A mi querida María Victoria
La
señorita Vicky se despertó esa mañana y ya tenía en la piel olorcito a
jengibre. “Se aproxima la navidad”, se dijo a sí misma y se puso el guardapolvo
blanco para ir a la escuela.
En la
parada del micro notó que una señora la miraba con ojos de huevo frito.
Después,
el colectivero le dijo seriamente:
-Yo
que usted me voy ya mismo para el
hospital.
Sin
entender una sola palabra, se sentó el asiento de adelante y puso el portafolio
y las bolsas con los cuadernos de sus alumnos corregidos sobre su regazo.
Entonces, se vio las manos. ¡Flor de
susto se llevó! La piel tenía una rugosidad extraña y un color amarillento.
Desprendía el mismo perfume que había olido en su casa, antes de salir para la
escuela.
Y, sí,
la señorita Vicky se estaba convirtiendo en una galleta de jengibre. Ni más ni
menos.
Y como
era una maestra responsable, lo que hizo fue bajarse las mangas del guardapolvo
para ocultar aquel inconveniente.
El
problema lo tuvo con sus alumnos de cuarto año, que estuvieron todo el tiempo
persiguiéndola en los recreos:
-¡Mmmmm!
¡Tenés perfume a galletita! – le dijo Martina mientras le frotaba la naricita
respingona por la manga.
-¡Sí!-
dijo a su vez Maxi, mientras le chupaba el dedo índice.
La
señorita Vicky, que nunca había sido descortés con sus nenes o con cualquier
persona que tuviera a su alrededor, escondió la mano en el bolsillo.
La
directora, que siempre paseaba por el recreo como una reina sin corona, le pasó
a la señorita Vicky por al lado, pero esta vez, la miró de arriba a abajo y dijo:
-¿Victoria,
me parece a mí o estás engordando?
Pero
la señorita Vicky no estaba engordando, se estaba “aplastando” como una
galleta. Sí, como una galleta con forma de hombrecito de jengibre. Mejor dicho
con forma de mujercita de jengibre.
Por
esa razón comenzó a caminar por el patio con las piernas algo abiertas. Sus
nenes la siguieron imitándola y ella, al verlos, para disimular les dijo:
-¡Vamos
todos al aula caminando como el monstruo de Frankenstein!
Y los
chicos la siguieron haciendo temblar las manos y endureciendo las rodillas,
muertos de risa. Lo mejor de todo es que nadie sospechó nada, porque la
señorita Vicky era conocida en la escuela por jugar mucho con sus alumnos.
En el
aula, mientras hacían la tarea de matemática, la señorita Vicky se acercó a
Alejo, que luchaba con la tabla del nueve. Alejo no se pudo contener y le
mordió un poquito la punta de la nariz, porque para ese entonces la nariz de la
maestra ya se había convertido en un confite colorado, y todos sabemos que si
hay una golosina por la que a Alejo
daría la vida es por esos confites rellenos de chocolate.
-¡Uy,
perdón seño, es que tenés una nariz tan “rica”, que digo tan linda!- dijo Alejo
con la boca llena y el guardapolvo enchocolatado.
-¡No
es nada, Alejito!- dijo la señorita y se tapó disimuladamente la nariz con la
mano.
Así
pasó toda la tarde, y al final del día escolar la señorita Vicky estaba llena
de mordisquitos por las “tentaciones” de sus alumnos.
En la
puerta, la señorita Andrea se le acercó mientras ella hacía malabarismos para poder doblarse y darle
el beso de despedida a sus nenes:
-¿Vicky,
me parece a mí o vos te estás transformando en galleta de jengibre?
-¡Disimulemos,
Andre, disimulemos!- dijo La señorita Vicky y se tapó la nariz con la mano
mientras saludaba al último alumno.
-Es
que no podemos disimular, estás toda mordisqueada. ¡Parece que te hubiera
atacado una banda de ratones!- dijo la señorita Andrea, bastante nerviosa.
-¡Y…no,
ratones no, pero los nenes estuvieron toda la tarde un poco tentados con lo que
me pasa!- dijo y continuó- ¡Ellos no tienen la culpa y son chiquitos Andre!
-¿Vos
no pensaste que vas a quedar hecha migas, si seguís así?- se enojó Andrea.
-Y
bueno…, al final si soy una galleta de navidad estoy para eso, estoy para que
me coman con felicidad, relamiéndose y pensando en lo linda que es la navidad,
con el arbolito, el pesebre y todos los regalos y dones que trae esta fecha.
-Pero
Vicky, ¿vos estás loca? ¡Tenemos que ir al médico, ya!- dijo Andrea en el colmo de la furia.
-¡Ah,
no, al médico no!, ¡el médico siempre me dice lo mismo: que las cuerdas
vocales, que me cuide del polvo de tiza por la alergia, que cuidado con las
cervicales! ¡Yo al médico no voy más! ¡Yo me vuelvo para casa a descansar y
listo! Seguro mañana estoy bien.
Y se
fue rengueando un poco y caminando como Franquenstein, porque Alvarito le había
mordisqueado la punta del pie derecho mientras ella corregía en clase,
distraída, la tarea de Lengua.
Esa
tardecita, Martina, que había escuchado esta conversación entre las maestras en
la puerta, escondida detrás de un árbol de la vereda, escribió en su muro un mensaje para todos sus
compañeros de año:
“Chicos,
si nos seguimos comiendo a la señorita Vicky, nos quedamos sin maestra, y no sé
ustedes, pero yo, a Pamela como suplente no la quiero. ¿Dónde vamos a conseguir
una maestra tan dulce como Vicky? ”.
La
respuesta no se hizo esperar. Llovieron ideas de todos los chicos, pero la
ganadora fue la de Alvarito: había que mantenerla en el más cerrado secreto,
para que ninguna maestra o compañero de otro año se enterara. Por eso fue que
Alvarito no la publicó en las redes sociales,
y fue casa por casa entregando a cada uno una carta con “las
instrucciones” para recuperar a la señorita Vicky.
Al día
siguiente, la señorita Vicky amaneció totalmente convertida en galleta de
jengibre. El sueño reparador había hecho milagros: cada mordisco de sus alumnos
había desaparecido y, al mirarse al espejo, comprobó que el confite colorado de
su nariz estaba intacto. Pensó de inmediato: “¡Suerte para Alejo!”. Y salió de
su casa caminando tiesa para la escuela. El único problema fue que no le
cerraba el guardapolvos , pero no se preocupó. En la brisa de ese diciembre
próximo a la navidad, estaba muy bonita con su cara de galleta y el guardapolvo
flotando como una bandera. El aroma del jengibre se mezclaba con el de los
tilos y los jazmines y la señorita Vicky, aunque estaba agotada por todo el
trabajo del año, pensó que ésta era su época favorita del año. “Y…la Navidad
siempre tiene ese perfume a nacimiento, a cosa recién estrenada que le viene a
uno tan bien y hace que no nos sintamos solos”, se dijo. Porque la señorita
Vicky, hacía mucho, mucho que estaba sola.
La
cosa pasó cuando llegó a la escuela. Para su sorpresa sus alumnos se portaron
de maravillas: formaron en el patio muy ordenados, saludaron la bandera y
entraron como soldaditos al salón. Después, sentados en sus bancos, le asombró
a la maestra el silencio que hacían y entonces preguntó:
-¿Pasa
algo grave, tesoros?
Alvarito,
que tenía la voz cantante se paró al lado del banco y le dijo:
-¿Viste
seño que vos te convertiste en galleta de jengibre y nosotros te estuvimos
mordisqueando toda? Bueno, creemos que sabemos por qué te pasó eso y creemos
que te podemos ayudar a que no te conviertas en miguitas…
-¿Ah,
sí? ¿Y cómo lo van a hacer?- dijo atónita la galleta, qué digo, la maestra.
-Vos
cerrá los ojos y abrí las orejas grande, grande.
-Los
oídos, se dice, Alvarito, los oídos.
-Bueno,
vos dale. –dijo Alvarito muy resuelto.
Y la
señorita Vicky lo hizo, porque si algo caracteriza a la señorita Vicky es la
confianza en sus alumnos.
Así,
uno a uno, los chicos le fueron leyendo a la señorita Vicky a la oreja mensajes
que le habían escrito. Algunos decían una palabra sola, otros un montón de
palabras. Y si algo le quedó claro a la señorita Vicky fueron dos cosas: que no
estaba sola en este mundo y que no era necesario ser una galleta de jengibre
para que la quisieran. Con ser la señorita Vicky, bastaba y sobraba.
¿Que
si siguió siendo para siempre una galleta de jengibre? Y, no. Aunque todos
saben de qué miga está hecha esta maestra.
Gabi Casalins
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