martes, 16 de junio de 2020

“Pensar y leer sin pedir permiso: en torno de la literatura infantil” por Adrián Ferrero


En el marco de la 29° Feria del Libro infantil y Juvenil que tuvo lugar en el Pasaje Dardo Rocha de la ciudad de La Plata, Argentina, fuimos convocados por la escritora Rosa Graciela Caretto de SADE La Plata para dar una conferencia sobre  la escritura de la Literatura infantil con nuestro amigo, Adrián Ferrero. Les compartimos hoy, la conferencia de Adrián, luego vendrá la mía. 
Gabi Casalins





“Pensar y leer sin pedir permiso: en torno de la literatura infantil” por Adrián Ferrero




     A lo largo de toda una vida de haber sido lector de literatura infantil, de haberla enseñado en la escuela primaria, de haber escrito y publicado cuentos infantiles, luego de haber trabajado sobre ella en el ámbito académico y ahora de hacerlo a través de colaboraciones con medios de prensa cultural o especializados en esa área, me he encontrado con un fenómeno recurrente. Todas las personas quienes nos hemos abocado a un estudio o cultivo más o menos sistemático de la literatura así llamada infantil nos hallamos frente a un desconcierto: por un lado un gran interés del público infantil por ella, de sus familiares en que la lean, pero de una contundente indiferencia de parte de quienes habitualmente son lectores adultos. A ello sumo una alarmante ausencia o evidentes limitaciones de marcos institucionales no solo académicos, en el contexto de los cuales realizar tareas de investigación o publicación. Igualmente el periodismo cultural no manifiesta la menor voluntad por darla a conocer ni dar a conocer sus novedades.
     Esta circunstancia trae aparejadas repercusiones, algunas graves, y a su vez con una invitación de reflexiones que les propongo transitar hoy en una charla que no aspira sino a sembrar algunas inquietudes más que impartir conocimientos o constituir una clase magistral, que por otra parte no sería capaz de dar ni menos aún estoy interesado en llevar a cabo.
     En primer lugar me gustaría decir que si bien he tenido acceso a la literatura infantil internacional de distinta etapas de la Historia sin embargo mi especialidad es la literatura argentina en un sentido amplio. Y más concretamente la de los siglos XX y XXI. En tal sentido esa especialización condicionará sustantivamente el abordaje que haga en esta charla del tema en varios sentidos. Pero vayamos a los positivos. Me interesa que meditemos en torno de nuestra propia cultura literaria. Que lo hagamos acerca de literatura  o escritura en lengua española y por parte de varones y mujeres que son creadores a quienes nos une una Historia y un patrimonio común, incluyendo este presente histórico por el que nos toca transitar. Quiero decir con esto que mi abordaje no permanecerá ajeno al pasado, al presente ni al futuro de Argentina, esto es, a las coordenadas que nos afectan o han afectado a todas las personas que se hallan aquí presentes. Se trata de autores y autoras que se enfrentan a varios conflictos. Uno de ellos es que a la circunstancia penosa de que su especificidad está altamente subestimada, también son habitantes de un país que subestima a la producción artística en general, degradando a sus creadores porque a sus ojos no constituye su oficio una profesión sino el de dedicarse a meros pasatiempos. Una suerte entonces de subestimación al cubo la que padecen. Esto precariza la situación de los creadores al tiempo que sus condiciones de trabajo y la índole de su imaginación se verá fuertemente condicionada y comprometida por esa circunstancia. Sin hacer distinciones de jerarquías entre ellos, sí me parece importante destacar que en este país ganó en 2012 el Premio HansChristian Andersen, el más importante galardón del mundo entero a la producción infantil y juvenil la autora cordobesa María Teresa Andruetto, una voz que escribe también para otras edades y no solo cultiva el género narrativo. Empiezo por este punto para romper con el lugar común y el estereotipo acerca de que nuestros creadores y creadoras no tienen prestigio mundial o no tienen talento. Otros casos ha habido, como los de Perla Suez o Guillermo Saavedra (que también escriben literatura para adultos), que han ganado la prestigiosa Beca Guggenheim, de NY. Una distinción que supone la presentación de un proyecto de libro para su escritura y con ese dinero solventar el tiempo libre necesario así como el material necesario para realizarlo. Graciela Montes obtuvo en 2018 el Premio SM Iberoamericano de literatura infantil y juvenil en México después de haberse retirado de actividad y antes aún había ganado junto con la también escritora infantil Ema Wolf, por un libro en coautoría para adultos, el Premio Internacional Alfaguara de Novela de España. Estos sumarios datos, entre otros muchos premiados y becados que no citaré para no hacer de esta charla un tedioso inventario, dan cuenta de una tendencia clara. La profesionalización de estos creadores y creadoras. Pero estamos ante autores una trayectoria y de poéticas de una complejidad realmente insoslayables en el mundo. Imaginarse pueden en el campo intelectual argentino: directamente figuras indispensables.

     Por una razón de naturaleza de ética profesional no puedo omitir un reconocimiento que corresponde a las escritoras María Elena Walsh, una revolucionaria, una transgresora (no solo en el terreno de la literatura así llamada infantil) y una visionaria gracias a quien la literatura así llamada infantil argentina dio un vuelco. De las pedagogías que le habían precedido logró conquistar con su prolífica producción que abarcó también canciones, obras de teatro, espectáculos y films un giro sin precedentes en este campo. Liliana Bodoc, una de las pérdidas más lamentadas en la Historia de la literatura argentina de todos los tiempos, acontecida en 2018, deja un corpus de deslumbrante brillo de naturaleza francamente sobresaliente. Y evocarla como merece, como ese ser humano humilde y extraordinario que fue. Que impartió una lección ejemplar de lo que debía ser una persona consagrada a la invención literaria: bondad, belleza, integridad, congruencia total y completa entre lo que se piensa, lo se escribe y lo que se actúa. Aquí me detengo en lo relativo a nombres propios. Pero vamos a las cosas.
     El punto que a mí me viene desvelando desde hace ya muchos años de estudio es el de la detección de por qué la así llamada literatura infantil resulta ser un tipo de  discurso tan subestimado por la comunidad lectora adulta que directamente omite o desconoce su corpus así como pone a un lado a sus autores y autoras. La pregunta es entonces ¿por qué? ¿qué no tiene o qué tiene la literatura infantil que hace que se la aparte o se la sustraiga a la hora de la consideración de ese corpus nacional?
     Ustedes saben que de lo que he leído de los griegos sobre todo en la Universidad y antes en el Colegio Nacional “Rafael Hernández” de la UNLP he aprendido que es muy escaso lo que sabemos y poco llegaremos a saber al irnos a la tumba tanto acerca de la vida como acerca del conocimiento. De modo que no esperen de mí una respuesta infalible. Mencionaré sí algunas hipótesis que vienen a mi mente como posibles argumentos que puedan llegar supuestamente a comprender pero no a justificar semejante disparate. Porque ante todo esta situación tan arbitraria me resulta precisamente eso, injusta, además de denotar una gran ignorancia acerca del corpus de la así llamada literatura infantil por parte de buena parte de quienes son personas lectoras.
     Yo sistemáticamente me he resistido a aceptar esta distinción y acudo al modo en que se refería a ella el gran teatrista argentino consagrado a este campo artístico ya fallecido, un grande, Hugo Midón: la “literatura apta para todo público”. En efecto, no considero que exista una literatura infantil sino una literatura a secas. Existe un cierto campo o corpus literario que por sus características comunicativas tiende a ser accesible a todas las edades. Pero toda historia para adultos fácilmente puede devenir historia para público infantil si adopta la forma comunicativa oportuna. Y para eso no hacen falta demasiados esfuerzos: sí sentido del respeto hacia la infancia y conocimiento de su espíritu, además de ciertas mediaciones. Si bien sabemos que un cambio radical ha tenido lugar en los últimos años debido a impetuosas modificaciones en la socialización y en la tecnología que se proyectó de inmediato a la esfera de lo privado.   
      Porque hay un punto incuestionable. Es cierto que hay determinados rasgos propios de la así llamada literatura para adultos que al público infantil lo harían bostezar o ni siquiera abrir ciertos libros. Pero con un adulto al lado, con ciertas acotaciones, aclaraciones, o bien una buena oralización o transposición de esa historia a un lenguaje comunicativo oportuno que a un público infantil cognitivamente le resulte accesible, la cuestión se soluciona de inmediato. Esta es mi premisa entonces. La literatura infantil no existe como especie esencializada. Existe la literatura ilimitadamente que requiere, en determinadas circunstancias, de la intervención y el seguimiento, la compañía y la contigüidad de familiares y docentes.


    
Pero regreso al por qué. Mi hipótesis, que ya he expuesto y publicado en un artículo, es que hay una mirada del adulto de recelo hacia la literatura así llamada infantil con motivo de que si lee ese campo de la producción literaria esa práctica de inmediato lo volvería o pueril, o lo desautorizaría frente a sus pares o bien directamente experimenta la idea inconcebible de que haría una regresión automática de carácter denigrante de su condición de adulto a la de niño o niña. Algunas personas, como a mí, nos resulta un ejercicio apasionante que así sea porque nos conectamos con la posibilidad de tener acceso al universo infantil no como una involución sino como una riqueza irreemplazable. Volver a una edad en la que el juego, el desparpajo, el absurdo, la falta más completa de tabúes, de prejuicios, de límites a la imaginación creativa, de preconceptos y la llegada, a cambio, de un universo de una libertad subjetiva total y vital, es definitivamente cautivante así como fascinante.  ¿Es una regresión o es el mejor regalo que nos podemos hacer y hasta permitir volver a jugar y a hacer las cosas sin pedir permisos? Hay en la literatura infantil una ausencia de límites y de subversión de las normas impuestas por la sociedad a los sujetos de cultura que la posibilidad de transitar por esas producciones literarias nos restituye. En efecto, la literatura infantil es el reino del infinito. Toda la literatura lo es a decir verdad y probablemente todo el arte lo sea. Porque nos permite franquear cualquier clase de circunscripciones o fronteras. Podemos desde ser perros hasta caminar con las manos o bien ser una roca que habla.  Podemos vivir en una familia de vampiros siendo un vampiro más o bien habitar el vientre de una ballena. En fin, no prosigo pero creo que ustedes entienden perfectamente adónde quiero llegar. Y esto que sucede en toda la literatura, en la literatura apta para todo público se potencia más aún por varios motivos. Conviene avivar la atención del público lector para que no abandone el libro. No hay recursos ni procedimientos prohibidos (dentro del orden de lo respetuoso). Y podemos jugar y dar rienda suelta a la imaginación del modo más salvaje. Es por eso, no me caben dudas, que Graciela Montes llamó a cierto lenguaje literario, “la frontera indómita”. Es ese territorio opuesto a aquel en el que nos movemos en la vida cotidiana. Lleno de tabúes, prohibiciones, límites, solemnidad, hipocresía, violencia, malos tratos, falsas apariencias, protocolos, muchas mentiras y convengamos que bastante burocracia. Cosas que han sido una construcción cultural de carácter aberrante, porque ha hecho de la cultura una fuente de sufrimiento hasta límites intolerables, un verdadero infierno y desdicha, en primer lugar para los niños y niñas, que son las personas más vulnerables.
     También hay un punto que adolece de la más completa desinformación. Y es que la literatura infantil carece de excelencia y que nada nuevo ni nada innovador puede esperarse de ella. Y eso no es cierto. La hay que es de una radical originalidad y ha introducido innovaciones de carácter sin precedentes en el corpus nacional. Se trata de poéticas que de hecho los estudiosos de la literatura y otros escritores incluso, no se suelen tomar en serio en la mayoría de los casos. Los estudios académicos sobre literatura apta para todo público son de tradición relativamente recientes y llega aquí el otro gran problema que advierto y que me resulta una verdadera calamidad. En efecto, se produce un ghetto en el cual se habla de la LIJ (Literatura Infantil y Juvenil), poniéndosela aparte, confinándola a secciones en librerías, espacios culturales, actividades, premios específicos, Ferias nacionales e internacionales, concursos, congresos, jornadas y simposios, charlas, editoriales o colecciones específicas. Circunstancia que me resulta totalmente nociva para pensar cualquier manifestación del arte en general y de la literatura en particular. Como si no pudiéramos mezclar, por ejemplo, la producción así llamada infantil de Silvina Ocampo o Sara Gallardo, por ejemplo, otras dos precursoras, con el resto de su producción para el así llamado público adulto. Este ghetto se traduce en ciertas prácticas sociales, rituales, tradiciones que se han codificado y están a la vista. Pero, sobre todo, introduce uno de los peores males de la así llamada literatura infantil y juvenil: su exclusión, su marginalidad y la imposibilidad que sería deseable de poder circular junto al resto de los discursos literarios en el corpus inclusivo de la literatura argentina.
      Y no nos justifiquemos diciendo, nuevamente pongo el acento en este punto, en ausencia de jerarquía o excelencia ni en sus creadores y creadoras, ni en sus investigadores ni en sus estudiosos ni en sus divulgadores. Se trata de un lastimoso círculo vicioso, una trampa cultural, más precisamente, de la cual no se saldrá hasta tanto no se cobre consciencia del nivel de jerarquía incuestionable de nuestros autores de literatura apta  para todo público, de la valentía que han tenido en tiempos oscuros de este país. Y se los comience a invitar a las mismas mesas redondas que a los autores así llamados para adultos como lo que son: sus colegas. De que la literatura es el campo en el que los límites, precisamente, están llamados a ser borrosos, difusos, indómitos, peligrosos, salvajes, indetenibles, subversivos, radicales, transgresores y que todo eso lo tiene la literatura así llamada infantil en grado a mi juicio incluso mayor (me hago responsable de esta afirmación) que la literatura así llamada para adultos.  Es más exigente porque requiere capturar atenciones fugaces y dispersas, porque si los niños tienen una virtud por sobre todas las cosas es su más completa y absoluta sinceridad en todo lo que hacen, dicen y piensan. Y porque hasta se animarán, en cuanto nos descuidemos, a agarrar un libro del mismísimo Jorge Luis Borges y ponérselo a leer.  Sin pedir el menor tipo de permiso. Muchas gracias.


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