En un patio, no sé
sabe muy bien si de Pehuajó o no, empezó todo: una escoba sucia y
arrumbada en un rincón, la pobrecita cabeza abajo tiene que librar, junto con
un trapo del piso más sucio aún que ella, una terrible batalla contra unos
ladrones que querían aprovecharse de la salida de los dueños de la casa. Por
supuesto la escoba y el trapo salen vencedores y como premio, una es usada para
lo que le corresponde, y el otro es lavado y puesto a secar.
A todo esto, allí, bajo la
sombrita de una planta, se despierta, algo molesta por tanto jaleo, una
tortuguita a la que muy poca gente no conoce ya, es, ni más ni menos, que Manuelita, la tortuga más
famosa, al menos, en el área de habla española (y de otras lenguas, también).
Y Manuelita no soporta
más aquel patio y aquel aburrimiento, para ella, todo eso es muy pequeño,
ella necesita el mundo para vivir, porque Manuelita es una tortuga de mundo.
Y ni corta ni perezosa
se lanza al viaje, se ha de topar con gente agradable y gente no tan
agradable, qué decir de ese barco donde viaja, todo cargadito de pis de gato siamés para fabricar la
famosísima colonia de bebés Puf. Es tanto el olor, que la pobrecita prefiere el incierto
mar, y va a dar a parar a una isla chiquita, chiquita, con un obelisco en el
centro y con un único habitante: un pingüino llorón, bastante despistado
y algo huraño que quedó ahí, mientras que su familia lo busca. Y llega la
familia, la gran familia pingüinil, haciendo tanto ruido, que Manuelita, una tortuga
bastante pacífica y que no gusta de tanto barullo, opta por desaparecer.
Y son tantas las
aventuras que corre, que repetirlas se nos haría bastante largo, pero vamos a
destacar algunas, por ejemplo aquella vez en Mar del Plata que un duende con el
pelo colorido y algo travieso, Nifúnifá, la ayuda a pasar una transitadísima
avenida, pero la transporta por los aires ¡menos mal que la gente no suele ir
caminando mirando hacia el cielo!
En Madrid, Manuelita conocerá a otro duende, en
el mismísimo Museo del Prado, es Mozartín, un duende cabal
y responsable, hasta que conoció a Nifúnifá, que le pasó parte de su travieso
carácter. En el mismo museo, Manuelita entabla amistosa conversación
con una de las infantas de las Meninas, una chica algo aburrida, con apuros para caminar con ese volumen de falda
que lleva y que no ve ni conoce mucho más allá de lo que pasa en su cuadro.
En Suiza, son unos instrumentos musicales que están enfermitos los que tienen el
honor de conocer a Manuelita, que hace labores de voluntaria de la Cruz Roja. Luego, tendrá
oportunidad de oír un concierto maravilloso dado por los instrumentos, una vez
sanados.
Manuelita había
conocido también, en pleno Polo Sur, a otro conocido por todos: Frankestein, que buscaba esposa y
que acaba con todo su enorme cuerpo en el piso.
¿Y aquel yacaré colectivo
del río Paraná que se comió a dos gamberros que no dejaban a bicho vivo? Al pobre lo tienen
que llevar a un centro de curación de yacarés en plena selva amazónica,
porque no se podía mantener de la indigestión.
Irlanda, México, el
lago Titicaca, su Pehuajó natal, la India, Japón son otros de los lugares por
donde pasa Manuelita en su periplo. En Japón, una visita nos deja algo
perplejos, cuando descubrimos que Manuelita lleva en su caparazón una
microcámara que ha grabado todos su movimientos y que ella misma forma parte de
una investigación importantísima, de la que no se va a saber mucho más tampoco,
porque además de importantísima es secretísima.
Esta Manuelita no
queda solo en un libro, Manuelita tiene una canción que quizás la haya hecho más
famosa que el libro, y por la que sabemos que Manuelita había nacido en
Pehuajó, en plena provincia de Buenos Aires, y que se había enamorado de un
tortugo y que se había ido a París, nadie sabía muy bien por qué.
Algunos hasta habrán
visto sus experiencias parisinas en la película La Tortuga Manuelita, cómo
consigue ser modelo de alta costura y ante el descubrimiento de que la engañan,
vuelve a su tierra (la película está basada en el personaje creado por María Elena Walsh, pero el libro y los
dibujos son de la factoría de Manuel García Ferré).
Pero, la autora del
libro, de la canción, la madre de Manuelita es, como ya hemos comentado María Elena Walsh y merece que nos detengamos un
poco en su trayectoria como escritora.
María Elena es, por
sus orígenes, una representante genuina de la población argentina: su padre es
descendientes de irlandeses e ingleses, su madre, de criollos y andaluces.
En su casa, en la que
no hay ningún universitario, se vive, sin embargo, entre libros, historias y
leyendas irlandesas y españolas.
Su primera obra es un
libro de poemas, Otoño imperdonable, que impresionará al mismísimo Juan Ramón Jiménez, que invita a la
jovencita autora a que lo visite a su casa de Maryland, en EEUU.
La visita se hace,
pero María Elena, no encaja bien en el ambiente, es demasiado rebelde para
asimilar la disciplina que se le quiere imponer.
Y de vuelta a
Argentina, con un nuevo libro de poesía, Baladas con Ángel, se topa con una
realidad política que no la deja moverse a su aire. La decisión es clara,
el mundo es muy amplio, y como años más tarde hará su criatura Manuelita, se
marcha a París.
Allí, vive de actuaciones en
las que cantaba canción folklórica, a dúo con Leda Valladares. Y es en París, entre música y vida algo bohemia,
donde María Elena decide dar un giro a su vida literaria y empieza a escribir
para niños, para niños y para padres, porque en su obra para el público infantil nunca
deja ese doble juego, esas referencias a una situación política y social que
inhibe al escritor de escribir lo que realmente siente y piensa. Obras en las que se
juega con las palabras, con el nonsense, lejos de lo empalagoso y de los poemas
tediosos que hasta el momento parecían características esenciales de las obras
infantiles.
Tras el periodo
peronista, Leda y María Elena vuelven a Argentina y viajan por el interior con su
espectáculo folklórico. María Elena sigue escribiendo y musicalizando obras
para niños: Los sueños del rey Bombo, Tutú Marambá, Canciones para mirar, Hecho
a mano, son algunas de sus obras literarias para niños.
Pero María Elena Walsh
escribe también artículos, algunos bastante críticos con el momento político y
social que vive Argentina: “Sepa por qué usted es machista”, “¿Corrupción de
menores?”, “Desventuras en el País Jardín-de-Infantes”Estos y otros
artículos, en los que denunciaba lo que otros preferían obviar, le sirvieron para
que su obra fuera censurada, pero, a cambio, poemas musicalizados como Balada para la tierra
de uno o La Cigarra se convirtieron en himnos de movimientos de protesta.
En los años 90, María
Elena vuelve a dedicarse, por completo a escribir cuentos para niños, nace en
esa década, Manuelita ¿dónde vas?, la historia de una tortuga liberal,
que toma las riendas de su propio destino, y quizás Manuelita sea la que más
tenga de María Elena (o quizás María Elena le hubiera gustado parecerse algo
más a Manuelita); son también de este periodo Pocopán; Un enanito y siete
Blancanieves; Don Fresquete; el Brujito de Gulubú; Osías el Osito y otras muchas obras
más.
Hace décadas que los
personajes de María Elena Walsh se mueven por el mundo, quizás sea Manuelita, junto con
la Mafalda deQuino, dos de los personajes más conocidos de la Argentina del siglo XX.
Si tienen niños, es
lectura obligatoria. Y si no los tienen, tampoco está de más darse una vuelta
con Manuelita, verán el mundo con otros ojos.
Inmaculada Manzanares (2008)
No hay comentarios:
Publicar un comentario