“Rebelión en la granja: Los
Cretinos de Roald Dahl”
por Adrián Ferrero
Cuando un novelista se
propone dar cuenta del universo de la ética para el público infantil, puede
seguir dos caminos. El simplista: contar parábolas, con una suerte de trama
aleccionadora. Sabemos a qué encerronas estéticas ha conducido a la literatura
infantil ese proceder. O bien, un camino mucho más creativo, además de mucho más
divertido: poner en escena un mundo ficcional habitado por personajes que
encarnan esos valores éticos e interactúan de un modo que no es pacífico, pero tampoco
necesariamente es dramático. Sí es conveniente que existan conflictos. Y si son
más de uno mejor aún. En efecto, Roald Dahl acude de modo elocuente al humor
(en ocasiones al humor negro), la ironía, la hipérbole como figura retórica que
rige buena parte de la economía narrativa de esta historia, una trama
cautivante y un clima que tampoco resulta apacible. Menos aún el punto de vista
constructivo de la obra es simplista. Porque comienza narrando la pulseada
entre el señor y la señora Cretino para luego desplazarse hacia personajes
aparentemente (y solo aparentemente) secundarios, como si el propio narrador se
hubiera cansado de los avatares de esta dupla de adversarios que comparten
dormitorio.
No se trata aquí de buenos
contra malos. Se trata de dos personas que supuestamente deberían amarse, como
toda pareja que se elige para convivir como un matrimonio, en teoría, y sin
embargo hay aquí permanentes trampas o trucos maliciosos que se realizan el uno
contra el otro vengativamente. Veremos cómo este rasgo luego analógicamente se
trasladará a otro grupo de personajes, animales para el caso, cuyos atributos
sin embargo están notablemente humanizados.
Lo cierto es que uno y otro
recíprocamente urden maldades. Para perjudicarse, no exactamente para terminar
con sus vidas. Pero sí perturbarlas. Enrarecerlas. Producirle un malestar a su compañero.
Por supuesto que el autor maneja perfectamente esta circunstancia con el humor,
el disparate y la ocurrencia. Con el ingenio y la gracia. Lo hace también con
la sabiduría que confiere el conocimiento de la psicología infantil. Me refiero
a qué puede y qué no puede entender y tolerar un niño de diez años en adelante.
No serán maldades siniestras. Serán jugarretas. Trampas. Malicias que van en un
in crescendo porque en la medida en
que uno hace caer en la trampa al otro, pero es descubierto, la represalia no
se hace esperar. Y la respuesta suele agravarse para hasta ser peor que la anterior
acción padecida.
El matrimonio Cretino desde
su mismo apellido como un destino lleva encima la definición de una ética, que
comparte. Lo que ellos ignoran, es que esas mismas faltas terminarán por
volvérseles en contra, desbaratando todos sus complots. De hecho se trata de
personas sumamente insatisfechas con sus destinos. Seres indeseables, que o
bien se dejan crecer la barba hasta límites exagerados y no se higienizan
(buena lección para niños en etapa de crecimiento pero también buena treta para
hacerlos reír) hasta denotar una fealdad producto de la propia maldad. Porque
tal como lo afirma el narrador de la novela, la señora Cretino no había nacido
fea por genética. Sus maldades la habían afeado hasta límites insospechados. Y
como afirma el narrador: a las personas que tienen virtudes, aunque no sean
estéticamente dotadas de belleza, difícilmente uno pueda atribuirles o
detenerse en defectos físicos. Pero este matrimonio es literalmente
horripilante. Por dentro y por fuera.
Roald Dahl demuestra, en un
gesto noble, que la mirada que echamos sobre las personas es directamente
proporcional a su integridad pero no a su fisonomía. O así debería serlo. Hay
personas que pueden no ser agraciadas pero sí poseer una serie de dones que les
otorgan un brillo aurático cuando las miramos. Tal vez, porque también inspiran
respeto. Tal vez porque el respeto es una forma de la hermosura. Estimo que
Roald Dahl debe de haber sido una de tales personas, porque el 10% del precio
de la venta de sus libros es donado a las fundaciones benéficas Roald Dahl, que
realizan desde tareas vinculadas a la salud hasta la alfabetización de niños
con necesidades. De modo que ya desde antes de abrir el libro, en su
contratapa, nos encontramos con un autor coherente.
Pero regresemos a su
argumento. Decíamos que había una serie de maldades recíprocas que se
propinaban el uno al otro como represalias. Día a día iban en aumento. Desde
introducir una rana de una laguna en la cama de la señora Cretino. Ella cocinar gusanos para su marido entre los
spaguetthi. Él aumentar el tamaño de su bastón cada noche y también el de la
silla en la que se sienta para hacerle experimentar que ha contraído la enfermedad del encogimiento.
El señor y la señora Cretino,
entonces, no se aman. Esta es la primera gran lección de Roald Dahl. O lo hacen
de un modo que difícil cuesta entenderlo. Hay gente que convive, que se casa, pero
no se ama. Este punto es fundamental en la educación de un niño. Porque rompe
con los arquetipos de los cuentos de hadas en los que los príncipes adoran a
las princesas y viceversa. Y rompe con los estereotipos respecto de los que
cierta sociedad aspira a instalar desde las costumbres conservadoras. En
especial en un país como Inglaterra. Estamos simplemente ante un hombre y una
mujer mayores que conviven pero no se aman. Fruto de la costumbre, de la
rutina, de una sensación de circularidad paralizante, de continuidad que los
hace seguir el uno junto al otro, el señor y la señora Cretino prefieren
hacerse maldades a divorciarse o, al menos, dejar de convivir. Este punto es crucial
en la poética de Dahl. Pinta a la perfección la crisis del matrimonio occidental
desde la literatura infantil, en particular del de clase media, que o bien por
hipocresía al que o bien por costumbre o bien por conveniencia, no se está
dispuesto a renunciar. Pese a que la convivencia sea un infierno. A esta pareja
le resulta más cómodo proseguir unida, eligiendo maltratase. Y hacer planes
para que esos maltratos sean cada vez peores. Disfrutan de ver sufrir al otro. Es
más: parecieran experimentar un cierto placer, un cierto goce en mortificar a
su compañero o compañera en la dinámica tan singular que los reúne.
Feos, sucios, barbudos, rengos, desprolijos. Todo hace de ellos seres indeseables. Y hay una ley que los griegos antiguos defendieron como un principio ético pero también estético, y es que lo bueno es bello y también verdadero. De modo que la familia Cretino no se ama. No son buenos. Suelen mentir. Y si bien al final de la novela recibirán un castigo aleccionar, de naturaleza extrema, también ellos mismos habrán sentado las bases de su propio final. Han llegado al fin de una historia que habían iniciado como una serie de actos de inevitable destrucción.
En el medio por supuesto que
está toda la segunda parte del libro. En esta parte el narrador aparenta
cansarse de ellos, agobiado por sus maldades (harto literalmente de ellas, como
hubiera si algo hubiera dejado de resultar interesante para la narración), y
suma a la trama otras facetas de su maldad. Esas facetas que los involucran no
exactamente con sus semejantes sino con la alteridad. Porque estamos hablando
de animales, pero de animales humanizados, que piensan, sienten y hablan en
términos antropológicos, con los cuales los niños perfectamente pueden
establecer empatía y sintonía, relaciones identificatorias acaso, sin que
pierdan su fisonomía ni sus códigos de comunicación animales. Pero ellos sí
están en condiciones de decodificar los mensajes de un humano y de saber perfectamente
qué ha dicho así como las repercusiones que ello tendrá en lo que vaya a hacer a
continuación.
En ese jardín plagado de ortigas, cactus y donde hay un solo árbol seco (¿es que puede acaso imaginarse ámbito más desolador?), hay una jaula con cuatro monos que ellos en otra época de sus vidas amaestraban para un circo, y a los que les hacen infinidad de de maldades. No las enumeraré pero son verdaderos actos de ensañamiento contra su bienestar y sus derechos (¿sabían ustedes que los animales tienen derechos que están sancionados penalmente si son infringidos?). No contentos con maltratar a sus monos maltratarán aves al punto de comerlas en pastel. Y no contentos con ello pretenderá un día el señor Cretino capturar a un grupo de niños que se han colado a su jardín. Sin embargo, la celada de Cretino no tendrá éxito. Como no tendrá éxito definitivo nada de lo que haga para perjudicar a otros, humanos o animales a la larga o la corta. Si comenzó por maltratar a su esposa y eso no le bastó, tal ensañamiento, como dije, en un aumento progresivo se proyectó hacia animales y algunos semejantes. Esa progresión de los Cretino, es un indicador de que la maldad puede seguir incrementándose de modo espiralado.
No resulta casual, a mis
ojos, que quien trame esta suerte de venganza, en la que se les hace sentir a
ellos lo que ellos les hicieron sentir a sus monos durante tantos años, sea uno
de esos animales. Astuto, concibe una idea genial, y ejecuta un plan junto con
un grupo de pájaros que se vuelven sus aliados. Un pájaro africano primero, que
habla el mismo idioma de los monos es el que, como un gran traductor, oficiará
de mediador entre los monos, también africanos, y los pájaros británicos.
Nótese también aquí la inclusión de Roald Dahl de un continente castigado,
mediante exponentes sagaces, típicos de esa región, donde nacieron nuestros ancestros
según ha sido estudiado por la antropología. En efecto, nuestros antepasados fueron
oriundos de África. Dahl en un movimiento progresivo/regresivo invita entonces
nuevamente a repensar la alteridad. De la centralidad de Inglaterra a una
periferia paupérrima como África. De modo que la inteligencia en los monos no
debe de extrañar. Paradójicamente, son tan astutos como viejos y deteriorada
está la tramposa pareja de los Cretino. El mono brillante constituye la
contrafigura de la familia Cretino. Un animal certero, diestro, expeditivo, con
poder de determinación y que no es un traidor. Porque lo que verdaderamente los
Cretino ponen en escena, es su falta de lealtad del uno hacia el otro. Su falta
de confianza. Su recelo. Su falta de generosidad.
Mediante un mundo del revés,
tal como lo supo plasmar la escritora argentina María Elena Walsh en una canción de nuestra infancia, un mundo
literalmente patas arriba, los animales aleccionarán a los Cretino. Animales
que les harán probar una cucharada de su propia medicina. Esos animales que los
Cretino creían tener en una jaula, a su merced, bajo control, seguros, listos para
ser castigados, de pronto quedan en libertad. Al igual que las puertas de la
sensibilidad y la inteligencia, se despiertan al mundo. El encierro de estos
animales metaforiza la imposibilidad de que los principios de organización
comunitaria puedan actuar libremente, en este caso contra quienes hacen daño
impunemente.
Y sin jugar con una fábula con
un mensaje didáctico para adoctrinar, Roald Dahl hace algo mucho más inteligente
y divertido. Mediante el humor
neutraliza toda nota patética de esta historia, volviéndola atrapante, plena de
intriga y al mismo tiempo nos colma de satisfacciones. Rolad Dahl narra no el
horror sino lo ridículo de maltratar al semejante en el caso de los Cretino, en
un juego en el que estúpidamente buscan herirse recíprocamente, así sea
gastándose bromas pesadas. El autor también nos invita a pensar el arte como un
espacio colaborativo, porque para combatir a la familia Cretino hace falta la
reunión de fuerzas que no son solo de una especie animal. Y aquí nuevamente se
pone en evidencia lo que el autor aspira a revelar. Se trata de que las
personas profundamente destructivas, que incluso lo son con aquellas a quienes
supuestamente deberían amar, se quedan solas, y hasta padecen males mucho
peores. Son personas autodestructivas. Y las que han sido sus víctimas, en una
“rebelión en la granja” pasan de pronto a una suerte de gran campaña por
derrotarlos no mediante la violencia, sino mediante el trabajo colectivo,
cooperativo, organizado, la audacia y la sagacidad.
En estos términos definiría
una obra que me parece siembra de incertidumbre a las creencias más instaladas,
trabaja con elementos de la actualidad, busca soluciones satisfactorias a
problemas que la sociedad afronta y afrontará hasta el fin de sus días. Y también
abre las puertas a la esperanza a que el amor potente se imponga al odio destructivo
sin necesidad de falsas antinomias.
Mediante un discurso
narrativo formulado con palabras simples pero con planteos argumentales
complejos, esta breve novela de Roald Dahl nos regocija. Eso por un lado. Y nos
hace sentir que un hombre, con una pluma, sentado frente a su escritorio, allá
por 1980, en una noche de invierno desapacible, en Inglaterra, en la que aquí era verano,
escribió una historia que ahora leemos conmovidos e hipnotizados. De cabo a
rabo, como se dice habitualmente. Siendo y diciendo lo que se es. Lo que se
piensa. Y lo que se siente. Que es, nada más y nada menos, que la verdad de la
ficción.
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