Un libro para niños…
Esa es la etiqueta que se le ha puesto al
Principito. Tendríamos que preguntarnos si realmente es ‘un libro para niños’ y
más aún, ‘¿qué es un libro para niños?’ o ‘¿dónde empieza el límite que
señala que un libro sea para niños o para adultos?’
Si es un libro para niños porque el protagonista es un niño,
podría ser, pero para quienes nos gusta la lectura, no creo que sea el elemento
clasificador definitivo, hemos leído montones de libros con protagonistas
infantiles, que para nada eran ‘digeribles’ para un niño.
Decir que tiene ‘dibujos’ tampoco vale, los dibujos no son
exclusivos de libros de niños, no es necesario ni explicarlo.
Ah, podría decir alguno, pero el mismo autor, en el prólogo
nos dice que es un libro para niños. Sin embargo, los que hemos leído el libro
sabemos que, probablemente, sea otro de los mensajes subliminales que contiene,
los que no lo han leído, lo van a saber en cuanto lo hagan.
En mi opinión, el Principito es otro más de esos
libros que viven bajo la denominación de ‘libros infantiles’ (por mencionar a
otros compañeros del mismo lote: Alicia en el País de las Maravillas, Alicia a
través del Espejo o Los viajes de Gulliver, entre muchos más) y que, en
realidad, gustan a los niños, pero que también gustan a los adultos. Es más, si
lo leemos, en diferentes épocas de nuestras vidas, lo que veamos en ellos, será
también diferente.
Cuando leemos el cuento a los niños más pequeños,
probablemente, no entiendan mucho del mensaje filosófico que guarda, pero les
va a encantar el mismo Principito, y la rosa y el viaje por las estrellas y el
encuentro con el zorro (no sé si les gustará tanto la sibilante serpiente, pero
hay para todos los gustos).
No obstante, es a partir de la adolescencia cuando empezamos
a vislumbrar qué significa el Principito, cuál es su mensaje o sus
mensajes, porque esta novelita es una de esas obras de las que se puede
decir que hay tantas lecturas como lectores.
Pero, ¿qué pasa en el Principito? Saint-Exupéry nos
cuenta qué le pasó una vez que se perdió en el desierto del Sahara.
Su avión había quedado averiado y él intentaba arreglarlo cuando de la nada
apareció un jovencito, pidiéndole que le dibujara un cordero, un cordero que no
pareciera enfermo, ni que fuera un carnero, él sólo quería tener el dibujo de
un cordero. Se inicia entonces una amistad algo singular.
El jovencito resultará ser el Príncipe del asteroide B612, señor de tres volcanes (uno de ellos extinguido) y de una rosa (o ¿son los tres volcanes y la rosa los señores del principito?). El principito salió un día de su asteroide (tras dejar bien limpios sus volcanes y bien protegida su rosa), un poco huyendo de las exigencias de su flor, un poco con ganas de conocer el porqué de muchas cosas, el porqué de sí mismo. Y esta búsqueda, este ir y venir de un asteroide a otro, se lo irá contando a su amigo el aviador Saint-Exupéry.
En boca del Principito irán apareciendo descripciones que,
si bien suceden en asteroides lejanísimos del Planeta Tierra, parecen describir
maravillosamente bien el comportamiento ridículo y estúpido de algunas
situaciones y de algunos personajes terrícolas.
El príncipe busca algo que no sabe muy bien qué es y que, en
realidad, es él mismo. Porque ese es uno de los temas primordiales de este
librito: el viaje como autorreconocimiento, como búsqueda del propio
yo, pero también habla de la amistad, de la vida, del amor.
Y no quiero dejar a un lado un tema que preocupa algo en el
Principito, aunque sea de forma rápida, me refiero al suicidio, porque el niño
se deja morder por la víbora para volver a su planeta, o para huir de éste. Hay
quien dice que Saint-Exupéry hace, de alguna manera, un elogio al suicidio.
Pero, leamos bien, el Principito no espera el final de su vida tras
la picadura, el Principito espera regresar a su estrella, para
contemplar la flor que dejó allí, esperándolo. Su flor, su rosa, de la que él
es responsable único y absoluto y sin él, ella no puede vivir, por esto, necesita
volver junto a ella, por esto se deja picar por la serpiente.
Esperemos que el cordero no se haya querido comer a la flor, que
se haya conformado con los baobabs. Seguramente, el principito le
cuente una y otra vez a su rosa qué ha visto en sus viajes y ambos se rían de
cuán extraños son los que viven fuera del asteroide B612.
El principito cerrará los ojos, mirará con el corazón y
recordará que lo esencial es invisible para los ojos.
(Nota: este artículo ha sido publicado con anterioridad en el sitio www.arealibros.com)