Hoy, nuestra querida Alejandra nos acerca sus impresiones de abuela y nos revela la trama secreta del maravilloso momento comunicativo entre abuelos y nietos. ¡Gracias por dejarnos asomar a esta "alquimia"! ¡Para Disfrutar!
Laura Alejandra Etcheverry nació en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos en Argentina.
Es profesora de Lengua Francesa y profesora de Filosofia y Ciencias de la Educación.
Fundó hace veintiocho años el Instituto Eureka, Educación del Pensamiento, conjuntamente con los profesores Alfredo Palacios y Emilio Giordano en La Plata, Argentina, cuna de la formación de muchos docentes en una pedagogía única e irrepetible que intentó siempre fomentar los hábitos de indagación reflexiva en los niños y adolescentes que transitaron sus aulas.
Como ella dice de sí misma, también tiene otro título que la engrandece: "abuela".
Mis nietos, los cuentos y yo.
Por Laura Alejandra Etcheverry
Toda mi vida laboral
estuvo dedicada a los niños y a los jóvenes. En casi medio siglo de actividad
como docente he convivido con niños de diferentes épocas, pero todos con un algo
en común: la sorpresa frente a lo nuevo, las ganas de conocer, la urgencia para
encontrar respuestas a inquietudes recién nacidas.
Un día feliz e inolvidable
fui abuela y, entre los niños que desde siempre había contribuido a educar,
pasaron a estar mis nietos. Mi vida se
llenó de renovadas expectativas con respecto a
los objetivos de la educación y a lo que yo podía hacer para colaborar
con su formación.
Ser abuelo tiene una
enorme significación, así como sentirse nieto. En esa relación, con
reciprocidades que sólo sus miembros alcanzan a percibir con exactitud, burbujea
todo un universo de emociones y vivencias privadísimas e inefables.
Las abuelas somos
esencialmente transmisoras de la historia familiar. Contar cuentos es una ceremonia casi secreta, en un ritual
que, por la palabra, eterniza valores imperecederos de la humanidad.
Contamos cuentos como si
estuviésemos abriendo la tapa de un cofre cuyo contenido, antes de tener
nietos, ni siquiera sabíamos que existía. No sólo hay en el historias diversas, sino emociones recuperadas
y sentimientos renacidos. Un cofre de amor, de recuerdos, de palabras–puente cargadas de un tesoro cultural
y emocional.
El paso del tiempo ha
contribuido a formar en nosotros, los abuelos, una maravillosa interioridad,
transmisible por la magia de la palabra.
Narrar cuentos a nuestros nietos es viajar por un territorio ilimitado en
tiempo y espacio, en el que realidad y fantasía pierden sus fronteras,
entremezclándose.
Cuando mis nietos piden: “Lala, ¿me contás un cuento?” demandan en
realidad que los conmueva, los emocione, los transporte, los haga soñar. Se
activan todos sus sentidos, expectantes ante lo que está por venir en la
historia. Y, mecidos por la música de la voz
familiar, se sumergen placenteramente en un mar de sensaciones evocadoras.
No es tan importante el
contenido del cuento, en muchos casos, como el encuentro íntimo que se produce
entre quien cuenta, quien escucha y los personajes que trascienden de la
ficción a la realidad en esa fusión onírica. Y se siente en ese intercambio una
multitud de matices que, como fuegos artificiales, llenan de luz y color la
comunicación. La abuela está ofreciendo su entrega de amor hecho palabras y el
nieto la recibe con sincera fascinación conmovedora.
En un ambiente afectivo y
mágico, abuelos y nietos recreamos juntos sueños, ilusiones, proyectos. Así nos
emocionamos, reímos, sufrimos o gozamos, nos encantamos con las aventuras de personajes que cobran
vida, saliéndose de su universo para entrar definitivamente al nuestro, ese
rincón tibio donde no hay imposibles… Basta con unos almohadones mullidos, la falda de la abuela, un sillón que
se hamaque y la voz acariciadora contando cuentos. ¡El universo ya está
completo!
Esa alquimia que se lleva
a cabo en conjunto, hace que con frecuencia no reconozcamos nuestra propia voz
en los cuentos. Es que se han incorporado al tapiz de la narración elementos
del mundo infantil que nos sorprenden y nos enriquecen. Estamos lejos de ellos
en edad, pero tan cerca de su infancia en los sueños…
Acercarse a los niños para
contarles cuentos es más que un acto de cariño y entrega, que les muestra cuánto
los queremos y valoramos. Tiene además
la importancia de poder despertar en ellos el amor por la lectura, las ganas de
ir más allá de las letras de un texto, descifrándolo para descubrir sus
encantos y secretos en busca de respuestas a las preguntas que surgen de su
curiosidad desbordante.
Es una labor gratificante,
es una obra social y educativa. Es una obra de amor.
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