Adrián nos dice (tomado de su muro de Facebook):
Escribir literatura infantil en América Latina y en
particular en Argentina ¿qué desafíos entraña? ¿frente a qué limitaciones
coloca a sus creadores y creadoras? ¿condiciona sus temas además de sus
evidentes condiciones de producción y recepción de sus obras? ¿qué rasgos
adopta la infancia en América Latina respecto de en los países desarrollados?
En este artículo, aparecido en “ViceVersa Magazine” de Nueva York abordo este
complejo asunto de naturaleza no solo cultural.
POR ADRIÁN FERRERO · EN
JULIO 3, 2020
Como lector y estudioso de la literatura infantil desde hace ya muchos
años, me preguntaba ¿cuál es su sentido? Y, más específicamente: ¿cuál es el
sentido de escribirla y leerla desde América Latina, es decir, desde una
perspectiva continental subalterna? Varias respuestas vinieron a mi mente.
Y antes que nada me gustaría aclarar como punto de partida que la
literatura infantil no se distingue a mi juicio de la literatura para adultos
en que sus destinatarios sean otros, sino en que los modos de aproximación y
abordaje de los mismos temas, en ambas, son otros. Y no tan distintos después
de todo.
Uno de los primeros sentidos de la literatura infantil es que es una
forma (y una de las más impactantes) de internalizar en el sujeto infantil una
serie de valores en tanto que sujeto de cultura. Es más, también en tanto
que perteneciente a una determinada clase social. Pensemos que la
literatura infantil bajo el formato libro es accesible solo a un grupo de niños
y niñas cuyos padres y madres pueden (y desean) comprárselos, con el agregado
de que esta práctica está en retracción. No conviene desdeñar las
bibliotecas populares ni los planes nacionales de promoción de la lectura, como
sucede en muchos países, también en América Latina. Sin embargo, convengamos
que si un niño o niña tienen a su disposición en el hogar una biblioteca,
la posibilidad de accesibilidad a libros para su edad se incrementará. Y por lo
tanto seguramente el estímulo para descifrarlos. En especial si esta
circunstancia va acompañada de la mano de padres que los estimulen. Es cierto
que en este momento la motivación que puede despertar la lectura de un libro ha
disminuido notablemente frente a la seducción de las modernas tecnologías. Pero
tampoco sería por completo escéptico en tal sentido. El libro sigue
concitando interés y un lugar irreemplazables. También corresponderá a la
escuela, los padres y los mediadores culturales, promover la curiosidad por la
lectura. Lo que se traducirá en un criterio selectivo para que el público
infantil tenga puntos de referencia más o menos nítidos a partir de los cuales
orientarse en la maraña de esa frondosa bibliografía que se le ofrece de modo
desordenado. Y no solo ser orientado a la hora de elegir sino sobre cómo
interpretar esa bibliografía de modo inteligente además de con riqueza de significados,
mediante un lectura guiada.
Por otra parte, si bien es cierto que existe una parte de la
literatura infantil que está protagonizada por personajes de clases sociales
baja o proletaria (desde larga data), buena parte de ella lo está por
personajes de la burguesía. Esta circunstancia marca una tendencia y
acentúa lo que acabo de mencionar como zona influyente de la literatura
infantil en tanto pinta solamente la realidad de un sector de la sociedad y
mantiene por fuera de ella a otros con los que los niños también sería
conveniente estuvieran familiarizados desde el orden de representación
literaria. De ese modo tendrían a su disposición un panorama del mundo en el
que viven mucho más completo además de acentuar un cierto principio de
realidad.
En el campo se la literatura infantil, lo
sabemos, se han debido librar batallas en el orden de lo simbólico. Gracias a
una serie de grandes pioneros, una nueva literatura infantil, concebida como un
espacio creativo a secas, no de transmisión edificante, conquistó un lugar de
enunciación sin didactismos. Un territorio en primer lugar estético consagrado
a la exploración y a la invención. Esta autonomía de la literatura de no estar
más supeditada a una pedagogía obsoleta, fue una conquista difícil. Ello
no es sinónimo de que la literatura infantil, como veremos, no se haga cargo de
las tramas del dolor social, de circunstancias contextuales de un país o de un
continente o se desentienda de valores en lo relativo a cierto humanismo o a
los mismos DDHH. Pero estos componentes son el desprendimiento natural de la
narración de una historia que la acompaña, no es la trama producto de una tesis
a priori que se procura inculcar.
Hay narraciones que sí refieren las andanzas de niños huérfanos,
pordioseros, pobres o proletarios. En Argentina lo que se ha dado en llamar
“cartoneros”, ese grupo de personas que suelen salir por lo general por las
noches en carros tirados por viejos caballos a juntar trozos de cajas de cartón
o papeles (circunstancia que se acentuó en Argentina con la crisis
institucional de 2001), sí irrumpen en algunas ficciones visibilizando para el
público infantil una zona de la conflictividad y la contradicción social que
suele serle sustraída al niño en las ficciones burguesas. Justamente la escritora
argentina María Teresa Andruetto, ganadora del Premio Hans Christian Andersen
2012, el mayor galardón a la literatura infantil del mundo, tiene un
libro, El país de Juan (2003), protagonizado por una familia
que luego de un proceso de inmigración interna a la ciudad de Buenos Aires
desde una zona rural del interior del país, comienza a residir en una villa
miseria, suerte de asentamientos urbano precario. Por las noches, parte de la
familia sale a juntar cartones en un carro. Y esto sucede tanto a adultos como
a niños. Ese dato ya pinta el fresco de una niñez trabajadora, adultizada
por responsabilidades que recaen sobre ella a destiempo.
La literatura bien puede mostrar circunstancias que con matices no sean
las idílicas que suelen atribuirse a los cuentos de hadas en que los malos son
sancionados y las princesas se casan con los príncipes siendo felices para
siempre. Hay versiones e inversiones de naturaleza compleja (como veremos)
de estos esquemas binarios entre buenos y malos, entre destinos desdichados y
exitosos, mediante relecturas de la tradición en clave de revisión.
En particular en América Latina, dadas las circunstancias contextuales
de aflicción económica y social que padece el continente, resulta mucho más
frecuente que en otros lugares del mundo desarrollado que la literatura se haga
cargo de la realidad no exactamente bajo la forma de un espejo pero sí
irremediablemente tomando ciertos datos del universo referencial, sin por ello
quedar supeditada a él.
También la literatura infantil está perfectamente en condiciones,
bajo ciertas premisas elementales, de narrar determinados compases de la
Historia política del continente o del país dentro del cual es producida. Las
dictaduras son una de ellas. Otras, con inquietudes por temas sociales, se
atreven a afrontar temas complejos, como lo hizo la autora infantil argentina
Silvia Schujer con su novela Las visitas (1991) en la que
refiere las visitas de un niño a la cárcel en la que está confinado su padre,
comprendiendo él, a la edad en que recién tiene discernimiento, adónde era
llevado por su madre así como la situación familiar.
Hay autores, en Argentina que han recuperado el sustrato aborigen. Tal
es el caso del fallecido Gustavo Roldán, quien en su libro Los cuentos
que cuentan los indios (1999) plasmó en la lengua escrita una
riquísima tradición oral de naturaleza ancestral de varias tribus de la zona
del Alto Chaco argentino, como los matacos y los tobas. Ello supuso, claro
está, operaciones de investigación antropológica, mediación y transmisión
cultural. La transposición de la oralidad a la escritura de los mitos y
leyendas de la zona originaria a un libro de narrativa seguramente ha de
haberlo sumido en una serie de tomas de decisiones tanto éticas como estéticas
y políticas cuyos dilemas no cuesta adivinar. Pero que asumió la
responsabilidad de afrontar. El resultado está a la vista. Una obra literaria
que con sentido de respeto, preserva una remota tradición que también pertenece
a nuestro patrimonio cultural. Una tradición desconocida porque fue avasallada
por los relatos de la conquista, silenciando estas otras voces que también
tenían mucho para decir de la cultura americana. Y que los niños tengan acceso
a libros de estas características favorece la posibilidad de pensarse identitariamente
como sujetos desde un ángulo más novedoso y más completo.
La citada María Teresa Andruetto aborda en su nouvelle juvenil Stefano (1997)
las dificultades de un adolescente inmigrante de Italia, llegado a Argentina
por vivir en condiciones paupérrimas en su pueblo natal, describe desde los
avatares del viaje, plagado de peligros, en el que está a punto de perder la
vida, hasta su despertar sexual en el que, por ejemplo, aparecen temas como las
poluciones nocturnas, abordadas desde la escritura con total naturalidad. Ello
confiere a ese episodio en un contexto infrecuente como la literatura juvenil,
un componente de verosimilitud además de interés cautivante para quienes
seguramente perciben en él de modo especular un episodio reiterado que les está
aconteciendo pero que no siempre pueden ni saben nombrar o incluso, llegado el
caso, comprender. La novela responde con palabras claras a esas dudas. En tal
sentido, no desdeñaría el factor ni identificatorio ni el introductorio en
tanto que sujetos de cultura de los niños a un universo significante que suele
evadir cuando no considerar tabú referirse a temas del desarrollo
psicofísico. Stefano, entonces, me parece que reviste una
intervención potente desde la ficción en el orden de lo real radicalmente
necesaria para que esta literatura no quede reducida a versiones edulcoradas de
relatos que los niños y jóvenes experimentan como ajenos además de anacrónicos.
De otro modo, no perciben en ellos componentes que resulten convocantes en lo
relativo a su biografía ni a su edad. Lo cierto es que también los editores o
bien quienes son responsables del trabajo de clasificación por edades de los
libros infantiles son perfectamente capaces de ejercer la censura sobre ellos,
eliminándolos de colecciones o, en el caso de docentes, de programas de
estudios. Motivo por el cual muchos niños se pierden de entrar en contacto con
literatura lograda que apunte a temas que les incumben.
Hay todo un sector de la literatura infantil argentina, como demuestra
la autora Graciela Montes, que en clave del género picaresco narra los avatares
del hambre, en su novela Aventuras y desventuras de casiperro del
hambre (1995). Y si bien el humor no se ausenta, todos sabemos que
hablar en un país subdesarrollado de esa carencia que aqueja a muchos, por
momentos de modo desesperante, constituye la metaforización perfecta para dar
cuenta de una realidad cotidiana. También una forma de afrontar aunque sea con
palabras que desdramaticen un componente social. Pero que no lo encubren. El
hambre debe ser paliada, se sufre por ella, se instrumentan tretas para
superarla en esa novela. Es uno de los motores de la narración. Pero por lo
pronto, se la nombra. Y el hambre y la pobreza son dos de los motores de
relato.
En uno de sus escritos más importantes, El golpe y los
chicos (1996), la misma Montes narra el golpe de Estado y la dictadura
militar de 1976/1983 en Argentina, con palabras simples, sin efectismos, intención
de adoctrinamiento ni de leer la Historia argentina a partir de antinomias
o simplismos pero sí haciéndolo mediante un contenido veraz. Sin eufemismos.
Mediante estrategias comunicativas que permiten la comprensión de un tema
delicado para el público infantil, Graciela Montes da cuenta de modo exitoso de
un episodio traumático de la sociedad argentina (y de varios países
de América Latina) que es un derecho que los niños y niñas conozcan desde sus
primeros años o, como mínimo, a partir de cierta etapa de sus vidas. El terrorismo
de Estado no se disfraza y la escalada de la espiral de violencia es narrada y
explicada en una suerte de ensayo que instrumenta, por un lado, estrategias
didácticas para tener llegada al público infantil. Por el otro, se sirve de
narrativas sociales que neutralizan o bien las versiones patrioteras de la
Historia argentina de las que son partidarios grupos interesados en mantenerla
intacta, o bien por parte de quienes fueron sus promotores o aprueban el golpe,
de modo indefendible. Por otra parte, para quienes vivieron por esos años
siendo niños, que se les cuente con palabras sencillas lo que se les disfrazó o
en la memoria ha quedado registrado de modo confuso, incluso desde la
represión, resulta primordial, porque esclarece una parte de su identidad.
Por otra parte, cabe agregar que existe toda una parte de la
producción literaria infantil argentina que padeció la censura durante la etapa
de la dictadura, del mismo modo que sucedió con la literatura y el cine para
adultos, o el resto de las artes. Así como hubo exilios hubo listas negras
de libros prohibidos acusados de “formar cuadros subversivos”, como reza un
decreto que prohibió uno de los libros infantiles en cuestión, Un
elefante ocupa mucho espacio (1975) de Elsa Bornemann, muy
celebrado en el mundo entero. Igual suerte corrieron en Argentina libros de la
autora Laura Devetach, La torre de cubos (1964) o bien Jacinto (1977),
de Graciela Cabal. En este sinsentido, es posible detectar de qué modo la
literatura infantil era leída por los censores con una cierta clase de lupa que
buscaba lo que no existía pero que una imaginación persecutoria les permitía
encontrar, así fuera un verdadero disparate. La lógica de la sospecha cundía
sobre todo libro en el que irrumpiera la voluntad de libertad en un personaje o
bien tuviera lugar una situación de rebelión o el desorden, así fuera en su
acepción más lúdica o gratuita.
De modo que, entre muchas otras cosas, la literatura infantil ejercita
su derecho a introducir al público infantil en tanto que sujeto de cultura
en la libertad subjetiva y en la libertad de acción. Caso contrario no hubiera
estado en la mira de los censores, atentos a vigilar la producción literaria de
todas las edades, también las formativas de edades tempranas.
En Argentina la escritora Liliana Bodoc en su novela juvenil El
espejo africano (2008) narra la historia de una esclava africana que
en tiempos de la colonia española es llevada por la fuerza a Buenos Aires
literalmente cazada, por unos sicarios encargados de tal misión en África, con
una red. Luego de un largo periplo, de una agresiva separación de los suyos,
del conocimiento de lo que significa devenir de sujeto infantil en su cultura
origen en mercancía en una cultura extranjera, la protagonista trabajará en una
casa a partir de que una familia la compra. Luego de una accidentada
trayectoria, concluirá sus días en una plantación de la cual su antigua ama,
devenida mujer, rescatará a su hija, dado que ella ha fallecido. Liliana Bodoc,
de modo certero, ata con un cabo dos continentes castigados por el
imperialismo, por la miseria y por muchos rasgos tanto en su dignidad como en
sus derechos, imponiéndoles otro universo significante por la fuerza. También
obligando a sus habitantes a devenir sumisos ejecutores de órdenes, de modo humillante.
Hay otra clase de representaciones literarias interesantes de ser
citadas en el campo de la literatura infantil argentina. Por ejemplo, algunas
obras teatrales de la dramaturga infantil Adela Basch, quien recupera varias
figuras del pasado argentino, poniéndolas por lo tanto en diálogo con nuestro
presente histórico. En primer lugar, el rescate de ciertos próceres de la
emancipación americana de las colonias imperialistas españolas, a quienes se
les quita toda pátina de solemnidad mediante el humor. Por el otro, en la
obra, En los orígenes los aborígenes (2013), donde reivindica
los derechos de los pueblos originarios de América Latina, cuyos territorios y
riquezas han sido expropiados por parte de los conquistadores españoles. Eso
por un lado. Por el otro, desde la específica perspectiva de género, si bien
las lecturas se abren hacia muchos otros matices, Basch evoca el protagonismo
de Juana Azurduy, en la obra Juana la intrépida capitana (2016),
la historia de una luchadora de la independencia contra el español. Juana
Azurduy se constituyó en un personaje paradigmático verdaderamente transgresor
por su poder de determinación y de acción luchando en el mismo frente de
batalla. Otro personaje que trae al presente Basch es Rosario Vera Peñaloza,
una maestra argentina quien además de ejercer su oficio, escribió libros
escolares formativos para optimizar el trabajo en el área de magisterio
difundiendo nuevos métodos en el área de la didáctica y la pedagogía.
La escritora Perla Suez, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz
de México, en su novela juvenil Memorias de Vladimir (1991)
con acierto propone una salida superadora y reparatoria del dolor a un pasado
de persecución y sufrimiento del pueblo judío. En efecto, en una ficción
histórica que se proyecta hasta nuestros días, Suez de modo inteligente no se
olvida de las víctimas del pueblo judío hostigado por el Zar Nicolás II de
Rusia. Un niño y su tío de ese país deben exiliarse a una colonia de Entre
Ríos, Argentina. Esa etapa de desarraigo naturalmente se presenta por momentos
como intolerable. Pero también tendrá un final en el que su protagonista
conocerá la realización. Sin incurrir en el final feliz ingenuo de los antiguos
cuentos tradicionales, porque una marca fuerte del sufrimiento perdura, la
propuesta de Suez es que existe la posibilidad no de olvidar pero sí de no
quedar cautivos de una etapa destructiva que a un sujeto (cualquiera) le toque
padecer. Todo el libro es una gran reflexión acerca de la memoria y de los
modos de resignificar el pasado a la luz de un presente sin rencores.
Y en lo relativo a versiones de la literatura infantil oficial que son
desmontadas por ciertos escritores o escritoras, me gustaría citar el
caso en Argentina de Patricia Suárez, una narradora y dramaturga
infantil que ha producido obras que han roto con los estereotipos que
la literatura infantil suele asignar a personajes, relaciones, vínculos,
representaciones sociales de distintas realidades. En efecto, mediante una
ficción deconstructiva rompe con esos estereotipos porque sus obras juegan
precisamente lanzando una ofensiva frontal desacralizadora contra los relatos
tradicionales. Mediante sus versiones anti estereotípicas de figuras como la
madrastra (Habla la madrastra, 2009) de los cuentos maravillosos o el lobo
(Habla el lobo, 2004) como figura macabra, como personaje estigmatizado,
Patricia Suárez compone el mosaico de un mapa alternativo o, incluso,
sirviéndose de una operación como la inversión en la que dota de nuevos
atributos a personajes a los cuales les han sido asignado roles sin matices y
axiológicamente connotados de modo irremediablemente negativos. Otorgándoles la
voz a estos personajes, el sistema de versiones es otro y, por lo tanto, la
dinámica de la tradición se ve fuertemente sacudida.
De modo que en un doble movimiento progresivo/regresivo, la literatura
infantil, por lo pronto la argentina, a la que me he referido a grandes trazos
en forma exclusiva en el presente artículo, se pone en coloquio directo tanto
con el presente histórico como con el pasado más traumático no solo una vez
consolidados los Estados/nación sino con la revaloración del sustrato aborigen
desde el plano de la representación literaria hasta el mundo del trabajo con el
material cultural que ha sido posible recopilar por parte de los escritores y
escritoras. Por último, traza alianzas con otros pueblos del mundo que han
corrido igual o parecida suerte. Reconfigura sus matrices compositivas.
Reelabora críticamente la tradición cuestionando paradigmas constitutivos
largamente hegemónicos.
En todos estos casos nos encontramos frente a escritoras y escritores
con sentido de pertenencia continental, pero también con una firme vocación por
los DDHH y muy especialmente por los derechos del niño. Pondría el énfasis en
que, en la renovación que proponen como colectivo de creadores, está
muy presente la idea de no disfrazar la realidad sino en sacar a la luz lo que
la sociedad oculta o sustrae a la mirada del niño deformándola.
Un público por lo
general subestimado cuando no ignorado por la sociedad, como vemos,
sin embargo goza del respeto de un grupo de creadores y creadoras, quienes
están atentos a, con sentido de excelencia, no engañarlos. Y ya desde que las
primeras letras son inteligibles, como afirma la escritora infantil MarinaColasanti, aspiran también a servirse de un lenguaje “que sea como el latido de
una vena”. Eso han hecho. En eso están.
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