Hoy Adrián Ferrero nos acerca su análisis sobre dos obras de teatro para niños del capocómico argentino, Enrique Pinti. ¡Arriba el telón y que comience la función!
“El teatro
infantil de Enrique Pinti: cuando no todo da lo mismo”
por Adrián Ferrero
Introducción
El actor, escritor, dramaturgo y director
teatral argentino Enrique Pinti (Bs. As., 1939), es un humorista por definición,
en particular creador de monólogos, de una larga trayectoria en el medio, exitosísimo
por cierto. Se lo considera uno de los referentes mayores de music hall y el
café concert en el Río de La Plata. Para dar una idea del alcance de su
proyección a nivel solamente nacional, en lo relativo a su labor para público adulto,
su obra Salsa criolla se mantuvo diez
años en cartel en Buenos Aires. Entre
sus libros cabría mencionar Conversaciones
con Juan Forn (diálogos, 1990), al que se suman otros, como Sostiene Pinti: cómo somos los argentinos
(1998), Candombe nacional (2004), Del Cabildo al Shopping: pasando por la pingüinera (2008), Del 25 de mayo al desmayo y varias piezas
de su firma, casi todos de crítica de costumbres. Y luego su corpus se amplía
hacia otro de dramaturgia infantil: Panchitos de mostaza (2006) y Corazón de bizcochuelo (2008), dos obras
infantiles muy representadas que no abordaré aquí, pero que indudablemente
marcan una línea creativa en el marco del proyecto creador del autor concebida
para el público infantil. Me abocaré aquí al análisis de otras dos de ellas. La
primera, Crema rusa (originariamente
titulada Los disfraces de Piotr). La
segunda, Mi bello dragón, fue escrita
en forma ulterior, y desde entonces no ha dejado de ser representada. En su
condición de humorista, parece totalmente coherente el hecho de que ambas obras
acudan al humor como recurso dominante. Por otra parte, seguramente el manejo
diestro de ese género es el que espontáneamente lo ha conducido a ponerlo al
servicio del público infantil. Y si bien, como es evidente, los espectadores
responden a otras características, el humor siempre resulta cautivante, suele
mantener despierta la atención de los asistentes, sin por ello dejar de manifestar
exigencias en lo que hace a la calidad o la excelencia de su arte. Para el presente
caso se puede perfectamente verificar que es un trabajo de calidad y de
recepción eficaz. Consagraré el presente trabajo al estudio de ambas por
separado. Y veremos, en un cierre, si el teatro de Enrique Pinti desde una perspectiva
de conjunto, guarda notas y matices en común, cuáles son y qué lo distingue
confiriéndole una identidad singular. Pero empecemos por Crema rusa.
Crema rusa: de la apariencia a la esencia
La presente pieza fue escrita, como dije, entre 1965 y 1966, tiene
unidad de lugar (una granja en la antigua Rusia). El protagonista de la obra,
Piotor, es el dueño de la granja, padre de tres hijos a quienes, precisamente,
pondrá a prueba. Aspira a verificar cuál es éticamente más confiable o, en todo
caso, si todos lo son. Menuda sorpresa se llevará con sus dos tentativas de
hacerlo. Pero mucho más aún serán las que se lleven sus dos hijos mayores.
Piotor, un hombre mayor, tiene tres hijos: Sergei, Alexei e Ivan. Habrá otros
personajes no demasiado satelitales sin embargo. Masha, la prometida de Ivan, su
madre Ana, sirvienta pero quien también niñera antaño de los hijos de Piotor.
Este punto es uno que no deja de llamar la atención. La ausencia de una madre
en la obra a la cual ni siquiera vagamente se la aluda. Hay también entre los
personajes mozos y mozas. Y las dos hijas del rey de Rusia, Ludmila y Tatiana,
que irrumpen hacia al final con un desenlace desopilante.
Pero ¿por qué un padre decidiría probar las cualidades de sus hijos?
Piotor aspira a conocer los verdaderos sentimientos de sus tres hijos, tal como
lo declara. No solo hacia sí mismo. Piotor aspira a no confundir esencia con
apariencia (punto crucial en esta obra). De modo que evaluará los diversos comportamientos de sus hijos.
Ahora bien: ¿cómo lo hará? ¿ y mediante qué recursos? Enrique Pinti urde las
tretas para que esto sea posible pero también lo hace de modo verosímil. La
estrategia de Piotor la declara él mismo confesándosela a Ana: “Piotor: Ahí
está la cosa. Ante mí se pelearán y podrían hacer trampas pero ante un extraño
se portarán de acuerdo a sus verdaderos sentimientos y eso es lo que quiero.
Por eso inventé este viajecito que no haré, por supuesto”. Piotor fingirá un
viaje. Pero en realidad el tal viaje no existirá. Será la excusa perfecta para
poner en ejecución su plan. No obstante, para ello hace falta su desaparición
de escena bajo su fisonomía real.
Durante la primera escena, de carácter festivo, el autor presentará a los personajes y veremos desde el comienzo que
de los tres hermanos, Sergei, Alexei e Ivan, entre los dos primeros existe una
alianza que infringe la ética, que los hace funcionar como una dupla que
radicaliza el mal. Lo hacen molestando, perjudicando o agrediendo a Ivan. Mediante
los peores recursos: mintiendo o por la fuerza. En todos los casos, haciéndolo
víctima de sus fechorías.
Ivan, pese a todo, se mantendrá imperturbable a lo largo de toda la
obra. No denunciará las acciones malvadas de sus hermanos delante de su padre ni
los pondrá jamás en evidencia, callando y guardando para sí mismo la existencia
de estas canalladas en un silencio digno. En el caso de los hermanos, no hay en
ellos visos de cambio en lo relativo ni a su temperamento ni a su sentido de la
ética. Es más, la pieza pondrá el acento en esta esencia inconmovible de Sergi
y Alexi. Al final de la obra, arrinconados por el desarrollo de la acción, se
manifestarán, eso sí, desesperados, en su condición de perdedores.
En varias ocasiones el autor acudirá a la técnica, habitual en el
teatro, de hacer que alguno de los personajes se dirija al público en un aparte
sin que el resto de sus interlocutores sean capaces de escuchar lo que dice. De
modo logrado, Enrique Pinti construye así su complicidad con los espectadores,
que sabrán más que los personajes de la obra respecto de lo que va teniendo
lugar en el decurso de la acción, en un juego que diseña la arquitectura de una
pieza eficaz. Conocerán, de un modo u otro, información no revelada pero sí
relevante que se va desovillando hacia ese final desencadenante.
Masha, la hija de Ana, es la prometida de
Ivan. Ella está perfectamente al tanto porque ve lo que los hermanos mayores
suelen hacer con el menor en lo relativo a sus abusos. Y no comprende por qué
Ivan deja pasar estos episodios éticamente inadmisibles. Pero precisamente en
esa posición consiste la que distingue a Ivan de sus hermanos. No se comportará
de modo belicoso ni devolverá con el mismo trato que suelen dispensarle.
Controlará sus emociones, no se manifestará de modo impulsivo o desapacible sino
como alguien dueño de su temperamento. No es iracundo sino que se lo percibe
como una persona también pacífica que suele ser mediador entre conflictos y no
quien toma la iniciativa de iniciarlos. No agrede ni es agraviante. En eso
consiste, también, su ética en relación a la elección del trato con el
semejante.
Simultáneamente, la personalidad de Ivan se contrapone notablemente a las
de Sergei y Alexei en un sentido muy distinto. Ivan es soñador, contemplativo: le
gusta mirar las nubes, especialmente cuando el sol las pone rosadas. Les hace
notar a sus hermanos, que ellas adoptan formas distintas todos los días. Sus
hermanos se ríen de él. No entienden a este hombre soñador que es Ivan, sea capaz
de detenerse pendiente del entorno asombrándose de él y apreciando su belleza más
secreta sin esperar nada a cambio. Aquí queda también puesta de manifiesto una
nueva característica de los personajes: el realismo pragmatista de los mayores,
frente a la mirada gratuita de Ivan, capaz de asomarse al universo como por
primera vez.
Las cosas se tornan más serias aún porque se trata de una relación
consanguínea muy cercana. En efecto, si faltando a la ética los hermanos
agravian a otro de ellos, la armonía familiar, el máximo anhelo de ella,
deviene desorden y hasta inmoralidad.
Piotor fragua entonces su citado plan. Por dos ocasiones finge ser quien
no es, para confirmar si quienes dicen ser de un modo efectivamente lo son. Si
siguen respetando su investidura y su rol en el seno de la familia. Anhela ver cómo
se comportan a sus espaldas sus hijos cuando él está ausente y cómo se
comportan también con su prójimo.
Se disfrazará primero de Rey. Ivan permanecerá inamovible en el trato
hacia su padre cuando se refieran a él en torno de la cena cuando su nombre sea
pronunciado para difamarlo. No aspira a cambiar a su padre por otro porque lo
ama y se refiere a lo bien que ha sido tratado por él. Al amor que les ha
dispensado. Cómo se ha consagrado a cuidarlos. A los cuentos que les contaba. Sus
hermanos, en cambio, lo harán pasar a Ivan por sirviente delante del huésped,
en primer lugar. Y en segundo lugar, durante el diálogo que mantengan con el
visitante, serán despectivos acerca de su padre y acudirán a la mentira para
desprestigiarlo.
El padre tomará nota de estas declaraciones y de cómo tratan a Ivan
(también de cómo Ivan se deja tratar). Se marchará con una promesa para
beneficiarlos quince días más tarde a los dos hermanos mayores.
En la segunda aparición de su padre, irrumpirá disfrazado de bailarín,
cantante y actor, todo junto, otra vez se repetirán las descalificaciones hacia
su persona hasta llegar incluso a la amenaza de la agresión física con un
látigo por parte nuevamente de los mayores.
Piotor se dará a conocer. Se desencadena el conflicto en su momento más
tenso. Los hermanos retroceden. Piotor le ofrece a Ivan la mano de la princesa
del reino. Ivan rehúsa. Ama a Masha y desconoce a la tal princesa. Por lo tanto,
no la cambiaría a su prometida por una extraña. En ese momento Ana, que es
chismosa, se le acerca y le revela un secreto a Pitor para ponerlo sobre aviso
acerca de un dato crucial del que debe estar al tanto. El padre hace algo que
desconcierta a los dos hijos mayores. A partir de ese secreto, Piotor le ofrece
la mano de la princesa a uno de ellos. Tras la propuesta, ellos aceptan,
arrobados. Y es entonces cuando irrumpen en escena Ludmila y Tatiana, las dos princesas,
hermanas mayor y menor, del reino. Y explican que su tío ha hecho una
revolución y su padre ha debido huir. De modo que ellas han escapado como han
podido y se han quedado sin un céntimo. Los hermanos de Ivan no sabían en lo
que se habían metido, producto de su ambición social y económica. Su deseo
terminará en fiasco. Las dos mujeres que irrumpen en escena son feísimas. Son
tan horripilantes que Sergei y Alexei quedan impresionados o, peor aún,
horrorizados ante la posibilidad de que ese matrimonio se consume. Es más, en
sus palabras afirman que son “dos loros”. Y el padre, no solo indignado por el
trato que le han dado a él sino a su hijo menor les ordena a partir de ese
momento dormir en el establo y acarrear baldes de agua sobre sus cabezas. Esos
baldes “serán sus coronas”. Vivir de un modo peor de como lo hacen los sirvientes
en vista de todo lo que tendrán que trabajar en la granja en adelante. Las dos
princesas están exultantes no solo porque “se casarán con dos apuestos
leñadores”, el gran sueño de sus vidas. Sino por el solo hecho de haber perdido
la soltería.
La obra de Enrique Pinti mediante el procedimiento del disfraz y las dobles
identidades con eficacia muestra al público infantil que no debemos creer en
las apariencias. Y en cómo la hipocresía es capaz según una doble moral de
mostrarse de un modo pero funcionar como su par antagónico pueden regular el
mundo. Nos habla de la importancia de la fidelidad y la incondicionalidad en
los vínculos, especialmente hacia los familiares más inmediatos. De la
importancia del cuidado, del respeto hacia el semejante. De permitirse volar de
un mundo terrenal hacia el de los sueños, lo que facilita reflexionar y también
proyectarse hacia las posibilidades infinitas además de las que nos exigen el
ser y el existir en este mundo.
Sin ser una parábola edificante, Crema
rusa sí explora con intensidad el universo de la ética y sus principios. No
condesciende a la moraleja fácil pero sí deja a las claras que en esta vida no
todo da lo mismo. Y este me parece que debería ser el costado ético que la literatura
infantil sí sería conveniente explorara. Es el más inteligente pero también el
más difícil desafío de la escritura para niños.
Agregaría, eso sí, que el exotismo de que está rodeada la obra,
ambientada en una Rusia de antaño, también campesina, introduce un automático efecto
de encantamiento que refuerza su economía ficcional. Desde el vestuario, el
paisaje, las comidas, las bebidas y las costumbres, todo contribuye a que estas
representaciones que remiten a un referente histórico distante tanto en el
tiempo como en el espacio vuelvan a la obra más cautivante.
Y cerraría con una declaración paratextual final del autor que viene a
confirmar el costado más esencial de Crema
rusa, su significado más perenne. Dice Enrique Pinti: “Me gusta el teatro
porque está la gente en vivo, riendo, llorando, aplaudiendo o durmiendo si lo
que uno hace los aburre. El teatro no miente”. Es, precisamente, lo que Ivan no
ha hecho, no hace ni haría en la obra. Porque Ivan está connotado
axiológicamente de modo positivo, pese a que deba sufrir las humillaciones de
sus hermanos con entereza. Él mantiene su integridad porque mantiene, ante
todo, la fidelidad a ciertos principios. Son los que lo definen como sujeto
ético.
Mi bello dragón
La obra Mi bello dragón, de
1967, guarda bastantes diferencias tanto temáticas cuanto de estructura formal
respecto de Crema rusa. Protagonizada
por duques, trovadores, un leñador, una posadera, un rey, su hija, un hada, un guardia, una bruja y nada
menos que el dragón Cirilo, plantea una serie dinámica de vínculos y acciones
atravesadas por el común denominador de los enredos. Nos transporta al universo
de los cuentos de hadas por su nítida adscripción cuyos indicios son algunos de
sus personajes, icónicos del género.
En esta obra, también estarán presentes como notas constantes las
paradojas y las falsas atribuciones. Habrá hadas con varitas mágicas inútiles,
dragones buenos que colaboran para que un matrimonio en peligro se concrete,
duques (condición supuestamente noble) que disfrazan su identidad maligna
(nótese su condición opuesta) con el objeto de conquistar uno de ellos la mano
de la princesa Terremoto, hija del rey Ñoqui, mediante métodos inescrupulosos.
A los enredos se suman los cambios de apariencia a través del disfraz o
bien de personajes que se esconden detrás de los cortinados para escuchar lo
que está sucediendo para luego tomar parte de la acción, pero que contando con
esa información en su poder, podrán cometer un daño que éticamente los define.
En el marco de una obra infantil, el recuso de sustraer la propia identidad a
la mirada de los personajes, para perjudicarlos, constituye la forma de señalar
la figura del espía como un recurso teatral del que otras piezas se han
servido, incluso en el mismo Hamlet
esto ocurre.
Son en la obra recurrentes las búsquedas
del amor, los enamoramientos, los desengaños y los rechazos. También es
habitual la falta de todo reparo ético para llegar a ese fin que sería
conquistar el amor (de la princesa
Terremoto, de la bruja Tortugonia que hace lo imposible por lograr el del duque
Salamino, entre otros). Dado que hay imposibles que tienen que ver con
posiciones sociales antagónicas, se decretan una serie de pruebas de amor, que
tienen que ver desde responder una adivinanza compleja hasta vencer a un dragón
del que se espera cualquier cosa menos que se termine convirtiendo en un aliado
de su supuesto agresor, quien debe triunfar sobre él para cumplir una prueba.
Este dragón, quien era un aparente peligro para el leñador Roblecito, lo
invitará a pasar a su casa a comer huevos fritos en lugar de atacarlo o
agredirlo. Lo que se presentaba como una prueba insalvable para un joven frente
a un supuesto monstruo de poder superior y temperamento dañino, de modo
culminante sella una amistad que el cierre de la obra viene a coronar.
Porque Mi bello dragón es
precisamente el dragón Cirilo, una figura que encarna la paradoja: con su
carácter pacífico y su propuesta de amistad genuina, reúne todas las
características opuestas a las que suelen atribuirse a estos “monstruos”. Sin
embargo, la literatura contemporánea conoce ya una tradición de dragones
bondadosos que no se corresponden con los de los cuentos tradicionales. Sus
acciones configuran un oxímoron: un dragón que hace el bien, que embellece en
lugar de destruir, que no es violento sino que baila civilizadamente y hasta
festivamente en una ronda dejando un mensaje de unión para los niños. El dragón
Cirilo, cuya muerte a manos de Roblecito, el verdadero y fiel enamorado de la
princesa Terremoto, no se concreta. Roblecito demuestra ser noble, fiel y
sostener el principio de la justicia por sobre todo, la figura que desde la
mirada de los valores corre pareja a la del dragón Cirilo. No tolerar lo que
pueda afectar negativamente al semejante encarnado, pese a todo, en una figura
tan distinta. De algún modo Enrique Pinti viene con esta figura a desmitificar
una vez más estereotipos. Aquellos que circulan en torno de los cuentos de hada
o los cuentos tradicionales, fuertemente codificados.
Precisamente un dragón bello rompe con las versiones que en el marco una
tradición antiquísima, incluso legendaria, les atribuye maldad, perversidad, violencia
y fealdad. Este Cirilo, en cambio, es la encarnación de quien, manso y
comprensivo con el semejante, consiente incluso a asistirlo. En efecto, finge
con sus gritos, que ha sido ultimado por Roblecito, cumpliendo así su prueba de
amor.
Por otro lado, la princesa Terremoto confiesa que con su tía, el hada
Ventolina, sale todas las noches disfrazada de campesina a recorrer los bosques
y las tabernas porque su vida de palacio es aburrida. Es en una de esas
incursiones en donde conocerá al hombre del que se enamora, el joven leñador Roblecito
al que me he referido. Frente a un amor competitivo de uno de los duques con
Roblecito, es que comenzarán las pruebas. La citada adivinanza, primero. Luego,
el enfrentamiento con el dragón.
En el medio, una serie de filtros mágicos para matar y para enamorar son
preparados y ser servidos en un banquete. Y luego de que el rey Ñoqui descubra
que se ha intentado asesinarlo porque la planta sobre la que vuelca uno de
ellos como una prueba grita auxilio y se desmaya, se dará cuenta de que hay
conspiradores y de que existe un complot en su contra. El rey Ñoqui luego de
este episodio hace capturar a Triquiñuela, a Salamino (aspirante a la mano de
Terremoto) y a Tracañote (su cómplice, otro duque), que huyen hasta que son
apresados con la ayuda de Roblecito para ser encarcelados definitivamente.
En definitiva, esta comedia infantil de enredos, pero en la que tampoco
falta la fidelidad y la ternura, el amor, la lealtad y en la que las trampas
son desenmascaradas, muestran a un Enrique Pinti con matices, que incorpora más
conflictos a esta nueva pieza, que también suma personajes en relación a la
primera pieza que analicé, complejiza la acción desde el punto de vista de la historia.
El final de la obra es elocuente. En efecto, en una ronda, los
personajes triunfadores cantarán y bailarán, se postulará un mundo donde no
habrá brujas ni hadas porque se convertirán en tías, y “no habrá que asustarse
más de un filtro, de un dragón ni de la oscuridad”. Y como una invitación a
vivir la infancia como un momento de entusiasmo, lleno de felicidad, de optimismo,
de seguridades, el dragón Cirilo agrega como cierre de la obra: “Siéntanse
felices porque chicos son, se los pide este bello dragón”.
Cierre
El teatro de Enrique Pinti viene a formular preguntas más que a confirmar
evidencias. A reformular, en todo caso,
esquema estereotípicas de la tradición legendaria de los cuentos de
hadas o tradicionales. En primer lugar hay un trabajo fino y sutil con las
apariencias y la esencia de las personas y las acciones, de los caracteres, las
identidades, los valores éticos en directa relación al disfraz que pretende
imponerse como el en superficie veraz. En efecto, algunos de personajes fingen
rasgos de personalidad, por lo general vinculados a lo axiológico, en una
suerte de doble moral que se profundiza porque ello se traduce en acciones
concretas que planean realizar o realizan para afectar negativamente a otros,
incluso parientes. Las trampas son recurrentes en estas obras, pero también
sirven para desenmascarar si son trucos. Por otra parte, este doblez en la
personalidad muestra a los niños que existen personas de las cuales conviene no
siempre fiarse. No todo en este mundo puede ser idealizado. Muchas personas
encubren defectos o valores que no son constructivos sino destructivos hacia el
semejante. Así, urden estrategias o planes para lograr sus objetivos de modo
inescrupuloso. En definitiva, Pinti nos habla a través de un universo estético
(su arte) de una ética que no siempre es
respetada sino infringida. Este es el otro punto importante en Pinti. En su
teatro los personajes encarnan una ética que ubica al semejante en un lugar de
dignidad y respeto, por un lado. Y otra posición que es precisamente la
antagónica. Las dos se enfrentan. Pinti acude de modo elocuente a diversas
clases de recursos, todos inteligentes, pero también el triunfo lo reserva a la
virtud. La transgresión a la ley ética supone un castigo, no necesariamente
físico, pero sí un lugar de sanción probablemente social. Los malvados son
puestos en evidencias, desenmascarados, se da a conocer su rostro primordial. Y
en el teatro de Pinti no se dan demasiadas explicaciones. Pero sí sabemos que
en este mundo existen personas dañinas y otras que no lo son. Que los dañinos
raramente cambian de carácter. Y que esto suele meterlos en serios problemas.
Nadie se fía de ellos, una vez puestos en evidencia se recela de ellos porque
al regirse según su conveniencia y no según la ley ética, son imprevisibles. Esta
invariante en los malvados, si bien no les da la oportunidad de cambiar y revisar
sus acciones es por sobre todo una posición realista. La ley del perdón no
funciona con personas imprevisibles que han demostrado su capacidad
destructiva.
Enrique Pinti, trabajando hábilmente con temperamentos y cualidades,
resume con dos trazos maestros dos clases de personalidad en estrecha relación
con dos clases de posición frente al semejante y a la ética. Pero también,
mediante una resolución satisfactoria en cada pieza, pone de manifiesto que las
tensiones se resuelven cuando en esa batalla entre el bien y el mal, regresa un
orden al mundo. Y que ese orden es
posible. También hay una reflexión en torno de que si uno es fiel a sí mismo el
triunfo le espera porque se vuelve una persona, como lo adelanté, confiable,
probo. Pinti desarrolla en sus obras de teatro una serie de acciones que se
desenvuelven según un universo ético estable. Los buenos se mantienen fieles a
sus principios de modo inamovible. Los malvados hacen lo propio. A partir de
esta interacción dinámica entre principios éticos altruistas o sus opuestos, queda
contorneada nítidamente la estructura dramática. El bien como un valor absoluto
es lo que, en ambas obras, no diría que exactamente triunfa, sino que por su
contundencia vehemente se impone como la opción más acertada porque es la que
más garantías ofrece. De este modo nos habla Enrique Pinti. Un teatrista con
todas las letras.