o se perderán en
intrincados laberintos de mentiras de las cuales no sabrán cómo salir, y los
terminarán por perjudicar. Y los inmorales castigados porque quedarán puestos en
evidencia. En otros casos, en los finales, el que ha sido hábil triunfa sobre
el crédulo. No hay tampoco idealizaciones en la poética de Roldán como no hay
estereotipos ni existe una previsible historia en la que todo será repetido
indefinidamente. Cada historia depara sorpresas así como cada historia depara
temas nuevos. Cada historia trae consigo nuevas propuestas. Esas constantes a
las que aludí no suponen monotonía sino fidelidad a una poética compacta,
íntegra y coherente. Un corpus de pareja calidad que no desentona en momento
alguno.
Los diálogos son
cruciales en la poética de Roldán, lo que permiten reconstruir un habla propia
de la zona de la cual él es oriundo mediante la escritura. Una construcción
discursiva que remeda esa otra pero que como un eco nos trae esa escucha tan
necesaria en un cuento en el que los intercambios entre personajes (que nos
hacen reflexionar acerca de los intercambios entre humanos) en el marco de la
acción los caracterizan además de modo sesgado para dar cuenta de un sociolecto,
el modo de habla de un grupo o colectivo.
Son importantes en
los cuentos de Gustavo Roldán los acápites o epígrafes. Señalan o refuerzan el
sentido de la historia que se va a narrar a continuación, y son desde autores
para adultos, como William Faulkner, hasta proverbios africanos.
Y como para cerrar,
diría que la poética de Gustavo Roldán viene a desordenar para poner las cosas
en su sitio. Desordena versiones que se terminan por derrumbar como mentirosas. Desordena el poder
que queda puesto en evidencia en su arbitrariedad y por lo tanto neutralizado
en su costado más malévolo y malicioso.
Y, por último, desordena la realidad para que, mediante una nueva organización
de las acciones y de las creencias, más
justas y equitativas, el mundo recupere la cordura que ha perdido o bien frente
a la estupidez (como cita Roldán de una frase de Bioy Casares) o bien frente a
la malicia o la maldad que parecieran haberse apoderado de modo dominante de
mundo. Maldad que por supuesto está siempre cerca de la picardía, tendiendo
hacia el mismo universo de valores, de principios éticos violados y de
comportamientos improcedentes.
Ficción orientada a la ética del sujeto entonces, para alertarlo acerca de posibles engaños y, huelga decir, para evitar un candor que pueda perjudicarlo para volverlo desdichado o sufrir heridas que podrían ser evitables. Roldán se apresura a avisar a los más pequeños que tienen que tener los cinco sentidos puestos en la realidad y los pies sobre la tierra, para que la intervención de las almas que aspiran a perjudicarlos, sean detectada a tiempo. Siempre habrá personajes que mediante tretas malsanas procurarán sacar ventaja de su prójimo. Revisar todo aquello que se les ha enseñado sin haberlo sometido a su propia experiencia. Gustavo Roldán acierta al plantear una literatura infantil que esté atenta a que se diga la verdad y se la cumpla. A su transgresión y al modo de sancionarse o repararla. Para que la felicidad perdure. Indefinidamente.
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