Con ojos de lector y escritor avezado, Adrián Ferrero nos asoma a este misterio. ¡Escritores, atención!
“Literatura
infantil: sus aportes para escribir literatura para adultos”
por
Adrián Ferrero
Se aprende mucho en el oficio de narrar
para adultos de leer y pensar la literatura infantil. De poner ambas en
diálogo. La literatura infantil, si bien es cierto que resulta más exigente en
el tipo de condiciones para su recepción (el público infantil impone una cierta
clase de demandas, restricciones para la comprensión lectora de textos que son rigurosamente
estrictas), sí permite el despliegue de la imaginación creativa hasta límites
incalculables. También es cierto que hay una literatura para adultos que sí trabaja
con la imaginación de un modo descomunal, casi desaforado. Pienso en César
Aira, Copi, Angélica Gorodischer, Alberto Laiseca (para seguir solamente una cierta
tradición nacional), pero también Saki, a nivel universal, entre otros, hace lo
propio. Pienso también, para remitirnos siempre a las producciones nacionales en
el fantástico rioplatense (Silvina Ocampo, J. R. Wilcock), obras que cuestionan
todo género literario hasta pulverizarlos (Macedonio Fernández, Santiago Dabove),
pienso en la ciencia ficción, pienso en la ficción especulativa, en que los
mundos alternativos que son propuestas abren el juego a la escritura para que libere
sus temas y formas también libremente. Pero lo hacen en un sentido diferente.
Me explicaré.
Un ejemplo intermedio pero elocuente en Argentina sería el caso del escritor Julio Cortázar, quien “abrió literalmente la puerta para ir a jugar”. Entre el humor, la risa, la apertura hacia lo lúdico, el citado fantástico, las leyes del tiempo y del espacio trastocadas en sus ficciones, la invención de neologismos (al igual que el caso de Gorodischer), fundó una estirpe que, en Argentina, a mi juicio prosiguieron otros. Y naturalmente en el campo de la literatura infantil y juvenil propiamente dicha consagró a su debido tiempo María Elena Walsh, con un cambio copernicano mucho antes que esos creadores que cité al comienzo lo hicieran desde la literatura para adultos. Enseñó a generaciones de escritores y escritoras a hacer algo distinto con la literatura infantil y juvenil. Algo en lo que nadie había pensado ni reparado, al menos en Argentina. Y en lo que nadie había concretado en la línea de un proyecto sistemático, al mismo tiempo que sostenido y coherente. Un territorio en el que incursionar reflexivamente, profundizando hasta sus últimas consecuencias desde sus perfiles más complejos hasta los más accesibles.
María Elena Walsh funda una estirpe de autores y autoras que no podrán sustraerse ya ni a su encanto creativo ni a su impacto emocionante en modo alguno. En ninguno de los géneros literarios. Nadie que escriba literatura infantil sale indemne de su lectura. En especial en los albores en que todos comenzaron a escribir. En que se comenzó a configurar una literatura infantil y juvenil bajo la forma de un campo de la producción nacional con autores y autoras profesionalizados.
La imaginación desatada es salvaje. Nada
puede atarla ni nada puede tenerla en cautiverio. Tampoco detenerla en sus
efectos de aquello que permanecía adormecido. Es una literatura que no admite ninguna
clase de límites que se le quieran imponer y es
precisamente eso: de un ilimitado alcance además de un ilimitado elenco
de recursos porque permite esta idea “abrir la puerta para ir a jugar” a la que
me referí, que invita, sugiere, promueve al acto de la lectura (y, por lo
tanto, al de la escritura, al que de modo invitante convoca).
También la literatura infantil aporta a la
literatura para adultos ingredientes que tienen que ver, en Argentina
concretamente, pero también en otras partes del mundo, con el desparpajo, el nonsense, lo maravilloso o fabuloso, el
trabajo con el paisaje del humor, como dije. Y una fluidez encantadora en el
oficio de narrar (que no es privativa de ella, es cierto) que transmite la idea
de que los episodios referidos son transparentes. No hay opacidades, al menos
en lo sustantivo. Porque si bien la literatura siempre las presenta, no menos
cierto es que la literatura infantil está a la vanguardia en el territorio de
pensar formas de narrar atractivas, que capturen el interés, la atención, la
curiosidad, pero que a la vez eviten la distracción. Y en lo relativo a los
temas, si bien la literatura infantil y juvenil no suele ser lo más frecuente
que trabajen con lo extremadamente marginal o lo extremadamente sórdido, sí
afirmaría que ello depende siempre de los abordajes y tratamientos que de ellos
hagan los autores y autoras, no estrictamente de los contenidos. Alguien
diestro, pero también arriesgado, se atreverá a hacer algo distinto y a jugar
en la ficción con temas que antes podían permanecer vedados o considerarse
impertinentes para tal edad. Lo marginal o sórdido no son sinónimos de que la
literatura infantil no trabaje, por ejemplo, con algunas dimensiones del
terror, lo siniestro o los desencuentros, incluso lo trágico. El adulto diera
la impresión de que está dispuesto y hasta en ocasiones dialoga con lo
siniestro o hasta lo perverso desde otra perspectiva. “Se lo toma en serio”. En
tanto un niño, con una mirada más espontánea y sin tantos prejuicios, asistirá
a ese espectáculo como un fenómeno a lo sumo que le provoque naturalmente
emociones pero no lo impresione del mismo modo que un mayor de edad. Pienso que
en este punto la recepción de unos y otros es claramente distinta, en términos
generales. Ambos pueden gozar de ciertas escenas incluso perversas que, el
menos en el caso de la literatura infantil argentina, no son las más frecuentes,
sin embargo. En particular hay autores y autoras o instituciones (incluidas las
editoriales), para los que resultan inadmisibles su inclusión en el marco de la
literatura infantil en colecciones o contextos educativos.
Al mismo tiempo, la literatura infantil y
juvenil procura hacerlo con una prosa de claridad transparente. En todo caso,
si el niño no comprende, debe acudir a la autoridad de la cual invisten a un
adulto, a una lectura mediada, que el niño traduce a preguntas o consultas
concretas, manifestando sus dudas, fragmentos o palabras para él incomprensibles.
En ocasiones lo hacen porque necesitan de esa voz del adulto por otros motivos
en función de cómo repercuta en ellos la ficción que están leyendo. El adulto
lo hará mediante un lenguaje aclaratorio. Si bien, según los casos, por
múltiples motivos esas preguntas pueden ser respondidas de modo más confuso que
la inquietudes que habían inspirado esas preguntas del niño. Por ejemplo en
razón de prejuicios o censura del adulto que no admite ciertos contenidos o
formas de presentación de los mismos.
De manera que la literatura infantil
también aporta fascinación narrativa a otros géneros de la cual está necesitada
el discurso literario para adultos. Frente a una cultura en la que los
dispositivos narrativos se caracterizan por ser por lo general o muy
abstractos, o lentos, o reflexivos, o autorreferenciales o intertextuales, o
están plagados de teoría literaria o bien no se permiten ser todo lo que
podrían en lo relativo a su expansión creativa sino que están atados a
convenciones más rígidas, altamente codificados, la literatura infantil sí se
las permite en grado superlativo. Es una forma de ingresar en la literatura
para adultos o, en todo caso, de complementar con las lecturas para adultos,
que definitivamente conquista a los lectores y lectoras (y a los autores y
autoras en primer lugar, porque escribir podría devenir llegado el caso
instancia de juego si antes no lo era). ¿Por qué? La pregunta propone un serie
de hipótesis acerca de cuáles son los aportes de la literatura infantil que por
alguna clase de mediación la literatura para adultos podría tomar como una
forma de apropiación saludable para su desarrollo inventivo concreto.
En la literatura infantil el público para
el que está pensada esa ficción es de base
amplia pero, sobre todo, es
democrático. Y hay casos hasta de libros para bebés con bebetecas. Se puede
acudir siempre en su caso a imágenes, a percepciones del orden de la plástica o
el lenguaje icónico. Y en el caso concreto de obras infantiles que ofrezcan
dificultad en la comprensión lectora, el adulto puede acudir para colaborar,
para volver la ficción más accesible a formas que mediante la oralización realicen
una adaptación en orden a una transposición didáctica acorde el nivel
madurativo de la inteligencia del niño. Así, las formas que ofrezcan mayor
resistencia al niño, podrán ser por fin salvadas. Esa llave que es la
literatura infantil abre infinitos cofres mágicos hacia lugares encantados que refrescan
a una ficción que dado el caso puede llegar a ser de naturaleza opresiva, o
excesivamente seria, o acartonada, solemne o atada a una tradición
convencional, que acude casi siempre a un mismo elenco de recursos, poco
plástica y escasa de contenidos. Porque si bien la literatura para adultos es
cierto que trabaja también a partir de la premisa de la libertad subjetiva,
diera la impresión a mis ojos de que la literatura infantil está menos
pendiente de ataduras, de acudir a paradigmas literarios previos, de
apropiación intertextual o, en ocasiones, a la necesidad de inscribirse en una
tradición, lo que resulta muy frecuente en la literatura para adultos, sino que
es escribe desde un plano no tan pendiente de la literatura precedente. En la
cual se busca de modo consciente la remisión a un canon de importancia, quizás
con la necesidad de legitimarse o, también, de explorar en tal sentido el orden
de la escritura y no la invención sin remisión al canon. La literatura infantil
puede ser una relectura en clave crítica de esos contenidos canónicos o
simplemente tomar de ellos la gratificación de escribir con desacato irreverente
revisando el canon desde otro sitio, pero no exactamente el mismo que el de los
adultos. Escribir bajo estas circunstancias nos permite sentir que estamos, en un
momento en el que nos podemos lanzar a un precipicio o bien escalar los riscos
de una montaña o bien zambullirnos por debajo del agua y encontrarnos con
depredadores que eludamos exitosamente. Estos casos suponen formas de una apuesta
riesgosa, pero también de un repertorio de temas que no aburran a un niño. La
literatura infantil siempre supone afán y efecto cautivante (en los casos
ideales). Los citados depredadores que conviene eludir son los prejuicios de la
literatura para adultos. Que la literatura infantil suele demoler cuando no
sortear tras las infinitas puertas abiertas de juego.
Si bien también puede haber convenciones o
repeticiones en la literatura infantil, la buena los salta en una pirueta
maestra dando una exhibición cabal de sus gimnasias que quedan habilitadas para
hacerlo literalmente todo. O con un repertorio sumamente abundante de recursos
a los cuales apelar. En efecto, la literatura infantil, sin caer en lo ingenuo,
lo naïve o la tontería, suele ser
proclive (¿por qué no?) a finales en los cuales las situaciones se resuelvan
satisfactoriamente, alegremente, particularmente en la argentina eso sucede, si bien no de modo excluyente
¿por qué la literatura habría de ser sinónimo sistemáticamente de conflicto con
desenlaces dramáticos o trágicos? ¿o acaso ambiguos? Podrían ser de todos los
modos posibles, pero también dichosos, como lo son muchos infantiles. Lo
repito, ello no es sinónimo de literatura poco interesante. Como los finales
trágicos, dramáticos o abiertos tampoco son sinónimo de buena literatura
necesariamente. La literatura infantil cuenta con ambas variables. Pero al
menos la que más conozco, que es la argentina contemporánea, trabaja mucho con
la finalización de un juego que luego proseguirá. Indefinidamente. O bien con
un final que resulta exitoso o que se resuelve satisfactoria en lo que atañe al
conflicto. La literatura para adultos en Occidente desde sus zonas
fundacionales, como las tragedias griegas, son una prueba contundente de la que
literatura a la que más atención se le debe prestar es la de cierre trágico,
como su nombre tradicional lo indica. Puede ser, también, muy melodramático,
desde otro punto de vista.
Escribir literatura infantil también nos permite nutrirnos mediante la lectura de alimento inteligente de historias que pueden ir variando sus poéticas.
Desde los cuentos de hadas de la autora ítalo brasileña Marina Colasanti, en una relectura exquisita narrada con un lenguaje de naturaleza poética, revisitados desde una perspectiva contemporánea. Las obras teatrales de Adela Basch, en las que el humor, los sonidos y también ciertos recursos asociados al disparate (que no son privativos de ella) están presentes de forma musical. Una relectura de clásicos en clave paródica e irónica del teatro convencional en sus vertientes nacionales canónicas, también. La inclusión en un teatro de referente histórico en lugar de ser abordados en su modalidad seria más bien en un tono asociado al humor. En el caso de Gustavo Roldán una literatura universalista que sin embargo parte de espacios y personajes típicos, propios del Alto Chaco, en el que se crió descalzo, a orillas del río Bermejo. O bien las historias de Graciela Montes, en las que el arte de narrar está puesto de manifiesto en un primer plano (en especial en algunas de sus ficciones más que en otras), o bien la parodia, el humor, el juego con los mitos, la política también, con su relato de la dictadura militar argentina para un público infantil. En Perla Suez, una suerte de narraciones más morosas, equilibradas, sin agitación ni euforias, en las cuales un lenguaje pautado por una puntuación serena que se toma, paciente, su tiempo para narrar, refiere por lo general relatos del dolor transformadores que alcanzan por fin momentos de superación, no sin dejar marcas inolvidables. Otra de sus vertientes en lo relativo a los temas son las invasiones a tierras o ciudades de bandos o ejércitos siniestros de los cuales los protagonistas (varones o mujeres) logran escapar de manera exitosa mediante un recurso fantástico. La espera con resolución exitosa e inesperada es otra de sus vertientes. La narrativa memorable de Liliana Bodoc, Estos son algunos ejemplos sumarios y solo
en el campo de la literatura infantil y juvenil argentina. Hay muchos otros y
podría haber otros tantos, probablemente en la literatura universal de los
cuales estoy desinformado. Porque están los de una literatura infantil
comprometida socialmente o bien que políticamente responde, replica, contesta a
un referente histórico nítido, reconocible colectivamente o bien metaforizado
un referente histórico. Permite identificar lo que ha tenido lugar pero al
mismo tiempo sabe mediante qué herramientas hacerlo digerible a un grupo de
lectores para que puedan leerlo de un modo no previsible ni tampoco obvio. Peor
sí introductorio en ciertas problemáticas que hacia el futuro reconocerán. De
modo que está este punto: la metaforización y la mediación de los conflictos,
tanto sociales, personales, como políticos, que la literatura para adultos
puede adoptar desde una nueva perspectiva ligada a una prosa blanca, como afirma Roland Barthes
respecto de El extranjero de Camus. Una
prosa en grado cero. Carente de una retórica adornada o barroca. Se trata de un
lenguaje entonces que transmite sin alambicar mediante otra clase de recursos.
No carente de ellos. Y de una serie de operaciones complejas que la ficción
para adultos, leyendo desde la literatura infantil o desde su perspectiva
también crítica, desde su propia índole, puede comenzar a escribir o reescribir
tomando de este otro corpus como una caja de herramientas nuevas formas de
transgresión, desacralización, destrucción significante y revisión de los
géneros literarios a partir de mediaciones concretas. La palabra clave me
parece que es esa: “mediación”. La literatura infantil está, por naturaleza, llamada
a mediar entre un público en estado madurativo más temprano y un lenguaje que
ha sido concebido y circula entre adultos de naturaleza profana y por lo
general pensado para una racionalización instrumental. Pero en el caso de la
literatura para adultos ocurre todo lo contrario: se lo enrarece mediante
diversas estrategias. Se limita o neutraliza su valor instrumental. Estas operaciones que tornan lo
difícil, simple, son también la función que históricamente vienen ejerciendo
los familiares, las personas que cuidan de los niños y, naturalmente, los
docentes de los distintos niveles. Por otro lado, rara vez nos encontramos con
la lectura infantil o juvenil en niveles de formación educativa que no sean los
iniciales o primarios. Pero si estuviera presente en los anteriores contextos
citados, estoy seguro de que plantearía nuevos desafíos a la mediación y
discusión de la mente adulta, incluidos los autores. Los sentaría frente a
novedosos desafíos.
La literatura infantil, también, al estar
orientada a otro público, contiene las condiciones para complejizar el proceso
y los mecanismos de recepción al mezclarse con la literatura para adultos creando
un nuevo lector ideal según el cual ni los adultos son los destinatarios
absolutos ni tampoco los niños lo son. Más bien, se trataría, en términos más o
menos convencionales siguiendo esos cánones, de una literatura mestiza o
híbrida dispuesta a la invención o recreación de un nuevo tipo de subtipo de
discurso literario orientado a otra clase de lector no previsto con
anterioridad en el mapa de la literatura universal. Un discurso que esté por
fuera de públicos estrictamente netos. La combinación de lector ideal adulto y
lector ideal infantil da por resultado un lector ideal ambiguo, artísticamente a
mi juicio más connotado en la combinación de ambos lectorados en el mensaje. Este
punto resulta interesantísimo. Genera un tipo lector imaginario al que se
dirige el escritor que le puede resultar más plural y con más sentido de
apertura. Abre también a una base amplia al de literatura para adultos hacia
nuevos horizontes, para la recepción, punto que me resulta fundamental en
literatura porque es fundamental a la hora de la producción. Así como para su
análisis. De este modo, se ve enriquecido desde múltiples puntos de vista pero,
sobre todo, se ve enriquecida en los mecanismos constructivos una ficción para
ser recibida por un conjunto de receptores más diversos, más dispares, atentos
a más matices, a los que hay que satisfacer sin concesiones a la calidad pero
sí conscientes de que sus propuestas pueden ser más ricas o, en todo caso,
distintas de las codificadas, de las que el sistema ha consagrado como las más
consagradas como modelos paradigmáticos. Se trata entonces en este caso de un público
que exige más demandas. También, en otro sentido, podría hablarse de una
apropiación de los atributos del receptor de la literatura infantil para la
elaboración de otro para el adulto que adopte otros matices.
A partir de que comencé a leer literatura
infantil argentina en forma sistemática para realizar estudios sobre ella, pero
también a escribirla desde 1999, y a
estudiarla hace más de diez años, con el objeto de elaborar trabajos críticos, lentamente
fui comprendiendo y aprendiendo a leer algunos de sus mecanismos constructivos,
de sus temas, de sus tramas y de ciertos procedimientos desacralizadores, de su
atrevimiento, del modo en que toma por asalto a ciertas normas, al discurso
oficial. Aspira a ponerse en este sentido por delante del lector con el objeto
de capturarlo. Y ese corpus de literatura infantil a mí me enseñó como lector
primero, como estudioso después, y como escritor luego a que debía estar atento
al fluir de las tramas, a cultivar el interés de los lectores y sostenerlo, a
usar un lenguaje que no fuera excesivamente indescifrable, hermético ni
críptico porque eso impedía la fluidez lectora. Que el humor a mí me
interesaba, si bien no de modo excluyente. Pero resultaba siempre provechoso. De
modo que la literatura infantil vino a traer aires nuevos a mi narrativa para
adultos, a mi poesía. Fui capaz, luego de diez años de lecturas y relecturas,
de estudios y de producir crítica en el ámbito académico o el independiente de formular
teoría en torno de la literatura infantil, en particular la argentina, en la
que me especialicé. La leí junto con la de Cortázar y las de otros autores que
perfectamente pueden serlo por jóvenes, niños o preadolescentes. O como Liliana
Bodoc en casi todo su corpus lo es por parte de casi todas las edades.
Hay mayor ocurrencia, hay diálogos más
vivos, más coloridos, la voz narrativa sostiene inflexiones cuya musicalidad
vuelve a la obra narrativa con muchas zonas tonales, más teatrales, hay menos
solemnidad, como dije. Subyuga de modo inmediato con una seducción tal que las
historias se vuelven más atractivas, más apasionantes, más fascinantes. Si los
escritores para adultos toman algunos de estos recursos resulta evidente que su
trabajo literario y humanista se verá optimizado. Y será, sobre todo, una
literatura más dúctil. Capturarán al lector introduciéndolo en sus ficciones
sin demasiadas vueltas. Si bien hay una literatura para adultos que busca
precisamente la resistencia del ingreso del lector a su legibilidad, procura
conducirlo hacia una interrogación difícil, lo interpela desde el obstáculo a
ingresar en ella, no menos cierto es que esa misma decisión puede ser lograda
mediante los aportes de la literatura infantil desde otros ángulos. Quiero
decir: hay muchos autores y autoras infantiles que buscan promover el efecto de
incertidumbre mediante la posibilidad del enrarecimiento del discurso literario
también. No es algo privativo de la literatura para adultos.
Comienzos abruptos. Desenfadados. Finales inesperados.
Expectativa. Juegos con lo onírico (si bien hay literatura para adultos que en
otro sentido lo hace). Acontecimientos improvisados o bien que en el medio de
una obra literaria despiertan al lector a un nuevo universo de significantes y
significados al mismo tiempo que a un nuevo universo melódico. En estos
términos cifraría tan solo algunos pocos de los aportes que observo en la
literatura infantil de los que fácilmente puede apropiarse la literatura para
adultos orientándolos hacia sus propios fines en orden a escribir no otra clase
de ficción sino la misma bajo la posibilidad de nutrirse de otras fuentes. Y de
lograr a partir del cruce con otras discursividades, una discursividad creadora
conforme a una renovación mayor. ¿Un discurso mestizo? ¿una literatura
inspirada en nuevas fuentes? Otras lecturas, para nuevos modos de leer, para
leer lo que escribimos, también, de otro modo.
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