En el marco de la 29° Feria del Libro infantil y Juvenil que tuvo lugar en el Pasaje Dardo Rocha de la ciudad de La Plata, Argentina, fuimos convocados por la escritora Rosa Graciela Caretto de SADE La Plata para dar una conferencia sobre la escritura de la Literatura infantil con nuestro amigo, Adrián Ferrero. Les compartimos hoy, la conferencia de Adrián, luego vendrá la mía.
Gabi Casalins
“Pensar y leer
sin pedir permiso: en torno de la literatura infantil” por Adrián Ferrero
A lo largo de toda una vida de haber sido
lector de literatura infantil, de haberla enseñado en la escuela primaria, de
haber escrito y publicado cuentos infantiles, luego de haber trabajado sobre ella
en el ámbito académico y ahora de hacerlo a través de colaboraciones con medios
de prensa cultural o especializados en esa área, me he encontrado con un
fenómeno recurrente. Todas las personas quienes nos hemos abocado a un estudio o
cultivo más o menos sistemático de la literatura así llamada infantil nos
hallamos frente a un desconcierto: por un lado un gran interés del público
infantil por ella, de sus familiares en que la lean, pero de una contundente
indiferencia de parte de quienes habitualmente son lectores adultos. A ello
sumo una alarmante ausencia o evidentes limitaciones de marcos institucionales no
solo académicos, en el contexto de los cuales realizar tareas de investigación
o publicación. Igualmente el periodismo cultural no manifiesta la menor voluntad
por darla a conocer ni dar a conocer sus novedades.
Esta circunstancia trae aparejadas
repercusiones, algunas graves, y a su vez con una invitación de reflexiones que
les propongo transitar hoy en una charla que no aspira sino a sembrar algunas
inquietudes más que impartir conocimientos o constituir una clase magistral,
que por otra parte no sería capaz de dar ni menos aún estoy interesado en
llevar a cabo.
En primer lugar me gustaría decir que si
bien he tenido acceso a la literatura infantil internacional de distinta etapas
de la Historia sin embargo mi especialidad es la literatura argentina en un
sentido amplio. Y más concretamente la de los siglos XX y XXI. En tal sentido
esa especialización condicionará sustantivamente el abordaje que haga en esta
charla del tema en varios sentidos. Pero vayamos a los positivos. Me interesa
que meditemos en torno de nuestra propia cultura literaria. Que lo hagamos
acerca de literatura o escritura en
lengua española y por parte de varones y mujeres que son creadores a quienes
nos une una Historia y un patrimonio común, incluyendo este presente histórico
por el que nos toca transitar. Quiero decir con esto que mi abordaje no permanecerá
ajeno al pasado, al presente ni al futuro de Argentina, esto es, a las
coordenadas que nos afectan o han afectado a todas las personas que se hallan
aquí presentes. Se trata de autores y autoras que se enfrentan a varios
conflictos. Uno de ellos es que a la circunstancia penosa de que su
especificidad está altamente subestimada, también son habitantes de un país que
subestima a la producción artística en general, degradando a sus creadores porque
a sus ojos no constituye su oficio una profesión sino el de dedicarse a meros
pasatiempos. Una suerte entonces de subestimación al cubo la que padecen. Esto
precariza la situación de los creadores al tiempo que sus condiciones de
trabajo y la índole de su imaginación se verá fuertemente condicionada y
comprometida por esa circunstancia. Sin hacer distinciones de jerarquías entre ellos,
sí me parece importante destacar que en este país ganó en 2012 el Premio HansChristian Andersen, el más importante galardón del mundo entero a la producción
infantil y juvenil la autora cordobesa María Teresa Andruetto, una voz que
escribe también para otras edades y no solo cultiva el género narrativo.
Empiezo por este punto para romper con el lugar común y el estereotipo acerca
de que nuestros creadores y creadoras no tienen prestigio mundial o no tienen
talento. Otros casos ha habido, como los de Perla Suez o Guillermo Saavedra
(que también escriben literatura para adultos), que han ganado la prestigiosa
Beca Guggenheim, de NY. Una distinción que supone la presentación de un
proyecto de libro para su escritura y con ese dinero solventar el tiempo libre
necesario así como el material necesario para realizarlo. Graciela Montes obtuvo en 2018 el Premio SM Iberoamericano de literatura infantil y juvenil en
México después de haberse retirado de actividad y antes aún había ganado junto
con la también escritora infantil Ema Wolf, por un libro en coautoría para
adultos, el Premio Internacional Alfaguara de Novela de España. Estos sumarios
datos, entre otros muchos premiados y becados que no citaré para no hacer de esta
charla un tedioso inventario, dan cuenta de una tendencia clara. La
profesionalización de estos creadores y creadoras. Pero estamos ante autores una
trayectoria y de poéticas de una complejidad realmente insoslayables en el
mundo. Imaginarse pueden en el campo intelectual argentino: directamente figuras
indispensables.
Por una razón de naturaleza de ética
profesional no puedo omitir un reconocimiento que corresponde a las escritoras
María Elena Walsh, una revolucionaria, una transgresora (no solo en el terreno
de la literatura así llamada infantil) y una visionaria gracias a quien la
literatura así llamada infantil argentina dio un vuelco. De las pedagogías que
le habían precedido logró conquistar con su prolífica producción que abarcó
también canciones, obras de teatro, espectáculos y films un giro sin
precedentes en este campo. Liliana Bodoc, una de las pérdidas más lamentadas en
la Historia de la literatura argentina de todos los tiempos, acontecida en
2018, deja un corpus de deslumbrante brillo de naturaleza francamente
sobresaliente. Y evocarla como merece, como ese ser humano humilde y extraordinario
que fue. Que impartió una lección ejemplar de lo que debía ser una persona consagrada
a la invención literaria: bondad, belleza, integridad, congruencia total y
completa entre lo que se piensa, lo se escribe y lo que se actúa. Aquí me
detengo en lo relativo a nombres propios. Pero vamos a las cosas.
El punto que a mí me viene desvelando
desde hace ya muchos años de estudio es el de la detección de por qué la así
llamada literatura infantil resulta ser un tipo de discurso tan subestimado por la comunidad
lectora adulta que directamente omite o desconoce su corpus así como pone a un
lado a sus autores y autoras. La pregunta es entonces ¿por qué? ¿qué no tiene o
qué tiene la literatura infantil que hace que se la aparte o se la sustraiga a la
hora de la consideración de ese corpus nacional?
Ustedes saben que de lo que he leído de
los griegos sobre todo en la Universidad y antes en el Colegio Nacional “Rafael
Hernández” de la UNLP he aprendido que es muy escaso lo que sabemos y poco llegaremos
a saber al irnos a la tumba tanto acerca de la vida como acerca del conocimiento.
De modo que no esperen de mí una respuesta infalible. Mencionaré sí algunas
hipótesis que vienen a mi mente como posibles argumentos que puedan llegar supuestamente
a comprender pero no a justificar semejante disparate. Porque ante todo esta
situación tan arbitraria me resulta precisamente eso, injusta, además de denotar
una gran ignorancia acerca del corpus de la así llamada literatura infantil por
parte de buena parte de quienes son personas lectoras.
Yo sistemáticamente me he resistido a aceptar
esta distinción y acudo al modo en que se refería a ella el gran teatrista
argentino consagrado a este campo artístico ya fallecido, un grande, Hugo Midón:
la “literatura apta para todo público”. En efecto, no considero que exista una
literatura infantil sino una literatura a secas. Existe un cierto campo o
corpus literario que por sus características comunicativas tiende a ser
accesible a todas las edades. Pero toda historia para adultos fácilmente puede
devenir historia para público infantil si adopta la forma comunicativa
oportuna. Y para eso no hacen falta demasiados esfuerzos: sí sentido del
respeto hacia la infancia y conocimiento de su espíritu, además de ciertas
mediaciones. Si bien sabemos que un cambio radical ha tenido lugar en los
últimos años debido a impetuosas modificaciones en la socialización y en la tecnología
que se proyectó de inmediato a la esfera de lo privado.
Porque hay un punto incuestionable. Es
cierto que hay determinados rasgos propios de la así llamada literatura para
adultos que al público infantil lo harían bostezar o ni siquiera abrir ciertos
libros. Pero con un adulto al lado, con ciertas acotaciones, aclaraciones, o
bien una buena oralización o transposición de esa historia a un lenguaje
comunicativo oportuno que a un público infantil cognitivamente le resulte
accesible, la cuestión se soluciona de inmediato. Esta es mi premisa entonces.
La literatura infantil no existe como especie esencializada. Existe la
literatura ilimitadamente que requiere, en determinadas circunstancias, de la
intervención y el seguimiento, la compañía y la contigüidad de familiares y
docentes.
Pero regreso al por qué. Mi hipótesis, que
ya he expuesto y publicado en un artículo, es que hay una mirada del adulto de
recelo hacia la literatura así llamada infantil con motivo de que si lee ese
campo de la producción literaria esa práctica de inmediato lo volvería o
pueril, o lo desautorizaría frente a sus pares o bien directamente experimenta la
idea inconcebible de que haría una regresión automática de carácter denigrante de
su condición de adulto a la de niño o niña. Algunas personas, como a mí, nos
resulta un ejercicio apasionante que así sea porque nos conectamos con la
posibilidad de tener acceso al universo infantil no como una involución sino como
una riqueza irreemplazable. Volver a una edad en la que el juego, el
desparpajo, el absurdo, la falta más completa de tabúes, de prejuicios, de
límites a la imaginación creativa, de preconceptos y la llegada, a cambio, de un
universo de una libertad subjetiva total y vital, es definitivamente cautivante
así como fascinante. ¿Es una regresión o
es el mejor regalo que nos podemos hacer y hasta permitir volver a jugar y a
hacer las cosas sin pedir permisos? Hay en la literatura infantil una ausencia
de límites y de subversión de las normas impuestas por la sociedad a los
sujetos de cultura que la posibilidad de transitar por esas producciones
literarias nos restituye. En efecto, la literatura infantil es el reino del
infinito. Toda la literatura lo es a decir verdad y probablemente todo el arte
lo sea. Porque nos permite franquear cualquier clase de circunscripciones o
fronteras. Podemos desde ser perros hasta caminar con las manos o bien ser una
roca que habla. Podemos vivir en una
familia de vampiros siendo un vampiro más o bien habitar el vientre de una
ballena. En fin, no prosigo pero creo que ustedes entienden perfectamente adónde
quiero llegar. Y esto que sucede en toda la literatura, en la literatura apta
para todo público se potencia más aún por varios motivos. Conviene avivar la
atención del público lector para que no abandone el libro. No hay recursos ni
procedimientos prohibidos (dentro del orden de lo respetuoso). Y podemos jugar y
dar rienda suelta a la imaginación del modo más salvaje. Es por eso, no me
caben dudas, que Graciela Montes llamó a cierto lenguaje literario, “la
frontera indómita”. Es ese territorio opuesto a aquel en el que nos movemos en
la vida cotidiana. Lleno de tabúes, prohibiciones, límites, solemnidad,
hipocresía, violencia, malos tratos, falsas apariencias, protocolos, muchas
mentiras y convengamos que bastante burocracia. Cosas que han sido una construcción
cultural de carácter aberrante, porque ha hecho de la cultura una fuente de
sufrimiento hasta límites intolerables, un verdadero infierno y desdicha, en
primer lugar para los niños y niñas, que son las personas más vulnerables.
También hay un punto que adolece de la más
completa desinformación. Y es que la literatura infantil carece de excelencia y
que nada nuevo ni nada innovador puede esperarse de ella. Y eso no es cierto.
La hay que es de una radical originalidad y ha introducido innovaciones de
carácter sin precedentes en el corpus nacional. Se trata de poéticas que de
hecho los estudiosos de la literatura y otros escritores incluso, no se suelen
tomar en serio en la mayoría de los casos. Los estudios académicos sobre
literatura apta para todo público son de tradición relativamente recientes y
llega aquí el otro gran problema que advierto y que me resulta una verdadera
calamidad. En efecto, se produce un ghetto en el cual se habla de la LIJ
(Literatura Infantil y Juvenil), poniéndosela aparte, confinándola a secciones
en librerías, espacios culturales, actividades, premios específicos, Ferias
nacionales e internacionales, concursos, congresos, jornadas y simposios,
charlas, editoriales o colecciones específicas. Circunstancia que me resulta totalmente
nociva para pensar cualquier manifestación del arte en general y de la
literatura en particular. Como si no pudiéramos mezclar, por ejemplo, la
producción así llamada infantil de Silvina Ocampo o Sara Gallardo, por ejemplo,
otras dos precursoras, con el resto de su producción para el así llamado
público adulto. Este ghetto se traduce en ciertas prácticas sociales, rituales,
tradiciones que se han codificado y están a la vista. Pero, sobre todo,
introduce uno de los peores males de la así llamada literatura infantil y
juvenil: su exclusión, su marginalidad y la imposibilidad que sería deseable de
poder circular junto al resto de los discursos literarios en el corpus
inclusivo de la literatura argentina.
Y no nos justifiquemos diciendo,
nuevamente pongo el acento en este punto, en ausencia de jerarquía o excelencia
ni en sus creadores y creadoras, ni en sus investigadores ni en sus estudiosos
ni en sus divulgadores. Se trata de un lastimoso círculo vicioso, una trampa
cultural, más precisamente, de la cual no se saldrá hasta tanto no se cobre
consciencia del nivel de jerarquía incuestionable de nuestros autores de
literatura apta para todo público, de la
valentía que han tenido en tiempos oscuros de este país. Y se los comience a invitar
a las mismas mesas redondas que a los autores así llamados para adultos como lo
que son: sus colegas. De que la literatura es el campo en el que los límites,
precisamente, están llamados a ser borrosos, difusos, indómitos, peligrosos,
salvajes, indetenibles, subversivos, radicales, transgresores y que todo eso lo
tiene la literatura así llamada infantil en grado a mi juicio incluso mayor (me
hago responsable de esta afirmación) que la literatura así llamada para
adultos. Es más exigente porque requiere
capturar atenciones fugaces y dispersas, porque si los niños tienen una virtud
por sobre todas las cosas es su más completa y absoluta sinceridad en todo lo
que hacen, dicen y piensan. Y porque hasta se animarán, en cuanto nos descuidemos,
a agarrar un libro del mismísimo Jorge Luis Borges y ponérselo a leer. Sin pedir el menor tipo de permiso. Muchas
gracias.
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